
Julio Verne falleció en 1905. Su hijo Michel, con quien tan difícil relación había mantenido, se había convertido en su ayudante y colaborador en los últimos años de su vida y, tras la muerte de su padre, se apresuró a consignar ante notario los títulos de las siete novelas que aquél había dejado escritas –de esta forma, no podrían acusarle en años posteriores de publicar obra de su padre bajo nombre propio. Ahora bien, el problema es que aquellas novelas no eran tales, sino borradores en diferente estado de elaboración que habían de ser extensamente revisados y ampliados. Uno de ellos fue “La caza del meteoro”, escrita en 1901, replanteada por Julio Verne poco antes de su muerte y considerablemente modificada y editada por su hijo.
La historia nos cuenta cómo un par de astrónomos aficionados, Dean Forsyth y Sydney Hudelson, residentes en una pequeña ciudad del este norteamericano, descubren un nuevo meteoro. Amigos hasta ese momento, se desata entonces una fanática y absurda rivalidad por adjudicarse el primer avistamiento oficial. Ese enfrentamiento, cada vez más hostil, tiene sus consecuencias en las familias de ambos, con la cancelación de los planes de boda entre la hija de uno y la sobrina de otro.

Se apunta brevemente el cataclismo que la introducción de semejante cantidad de oro puede provocar en el sistema económico mundial, pero no se llega a profundizar en ello. Las intrigas políticas y los enfrentamientos derivados de la súbita aparición de un millón de toneladas de metal precioso hubieran sido sin duda mucho más interesantes que el anticlimático final trazado por Michel Verne, quien, además aumentó el peso de la historia romántica –bastante sosa y previsible, por otra parte.
Resulta algo decepcionante el aspecto científico y técnico del libro, aspecto éste al que, como hemos visto en bastantes entradas en este mismo blog, prestaba gran atención Julio Verne. Su hijo, en cambio, introduce unas confusas e implausibles explicaciones acerca del funcionamiento de la máquina de Xidral –personaje creado por Michel Verne- y no acierta en absoluto a imaginar los efectos físicos del impacto de semejante masa sobre la Tierra (los espectadores se hallan a unos cuantos cientos de metros cuando esto ocurre y salen indemnes).
La obra de Verne decayó notablemente en los últimos años de su vida. Siempre fue un escritor


Quienes quieran defender la narración pueden recurrir al argumento de que los Verne no pretendían tanto plantear una historia científicamente rigurosa como satirizar determinados comportamientos individuales y colectivos: la avaricia, la obsesión banal y la soberbia. Pero, a mi juicio, tampoco este aspecto es suficiente para salvar el libro, porque esa pretendida burla resulta forzada, moralista e incompleta. Quizá el borrador que cayó en manos de Michel estaba demasiado fragmentado; o quizá –y eso me parece más probable- Verne padre nunca fue un buen satírico.
Como curiosidad cito un par de detalles del libro que apuntan a que la historia transcurre en un

Todos los escritores, incluso los mejores, tienen sus tropiezos literarios. Éste es uno de ellos. No era la primera vez que Verne tenía mejores ideas que habilidad para desarrollarlas y aquí tal defecto se ve intensificado por la intervención de un Verne hijo menos dotado que su padre. No todo el trabajo inconcluso de los autores debería ser publicado tras sus muertes. Al fin y al cabo, no todo el mundo puede ser Tolkien.