
Revisamos hace poco el libro “La Guerra en el Aire” (1908), de H.G.Wells. Pues bien, tan solo un año después la naciente cinematografía inglesa proporcionaba su contrapartida visual.
Las películas de Méliès y Segundo de Chomón giraban alrededor de fantasías extravagantes puestas en escena con llamativos trucos escénicos o fílmicos. Pero aquellas curiosidades tenían los días contados. El público deseaba ver en la pantalla historias más elaboradas y cercanas a ellos, a sus preocupaciones; ahora bien, eso no quiere decir que dieran la espalda a la ficción, simplemente la querían más verosímil. Y desde hacía años, la ficción literaria con más éxito comercial en Inglaterra -ya hemos visto abundantes ejemplos en este blog- era la de guerras futuras, relatos en los que las islas británicas se veían atacadas por ejércitos invasores de lo más variopintos, las más de las veces provenientes de una cada vez más militarizada Alemania. Aquel interés por las historias de guerras futuras era el reflejo de un temor nacional alimentado por la prensa y algunos sectores públicos a raíz de una situación política europea cada vez más difícil y enredada.
Walter R.Booth se aprovechó de esa moda para rodar esta película, apoyándose en los escenarios imaginados por Wells, en la que se muestra un ataque aéreo sobre Inglaterra llevado a cabo por una flota de zeppelines cargados de bombas. Un inventor rechazado por el padre de su novia, desarrolla un artefacto volador con el que consigue detener la invasión. Al final, claro, el héroe triunfante se lleva a la chica.

La película cosechó tanto éxito que no tardaron en surgir otras cintas abundando en el mismo tema de la guerra futura, alimentando a partes iguales el temor y el patriotismo que unos años después empujarían a miles de jóvenes a las oficinas de reclutamiento. La horrenda realidad de la Primera Guerra Mundial y sus batallas mecanizadas borró el interés del público por este tipo de ficciones. Los periódicos ya asustaban lo suficiente.
Pero mientras tanto, Booth aprovechó la gallina de los huevos de oro rodando otras dos películas sobre el mismo asunto: “The Aerial Submarine” (1910), de marcado tono infantil, y “The Aerial Anarchist” (1911), en la que se muestran por primera vez en una pantalla la destrucción de destacados edificios reconocibles por el público, acercando la ficción bélica al entorno cotidiano.
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