(Viene de la entrada anterior)
Otro episodio destacable de esta primera temporada es el decimoprimero, “Debajo de la Cama”, que bien podría haberse incluido en alguna otra antología de terror. Un troll ha estado ocultándose en una mina y secuestrando niños de la localidad desde el siglo XIX (nunca llega a saberse lo que hace con los infantes, aunque podemos imaginarlo). La historia comienza con el rapto de un niño cuando busca a su osito de peluche bajo la cama, lo que involucra a la detective de la policía Caitlin Doyle (Barbara Williams) y su novio psicólogo infantil, John Holland (Timothy Busffield).
Lo interesante de este episodio es cómo utiliza la “ciencia” para explicar la figura del “hombre del saco”, que es la denominación que utiliza la hermana del desaparecido para explicar lo sucedido. El troll es también un cambiaformas y puede tornarse invisible, dos poderes que le facilitan sus secuestros. La relación que Holland tiene con la criatura es que, cuando él tenía seis años, su hermano desapareció también pero no es hasta ahora que establece la conexión. El final es agridulce: el troll regresa para llevarse consigo a la hermana, pero Holland y Doyle lo siguen hasta su guarida en la mina y se enzarzan con él hasta que la luz del sol lo convierte en piedra. Desgraciadamente, sólo encuentran a la niña, no a su hermano.
Y hablando de cambiaformas, “Viaje de Regreso” viene a ser una versión de “La Cosa” ambientada en una cápsula espacial y no tan sangrienta. En su último día en Marte, tres astronautas (Matt Craven, Michael Dorn y Jay O.Sanders”), encuentran una extraña cápsula en una caverna y cuando tratan de trasladarla, el objeto se agrieta y deja entrever una luz azul que les deja inconscientes. Cuando despiertan, se encuentran ya sin tiempo para estudiar adecuadamente la ventana de lanzamiento de Marte y con poco aire en los trajes.
Meses más tarde, cuando ya se están acercando a la Tierra, sufren una explosión que desvía a la nave de su curso. Tras corregirlo, la tripulación descubre que la mitad de sus reservas de oxígeno han desaparecido, no tienen comunicación con la Tierra y el ingeniero ha sufrido una herida incapacitante. Encuentran una sustancia gelatinosa adherida al mamparo de la sala de control y, tras examinarla, deducen que está viva. No se parece a nada que hubieran visto antes y especulan que podría provenir de la cápsula que hallaron en Marte. Los fallos mecánicos se multiplican, incluido el soporte vital…
“Buscando Amor” es otro de los episodios más recordados, en no poca medida por el desnudo parcial de Alyssa Milano, pero también por su inquietante historia, reminiscente de “Lifeforce: Fuerza Vital” (1985) y un todavía más viejo episodio de “Espacio: 1999”, “La Fuerza de la Vida” (1975). La atractiva estudiante universitaria Hannah (Alyssa Milano), le ha impuesto a su novio Jay (Jason London) una castidad forzada hasta el matrimonio, algo que a él le cuesta respetar. Una noche, un extraño objeto alienígena atraviesa el techo del dormitorio de Hannah y la envuelve, poseyéndola.
A partir de ese momento, para alimentar al alien que lleva en su interior y que complete su ciclo vital, Hannah se ve impelida a seducir a hombres a los que, en pleno acto sexual, absorbe por entero. Con cada víctima, su cuerpo va adoptando paulatinamente la forma de la mujer ideal. El primero al que se aproxima es Jay quien, naturalmente, no puede creer que ésta fuera la misma chica que le rechazara la noche anterior. Cuando Hannah seduce a James (Kavan Smith), la estrella del equipo de rugby, el confundido novio los sigue, pero cuando entra en la habitación de ella, la encuentra sola y ve el agujero en el techo. Dándose cuenta de que Jay se encuentra en peligro mientras esté en su presencia, Hannah le obliga a marcharse pero él regresa más tarde y descubre los restos del objeto y la chaqueta de James. La policía investiga la desaparición de éste y sitúa a Jay como sospechoso.
El joven le entrega el objeto alienígena a uno de sus profesores (Saul Rubinek), que determina su origen y rastrea sucesos similares en los años 20 y 50. Desaparecen más hombres y la policía acaba siguiendo a Hannah, atrapándola “con las manos en la masa” e hiriéndola de gravedad… Al final, gracias a un acto de amor, la historia termina esta vez con un final feliz.
El episodio final de la temporada es una historia de casas encantadas que bien podría haber estado incluida en la serie de los años 60 y que se titula “Si Estas Paredes Pudieran Hablar”. El episodio comienza con una pareja de adolescentes retozando en una casa abandonada durante una tormenta. Unas extrañas voces les asustan y Derek (Ryan Reynolds) se separa de su novia para asegurarse de que están solos. Algo maligno le atrapa y a continuación ataca a la chica. Las gotas de sangre que deja atrás son absorbidas por la propia casa. La madre de Derek, Lynda (Alberta Watson) cree que su hijo está muerto y, de algún modo, atrapado en la casa. Contrata la ayuda de un escéptico, Leviticus Mitchell (Dwight Schultz), que se dedica a destapar fraudes sobrenaturales, y se encierran en la casa para investigar lo sucedido.
Es una lástima que el CGI con el que se animaron los espíritus de los difuntos hayan envejecido tan mal porque, por lo demás, este es un episodio interesante en tanto que lleva al espectador a creer que la historia va a seguir una determinada dirección para luego seguir otra diferente nn la mejor tradición lovecraftiana de “El Color Venido del Espacio”.
La casa había sido propiedad de un investigador que también desapareció. Es a raíz del descubrimiento de una habitación secreta que alberga un polvoriento laboratorio que lo sobrenatural se convierte en otra cosa. Allí, Leviticus y Lynda encuentran los restos de una roca que es enviada a analizar y que resulta ser un meteorito en cuya superficie hay un enzima capaz de insuflar vida en lo inanimado. Es esta sustancia lo que ha contaminado la casa, haciéndola tomar consciencia. El hijo de Lynda y su novia están muertos, devorados por la casa, que también consume a un equipo de policías que creían que el cuerpo del muchacho podría estar enterrado en el sótano. Será Leviticus quien descubrirá el punto débil de esa enzima…
Una de las características más notorias de “Más Allá del Límite” es lo poco complaciente que solían ser sus finales. Uno de los mejores ejemplos en este sentido es el último episodio que quiero destacar de esta primera temporada: “Compasión”. El mayor John Skokes (Robert Patrick) es tomado prisionero durante una guerra interestelar y encerrado en una celda junto a una cadete, Bree Tristan (Nicole de Boer). Skokes ha sido un fiero combatiente de carrera militar, mientras que la joven Tristan fue reclutada a la fuerza y adiestrada como piloto de caza. Sus captores alienígenas la someten a periódicas operaciones en las que le injertan fragmentos no humanos en un aparente intento de metamorfosearla en uno de ellos.
Bree parece haber perdido la esperanza de huir, aunque ambos tienen poderosas razones para hacerlo. Skokes sabe que la guerra está yendo muy mal para los humanos y está ansioso por regresar al frente; la muchacha, por su parte, quiere que dejen de experimentar con ella. El curtido militar encuentra una posible forma de evasión y empieza a trabajar en un conducto de ventilación que podría devolverles la libertad mientras ambos van desarrollando una relación de amistad. Aunque el espectador más avispado o veterano pueda anticipar el desenlace, éste no es por ello menos pesimista y descorazonador.
A pesar de sus limitaciones, -un drama teatral de 45 minutos que se desarrolla en una sola habitación y únicamente dos actores- el guionista Brad Wright y el director Brad Turner supieron crear im capítulo con una intensa atmósfera, sólida caracterización, eficaz interpretación (hay quien dice que este es el mejor papel que ha hecho jamás Robert Patrick) y un firme desarrollo argumental.
(Continúa en la entrada siguiente)
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