De Arthur C.Clarke se ha dicho que fue uno de los escritores de ciencia ficción que mejor supo predecir el futuro en sus novelas, al menos en lo que a tecnología se refiere. Está entre los autores del género que más reconocimiento y éxito acumuló en el siglo XX y quizá el más “duro” de los escritores de ciencia ficción “dura”: era capaz de imaginar conceptos y escenarios que, siendo plausibles y sólidamente anclados en la ciencia, eran al tiempo maravillosos e inspiradores. Fue el responsable, a través de su colaboración con Stanley Kubrick para “2001: Una Odisea Espacial”, de hacer que el viaje interplanetario, algo que entonces apenas estaba empezando a desarrollarse, pareciera algo completamente verosímil y cercano.
El origen de la obra que nos ocupa lo debemos buscar en un relato corto titulado “El Centinela”,


La novela se abre con un grupo de homínidos que viven en las llanuras africanas de hace tres millones de años. Sus principales preocupaciones son encontrar comida, sobrevivir a la escasez y la sequía, evitar a los depredadores y mantener a raya a un grupo rival de congéneres. Un día, al despertar, encuentran entre ellos un Monolito transparente que comienza a experimentar con sus mentes, sondeando sus capacidades y potencial. Fruto de

La historia salta a continuación al año 1999 (todavía muy en el futuro cuando se escribió el libro), donde encontramos al doctor Heywood Floyd, un científico que viaja a la base norteamericana de

La siguiente parte de la novela nos traslada dieciocho meses más tarde. La nave Discovery se dirige a Saturno en misión exploratoria de carácter astronómico. De los cinco humanos que transporta, dos astronautas, Frank Poole y Dave Bowman, controlan la rutina diaria de la nave mientras sus tres compañeros duermen en hibernación. HAL 9000, el ordenador con inteligencia artificial, es quien realmente dirige el vehículo. En un momento determinado, HAL empieza a registrar fallos de funcionamiento que culminan con su motín y el asesinato de Poole y los científicos hibernados. Bowman consigue desconectar las funciones superiores de la computadora y continuar el viaje. Sólo entonces se entera de que la auténtica misión consiste en investigar el destino de la señal emitida por el Monolito de la Luna dos años antes. La existencia de ese artefacto y todas sus implicaciones han sido mantenidas en

La mayoría de la gente conoce “2001: Una Odisea Espacial” a través de su versión cinematográfica, una película que, aunque no recibió críticas unánimes en su estreno, hoy ha pasado a estar considerada una obra maestra del séptimo arte. Es, también, una película polémica y difícil de entender. Kubrick hizo de ella un espectáculo visual, apoyándose casi exclusivamente en las imágenes para narrar una historia que, sin apenas diálogos, con fuertes elipsis y un montaje experimental, dejaba al espectador confuso acerca de lo que se estaba queriendo transmitir.
¿La solución?: leer la novela de Clarke, que ofrece una versión formalmente menos sutil y bella, pero también infinitamente más clara, de (casi) todo lo que ocurre: la relación entre el Monolito y los homínidos, la locura de HAL, el viaje y destino final de Bowman… Clarke nunca fue amigo de las florituras estilísticas y toda la historia se narra con su característica funcionalidad y frialdad.

Es más, para ser una novela de ambiciones temáticas tan amplias, “2001: Una Odisea Espacial”

Como muchísimas novelas de CF, “2001” mezcla la presciencia en algunos aspectos tecnológicos con la incapacidad de analizar las tendencias políticas o culturales a medio plazo. Clarke, por ejemplo, describe lo que sin duda hoy vemos como el antecedente de Internet: “Tenía mucho en qué ocupar su tiempo, aun cuando no hiciese más que sentarse y leer. Cuando se aburriese de los informes y memorándums y minutas oficiales, conmutaría la clavija de su bloque de noticias, poniéndola en el circuito de información de la nave y pasaría revista a las últimas noticias de la Tierra. Uno a uno conjuraría a los principales periódicos electrónicos del mundo; conocía de memoria las claves de los más importantes, y no tenía necesidad de consultar la lista que estaba al reverso de su bloque. Conectando con la unidad memorizadora de reducción, tendría la primera página, ojearía rápidamente los encabezamientos y anotaría los artículos que le interesaban. Cada uno de ellos

En cambio, en otros aspectos, Clarke fue superado tanto por los nuevos descubrimientos en diferentes ámbitos de la ciencia como por los acontecimientos políticos o sociales. En la primera parte, por ejemplo, toma el concepto de los homínidos de un relato propio, “Encuentro al Amanecer”, que se publicó en 1953. Sin embargo, nuestro conocimiento de la evolución humana ha mejorado mucho en el último medio siglo, ofreciéndonos un cuadro bastante más detallado del árbol familiar de nuestra especie así como del medio ambiente en el que vivieron nuestros ancestros, su dieta y otros aspectos de la ecología. Un antropólogo moderno no vería más que errores en la apertura de la novela. En los

Tampoco Clarke pudo imaginar que el mundo en el nuevo siglo vería un equilibrio de potencias muy diferente del existente en la década de los sesenta. Así, en “2001” la Guerra Fría se mantiene prácticamente en los mismos términos después de casi tres décadas, quizá porque en aquel momento se consideraba que esa situación era una especie de “foto fija” que podría perpetuarse casi indefinidamente, ignorando el carácter voluble y de continua evolución de la Historia. También el viaje espacial en la novela está mucho más avanzado de lo que lo estuvo realmente en 2001 –y, de hecho, de lo que lo está hoy día-. Eso sí, Clarke, como he apuntado más arriba, detalla con meticulosidad la mecánica de los viajes interplanetarios: la diferencia entre masa y peso, las consecuencias de la ausencia de gravedad o de la exposición de un cuerpo al

La verdadera estrella de la novela no son los humanos que aparecen en ella, sino HAL 9000, una inteligencia artificial que resulta mucho más cercana que los gélidos y distantes astronautas, de los que nada se nos revela. De alguna forma, esta parte del libro es la respuesta de Clarke a las historias de robots de Asimov. En ellas se proponían diferentes escenarios en los que el comportamiento de los robots parecía entrar en conflicto con las directrices de su programación. HAL presenta un problema similar, convirtiendo lo que se preveía un viaje monótono y tranquilo en una auténtica pesadilla. Ciertamente, la película obtiene mejores resultados a la hora de transformar a HAL en una máquina terrorífica, pero la novela no le anda muy a la zaga. El aislamiento de la tripulación y el hecho de que HAL sea quien efectivamente controle muchas de las funciones de la nave, crean una atmósfera de claustrofobia y paranoia. Clarke, el eterno optimista respecto al potencial último de nuestra

No es ése el único aspecto acerca del cual se muestra pesimista Clarke. Por ejemplo, no cree que la noticia de la existencia de una inteligencia extraterrestre fuera a ser acogida con esperanza o entusiasmo: “Existía, al parecer, una profunda veta de xenofobia en muchos seres humanos por lo demás normales. Vista la crónica mundial de linchamientos, pogroms y hechos similares, ello no debería haber sorprendido a nadie”. Es más, la naturaleza humana, inalterada desde la época de nuestros ancestros homínidos por mucho que la tecnología haya avanzado tanto, sigue siendo proclive al tribalismo y las luchas por el poder: “Bowman se preguntaba si el peligro del choque cultural era la única explicación del extremo secreto de la misión. Algunas insinuaciones hechas durante su instrucción, sugerían que el bloque USA-URSS esperaba sacar tajada de ser el primero en entrar en contacto con extraterrestres inteligentes. Desde su presente punto de vista, pensando en la Tierra como en una opaca estrella casi perdida en el Sol, tales consideraciones parecían ahora ridículas.”

Pero, al mismo tiempo, el progreso en la exploración del Universo no ha solucionado ni mucho menos los problemas de la Tierra en ese futuro soñado por Clarke. Así, “Aunque el control de la natalidad era barato, de fiar, y estaba avalado por las principales religiones, había llegado demasiado tarde; la población mundial había alcanzado ya la cifra de seis mil millones… el tercio de ellos en China. En algunas sociedades autoritarias hasta habían sido decretadas leyes limitando la familia a dos hijos, pero se había mostrado impracticable su cumplimiento. Como

Tan candentes como los avances en el programa espacial fueron a finales de los sesenta la carrera de armamentos y la proliferación nuclear, y ello también tiene su reflejo en la novela: “Con la necesidad, más urgente que nunca, de una cooperación internacional, existían aún tantas fronteras como en cualquier época anterior. En un millón de años, la especie humana había perdido poco de sus instintos agresivos; a lo largo de simbólicas líneas visibles solo para los políticos, las treinta y ocho potencias nucleares se vigilaban mutuamente con beligerante ansiedad. Entre ellas, poseían el suficiente megatonelaje como para extirpar la superficie entera de la corteza del planeta” (….) A pesar de que —milagrosamente— no se habían empleado en absoluto las armas atómicas, tal situación difícilmente podía durar siempre. Y ahora, por sus propias e inescrutables razones, los chinos estaban ofreciendo a las naciones más pequeñas una capacidad nuclear completa de cincuenta cabezas de torpedo y sistemas de propulsión. El precio estaba por debajo de los 200.000.000 de dólares, y podían ser establecidos cómodos plazos de pago. Quizás estaban tratando solo de sacar a flote su hundida economía, trocando en dinero contante y sonante anticuados sistemas de armamento, como habían sugerido algunos observadores. O tal vez habían descubierto métodos bélicos tan

Desde luego, la ceguera del Hombre, su incapacidad para gestionar el medio ambiente o sus propias relaciones sociales es tal que parece imposible que pueda avanzar más allá de su estadio actual si no es con ayuda externa, en este caso alienígena. Y, desde luego, Clarke plantea una inteligencia extraterrestre verdaderamente extraña a nosotros. Toda la parte final, en la que Bowman viaja por extraños pasadizos espacio-temporales, llega a planetas insólitos y contempla formas de vida que medran en la superficie de una estrella, parece una especie de sueño. Es esa parte final quizá lo más flojo de “2001”. Puede que ello responda a su indefinición, ya que Clarke intentaba describir algo que, en el fondo, tenía más que ver con la mística que con la ciencia; y, desde luego, la transformación de Bowman y la naturaleza de la inteligencia alienígena eran cosas ajenas a la experiencia humana. Kubrick prefirió mantenerse en el terreno de lo enigmático y recurrió a la alegoría y la poesía (mediante una secuencia muy extraña en sus composiciones, montaje o iluminación) para dejar al lector confundido. El propio Clarke afirmó en al menos una entrevista que no tenía ni idea de lo que Kubrick había querido decir al final de la película.
El instinto de Clarke, por el contrario, le empujaba a tratar de describir la experiencia de la

En cualquier caso, lo que parece decirnos Clarke es que ese siguiente paso en la evolución de la Humanidad irá en la dirección de prescindir del cuerpo a favor de una supermente, una idea que

Clarke deja abiertos algunos enigmas, probablemente porque ni él mismo pudo imaginar las

Clarke continuaría escribiendo secuelas de “2001” hasta un total de tres, siendo la última ellas “3001: Odisea Final” (1997), una novela que, como sus predecesoras en la saga, empleaba continuidad retroactiva. De acuerdo con el propio Clarke, aunque cada libro del ciclo transcurría en años subsiguientes, las corrientes temporales eran

“2001: Una Odisea Espacial” es una de las novelas más conocidas y leídas de la historia de la Ciencia Ficción. Sin duda, ello se debe a su conexión con la película de Kubrick y es discutible que hubiera alcanzado tal rango de no haber existido aquélla. La película fue en su momento –y sigue siéndolo hoy- un experimento vanguardista con una factura visual que medio siglo después sigue resultando impresionante. La novela de Clarke no disfruta de las mismas cualidades y tampoco se encuentra entre sus obras más interesantes. Carece de la elegancia formal de la película de Kubrick y sus descripciones de las maravillas planetarias, siendo evocadoras, carecen de la poesía de las imágenes que se pueden ver en el film. De hecho, la novela fue ignorada por los principales galardones del género (a diferencia de “Cita con Rama”, que en 1974 arrasó con todos los premios posibles). Es una novela influyente, sí, pero la sombra de la película oscurece sus méritos.
Quizá la cuestión es que ambas, novela y película, no puedan ser completamente disfrutadas por

Excelente reseña del libreo del sr. Clarke, yo no lo he leído , pero tu me has motivado a leerlo. Felicidades por escribir así.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. En cualquier caso, como recomiendo en el artículo, creo que lo mejor es complementarlo con la película... Un saludo
ResponderEliminar¡Excelente artículo!
ResponderEliminarPersonalmente disfruté mucho de esta novela y de su primera secuela.
La película, como bien dices, sufre mucho de la carencia de explicaciones algo más detalladas, que pueden despistar mucho al espectador (¿qué función tienen los monolitos? ¿que tiene que ver la segunda parte de la película con lo que nos han contado en la primera?), pero no deja de ser una maravilla técnica, visual y sonora que, en una de esas tardes en las que no me importa su ritmo lento y pausado, me sigue maravillando.
También disfruto de la secuela cinematográfica, por su temática exploratoria y estilo visual de los ochenta, pese al muy excaso contenido de la historia y el llevado a exceso mensaje de cooperación entre la URSS y los EEUU, que si no recuerdo mal en la novela se referenciaba de una manera de lo más natural, y en la película se llevó gran parte del protagonismo y nos regaló un epílogo (sin querer hacer spoilers, me refiero a la última parte del mensaje que reciben los protagonistas) rayando en lo ridículo.
Las siguientes secuelas literarias, las recuerdo con poco afecto, me inclino a pensar en que se escribirían por poco más que necesidad de cumplir con algún contrato, ya que me parecen muy flojas en una bibliografía por lo demás excelente, que estiran la idea original de manera poco coherente, con conceptos poco originales, y sin acabar de cerrar lo que podría haber sido una excelente saga.
PS: en el tercer párrafo se te ha colado un "El fin de la eternidad" en lugar de "El fin de la infancia", por si quieres arreglarlo. Me pregunto qué obra maestra o engendro habría salido de juntar a Asimov y Clarke en un "El fin de la infancia eterna".
Error arreglado y gracias por mencionarlo. Comentaré próximamente "2010", la secuela, y la película de Peter Hyams adaptación de la misma. Con el resto creo que no me meteré. En realidad, el primer libro era una historia cerrada en sí misma, independientemente de que se aclarasen ciertos enigmas o no. ¡Qué manía con quererlo explicar todo a base de sagas multivolumen! ("Pórtico" de Frederik Pohl o la Fundación de Asimov son otros ejemplos).
ResponderEliminarAunque no es algo que hayas nombrado mucho a mi lo que mas me gustó del libro eran las descripciones de los fenomenos cosmicos de manera muy bella y lo bien que sientes a traves de las letras lo poco que son los astronautas respecto al universo
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