Alan Moore es sin duda uno de los guionistas más conocidos, apreciados y controvertidos de la historia del cómic. Millones de personas han leído “Watchmen”, “La Broma Asesina” o “From Hell”, todas ellas historias solemnes de tono oscuro, violento y poco optimista. Sin embargo, hay una faceta que el barbudo de Northampton rara vez saca a la luz: su sentido del humor. Un sentido del humor, eso sí, tan poco complaciente con la naturaleza humana como las obras antedichas, pero aún así muy divertido. Y si ese humor viene ilustrado por un dibujante de la talla de Alan Davis, el resultado no puede sino recomendarse.
A comienzos de los años ochenta Alan Davis se abría paso con rapidez y paso firme en el resbaladizo e inseguro mundo del comic británico de esa década. Su primer encargo serio había sido la revitalización del Capitán Britania para la división inglesa de Marvel, trabajo que había sido recibido muy favorablemente. Luego vinieron varios episodios de Miracleman (entonces llamado Marvelman), también con buenos resultados. Al poco recibe una llamada de la prestigiosa revista de ciencia ficción 2000 AD ofreciéndole trabajo.
Davis ya había contactado anteriormente con los editores de esa publicación, pero éstos no consideraban su dibujo el apropiado para el estilo de la misma. Y he aquí que por aquellos años se produjo un éxodo masivo de varios de sus autores de plantilla hacia el mercado norteamericano. Dave Gibbons, Brian Bolland, Mike McMahon y Kevin O´Neill fueron algunos de los dibujantes que formaron parte de la primera ola de británicos que pasaron a trabajar para los comics de las grandes editoriales americanas.
Así, de repente, 2000 AD se vio en la necesidad de buscar artistas que los reemplazaran y fue entonces cuando Alan Davis tuvo su oportunidad. Su primer encargo fue “Harry 20 on the Highrock”, una especie de “Fuga de Alcatraz” en el espacio. Pero Davis necesitaba más trabajo. Su segundo hijo acababa de nacer y sus trabajos en Marvel UK y la editorial independiente Quality no parecían tener un brillante futuro habida cuenta de las finanzas de ambas. Cuando “Harry 20” terminó, 2000 AD le ofreció ilustrar unos guiones de Alan Moore que nadie quería. Se trataba de “D.R. & Quinch”.
Lo cierto es que los editores de la revista se habían visto con problemas a la hora de encontrar a

“D.R.& Quinch” supuso un cambio respecto a los anteriores trabajos de Davis. Inicialmente se iba a tratar de una entrega única para la serie “Future Shock”. Además, no iba a ser humorística, puesto que 2000 AD ya contaba con dos series de género tipo en publicación regular.
Davis, tras haber visto su dibujo etiquetado de “realismo sucio” o “superheróico”, quería demostrar que era capaz de abordar otros estilos. A partir de la descripción de los personajes que Alan Moore había entregado al editor Steve McManus, éste se había hecho a la idea de que se trataría de una serie sobre motoristas y alienígenas de aspecto vicioso, una historia realista y sucia. Menuda sorpresa se debió llevar McManus al ver las páginas dibujadas por Alan Davis, puesto que su interpretación gráfica no podía estar más alejada de lo que el editor habían pensado. Y, sin embargo, funcionaron, porque su trazo fue uno de los factores que ayudaban a asimilar la violencia psicótica de los protagonistas.

Éstos son dos alienígenas adolescentes de la peor especie: Waldo D.R. (“Diminished Responsibility”) Dobbs, un delgaducho de exagerado tupé y cierto aire a los Skrull; y Ernie Quinch, cuyo cuerpo en forma de pera remite a los Teleñecos. Pero poco tienen que ver con las creaciones de Jim Henson. Waldo y Ernie son delincuentes juveniles, gamberros ultra-violentos devenidos psicópatas, moralmente despreciables, socialmente incompetentes y con la única pretensión de pasarlo bien sin importar los daños colaterales, ya sea jugando al tenis con granadas de mano o terraformando planetas enteros para escribir obscenidades sobre su superficie.
Libre de cualquier restricción y atadura a la realidad, Moore desgranó una serie de historias hilarantes

Aunque de lectura ligera, incluso amateur en su sencillez, Moore crea una sátira de las enloquecidas

En “Capitán Britania”, Davis había tratado de adaptarse al estilo Marvel. Con el personaje de Marvelman se vio obligado a imitar el estilo hiperrealista de su antecesor gráfico en el personaje, Garry Leach. Pero ahora, en “D.R. & Quinch”, Davis es, indudablemente, Davis. Puede que ahora el artista reniegue de este trabajo, calificándolo de inmaduro y hasta incompetente, pero lo cierto es que ya entonces y a pesar de estar haciendo malabarismos para cumplir las fechas de entrega, despliega un talento que ha soportado extraordinariamente bien el paso del tiempo. Sus caracterizaciones, sentido de la comedia física, dinámica narrativa y plasmación de las emociones de los personajes son sencillamente hilarantes. A ello se añade su preciso y limpio entintado y una atención por el detalle que proporciona una cualidad tridimensional a las historias.

“D.R. & Quinch” no tuvieron una larga vida. Entre 1983 y 1985 Moore solo escribió seis historias, divididas en episodios de seis páginas. Jamie Delano resucitó al insensato dúo en 1987, que durante nueve páginas ofrecían consejos a los lectores pidiendo a cambio material fisible o el teléfono de Adnan Kassogi.
“D.R. & Quinch” es una obra a mitad de camino entre el underground, el humor enloquecido, la farsa épica y la sátira descarnada, todo ello encajado en el género de la ciencia ficción. Apenas hay un episodio que pueda ser calificado de flojo, todos ellos están ejecutados con entusiasmo y buen hacer. Mejor aún, gracias a su falta de pretensiones, sus travesuras de destrucción masiva siguen siendo, treinta años después de su aparición, divertidas e irreverentes.
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