Julian Huxley, nieto del principal defensor de Darwin, T.H.Huxley, fue no sólo un notable biólogo evolucionista, sino un activo divulgador científico. En colaboración con H.G.Wells, publicó un tratado en nueve volúmenes titulado "La Ciencia de la Vida". Pionero en la utilización de los medios de comunicación como canales divulgativos, ganó un Oscar por el primer documental cinematográfico sobre el mundo natural, "The Private Life of the Gannets" (1934). Su trabajo en zoología promovió la educación medioambiental y el conservacionismo y su labor fue reconocida con su nombramiento como el primer Director General de la UNESCO (United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization). Y, por si fuera poco, en 1961 fundó la World Wildlife Fund (WWF). Y, con todo, en la historia popular de la genética, su figura queda ensombrecida por la de su hermano, Aldous.
Aldous Huxley no es sólo famoso por firmar el guión original de "Alicia en el País de las Maravillas" de Walt Disney, sino, sobre todo, por ser el autor de uno de los más importantes iconos de la ciencia ficción: "Un mundo feliz", un libro visionario al tiempo que enraizado en su tiempo, en el que se ofrece una inquietante visión de un futuro definido por la ingeniería genética y social.
Huxley halló su inspiración en la obra del colega de su hermano Julian, el ilustre H.G.Wells. Éste,

"Un mundo feliz" avanza hasta el siglo XXVI para retratar la desconcertante sociedad londinense. Dividido en tres partes, el libro nos presenta en primer lugar las generalidades del Estado Mundial, una sociedad que Huxley imaginó tras regresar de un viaje a los Estados Unidos. En el Estado Mundial del año “634 D.F:”, es decir, 634 años después de Ford, no hay guerra, pobreza ni dolor. Y todo ello gracias a la precisa aplicación de la ciencia genética.
Dicho así, podría interpretarse como un sentido homenaje al abuelo del autor, pero enseguida se hace evidente que tal paraíso oculta oscuros secretos. Porque todos estos parabienes se han obtenido eliminando cualquier desviación genética entre la población, borrando en el proceso (que incluye manipulación de los fetos, clonación y condicionamiento intensivo) todo aquello que los convierte en individuos dotados de personalidad propia. Es una sociedad homogénea y hedonista que se entrega a la promiscuidad, el uso intensivo de drogas alucinógenas, la felicidad vacía de expresión, el consumismo inducido y el culto al señor Ford -símbolo del utilitarismo y el capitalismo más descarnado-. No existe el crimen, la miseria o la enfermedad, la medicina ha conseguido una especie de juventud perpetua hasta la muerte que, cuando acontece a los sesenta años, se afronta de forma tranquila y serena en establecimientos diseñados a tal efecto.

Los niños ni siquiera son educados por sus progenitores. El distanciamiento del mundo natural se


Y, por supuesto, el consumismo y la eficiencia económica. Hasta los cadáveres se reciclan. Todo se sacrifica al altar de la eficacia y la productividad, palabras-mantra con que se nos bombardea hoy día en el mismo intento de lavado de cerebro que en el libro de Huxley. Esa obsesión llega hasta el propio diseño genético: “Aunque la mente de un Epsilon alcanzaba la madurez a los diez años, el cuerpo no era apto para el trabajo hasta los dieciocho. Largos años de madurez superflua y perdida. Si el desarrollo físico pudiera acelerarse hasta que fuera tan rápido, digamos, como el de una vaca, ¡qué enorme ahorro para la comunidad!". Es la eficiencia fría y deshumanizada que tanto temían los intelectuales de la época.

El fordismo transformó la fábrica en una suerte de supermáquina que combinaba partes mecánicas y otras humanas. No es extraño pues, que las sensaciones de alienación y deshumanización dominaran el pensamiento intelectual de la época. El vagabundo interpretado por Charlie Chaplin acaba "procesado" por la cadena de montaje en "Tiempos Modernos"; Fritz Lang edifica una Metrópolis en la que los obreros son tratados como máquinas y Aldous Huxley retrata la producción en serie de individuos manipulados genéticamente en un mundo en el que Henry Ford es venerado como una figura sagrada y el Interventor Albert Mond, al mando de Europa Occidental, simboliza el perfecto industrial.
Lo realmente aterrador de ese futuro es que, como reza el título, todo el mundo es feliz. El propio

(Continúa en la siguiente entrada)
futurista
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