lunes, 29 de abril de 2024

2015- HUMANS



En un momento como el presente, en el que la sociedad está experimentando unas transformaciones más profundas y rápidas que en toda su Historia gracias a la tecnología, es normal preocuparse por las consecuencias que tendrán estos avances, acometidos siempre sin una reflexión previa sobre los efectos que surtirán en las relaciones sociales y los peligros que pueden generar. Eso es lo que hace la serie de televisión “Humans” en relación a la Inteligencia Artificial, llevando un paso más allá los actuales desarrollos con el fin de proporcionarnos cierta perspectiva y campo de debate.

 

“Humans” está basada en una serie sueca anterior titulada “Real Humans”, creada por Lars Lundstrom y adaptada para esta coproducción de la americana AMC y la británica Channel 4 por los guionistas ingleses Sam Vincent y Jonathan Brackley. Lo que inmediatamente supieron entender ambos es que el foco debía ponerse no tanto en la acción o el suspense como en los temores y emociones cotidianos tanto de los humanos como de los androides que ahora conviven con ellos y prestar más atención a los dilemas, preocupaciones y desafíos del hombre corriente que a las grandes conspiraciones globales.

 

En un futuro cercano, el término Synth (o sintético) se utiliza para referirse a androides con inteligencia artificial que, lejos de ser un objeto de lujo o una cara exhibición en un parque temático (como en “Westworld”), han pasado a ser de uso común en todos los niveles de la sociedad: actúan de cuidadores de niños y ancianos, realizan servicio doméstico, desempeñan labores públicas o médicas, actúan de recepcionistas, operarios en fábricas, conductores… Su aspecto es completamente humano a excepción de sus ojos de un brillante esmeralda y una cierta lentitud y meticulosidad en sus movimientos. Lo que no tienen es personalidad propia, entendida esta como emociones, autoconsciencia o deseos. Obedecen las órdenes que se les imparten de acuerdo a las Tres Leyes de la Robótica asimoviana.

 

La serie se abre presentando a la atribulada familia Hawkins. El marido y padre, Joe (Tom Goodman-Hill) se esfuerza por atender las exigencias de la vida doméstica mientras su esposa, la abogada Laura (Katherine Parkinson) se encuentra en otra ciudad por motivos de trabajo. El matrimonio tiene tres hijos: la rebelde adolescente Mattie (Lucy Carless); Toby (Theo Stevenson), algo menor pero también en la adolescencia; y la pequeña Sophie (Pixie Davis). Como cualquier padre moderno, Joe tiene problemas para compatibilizar la organización familiar con su trabajo, especialmente cuando Laura, que sólo iba a estar fuera dos días, lleva ya cinco ausente.

 

Así que Joe, desesperado, decide adquirir un synth en contra de los deseos de Laura. El modelo elegido es Anita (Gemma Chan), una belleza de rasgos exóticos (se supone que el comprador no elige el androide en función de su aspecto, sino que se le suministra uno acorde a sus necesidades). En cualquier caso, Sophie se muestra encantada de tener a alguien que pueda cuidar de ella en vez de su a menudo ausente madre. Toby, con sus hormonas alteradas, la encuentra irresistible (lo que le llevará a intentar un incómodo acercamiento físico rápidamente abortado por el androide). Mattie, por el contrario, se muestra inmediatamente reacia a la idea de tener un synth cerca. Y, claro, cuando Laura regresa de su viaje de negocios y se encuentra la casa perfectamente limpia, una deliciosa comoda preparada y sus hijos bien atendidos, la considera una peligrosa competidora por el afecto de éstos.

 

Ya desde el comienzo se deja claro lo que está en juego en este nuevo mundo que ha propiciado la proliferación de synths. Laura se siente una perdedora, una mala madre a la que resulta fácil reemplazar por un artefacto. Sophie cree que Anita es perfecta: le presta la atención que ella demanda, le lee cuentos en la cama y siempre esta ahí cuando la necesita. De hecho, la niña, carente por completo de prejuicios, trata a Anita como una auténtica humana valorándola no por lo que es sino por lo que recibe de ella. Joe, al menos inicialmente, ve a los synths como meras máquinas que realizan una tarea. Mattie representa la generación de jóvenes ingleses que ha quedado laboralmente desplazada por los synths. Aún peor: como le ocurre a Laura, se sienten inútiles. ¿Para qué esforzarse en obtener una educación cuando los synths pueden trabajar mejor, más rápido y más barato?. Ellos lo tienen muy claro: la tecnología les ha arrebatado el futuro.

 

Son reacciones no sólo comprensibles sino familiares en un mundo, el nuestro, que se siente tan emocionado como amenazado por las nuevas inteligencias artificiales ahora en desarrollo. “Humans” lleva las cosas algo más lejos introduciendo elementos que pueden transformar todavía más la sociedad. El profesor Edwin Hobb (Danny Webb) es un científico especializado en synths que trabajó a las órdenes del genio ya fallecido que creó los actuales androides. Hobb cree que un grupo de synths han evolucionado más allá de su programación original, desarrollando auténtica inteligencia, emociones y libre albedrío. Considerándolos una amenaza, los persigue respaldado por la principal empresa fabricante de synths, que no puede permitir que unos modelos con “funcionamiento defectuoso” anden sueltos.

 

Al frente de ese grupo de synths huidos está Leo (Colin Morgan), que al principio parece un humano dispuesto a salvar a quienes considera su familia y que más adelante descubriremos tiene una naturaleza única y muy especial. Precisamente, Anita fue apartada a la fuerza de ese grupo, sometida a un borrado de memoria y puesta a la venta como synth comercial. Ese pasado suyo puede ser la fuente de ciertos comportamientos algo sospechosos que afloran ocasionalmente mientras aparenta ser una obediente androide doméstica y que Laura ha sabido detectar pese a su sutileza. 

 

No puede decirse que haya nada particularmente nuevo u original en la premisa de “Humans”. Pero eso no es necesariamente malo. Aunque es un género que puede vanagloriarse de desplegar una inmensa imaginación, la ciencia ficción, como cualquier otro aspecto de la creatividad humana, recicla y reformula ideas y conceptos. Lo importante es la ejecución de ese ejercicio de reimaginación. La ciencia ficción no anda escasa de robots, tanto en su vertiente agresiva y genocida como en la amistosa y cooperativa. Lo que aporta “Humans” es una mirada serena, inteligente y reflexiva a un conflicto ya muy viejo: la relación del hombre con sus creaciones.

 

Una de las razones por las que “Humans” escapa de las clásicas limitaciones del subgénero robótico es que sabe establecer una conexión entre el espectador y el mundo de los synth. Y ello es gracias al tiempo que se toma para explorar a los diversos personajes. Ninguno queda marginado, se comporta de forma inverosímil o resulta antipático (con la posible excepción de Leo, cuya permanente angustia combinada con su hosco temperamento puede resultar algo cargante aun cuando tienen explicación). El extenso y diverso reparto permite explorar todo tipo de opiniones divergentes respecto al avance tecnológico que suponen los synths… y los de éstos respecto a los humanos que se sirven de ellos considerándolos en el mejor de los casos una mera máquina y, en el peor, una amenaza que hay que exterminar.

 

Así, Niska, después de sufrir abusos como androide sexual y contemplar la destrucción de androides que, con sádica violencia, se lleva a cabo todas las noches en clubs clandestinos, decide empezar una revolución. Por el contrario, Karen Voss (Ruth Bradley), quiere impedirlo pese a ser ella misma una androide infiltrada en la policía y cuya auténtica naturaleza ignoran hasta sus congéneres (este personaje en particular es muy interesante dado que no encaja en la clásica dicotomía héroe/villano). Sus razones para impedir que los androides inteligentes proliferen no carecen de peso: para ella, dotar de consciencia a otros sintéticos no haría más que multiplicar exponencialmente el sufrimiento.

 

Anita resulta inmediatamente atractiva no sólo por su físico, sino por su no programado interés por lo que le rodea: por ejemplo, contempla la luna de una forma tan poco “artificial” que Laura empieza a sospechar que algo no va bien. Gemma Chan sabe transmitir de forma sobresaliente tanto la suavidad, gentileza y sumisión con la que se desenvuelven los synth como las cualidades humanas que esconde tras esa fachada involuntaria producto del borrado de memoria. Todo el reparto hace un trabajo muy competente (especialmente Goodman-Hill y Parkinson, que dan vida a un matrimonio absolutamente verosímil), pero Chan es la que realmente captura la atención del espectador.

 

También es necesario destacar a William Hurt como el doctor George Millican, un ingeniero del proyecto synth original y propietario de Odi (Will Tudor), un modelo anticuado que el gobierno le exige reciclar por razones de seguridad. Pero George no puede soportar la idea de separarse de un ser que, aunque artificial y con cada vez más fallos, considera parte de su familia y depositario, además, de los recuerdos de su esposa que él ya no puede conservar en su propia memoria. Hurt transmite con su personaje un intenso sentimiento de soledad y arrepentimiento (odia las actualizaciones que destruyen las conexiones que las familias han ido creando con sus synth) al tiempo que aportando cierto toque de humor cuando los servicios sociales le imponen la vigilancia de un modelo más moderno, Vera (Rebecca Front), que le vigila y monitoriza estrechamente.

 

Conforme avanza la serie, la relación de Joe y Laura se agrieta cuando se dan cuenta de lo diferentes que son sus puntos de vista y actitudes respecto a los synth. Pero, de hecho, los synth no son más que una pantalla en blanco sobre la que proyectamos nuestros deseos, temores o inseguridades. George tiene con Odi una relación de padre-hijo, pero Pete Strummond (un policía especializado en delitos relacionados con synths, departamento aburrido como pocos) tiene celos de Simon, el androide fisioterapeuta y enfermero que el seguro médico ha asignado a su mujer lesionada y que vive con ellos en su piso.

 

De la misma forma que los personajes humanos tienen opiniones y actitudes diferentes respecto a los synth, también acometen de distintas formas el desafío de entender cómo funcionan éstos. Por ejemplo, la gente como Mattie sólo ve a los androides como líneas de programación (al menos al principio, porque todos los personajes en esta serie evolucionan respecto a sus posturas iniciales), mientras que Laura se desespera al no poder penetrar en la “mente” de Anita / Mia.

 

Una de las posibles razones por las que algunos personajes temen a los synth es porque los androides les obligan a mirar en su interior, a comprenderse mejor, y eso no siempre es agradable. Conforme los sintéticos aprenden más a ser humanos, se genera un efecto “espejo” en virtud del cual los humanos empiezan a aprender más sobre sí mismos. Para algunos personajes, la idea de que algo tan sofisticado, extraordinario y misterioso como el “alma” humana se manifieste en un robot, resulta terrorífica. Y es que, al crear una nueva especie diferente a la humana y a la que se utiliza como esclava, la serie presenta un abanico de comportamientos que muestran la complejidad de nuestra propia naturaleza.

 

Y relacionado con esto, ya avanzada, la serie, aparece el movimiento “Nosotros somos la Gente”, cuyos discursos y argumentos dejan bien claro que su miedo hacia la inteligencia artificial tiene tres razones: su incapacidad para comprender a los robots; el rechazo a la asunción por parte de los androides de roles tradicionalmente desempeñados por humanos; y el temor a que se apoderen del mundo.

 

La solución al problema de la comprensión puede residir en los propios robots. Cuanto más parecidos a nosotros los hagamos, más fácil será empatizar con ellos. En nuestra sociedad, sólo somos capaces de comprender aquello que se asemeje al comportamiento humano, los fenómenos y criaturas naturales (incluidos los animales) o la cultura. Por lo tanto, sólo cuando los synths se conviertan en humanos podrán éstos comprenderlos plenamente. En la serie esto queda ejemplificado cuando el odio de Laura hacia Anita se disipa al recuperar ésta su antigua identidad de Mia, un synth con consciencia, identidad, sentimientos y propósito. El androide deja de ser visto como tal por Laura para ser tratada como una igual.

 

En cuanto al viejo temor de que los robots se queden con nuestros trabajos, éste es un problema muy real y de actualidad en ciertos sectores, en los que humanos y máquinas son redundantes. En realidad, la principal causa de la redundancia somos nosotros mismos. Todos los robots e inteligencias artificiales actuales tienen el cometido que nosotros les asignamos. Si tenemos en cuenta los tipos de sintéticos que se muestran en “Humans”, cada uno de los Hawkins, por ejemplo, le encomienda ciertas tareas a Anita que hasta ese momento realizaban ellos. Y esto enfatiza la idea de que estos androides no son más que tábulas rasas. Al asignarles trabajos que de otra manera deberíamos realizar nosotros mismos, nos estamos descargando de responsabilidades, lo que, de alguna forma, nos hace menos humanos. Somos nosotros quienes elegimos para qué vamos a utilizar a los robots, les damos u propósito en forma de trabajos que no deseamos realizar, pero, en el proceso, hacemos que ciertos aspectos familiares o laborales sean redundantes. Por tanto, no son los robots los que provocan redundancias que llevan a sustituir  humanos por máquinas sino nosotros mismos quienes decidimos hacerlo, ya sea de forma individual o colectiva, por comodidad o razones económicas.

 

En cuanto al miedo a una revolución de las máquinas, que es a lo que más teme el movimiento “Nosotros somos la Gente”, contradice frontalmente la incomprensión de la “mente” robótica o la inteligencia artificial. Como he mencionado antes, para comprender realmente a los sintéticos, éstos necesitan ser más humanos. Pero si decidimos tomar esa dirección, la dicotomía synth-humano en la que los unos son dominados por los otros, desaparece y la situación se complica. Lo que obtendríamos sería una sociedad en la que coexistirían dos “especies” humanas (los Homo sapiens y los sintéticos con autoconsciencia), cuya inevitable consecuencia sería una lucha por el poder. Si hay algo que la Humanidad deba temer es, precisamente, el momento en el que los androides pierdan su condición de siervos y la brecha desaparezca. Y ese es precisamente el escenario que plantea el final de la segunda temporada.

 

Uno de los objetivos de las historias de robots suele ser hacer que el lector/espectador reflexione sobre lo que significa ser humano y qué conlleva tal consideración en un entorno de convivencia. En esta línea, “Humans” también aborda el tema de los derechos de los synths en nuestra sociedad. En un episodio, Mattie reconviene a dos jóvenes que querían tener sexo con un synth con batería descargada, mientras que, en el capítulo final de la primera temporada, Hobb explica que dado que Leo es un synth, sus derechos se encuentran en una zona gris.

 

Pues bien, si los robots y los synths pueden ayudar a definir la naturaleza humana, ¿consigue desentrañar “Humans” nuestra propia complejidad? Aunque probablemente esto sea algo que jamás consiga explicarse del todo –para empezar porque ni siquiera existe una definición con la que todo el mundo pueda estar de acuerdo-, la serie sí aboceta algunos de nuestros principales rasgos: libre albedrío, emoción, memoria y propósito vital.

 

La tensión y rapidez en el desarrollo de las relaciones entre synths y humanos aumenta considerablemente en la segunda temporada, que empieza unos meses después del final de la anterior. De nuevo, la familia Hawkins va a encontrarse en el centro de una situación que cambiará el mundo. Laura, Joe y sus hijos se han mudado a una nueva casa y tratan de recobrar cierta sensación de normalidad. Pero ninguno de ellos va a poder quitarse de la cabeza a los synths autoconscientes que conocieron semanas atrás, empezando por Laura, a la que uno de aquéllos, Niska (Emily Berrington), le pide que defienda sus derechos nunca reconocidos ante el gobierno y la corporación que quiere destruirla. Mattie sigue en contacto y ayudando a sus amigos synths, ahora empeñados en acoger y esconder a otros androides que han ido despertado a la consciencia a raíz de los acontecimientos narrados en la temporada anterior).

 

Joe pierde su trabajo tras ser sustituido por un synth. Toby se siente atraído por una chica de su clase que sufre de un síndrome, el Desorden Juvenil de Supraindentificación Sintética, cada vez más extendido entre los niños y adolescentes, que les lleva a comportarse como si fueran synths; un trastorno que también ha empezado a afectar a la pequeña Sophie, que echa de menos profundamente a Anita.

 

Los synths protagonistas también afrontan nuevos problemas. Sus recientes fracasos han provocado un cisma en su seno: Leo, convencido por Hester (Sonya Cassidy), una synth que trabajaba en una fábrica en la que sufría todo tipo de humillaciones, opta por un camino peligroso del que la violencia no está exenta. Max, por otro lado, encuentra un lugar aislado donde esconder a otros semejantes sin entrar en conflicto directo con nadie. Todos ellos están amenazados por el trabajo de la doctora Athena Morrow (Carrie-Ann Moss), cuyo trauma personal le lleva a desarrollar una Inteligencia Artificial que reaccionará de formas que ella ni preveía ni deseaba.

 

Más allá de los Hawkins, el mundo de humanos y androides autoconscientes empieza a difuminarse cuando los primeros entran en contacto íntimo con los segundos, obligando a todos, como le había pasado a la familia protagonista, a reevaluar sus opiniones y prejuicios. El profundo desengaño de Mia cuando el humano por el que se sentía atraída la traiciona, apaga mucho de su positivismo anterior. La relación de pareja que entablan Pete y Karen les lleva a ver al colectivo al que pertenece el otro bajo un prisma diferente. Gemma Chan y Ruth Bradley, que dan vida respectivamente a Mia y Karen, ofrecen un trabajo sobresaliente en sus transiciones de “humano falso” a androide y viceversa, pasando de forma sutil pero natural de respuestas inexpresivas y mecanizadas a manifestaciones emocionales genuinas.

 

Como toda buena CF, “Humans” no solo ofrece la visión de un futuro posible, sino que nos habla de nuestro presente. No es difícil identificar las manifestaciones que se ven en la serie contra los trabajadores synth o que éstos sean considerados como miembros de pleno derecho de la sociedad con otras que se dan en nuestro propio mundo y época protestando contra los inmigrantes indocumentados o los refugiados. En la segunda temporada, cuando Joe, harto de la situación, trata de convencer a la familia para mudarse a una pequeña ciudad en la que los synth están prohibidos, Laura le replica: “¿Para qué, para vivir en una burbuja falsa que parece sacada del pasado en el que todo el mundo finge que el futuro no está sucediendo?”. Sí, está hablando de la Inglaterra que existe en el contexto de la serie, pero es imposible no escucharla sin que venga a la mente el Brexit o las capas más reaccionarias de la sociedad norteamericana –o de tantos otros países-.

 

“Humans” es una serie que, sin histrionismos, acción desaforada o aspiraciones épicas, aborda el siempre ambiguo tema de la Humanidad, un atributo que quizá algún día deje de pertenecer en exclusiva a los seres biológicos que hoy conocemos como humanos u Homo sapiens, sino que lo compartan criaturas artificiales ideadas por nosotros mismos y que, como nosotros, sean capaces de superar las limitaciones con las que nacieron para alcanzar todo su potencial.

 

“Humans” consigue combinar la sofisticación interpretativa y técnica de los dramas televisivos británicos con la depuración conceptual y estética de los programas estadounidenses y el toque intelectual y sombrío de los thrillers escandinavos para crear una fusión de sensibilidades apta para un público internacional. Una serie, en fin, que quizá haya sido menos publicitada y comentada que otras sobre el mismo tema (“Westworld”, por ejemplo), pero que sin duda merece la pena conocer tanto por la historia que cuenta como por su tono reposado –que no lento, aburrido o carente de drama-, sobresaliente trabajo interpretativo, capacidad de suscitar reflexiones y debates alrededor de temas muy profundos y accesibilidad (24 episodios repartidos en tres temporadas).

 

 


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