(Viene de la entrada anterior)
La cuarta historia, “El Río Leteo Sabe Amargo”, es la más conmovedora de las seis. Aunque está narrada por el erudito judío Sol Weintraub, en realidad trata tanto de él como de su hija, Rachel, una joven arqueóloga que se internó en las Tumbas del Tiempo treinta años atrás y que a causa de las mareas entrópicas contrajo una extraña enfermedad, la dolencia de Merlín: A partir de ese momento, Rachel ha ido viviendo “al revés”, esto es, rejuveneciendo día a día y perdiendo los recuerdos de la jornada anterior. En el momento en que transcurre la acción principal, a Rachel la separan ya sólo unos días de su muerte/nacimiento y Sol tiene la esperanza de que el encuentro con el Alcaudón revierta la situación.
Aunque este pasaje tiene elementos de auténtico terror psicológico, su núcleo es eminentemente

El quinto relato, “El Largo Adiós”, contado en primera persona por una detective privado, Brawne Lamia, entra de lleno en el terreno policiaco y ciberpunk: ambiente de género negro con investigador incluido, una oscura conspiración, inteligencias artificiales y ciberviajes (resulta difícil no ver también paralelismos con las novelas del robot R.Daneel Olivaw de Asimov). Hay pasajes que hacen deliberada y clara referencia a la entonces todavía reciente explosión del ciberpunk: “Flotaba en un plano de datos grises azulado, recorría autopistas de

almacenamiento de datos, rojos rascacielos envueltos en hielo de seguridad negro, entidades simples como cuentas personales o archivos empresariales que ardían como refinerías en llamas en la noche. Encima de todo, como suspendido en un espacio distorsionado, colgaba el peso gigantesco de las IAs, sus comunicaciones más simples palpitaban como relámpagos violentos en los infinitos horizontes”. Hay en este planeta incluso una referencia a un tal “Cowboy Gibson”, el único hacker que consiguió infiltrarse en el Tecnonúcleo…
Es aquí donde empieza a introducirse la importancia –fundamental, como se verá en el segundo volumen del ciclo- de este Tecnonúcleo, el conjunto de inteligencias artificiales que siglos atrás alcanzaron la independencia de sus creadores humanos para conformar todo un cibermundo desde el que supervisan las actividades de sus antiguos creadores y asesoran al gobierno de la Hegemonía, hasta el punto de que ésta depende ahora totalmente de aquél. Sin embargo, y como descubre Lamia, en su seno anidan graves fracturas ideológicas respecto a la relación que deben guardar con los humanos. Una de las facciones, de hecho, está a favor de aniquilarlos, lo que pondrá en

El relato final, “Recordando a Siri” fue en realidad el germen de “Hyperion” dado que apareció en 1983 como relato corto en “Asimov´s SF Magazine”. Este pasaje, narrado por el Cónsul, cuenta la rebelión del paradisiaco mundo de Alianza-Maui (una especie de exótica Polinesia) contra la implantación de un teleyector orbital por parte de la Hegemonía. Se trata de una historia que aúna el romance, la venganza y la ácida crítica al colonialismo tecnológico y cultural y el sacrificio del ecosistema a favor del turismo y la industria. Aunque no resulta tan intenso como los anteriores, cumple la función de empezar a atar cabos y llamar la atención del lector respecto a elementos en apariencia aleatorios presentados en las narraciones anteriores.

Pero “Hyperion” es mucho más que una mera introducción. No sólo es un ejercicio de estilo literario en la forma de cuentos muy distintos en fondo y forma, sino que en ellos se apuntan temas profundos, como el origen y propósito de la inteligencia y la vida, la galaxia, los universos alternativos, la creación literaria, el límite –o ausencia del mismo- del amor, la búsqueda de la espiritualidad y la redención, el colonialismo, el estancamiento social y tecnológico al que puede llevar la estabilidad política, los peligros de

El universo que crea Simmons no sólo tiene una enorme originalidad y complejidad y está repleto de personajes, mundos y ambientes sino que ha envejecido muy bien gracias a detalles como, por ejemplo, que todo el mundo disponga de implantes cerebrales que les permite conectar con la Esfera de Datos de sus respectivos planetas, una especie de internet; una idea perfectamente válida hoy día, un cuarto de siglo después de su publicación.
Pero es que, además, el autor acierta en la forma en que nos va presentando todas esas facetas, en moderadas dosis insertas en cada relato, tocadas brevemente en diálogos o medidas explicaciones que poco a poco van aclarando qué lugar ocupa cada pieza del rompecabezas –o eso es lo que parece durante buena parte de este ciclo-. Cada uno de los cuentos de los peregrinos funciona perfectamente como un relato mayormente autocontenido o novela corta y aunque hay pasajes bastante desagradables (como la descripción del Árbol de las Espinas, en el que miles de víctimas agonizan eternamente), éstos se equilibran con otros repletos de ternura y humanidad. Hay en todos ellos, como he apuntado,

“Hyperion” cuya diversidad narrativa sirve también a otro propósito: reflejar un universo de viajes instantáneos y, por tanto, de choques igualmente instantáneos entre culturas radicalmente diferentes. El argumento subraya los tiempos fracturados de diversas culturas planetarias y cómo el viaje interestelar tanto ordinario como a través de los teleyectores hace que la gente experimente la vida y la longevidad de diferente forma. La space opera de los años treinta del pasado siglo tendía a presentar el encuentro de la modernidad (representada

Así, la novela oscila de tribus primitivas a monjes medievalizantes, de templarios ecologistas a futurismo ciberpunk o batallas espaciales. El misterio que ocupa el corazón de la trama, las Tumbas del Tiempo, posee su propia temporalidad, moviéndose hacia atrás en el flujo del tiempo e intersectando el presente del planeta Hyperion. Y aun así, Simmons consigue aprovecharse del caos temporal que él mismo ha organizado (si es que se puede decir así) para remedar el irregular desarrollo de la Tierra del siglo XX. Los palestinos siguen exiliados: “Cada palestino de la Red de Mundos y de otras partes llevaba el recuerdo cultural de un siglo de luchas coronado por un mes de triunfo nacionalista antes de que la Jihad Nuclear de 2038 lo arrasara todo. Luego vino la segunda Diáspora, que esta vez duró cinco siglos y terminó en mundos estériles y desiertos

“Hyperion”, hoy ya todo un clásico, tiene todo lo que un fan de la CF podría desear: personajes


En general, como he dicho, “La Caída de Hyperion” presta mayor atención al rico universo que

Aún estando muy bien escrito y ofreciendo una trama enrevesada y plena de personajes interesantes, probablemente “La Caída de Hyperion” no sea un libro que sorprenda tanto ni suscite opiniones tan encontradas como su antecesor. Es, sencillamente, una novela más convencional que encaja en el subgénero de space opera mucho mejor que “Hyperion”. Encontramos aquí temas y elementos clásicos del subgénero como los

Volvemos a encontrar aquí los mismos temas que en el volumen anterior, algunos de ellos más profundamente desarrollados y otros nuevos igualmente interesantes. Está el tema del hombre contra la máquina y lo que podría suceder cuando una inteligencia artificial toma conciencia de sí misma y empieza a tomar decisiones por su cuenta. Encontramos también la dicotomía entre el estancamiento y el cambio: la Red de Mundos ha permanecido tecnológica y socialmente

Otra de las ideas principales en este segundo volumen es el del Punto Omega, un término acuñado en el siglo XX –en nuestra propia realidad- por el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin para describir el punto más alto de la evolución de la consciencia, considerándolo como el fin último de la misma y que en Hyperion toma la forma de una inteligencia artificial superevolucionada tan poderosa que puede proyectarse hacia atrás en el tiempo. ¿Sería un ser semejante indistinguible de un Dios “real”? De no ser así, ¿qué consecuencias tendría ello para las religiones basadas en un Dios sobrenatural situado en el origen de las cosas y no al final? La religión está presente en otros momentos de la novela en los conceptos de pecado, redención, castigo y sacrificio. Sol Weintraub, uno de los peregrinos, está sumido en un debate teológico interior sobre si la obediencia y el sacrificio son actos exigibles por Dios; como judío que es,

También aquí Simmons recurre al uso extensivo de la poesía. Y no me refiero solamente a la inclusión de poemas –que las hay- sino a utilizar poetas “reales” como personajes importantes de la trama. Está, claro, Martin Silenus, protagonista de su propia narración en el primer volumen y del que ya hablé más arriba. Pero el más importante en “La Caída de Hyperion” es Joseph Severn, un sosias de John Keats. En realidad, es un cíbrido creado por el Tecnonúcleo, una inteligencia artificial construida en base a los “recuerdos” de Keats e inserta en un cuerpo genéticamente idéntico al de aquél. Y como me ocurría en el primer volumen, vuelvo a

Junto al poco acertado abuso del subtexto poético encontramos otros puntos débiles: algunos giros argumentales son demasiado rebuscados y no resulta fácil seguir todas las revelaciones y sus consecuencias. Las subtramas de los peregrinos empiezan en un clímax y avanzan en una excesivamente larga deriva hacia su conclusión, llegando en ocasiones a resultar un tanto estáticas. Algunas de las partes de la narración rayan lo increíble incluso para la space opera, como cuando Severn sueña con lo que los peregrinos están viviendo a años luz

Con todo ello y aunque no llega a la calidad del primer volumen de la serie, “La Caída de Hyperion” es una lectura recomendable para aquellos que disfrutaron de aquél: resuelve las cuestiones dejadas inconclusas en el volumen anterior, mantiene un estilo narrativo culto pero accesible y ofrece en la construcción de su universo pasajes y conceptos verdaderamente maravillosos, emocionantes y plenos de misterio.
En cualquier caso, las dos primeras novelas del ciclo, aunque registren evidentes diferencias en cuanto a estructura y tono, pueden considerarse una lectura conjunta obligada debido a lo íntimamente que están imbricadas: la segunda no tiene sentido sin la primera y la conclusión de ésta sólo se alcanza en aquélla. Cada una tiene sus méritos pero es la combinación de ambas la que alcanza la categoría de obra señera de la CF.
Hay que decir también que son muchos los lectores que no tienen inconveniente en leer solo la

En resumen, las novecientas páginas y medio millón de palabras de estas dos novelas que componen el primer ciclo de la tetralogía de Hyperion son de lectura imprescindible para cualquier aficionado a la CF que se precie siempre y cuando, como decía más arriba, cuente con cierto bagaje como lector. Es una lectura que requiere cierto esfuerzo pero que a cambio ofrece momentos intensos, originales y apasionantes y un universo rico, absorbente y vibrante, rebosante de sentido de lo maravilloso. Simmons no menosprecia al lector y le hace trabajar para unir todas las piezas, seguir las peripecias de los muchos personajes, localizar las referencias metaliterarias tanto de la CF como más allá de ella y reflexionar sobre las cuestiones filosóficas que inserta en el argumento.
(Sigue en una próxima entrada)
Magníficas reflexiones sobre una de las sagas más espectaculares de los ochenta. Simmons es un gran escritor también en el ámbito del terror: Terror (con serie amparada por Ridley Scott), La canción de Kaly o Los vampiros de la mente o Un verano tenebroso, entre otras. Yo, como buen aficionado a la ciencia ficción, podría decir que en los años ochenta este género se infantilizó en el cine y se hizo adulto en la literatura, no solo con Simmons, sino también con George R.R.Martin (antes de Juego de Tronos), C.J.Cherryh, Connie Willis, William Gibson, Gregory Benford, Vernor Vinge, A.A. Attanasio, Robert L.Forward, Stephen Baxter y tantos y tantos otros. En fin, suerte que siempre nos quedan los libros, los buenos libros.
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