sábado, 26 de mayo de 2018

1939 -BARRERA SINIESTRA- Eric Frank Russell



Astounding Science Fiction” fue sin duda la revista pulp señera en el periodo que se ha dado en llamar “Edad de Oro de la Ciencia Ficción”. Pero no fue ésta la única publicación de temática fantacientífica editada por John W.Campbell bajo el poderoso sello Street & Smith. Dieciocho meses después de hacerse cargo de aquélla, Campbell lanza “Unknown” en marzo de 1939, con cadencia mensual hasta diciembre de 1940 y luego bimensual desde febrero de 1941 hasta octubre de 1943, momento en que fue cancelada a causa de la escasez de papel durante la Segunda Guerra Mundial.



En contraste con la ciencia ficción de línea más o menos dura que podía leerse en las páginas de “Astounding”, su hermana “Unknown” ofrecía lo que en inglés suele conocerse como “weird tales”, narraciones que ponían el acento en el componente fantástico o de misterio. Con ella, Cambpell esperaba hacer con la Fantasía lo que “Astounding” había conseguido en la CF: aportar al género más respetabilidad gracias a una mayor exigencia literaria y una superior dosis de lógica y coherencia en los relatos. Para nutrir esta publicación, Campbell se sirvió con frecuencia del mismo equipo de escritores que colaboraba en “Astounding”, a saber, L.Ron Hubbard, Eric Frank Russell, A.E.van Vogt, Theodore Sturgeon, Robert Heinlein… Aquí aparecería serializada, por ejemplo, “Más Oscuro de lo que Pensáis”, un libro de Jack Williamson que combinaba licantropía, antropología y pseudociencia; o también la primera historia de “Fahrd y el Ratonero Gris”, espada y brujería a cargo de Fritz Leiber.

“Unknown” empezó su andadura con paso firme. La historia principal de su primer número fue “Barrera Siniestra”, de Eric Frank Russell, cuyas cincuenta mil palabras ocupaban más de la mitad de su extensión. En puridad, se trataba de toda una novela y aunque no tan depurada en argumento y caracterización como otras obras posteriores suyas como “Sabotaje Interplanetario” (1948), la historia tiene mucha inventiva. Se dice –aunque nunca se ha confirmado esta aseveración- que Campbell quedó tan impresionado con ella que creó “Unknown” para servirle de soporte.

En términos argumentales, “Barrera Siniestra” narra de forma lineal y directa el conflicto de los humanos con una raza de poderosos y esquivos alienígenas, un tema harto común en la ciencia ficción pulp. Pero es en la forma en que se presenta la historia lo que constituye su novedad: una especulación en forma de ficción acerca de lo que podría ser una posible explicación de los fenómenos extraños como los descritos por Charles Hoy Fort, uno de los primeros estudiosos y
recopiladores de sucesos sin explicación e ignorados por la ciencia convencional: extrañas luces en el cielo, misteriosas desapariciones, percepción extrasensorial…

Durante su vida, Fort amasó una enorme colección de recortes de periódicos y revistas acerca de fenómenos extraños, sucesos que comentó en ensayos como “El Libro de los Condenados” (1919). Son los suyos libros todavía divertidos de leer, no sólo por su inmensa recopilación de acontecimientos grotescos de todo pelaje sino por los apuntes del propio Fort, quien no tenía capacidad para separar lo escandalosamente falso de lo digno de indagación y cuyas explicaciones resultan hoy extravagantes y con una inclinación siniestra y alarmista.

Desde siempre, muchos escritores de ciencia ficción han sentido una atracción perversa por las iconoclastas ideas de Charles Fort acerca de la Ciencia y la realidad. Mientras dicen mantenerse apegados a los dogmas científicos, estos autores
disfrutan tanto como Fort rebuscando en aquéllos contradicciones y grietas que les permitan introducir, por ejemplo, naves más rápidas que la luz a pesar de los límites demostrados por la Teoría de la Relatividad de Einstein; o la existencia de telepatía aun cuando abundantes estudios niegan tal posibilidad. Al fin y al cabo, lo que busca un autor principalmente es tejer una buena historia e incluso quienes no se sienten particularmente obligados a mantener siquiera una apariencia de fidelidad a la Ciencia encuentran en las coloristas fantasías de Fort un material inspirador.

Por tanto, existe en la ciencia ficción un importante volumen de obras que podríamos calificar de “inspiración forteana”. La mayoría de los autores que en mayor o menor medida tomaron de él ideas fueron americanos y, de hecho, fue el distinguido crítico y escritor de CF Damon Knight el primero que escribió una biografía de este personaje: “Charles Fort: Profeta de lo Inexplicado” (1970). Pero el que más se identificó con su filosofía y más la reflejó en su bibliografía fue Russell, que era inglés.

Eric Frank Russell había nacido en Berkshire, Inglaterra, en 1905, hijo de militar. Creció en
Egipto, desempeñó varios trabajos muy variados (desde operador telefónico hasta viajante pasando por el de escritor de manuales técnicos para una acería) y entró en contacto con la ciencia ficción a mediados de los años treinta a través de la Sociedad Británica Interplanetaria, momento en el que comenzó a escribir, muchas veces con seudónimos, para las revistas americanas y especialmente, como he dicho, para las dirigidas por John W.Campbell. Eran los suyos relatos ingeniosos deliberadamente escritos al estilo pulp americano con el fin de venderlos fácilmente en ese mercado. Esto pasaba por abandonar cualquier pretensión intelectual –como las que podían apreciarse en autores británicos como H.G.Wells, Aldous Huxley o, especialmente, Olaf Stapledon- y ceñirse al ritmo, la caracterización y, en general, a todos aquellos elementos que aportaban viveza a la historia. Y lo consiguió. De hecho, y al margen de Arthur C.Clarke, fue el escritor no americano más popular en Estados Unidos y muchos lectores de las revistas en que publicaba jamás supieron que era inglés.

A mediados de los años treinta, Russell descubrió en una librería de segunda mano uno de los títulos de Charles Fort. Fascinado, empezó a buscar otras obras de ese autor y alejarse de su mentalidad racionalista inicial. Vendió su primera historia de CF, “The Saga of Pelican West”, en 1937 a “Astounding Science Fiction”, seguida de tres cuentos más. Pero cuando el editor de esta publicación, F.Orlin Tremain, fue sustituido por John W.Campbell Jr, Russell se encontró con mayores problemas para que sus narraciones fueran admitidas. Campbell tenía ideas muy específicas acerca de lo que podía considerarse CF y, desesperado, Russell empezó a revisar los libros de Fort en busca de ideas que pudieran inspirarle una historia. Y he aquí que encuentra una frase muy inquietante de aquél: “Creo que somos una propiedad”, haciendo referencia a la existencia invisible de seres que controlan nuestros destinos.

Así, alrededor de esa premisa básica, Russell empezó su primera novela, titulada “Forbidden Acres” y que bebía de la tradición del género negro en su versión pulp. A Campbell no le gustó el borrador que le envió, probablemente porque presentaba a la humanidad como una especie de escaso peso en la escala cósmica de las cosas, indefensa y
condenada a esperar la ayuda de una forma de vida superior. Era una historia muy pesimista que en absoluto tenía cabida en la filosofía editorial de “Astounding Science Fiction”. Russell trabajó intensamente para revisar el borrador y adecuarlo a las exigencias de Campbell, sobre todo haciendo que los humanos encontraran una forma de combatir la amenaza alienígena planteada. Y así, como decía al principio, la novela, ahora retitulada como “Barrera Siniestra”, recibió no sólo la aprobación de Cambpell sino un puesto de honor en el debut de su nueva revista, “Unknown”.

En una nota del autor al comienzo de la novela, éste dice que se trata de una “historia tan verdadera como es posible inventar presentando afirmaciones que pueden creerse o no bajo el disfraz del entretenimiento”. Cita también cierto número de fuentes “auténticas” tras las ideas presentes en la novela, incluyendo las especulaciones de Charles Fort. Y así, el libro se abre con una poco sutil referencia al estilo de “investigación” de este último: una supuesta noticia real aparecida en un periódico acerca de un suceso inexplicado: ocho estorninos caen
muertos del cielo en la Quinta Avenida de Nueva York mientras que un noveno vuela enloquecido hasta un restaurante, como si estuviera siendo perseguido. “¿Qué mato a los ocho estorninos? ¿Qué asustó al noveno? ¿Había alguna Presencia en el cielo?”… Muy en la línea, como he dicho, de la forma en que Charles Fort planteaba sus tesis en los ensayos y de acuerdo con su declarada intención de presentar hechos en forma de ficción, Russell introduce en la novela decenas de otros fragmentos “periodísticos”, según él auténticos, que narran sucesos de corte extraño y que conectan con la conspiración alienígena para aportar un grado extra de verosimilitud a la situación.

La acción transcurre en su mayor parte entre mayo y junio de 2015 (una fecha entonces bastante en el futuro respecto a aquélla en la que se escribió el libro). Bill Graham es un “enlace gubernamental entre científicos y el departamento americano de financiación especial” en Nueva York. Cuando contempla cómo uno de sus financiados, el profesor Walter Mayo, se arroja desde un decimosexto piso, Graham no puede creer que se trate de un suicidio. Convence a su superior para iniciar una investigación en la que colaborará con un policía, el teniente Art Wohl. Pronto averiguan que el del doctor Mayo
no es un caso aislado: muchos científicos prominentes de Europa y Estados Unidos han muerto recientemente en circunstancias misteriosas tras volverse aparentemente locos. Ese descubrimiento atrae la atención del Servicio de Inteligencia de Estados Unidos, pasando Bill y Art a trabajar bajo supervisión del coronel John Leamington.

La pista les conduce al profesor Edward Beach, en Idaho, que resulta ser el único superviviente de una enorme explosión que probablemente le tenía a él como objetivo. Trasladado a unas instalaciones secretas y superprotegidas, Bill consigue hacerle hablar. Resulta que otro científico, Peder Bjornsen, de Estocolmo, había descubierto un método para tratar el cuerpo humano y hacer que nuestros ojos accedan a un mayor rango del espectro electromagnético en las frecuencias más bajas. Y es entonces cuando dio con una horrible revelación: que “más allá de la barrera siniestra de nuestras limitaciones visuales, se encuentran nuestros malévolos y poderosos señores y amos, ¡las
criaturas que realmente dominan la Tierra!”. Bjornsen los describe como “esferas flotantes de luminiscencia azul pálido”, criaturas alienígenas inteligentes a las que otorga el nombre de Vitones.

Especialmente en sus dos últimos dos tercios, el libro describe a los Vitones con bastante detalle: “Se sabe desde hace tiempo que la energía nerviosa producida por el acto del pensamiento, así como la reacción glandular de las emociones tiene una naturaleza eléctrica o cuasi-eléctrica, y ese es el producto que alimenta a nuestros siniestros superiores. Pueden, y lo hacen, acelerar la cosecha cuando lo desean, estimulando rivalidades, celos y odios, sobreexcitando así las emociones”.

Estos extraterrestres tratan a los humanos como nosotros al ganado: son seres de energía que pueden influir en nuestro pensamiento y durante miles de años han provocado guerras, asesinatos y fanatismos religiosos con el fin de alimentarse. Pero es que además son los responsables de misterios sin resolver como naves intactas cuya tripulación ha desaparecido, bolas de fuego en el cielo, gente levitando, desastres y terrores de todo tipo. Dado que son
telépatas, pueden estimular similares capacidades psíquicas en los humanos y aquellos que han podido percibirles sin saberlo, han dado forma a los mitos de los vampiros, los fantasmas o los fenómenos poltergeist. Si un Viton extrae demasiada energía del sistema nervioso de un humano, lo mata por ataque al corazón. Y ahí está la clave del misterio, porque Bjornsen compartió su descubrimiento, directamente o a través de intermediarios, con todos los científicos recientemente fallecidos.

Hasta aquí el planteamiento del misterio y su resolución. El resto del libro es mayormente relleno de interés menor. Los Vitones, ante la difusión de la verdad sobre su naturaleza y existencia y la forma de detectarlos inventada por Bjornsen, reaccionan tratando de desencadenar una guerra mundial en la que el Combinado Asiático, aunque incitado por los alienígenas, ocupa el papel de tonto útil. Graham emprende una carrera contra reloj para reunir información dispersa que permita fabricar un arma de microondas con la que acabar con los Vitones antes de que las bombas aniquilen la civilización.

“Barrera Siniestra” es, para lo bueno y para lo malo, un producto característico de la época pulp. El primer tercio, en el que se plantea el misterio de los asesinatos y se descubre la conspiración mundial urdida por los Vitones, es bastante mejor que los dos siguientes, hinchados y predecibles. La segunda mitad de la novela, aunque Russell trata de mantener el suspense, funciona peor que la primera. La sutileza viene sustituida por la hipérbole, se abandona la atmósfera opresiva inicial para optar por un thriller de ritmo frenético protagonizado por un héroe de manual que, cuando no está ocupado salvando a la humanidad, trata de seducir sexualmente a la hermosa e inteligente doctora Harmony Curtis. Aparte del machismo, y como era muy habitual en la literatura popular de la época –además, y en este caso, fruto de los prejuicios personales del propio autor, declarado antisemita y antiitaliano-, encontramos también apuntes racistas en lo que se refiere a retratar a las culturas orientales como supersticiosas, crédulas y poco avanzadas –y, por tanto, más susceptibles a la influencia de los Vitones-, y a las occidentales, en cambio, como racionales y razonables.

El relato tiene otros tics característicos del momento y el formato, como esos diálogos afectados
en los que abunda la jerga de tipos duros propia de la novela negra; un estilo poco elaborado y una prosa relamida; caracterizaciones ramplonas y situaciones poco verosímiles, como que todo el mundo acepte con facilidad un descubrimiento tan horrible como el que se nos cuenta para pasar inmediatamente al contraataque; una historia de amor forzada, poco convincente e insignificante al lado del peligro de extinción planetaria que está en juego; y un final demasiado feliz que no era el que Russell tenía en mente al inicio. En resumen, una idea y planteamiento mejores que su ejecución.

No obstante estos defectos, para quien le guste este tipo de ciencia ficción ligera aunque predecible, tenga gusto por las paranoias conspirativas y sea fan de “Expediente X”, probablemente encontrará aquí diversión más que suficiente para un buen rato de lectura. Además, la narración no se alarga demasiado y el rápido ritmo que imprime Russell hace que resulte fácil dejarse llevar. Por otra parte y hasta cierto punto, la tecnología descrita en la novela ha aguantado bien el
paso del tiempo, incluyendo referencias a la televisión, aviones a reacción, teléfonos con videopantalla, esbeltos y veloces automóviles de dos ruedas o técnicas forenses de la policía que utilizan cámaras en 3D y láseres para detectar huellas en superficies. No es sorprendente que no haya referencias a armamento nuclear o al radar, ambas tecnologías militares secretas en desarrollo en esos momentos; pero el arma que finalmente derrota al enemigo está basada en microondas polarizadas, una idea que con el tiempo resultaría visionaria.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Russell sirvió en la RAF como radiooperador y técnico eléctrico. Aunque desempeñó otros trabajos tras la guerra, siguió activo como escritor desde finales de los cuarenta a mediados de los sesenta, momento en el que su producción se redujo drásticamente a raíz de un ataque al corazón que había sufrido en 1959. Varias de sus narraciones posteriores volverían a estar protagonizadas por un héroe sin tacha enfrentado a unos malévolos alienígenas, como es el caso de “Next of Kin” (1959), en el que un solo hombre, confinado en una prisión extraterrestre, se las arregla no solo para escapar
sino para desmoralizar al enemigo y socavar su potencial bélico con la sola ayuda de un artefacto elaborado con alambre y un cuento acerca de un poderoso amigo invisible al que llama Eustace. O también “Tres Que Capturar”, serializada en “Astounding” entre agosto y octubre de 1955. Russell murió en 1978, a los 73 años.

“Barrera Siniestra” tuvo una excelente acogida en su momento y situó a Russell entre los autores favoritos de los fans. Ayudó a su reputación un viaje que realizó a América en 1939 pagado con los beneficios de la novela y durante el cual se reunió con aficionados, editores y escritores. El relato fue publicado en forma de libro en 1943, pero el tiempo la ha puesto en su lugar.

Y es que, desde entonces, “Barrera Siniestra” nunca se ha contado entre las mejores novelas de Russell y sus reediciones son escasas en comparación con otros de sus títulos o compilaciones de
cuentos. Pero sí es interesante por tratarse de una obra que por primera vez recogió y plasmó con meridiana claridad la filosofía Forteana, que tanta influencia tuvo a partir de ese momento en la CF y la Fantasía. En su día aportó una vía nueva dentro de la CF y su ingenioso uso de documentación ficticia para afianzar la verosimilitud de la ficción hizo que la editorial calificara a esta novela de una manera exageradamente entusiasta como “la historia más imaginativa de las últimas dos décadas”, destinada a “pasar a la historia junto a “La Guerra de los Mundos” de H.G.Wells, “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino” de Julio Verne y “Outward Bound” de Sutton Vane”. Lo cual dice mucho de lo poco que hay que confiar en las apreciaciones contemporáneas y explica por qué en este blog trato de aprovechar la perspectiva que da el tiempo y no ceñirme a la actualidad.


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