viernes, 24 de junio de 2016

1997- CONTACTO - Robert Zemeckis (1)


“Contacto” es una auténtica curiosidad en los anales no sólo de la ciencia ficción sino de las películas en general: un éxito de taquilla de 100 millones de dólares repleto de efectos especiales y grandes estrellas que, además, es científicamente riguroso. Igualmente sorprendente e inusual es que mientras que el argumento de “Contacto” hace un uso correcto de la ciencia, en el fondo es una historia sobre la fe y una de las pocas películas para todos los públicos en las últimas tres décadas que aborda de manera explícita los desafíos de la religión en el mundo moderno


Eleanor Arroway (Jodie Foster) desarrolló desde la infancia una fascinación especial por la radio al creer que podría usar esa tecnología para comunicarse con su difunta madre. Ya adulta, Ellie se convierte en una radioastrónoma especializada en el SETI (el programa de búsqueda de inteligencias extraterrestres), utilizando radiotelescopios para escuchar las señales –normalmente simple ruido de fondo- provenientes de diferentes sectores del universo en la esperanza de encontrar pautas que denoten una emisión inteligente.

Cuando el responsable del proyecto, David Drumlin (Tom Skerritt) suspende la financiación gubernamental y hace imposible seguir utilizando
el radiotelescopio de Arecibo (Puerto Rico), Ellie remueve cielo y tierra para buscar inversores privados. Su pasión a la hora de defender su trabajo es lo que convence al misterioso multimillonario S.R.Hadden (John Hurt) para continuar financiando el proyecto, lo que permite a Ellie alquilar tiempo de uso de una red de radiotelescopios del gobierno localizada en Socorro, Nuevo México.

Un día, detectan una emisión de señales no aleatorias provenientes de la estrella Vega, a 26 años
luz de distancia de la Tierra. Resultan ser números primos codificados. El descubrimiento no sólo atrae la atención del gobierno y los militares, sino que el antes escéptico Drumlin, ahora nombrado Consejero Científico del presidente norteamericano, irrumpe en el proyecto y toma el control arrogándose el mérito. Al examinarla más detenidamente, la señal resulta contener un fragmento de vídeo: el discurso de inauguración de Hitler en las Olimpiadas de Berlín de 1936, que fue la primera emisión de televisión enviada al espacio desde la Tierra.

Aún más, escondido en esa misma señal se hallan miles de planos y esquemas de ingeniería muy detallados. Tras muchas especulaciones, se descubre que se trata de planos para la construcción de un ingenio que permitirá realizar viajes intergalácticos. Se acuerda construir la Máquina, como se la bautiza, y se desata una dura competición por ser la persona elegida en el viaje inaugural, competición en la que el manipulador Drumlin desplaza a Ellie, rechazada por el comité encargado a tal efecto por declarar abiertamente su agnosticismo religioso.

Cuando un fanático religioso se inmola destruyendo la Máquina, Hadden revela a Ellie que los
japoneses, en secreto y con la colaboración de su imperio empresarial y tecnológico, han construido otra Máquina y que será ella quien la ocupe como pasajera. Al ponerla en funcionamiento, la cápsula en la que viaja entra en una red de agujeros de gusano que conducirá a Ellie a lugares y revelaciones maravillosos.

La atención al detalle científico que muestra la película no es casualidad: el film es la adaptación de la novela del mismo nombre escrita por Carl Sagan, un astrónomo especializado en la exploración planetaria que, además de sus
importantísimas aportaciones científicas sobre Venus y Marte, se convirtió, en su faceta de divulgador, en uno de los principales y más famosos defensores de la Ciencia y sus métodos. De sus logros y obra ya hablé someramente en la entrada dedicada al libro en el que se basa esta película, así que no me repetiré al respecto.

Cuando la heroína Ellie Arroway (Jodie Foster) busca a sus “pequeños hombrecillos verdes”, como ella misma dice, lo hace analizando metódicamente ondas de radio provenientes del espacio, tal y como hacen los auténticos astrónomos. Incluso cuando la película comienza a transitar fuera de la senda científica conocida (en el último tercio, con un viaje galáctico a través de un agujero de gusano), lo hace de una forma que está, como mínimo, vagamente relacionada con la física tal y como la conocemos hoy. Así, la
novela “Contacto” fue la primera en contemplar la posibilidad de que un agujero de gusano pudiera utilizarse como portal para el viaje intergaláctico, una idea que le sugirió a Sagan su amigo y colega el físico Kip Thorne y que luego adoptarían muchas otras obras de la ciencia ficción, como “Star Trek: Espacio Profundo Nueve” (1992-99)

Es muy habitual escuchar o leer la afirmación “el libro era mejor que la película”, frase arriesgada por cuanto, a menos que el libro fuera escrito ya desde su concepción con vistas a una adaptación cinematográfica, se trata de dos medios diferentes que utilizan sus respectivos lenguajes. La literatura es ideal para expresar ideas complejas y desarrollar tramas densas con múltiples personajes; el cine, dadas sus limitaciones de
duración, se ve a menudo forzado a simplificar el texto original –lo que no siempre es malo- pero tiene a su favor la fuerza de la imagen, el ritmo y la capacidad interpretativa de los actores, que pueden conectar emocionalmente con el espectador más intensa y fácilmente –siempre que tengan talento, claro- que el escritor con el lector.

El caso de “Contacto”, no obstante, es atípico porque tanto el libro como la película tienen un nivel similar de calidad. Es cierto que los guionistas han abreviado la carga científica de la novela y aligerado la polémica científico-religiosa, no sólo para llegar a una mayor audiencia sino, probablemente, para no herir la sensibilidad del amplio porcentaje de la población norteamericana que mantiene firmes creencias cristianas y una visión antropocéntrica del universo. Esa simplificación de la versión cinematográfica tampoco debería indignar a nadie, especialmente teniendo en cuenta que Sagan concibió la historia originalmente como una película.

Efectivamente, “Contacto” nació de las conversaciones que Sagan mantuvo con Francis Ford Coppola en la década de los setenta acerca de la posibilidad de rodar una película de ciencia ficción “dura” (de hecho, el famoso director demandó más adelante a Sagan buscando el reconocimiento a su aportación intelectual). Oficialmente al menos, Sagan y su esposa Ann
Druyan dieron forma a la idea a comienzos de los ochenta atendiendo a una petición de Lynda Obst, que entonces trabajaba como productora de “Flashdance” (1983) y que más tarde realizaría la misma labor en cintas como “El Rey Pescador” (1991), “Algo para Recordar” (1993) o “Interstellar” (2014). Obst animó a Sagan y Druyan a escribir el borrador de un guión basado en el trabajo que durante años habían realizado para el programa SETI.

Aquel tratamiento acabó escapando del control de Obst y cayendo en las manos de Peter Guber (productor de “Batman”, 1989), quien ordenó extensas reescrituras que garantizaban el desastre de la historia, como hacer que Ellie tuviera un hijo que se colaba en la cápsula de la Máquina para viajar con ella; o que volvía del viaje embarazada; o que los alienígenas llegaran a la Tierra a bordo de grandes naves….

Por fortuna, Sagan no dio su brazo a torcer y no autorizó ninguno de aquellos esperpentos. Al final, el proyecto se abandonó y el científico acabó publicando su idea en forma de novela con el título
“Contacto” (1985), su única incursión en el campo de la ficción literaria. Sagan convirtió la historia en una absorbente dialéctica entre la Religión y la Ciencia. De hecho, es un libro, como vimos en su entrada, apoyado en las propias creencias y experiencias del autor, alguien que defendía la Ciencia al tiempo que envidaba muchas de las mejores características de la Religión (de hecho su trabajo de divulgación a menudo transmite una sensación de espiritualidad y maravilla ante el Universo), pero que nunca pudo aceptar su exigencia de mantener una fe ciega. Es famosa su cita: “¿Quién es más humilde? ¿El científico que mira al universo con mente abierta a aceptar lo que el universo le tenga que enseñar? ¿O alguien que dice: "Todo en este libro tiene que ser considerado verdad literal, y nunca importará la falibilidad de los humanos involucrados en su escritura?”.

El éxito de la publicación del libro (vendió casi dos millones de ejemplares en sus dos primeros años en el mercado) reavivó el proyecto de la película ya en la década de los noventa, pero Guber
seguía empeñado en sacar adelante su visión personal de la historia y hasta que no se desvinculó de la misma al convertirse en presidente de Sony Pictures, el film no salió de su bloqueo. Fue Lynda Obst quien retomó en 1989 sus labores de productora, involucrando como director a George Miller (director de “Mad Max” y sus secuelas). Fue él quien atrajo a la producción a Jodie Foster como protagonista–firmó en 1994, declarando que ese guión era uno de los pocos que consideraba con suficiente interés como para participar en él-. Pero Warner Brothers pensó que el director estaba llevando el proyecto con excesiva lentitud. Llevaba años empantanado en la preproducción, exigiendo continuas reescrituras del guión y retrasando la construcción de escenarios, así que lo despidió y contrató a Robert Zemeckis.

Zemeckis es un director que emergió a mediados de los ochenta y que desde entonces ha demostrado un auténtico talento para el cine de género y comercial. Alcanzó la fama con su tercer film, “Tras el Corazón Verde” (1984), superándolo con creces con “Regreso al Futuro” (1985), al que siguieron sus dos secuelas (1989 y 1990), “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” (1988) o “Forrest Gump” (1994). Zemeckis siempre ha tenido un gran interés en integrar los mejores y más avanzados efectos especiales en las historias que cuenta. Así, “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” fusionaba magistralmente la animación con la imagen real; “La Muerte os Sienta tan Bien” (1992) fue una de las primeras películas en participar de la nueva revolución digital; y tanto “Forrest Gump” como “Contacto” utilizaron de forma muy inteligente las filmaciones de noticieros, mezclándolas y manipulándolas para encajarlas en los argumentos. En el caso que nos ocupa, por ejemplo, recurrió a imágenes digitalizadas de Bill Clinton, a la sazón presidente de los Estados Unidos, para hacerle “participar” en ruedas de prensa imaginarias (en las que, vaya sorpresa, habla sin decir nada).

“Contacto”, la película, es mayormente fiel al espíritu de la novela de Sagan, si bien introduce
bastantes cambios, el principal de los cuales fue convertirla en una producción de 70 millones de dólares. Y es que, en realidad, la historia que narra el libro no requiere tanto presupuesto. Aparte del clímax en el que se cuenta el viaje y llegada a Vega, la trama carece de secuencias de acción o momentos que requieran carísimos efectos especiales. Es uno de esos raros casos de buena ciencia ficción que funciona gracias a su historia y sólo a su historia.

Por eso resulta algo raro que la película trate de inflar el argumento para convertirlo en algo digno de una superproducción cuando ello no es necesario. Así, la Máquina pasa de ser una modesta esfera en un hangar a una enorme estructura
móvil chisporroteante de energía y, en su momento, impactantes explosiones. De hecho, los primeros veinte minutos de película resultan un poco cargantes por esa constante necesidad de presumir de presupuesto –casi no hay un plano que no enmarque el drama con telescopios, paisajes imponentes o cielos estrellados. Ello no quita que los efectos sean impresionantes, especialmente los de la secuencia inicial, en la que la cámara va alejándose de la Tierra primero, luego del sistema solar hasta el centro de la galaxia, acompañada del sonido de fragmentos radiofónicos y televisivos que nos van transportando sutilmente hacia atrás en el tiempo hasta alcanzar un punto en el que sólo hay silencio…para, en un segundo, cambiar totalmente la escala y revelarnos que todo el plano no es sino un reflejo en la pupila de una Ellie todavía niña. El salto de lo cósmico a lo infinitesimal es deslumbrante, algo muy parecido a la transición de hueso a nave espacial que Kubrick hizo para “2001: Una Odisea del Espacio” (1968). Otra cosa es que la historia hubiera funcionado igual de bien sin estos despliegues visuales, abordándola como drama intimista y a pequeña escala.

Otro de los grandes cambios respecto al libro es el personaje de Palmer Joss (Matthew McConaughey), que pasa de ser un líder fundamentalista cristiano (que Sagan modeló, aparentemente, a partir de Jerry Falwell) a un nebuloso embajador de la New Age. Más forzado aún resulta que Palmer se convierta en el interés romántico de Ellie (parece que Hollywood no podía entender una película protagonizada por una mujer fuerte e independiente sin incluir una relación sentimental). Elegir a McConaughey, cuya estrella parecía estar entonces en ascenso, fue uno de los grandes errores de la producción. Para empezar, es difícil de creer que alguien de su edad (el actor tenía 28 años en aquel momento) pudiera haberse ganado el puesto de principal líder religioso del país y asesor presidencial en esas materias. En último término, su único papel en la historia es la de servir de contrapunto a la fe que Ellie profesa por la Ciencia.

Y es que, irónicamente, el mayor salto de fe lo hace Ellie, que es agnóstica pero que una y otra vez necesita recurrir a ella: fe en su trabajo, en sus sentidos, en sus amigos, en sus conocimientos científicos… pero sobre todo en sí misma. La fe es un concepto que a ella le cuesta aceptar, por lo que su viaje personal es tan importante como el salto galáctico que lleva a cabo al final para encontrarse con los alienígenas que tanto había buscado.

(Finaliza en la siguiente entrada)

2 comentarios:

  1. Hola
    Recuerdo que vimos esta película en religión hace un par de años, y me encantó. Me han entrado ganas de volver a verla después de leer esta entrada. Peliculón.
    Saludos!!

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  2. Hola Eduardo. La forma en que se trata la religión en la película la analizaré en la siguiente entrada con algo más de profundidad. Un saludo!

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