sábado, 25 de mayo de 2013

1963-EL PLANETA DE LOS SIMIOS - Pierre Boulle




 En la década de los sesenta del siglo pasado, Europa produjo un buen número de magníficas obras de ciencia ficción. Ello tuvo lugar antes de que el género experimentara un creciente proceso de comercialización masiva y, especialmente, antes de acabar fundiéndose en buena medida con otros medios de comunicación de masas dominados por los norteamericanos, concretamente el cine y la televisión. Ese fenómeno diluyó la difusión y el impacto de aquellas novelas firmadas por autores no anglosajones.

Así, conforme la cultura estadounidense extendía sus ramificaciones por todo el planeta en un fenómeno sin precedentes, un importante volumen de ciencia ficción de gran calidad no producida en inglés acabó oscurecida por el chauvinismo anglosajón que hacía que cada vez menos de sus ciudadanos se sintieran inclinados a aprender otro idioma. La consecuencia obvia es que las únicas obras a las que acababan prestando atención eran aquellas escritas –o rodadas- en su propia lengua. Tal fenómeno mantiene hoy su vigencia.


Tras haber jugado un papel fundamental en el siglo XIX, la ciencia ficción francesa experimentó un florecimiento en los años sesenta, no tanto en su vertiente literaria como gracias a la revolución conceptual, temática y gráfica que encabezaron sus comics, algunos de los cuales ya hemos ido comentando en este blog. Ciertos libros, sin embargo, sí alcanzaron mayor repercusión. El más famoso de ellos puede que sea “El Planeta de los Simios”, aunque su importancia en la cultura popular provenga de su magnífica adaptación cinematográfica de 1968.

La vida del escritor Pierre Boulle es tan novelesca como algunas de sus obras. Nacido en Avignon en 1912, estudió Ingeniería Eléctrica, trabajó como plantador en las selvas malasias y se alistó en el ejército colonial francés, militó en la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y trabajó como agente secreto en Birmania e Indochina antes de ser capturado por los japoneses. Vertió sus experiencias en la novela “El puente sobre el rio Kwai” (1952), convertida en una película inmortal gracias a David Lean. Sin embargo, el motivo de la inclusión de este autor en el presente blog es su libro “El Planeta de los Simios”, una sátira swiftiana de la sociedad humana.


El libro está narrado por Ulysse Mérou –nombre no elegido al azar-, un periodista que, en el
año 2500, viaja a bordo de una nave en viaje exploratorio hacia la estrella Betelgeuse. Al llegar a ese sistema, encuentran un planeta, Soror, que resulta tener una atmósfera respirable capaz de sostener formas de vida. De hecho, para su sorpresa, se encuentran con que ese mundo es asombrosamente parecido a la Tierra. Excepto en un “pequeño” detalle: en lugar de los humanos, la especie dominante es la de los simios, mientras que los Homo sapiens no son sino animales que viven asilvestrados, incapaces siquiera de comunicarse entre ellos y a los que los simios capturan por diversión o como especímenes para sus experimentos científicos.

El grupo de humanos con el que se había mezclado Mérou es capturado. Boulle, que fue prisionero de guerra, desarrolla con particular atención el pasaje de la cautividad de Ulysse, explorando sus sentimientos y la forma en que su mente aborda la situación. Aunque al principio está furioso, el protagonista acaba tranquilizándose y aceptando su condición, dándose cuenta de que tiene que demostrar su inteligencia de tal forma que no parezca mera imitación y, más importante aún, sin asustar a sus captores. Los simios, claro está, no hablan ninguna lengua terrestre y eso supone una dificultad añadida.

Finalmente, Ulysse consigue comunicarse con Zira, una amable científica chimpancé quien, con la ayuda de su prometido Cornelius, traza un plan para que el humano declare ante el consejo de gobierno simio y demuestre su inteligencia. Éste lo consigue y, a la postre, es reconocido como un ser racional y liberado.

Pero el peligro no ha pasado aún, ni mucho menos. Un año después, Ulysse recibe noticia de que la existencia de una intriga para asesinarlo a él, su compañera humana Nova y su recién nacido hijo. La raíz de todo ello son los descubrimientos arqueológicos realizados por Cornelius y sus investigaciones con el cerebro de los humanos: éstos dominaron una vez el planeta, manteniendo a los simios como sirvientes para todo tipo de tareas. Sin embargo, la desidia que carcomía su civilización preparó silenciosamente el camino al desastre. Los simios supieron aprovechar su oportunidad, sacar el máximo partido de su posición, desarrollar la inteligencia y agudizar su capacidad de imitación hasta el punto de que pudieron alzarse y suplantar a sus antiguos amos, relegándolos a la fuerza al salvajismo.

Si los descubrimientos de Cornelius salen a la luz, pondrán en peligro el ideal de la perfección original del simio y Ulysse es una prueba viviente de su autenticidad. Con ayuda de algunos simpatizantes, Ulysse alcanza su nave en compañía de Nova y su hijo y pone rumbo a la Tierra. Sin embargo, el relativismo del viaje espacial le juega una mala pasada y lo que encuentra a su regreso le deja tan sorprendido como al lector.

Uno de los recursos del género satírico consiste en utilizar a un viajero como lazo con el lector,
convertirlo en narrador y lanzarlo a un mundo distante, espacial o temporalmente, que reproduce claramente los vicios de nuestra sociedad. Al tomar distancia respecto de nuestro propio mundo, el lector es capaz de distinguir con más nitidez las lacras, sinsentidos, injusticias y aberraciones que lastran al mismo gracias a la amplificación que sobre ellos aplica el autor.

Jonathan Swift hizo exactamente eso en “Los Viajes de Gulliver” (1726), llevando a su protagonista a lejanas tierras cuyos habitantes reproducían de forma hilarante determinados comportamientos sociales. Mark Twain siguió el mismo modelo en “Un yanqui en la corte del rey Arturo” (1889), si bien su personaje se trasladaba en el tiempo en lugar de a remotos parajes imaginarios. Con “El Planeta de los Simios”, Pierre Boullle se revela heredero de esa tradición tan querida a la ficción no realista.


Haciendo uso de una prosa tan elegante como accesible, Boulle ofrece una novela cargada de
crítica social a través de su eficaz descripción de un mundo habitado por monos inteligentes. A diferencia de las adaptaciones cinematográficas, la civilización de los simios es en todo igual a la humana: ciudades, automóviles, aviones, ingenios espaciales, laboratorios científicos, artistas… y una organización social que divide a sus miembros en tres castas según un reflejo especular de nuestro propio mundo: los gorilas, los orangutanes y los chimpancés. Los primeros, de espíritu práctico, resolutivo y de mente estrecha, se ocupan de las labores administrativas y de gobierno, la policía y el ejército. Los segundos están al cargo de la Ciencia y la Filosofía; son inteligentes, pero también egocéntricos, soberbios, reacios al cambio, políticamente interesados y, en el fondo, tan poco imaginativos como los gorilas. Por último, los chimpancés, son brillantes, inquisitivos y flexibles, pero se hallan dominados por los gorilas y los orangutanes.

El autor deja claro las potenciales consecuencias de la sociedad del ocio: “Lo que nos sucede era previsible –dice una humana en el libro rememorando el pasado ancestral-. Se ha apoderado de nosotros una pereza cerebral. No más libros; hasta las novelas policiacas se han convertido en una fatiga intelectual demasiado grande. No más juegos; como máximo éxitos. Ya no nos tienta ni el cine infantil. Mientras tanto, los simios meditan en silencio. Su cerebro se desarrolla en la reflexión solitaria…hasta que hablan. ¡Oh! Hablan poco, con nosotros casi nada, salvo para repudiar con desprecio a los hombres más temerarios que aún osan darles órdenes. Pero por la noche, cuando nosotros no estamos, intercambian impresiones y se instruyen mutuamente”. La moraleja no deja lugar a equívocos: si rechazamos cualquier esfuerzo intelectual, si renunciamos a pensar, alguien lo hará por nosotros… y no necesariamente para nuestro bien.

La novela es especialmente cáustica con esa característica tan nuestra como es el “miedo a lo
diferente”. Los simios que ostentan el poder intelectual se niegan a enfrentarse a la posibilidad de que el mundo puede no ser como siempre habían creído. Ulysse es una prueba incómoda de ello y prefieren asesinarlo, borrar toda prueba de su existencia y olvidarlo antes que modificar su visión del origen del “Simio”. Es un claro ataque a la habitual soberbia de las élites científicas y religiosas, reacias a todo cambio e innovación que puedan socavar su prestigio.

Boulle hace algunas observaciones muy agudas sobre la naturaleza del hombre, aunque de forma más sutil que las dos primeras películas de la serie cinematográfica. Uno de los momentos más intensos de la novela tiene lugar cuando Ulysse encuentra a su camarada, el profesor Antelle, el científico al mando de la expedición espacial de la que ambos formaban parte. Los simios pusieron a Antelle en un zoo, pero cuando Ulysse lo encuentra al cabo de los meses, se da cuenta de que el sabio ha revertido a un estado tan primitivo como el de los humanos de Soror. Incapaz de articular algo más que gruñidos y gritos, sin que el menor destello de inteligencia asome a sus ojos, Antelle es, a todos los efectos, un animal. Boulle nos remite así a la fragilidad de nuestra propia identidad y lo leve que se torna nuestra capa de civilización cuando se nos reduce a la cautividad.

Ulysse fue capaz de mantenerse cuerdo mientras que Antelle, teóricamente una mente privilegiada, no pudo hacerlo. Es, quizá, la expresión de una teoría del propio autor: que la individualidad es intrínseca a cada cual en mayor medida que construcción psicológica derivada de una determinada sociedad. Ulysse había perdido cualquier conexión con su cultura de origen, pero se mantuvo unido a ella, mientras que Antelle extravió su individualidad para fundirse en el gregarismo salvaje de los humanos de Soror. En algunos de nosotros, y nunca hay forma de saber quién hasta que confluyen las circunstancias más extremas, el simio acecha muy cerca de la superficie. Si nos dejaran abandonados en un planeta de monos inteligentes, ¿seríamos capaces de retener nuestra “humanidad? Boulle parece pensar que si la respuesta es que no, probablemente no sea algo que merezca la pena atesorar.

Aunque la prosa de Boulle es sólo ligeramente sarcástica, si se contempla la novela como un todo, ésta rezuma ironía. Introduce con habilidad comentarios sobre la organización jerárquica de la sociedad, el racismo, los derechos de los animales, la identidad, la naturaleza de la inteligencia, la alienación, el sexo y el amor y, sobre todo, el derecho a la individualidad y el libre albedrío. Y lo hace sin recurrir a la imaginería que habitualmente puebla la literatura de ciencia ficción anglosajona: aquí no hay héroes, cultos a la personalidad ni protagonistas imbuidos de un magnetismo especial, y los retos a los que se enfrenta Ulysse son más psicológicos y espirituales que físicos.

Ya comentamos que la novela inspiró la película del mismo título producida en 1968 y protagonizada por Charlton Heston en uno de sus papeles más inolvidables. “El Planeta de los Simios” fue uno de los trabajos cinematográficos clave de la historia del género, si bien su ambientación y, sobre todo, su final, difieren considerablemente de los de la novela –aunque el resultado global no se resienta de tal infidelidad-. Sobre ella hablaremos extensamente en una próxima entrada.

Pierre Boulle nunca ha sido considerado un escritor de ciencia ficción y, de hecho, el libro que comentamos fue originalmente comercializado como una sátira política. Sin embargo, no hay duda posible mal que les pese a quienes consideran a este género “literatura menor”: “El Planeta de los Simios” es una novela de ciencia ficción tanto como una alegoría social. Inmerecidamente eclipsada por la fama de las películas que la tomaron como base, es un destacado ejemplo de ciencia-ficción satírica y un clásico del género por méritos propios.


2 comentarios:

  1. mi primer contacto con el planeta de los simios fue gracias a la pelicula con Heston. Aun recuerdo la sorpresa final cuando Taylor descubre en que planeta se encuentra realmente ¡memorable! La novela la lei muchos años despues y, si bien me gusto debido a la evidente satira impuesta en el relato, aun me sigue impactando la pelicula (cosa que no logro Mark Wolberg y la version descafeinada que hizo Tim Burton).
    ni tengo que decir que este es un blog excelente.
    y yo tambien te invito a mi blog El Omega: el fin de todas las cosas (www.cuentotales.blogspot.com.ar)

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  2. Desde luego, la escena final de "El Planeta..." de Heston es inolvidable. Dentro de unas cuantas entradas postearé un artículo sobre la saga cinematográfica de los simios. Un saludo y gracias por visitarme.

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