Las películas de Fritz Lang marcaron el paso de los primeros filmes de ciencia ficción de acuerdo a una perspectiva netamente europea. Enfatizando las supuestas capacidades predictivas del género e introduciendo un comentario social, los cineastas como Lang buscaban erosionar la inconsciente autosatisfacción de la sociedad, exponiendo la poco edificante verdad que se escondía bajo su superficie.
La ciencia ficción norteamericana de este mismo periodo, por el contrario, era mucho menos reivindicativa y se ajustaba al canon “pulp” de aventura ligera. Los seriales cinematográficos de Flash Gordon que aparecieron a partir de 1936 eran un ejemplo perfecto de esa aproximación centrada en la pura evasión y que era producto de la necesidad de toda una nación de escapar de las realidades aún latentes de la Gran Depresión.
Las películas sonoras reemplazaron a la sobreactuación expresionista del cine mudo, aportando un mayor grado de introspección en historias apoyadas en la caracterización y los diálogos. La ciencia ficción no fue una excepción, en parte porque a pesar del trabajo pionero de Lang en el género, los efectos especiales eran todavía primitivos. La única excepción de aquel periodo fue “King Kong” (1933), del que ya hablamos con detalle en una entrada anterior. Cuando los estudios trataron de imitar la vasta épica de “Metrópolis”, fracasaron en taquilla de la misma forma que aquélla. Ni siquiera el nombre del mundialmente famoso H.G.Wells podía salvar a uno de esos barcos del naufragio, tal y como United Artists comprobó con su “Things to Come” (en español, “La Vida Futura”).
Los críticos y comentaristas han sido muy amables con esta película, pero a simple vista resulta difícil entender por qué.
Después de 1905, H.G.Wells abandonó casi por completo la ciencia ficción propiamente dicha.

La Primera Guerra Mundial transformó completamente el panorama intelectual europeo y Wells no fue una excepción. Inicialmente había apoyado la guerra en la esperanza de que ésta actuaría como catalizador del cambio social que tan ardientemente deseaba. Pero no tardó en desencantarse. Un tono pacifista y desilusionado invadió su trabajo y aunque siguió escribiendo ciencia ficción hasta su muerte en 1946, la intencionalidad ideológica de sus libros se superponía al simple deseo de narrar una historia. En este contexto se encuadra “La Vida Futura” (1933), un texto factual y árido en el que se narraba la evolución de la Humanidad en las décadas por venir. La consecuencia fue que su obra tardía ha envejecido mal; su ingenuidad y sus errores predictivos han sido incapaces de imponerse a la realidad. Si el nombre de Wells sigue siendo recordado hoy es gracias a sus primeros trabajos (“La Máquina del Tiempo”, “La Guerra de los Mundos”, “El Hombre Invisible”…) por mucho que él mismo los despreciara en la última etapa de su vida.
Hasta mediados de los años treinta, y a pesar de contar ya con un considerable legado literario en el que apoyarse, el cine británico, a diferencia del americano o el alemán, nunca había prestado demasiada atención a la ciencia ficción. Estrictamente hablando, sólo puede destacarse un film inglés de este género, “El túnel” (1935), que no era sino un remake de una cinta alemana dirigida dos años antes por Kurt Bernhardt.

El propio Wells probó suerte como guionista, primero con “El Rey que era Rey”, escrito en 1929 y en el que un monarca lleva a cabo una reforma socialista que acaba extendiéndose por todo el planeta. El libreto fue rechazado por ser considerado imposible de rodar. Después, el escritor se acercó al millonario productor húngaro asentado en Inglaterra Alexander Korda, para el que escribió dos películas: la que ahora nos ocupa y la más ligera “El Hombre que podía hacer milagros” (1937).
El trasfondo social que Wells solía incorporar a sus novelas (las consecuencias del capitalismo en “La Máquina del Tiempo”, el colonialismo en “La Guerra de los Mundos”) ha sido normalmente despreciado por los guionistas y directores de cine a la hora de realizar las correspondientes adaptaciones, prefiriendo centrarse en el suspense y la acción. “La Vida Futura” constituye una excepción, quizá porque el propio Wells estuvo involucrado en el proyecto, no sólo escribiendo el libreto junto al guionista favorito de Korda, Lajos Biro, sino supervisando todos los aspectos de la producción, desde el vestuario a la música.
Desde entonces, muchos críticos han incluido a “La Vida Futura” en sus personales listas de “Mejores Películas de Ciencia Ficción todos los Tiempos”. Y, sin embargo, continúa siendo una de las menos conocidas. Quizá ello sea debido, al menos en parte, a la pobre conservación de las copias disponibles. Pero hay algo más. Quizá su presuntuosa visión del futuro –futuro que, en su mayor parte, ya es nuestro pasado- y que ya en su día fue un fracaso comercial para Korda, un golpe a su sueño de convertir a Inglaterra en el centro del cine “de prestigio” en contraposición al más superficial Hollywood.
Es posible que la mejor forma de ver esta película sea considerándola una historia alternativa o, si ello es posible, dejar a un lado la auténtica línea temporal de los últimos setenta y cinco años y tratar de imaginar la impresión que recibieron los espectadores en el momento de su estreno en 1936.
La acción de la película arranca en 1940, cuando Everytown –un claro trasunto de Londres-


El Jefe quiere aeroplanos para continuar sus campañas bélicas, pero no hay combustible con el

Por supuesto, a continuación aparece la esperanza: a bordo de un moderno avión llega a Everytown un envejecido John Cabal, representante de un nueva organización de aviadores que se ha hecho con el gobierno global: “Alas sobre el Mundo”. Las conversaciones de Cabal con el Jefe son muy interesantes, en buena medida porque se supone que el espectador debe posicionarse del lado del primero que, además de la paz, el progreso y la tecnología, encarna el gobierno autoritario, por muy benigno que quiera ser. Cuando el Jefe insiste en conservar la soberanía local, Cabal le informa con contundencia de que ese tipo de actitudes ya no serán permitidas. Everytown será anexionada al nuevo orden mundial sin que haya lugar a negociación alguna. Finalmente, llegan los refuerzos en busca de Cabal y gasean la ciudad desde el aire para incapacitar a sus residentes. Se supone que el gas provoca sólo una inconsciencia temporal pero, convenientemente, el Jefe no sobrevive.

La última parte se centra en quién prevalecerá, si las masas exaltadas o los científicos. La


Y, efectivamente, como no podía ser de otra manera, “La Vida Futura” refleja con fidelidad el

Resulta interesante comparar la visión que del potencial científico ofrecía “La Vida Futura”, escrita y producida por británicos, y los innumerables filmes y seriales americanos del mismo periodo en los que intervenían sabios dementes. Mientras que Wells creía que nada era imposible para la Humanidad si éramos capaces de superar nuestros defectos y abrazar el espíritu científico, filmes como “Frankenstein” (1931) nos decían que la ciencia era algo a lo que temer. No resulta descabellado pensar que si “La Vida Futura” hubiera sido producido en Hollywood, los científicos de “Alas sobre el Mundo” habrían sido los causantes involuntarios de la guerra y las masas de enfurecidos luditas lideradas por Teotocopulous serían los héroes triunfantes.
Como hemos dicho más arriba, Wells había escrito también por aquellas mismas fechas el guión de otra película estrenada un año después, “El Hombre que Podía Hacer Milagros”. Pero mientras éste era una fantasía lúdica de tono ligero, “La Vida Futura” es un ejercicio profético de tono aleccionador que se apoya en discursos solemnes en vez de en la interacción entre los personajes.

Da la impresión de que Alexander Korda tenía en tan gran estima a Wells que le dejó ejercer

El discurso ideológico de Wells puede parece hoy caduco y ciertamente cuestionable por neofascista, pero tampoco gustó al público de la época. Sus continuos y grandilocuentes discursos acerca de las bondades del progreso y el destino de la Humanidad son aburridos, iterativos y rancios además de matar el poco ritmo que tiene la película. El realizador ni siquiera acierta cuando intenta inyectar algo de acción a través del revolucionario Teotocopulous, pues lo hace de forma repentina, cerca del final y sin resolver satisfactoriamente la cuestión.

Su experiencia en el campo del diseño de producción dio forma a un futuro que sí llamo la


Asimismo digno de atención es el vestuario, desde el traje de vuelo de Cabal –que remite a los comics de Buck Rogers- a las blancas túnicas de estilo griego y romano que nos recuerdan que la visión que Wells tenía del futuro era la de un retorno a la época clásica. También hay que destacar la música compuesta por Arthur Bliss –por cierto, la primera banda sonora en editarse posteriormente en LP-.
“La Vida Futura” dista mucho de ser una buena película. Pero, ¿puede ser entonces

Y, por último, porque las ideas de fondo que plantea son interesantes para un debate: desde la conveniencia o no de un gobierno global por encima de las soberanías locales, el sentido o siquiera la viabilidad de un progreso sin fin, o el atractivo de una sociedad higienizada y homogénea. Ciertamente, esos temas son expuestos de una forma burda, maniquea, fría y sin matices: Cabal es siempre la voz serena del sentido común, mientras que el Jefe o Theotocopulous son representados como bufones. Aun así, los argumentos expuestos por éstos no carecen de base
“La Vida Futura” es una película que, después de todo, por su ambición épica, su imaginativo diseño y su propósito reflexivo es de obligado visionado para todo aquel que se considere un auténtico aficionado.
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