Es por ello que en este blog a menudo dedico entradas a obras no porque necesariamente recomiende su lectura, sino porque sirven para introducir a autores, tendencias o ideas que de otra manera no tendrían oportunidad de aparecer en esta pequeña y personal historia de la ciencia-ficción que voy engranando poco a poco. No todos fueron Julio Verne, H.G.Wells, Aldous Huxley u Olaf Stapledon. Es más, hasta la llegada de la Edad Dorada de la mano del editor John W.Campbell, la mayor parte de la ciencia ficción norteamericana se apoyó en artesanos de la pluma más o menos talentosos o más o menos originales, pero sin cuya aportación nada de lo que vino después podría haberse hecho posible. Uno de ellos fue David H.Keller.
La Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, la Guerra Que Acabaría con Todas las Guerras, dejó una

Sin embargo, la negra ola de pesimismo no alcanzó a Estados Unidos. Su aislamiento, tardía intervención en el conflicto y continuado crecimiento y avance tecnológicos que experimentaban los americanos, les separaron de sus aliados y enemigos del otro lado del Atlántico. David H. Keller (1880-1966) fue uno de los pocos escritores norteamericanos que sintonizó con el sentimiento de pérdida de los europeos, lo que puede explicar el pesimismo cultural que a menudo teñía sus historias, narraciones en las que la delgada y quebradiza capa de civilización dejaba al descubierto lo peor de la especie humana. Sin duda en ello también tuvo que ver su formación como psiquiatra, profesión que ejerció hasta 1928, reincorporándose como médico militar durante la Segunda Guerra Mundial.

Gernsback continuó brindándole su apoyo cuando en 1929 perdió la cabecera de “Amazing Stories” y fundó “Science Wonder Stories”. El primer número de la nueva publicación -además de incluir por primera vez en la historia el término "ciencia-ficción"- incluyó una historia de Keller. Lo nombró Editor Científico Asociado, editó su primer libro en 1929 y dio cabida a la mayor parte de su producción.
Lo que llamó la atención de Gernsback fue la habilidad de Keller para tratar en el formato de cuentos

En su primera novela, "Las Termitas Humanas" (1929), ya aparecían algunos elementos distópicos destilados de los horrores vividos en la Primera Guerra Mundial. En "La muerte del metal" (mayo-julio 1932, •Amazing Stories”), una avanzada civilización llega a su final cuando todo el metal comienza a oxidarse. Es un relato previsible narrado en un estilo fluido pero poco estimulante.

Su ciencia ficción siguió sirviéndole de vía para sacar a la luz su lado más oscuro. Por ejemplo, en “Vida Eterna” (julio-agosto 1934, “Amazing Stories”), la raza humana debe elegir entre una inmortalidad sana y aséptica y la fertilidad (elige lo último). En “Los cazadores solitarios” expone la fragilidad de la psique humana al eliminar nuestras represiones; en “El abismo”, la adición de drogas en los chicles provoca una degeneración de la especie.
Hacia 1935, su bibliografía de ciencia-ficción ya acumulaba medio centenar de historias. A partir de entonces, su producción fue más errática y centrada en el terror y la fantasía, etapa que se considera en general de mayor interés pero que por su temática escapa a un más extenso comentario aquí.
Fueron años de intensa actividad literaria para Keller, pero por desgracia el mundo del pulp

Puede que hoy su estilo nos parezca algo primitivo y tosco y que sus ideas resulten algo pesimistas, pero sin duda la rica capacidad inventiva de Keller y su aproximación a la naturaleza y la mente humanas, más compleja de la que habitualmente podía encontrarse en los pulps, merecen más atención de la que normalmente se le presta.
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