
La revista semanal Pilote se había convertido en los años sesenta en un referente del comic clásico de aventuras no sólo en Francia, sino en toda Europa. Sus personajes, entre los que se encontraban Astérix, el teniente Blueberry o Michel Tanguy, se convirtieron, en muy pocos años, en verdaderos iconos de la historieta. Pero los tiempos cambiaban rápidamente y los autores no se sentían a gusto con el hecho de que sus personajes fueran más famosos que ellos mismos. Cuando llegó Mayo del 68, con su agitación social en las calles de París, los dibujantes se rebelaron contra el consejo editorial de la revista, intentando tomar el control. Al final, los creadores se dieron cuenta de que habían ido demasiado lejos y recularon; pero en el proceso algo se consiguió: obtuvieron mayor libertad creativa, no sólo en los guiones sino también en la línea gráfica, pudiendo por fin alejarse del clasicismo imperante en Pilote hasta el momento. Junto a la serialización de largas aventuras, las páginas de la revista (mensual a partir de junio de 1974) albergarán relatos cortos, humor, historias de corte social e incluso surrealismo gráfico. Esta ruptura con la trayectoria anterior de la publicación, lejos de acabar con ella, la convirtió en el referente europeo del comic y la revista a la que todo el mundo trataba de imitar.

Uno de los jóvenes autores que encontraron acomodo en la nueva Pilote mensual fue Enki Bilal. Nacido en Belgrado en 1951, se traslada a los nueve años a París, donde aprende francés gracias a revistas de comics como "Pilote" o "Tintín". El inicio de su carrera como historietista quedaría marcado por la primera de esas revistas: sus directores, René Goscinny y Jean-Michel Charlier, ven sus primeras páginas, realizadas a los 14 años, y le animan a continuar perfeccionándose en el medio. Unos años después gana el primer premio de un concurso de historietas realizado por Pilote y publica allí su primer trabajo profesional en marzo de 1972: “Le bol maudit” (editado en España en la revista Tótem).

Se trata de ocho historias cortas, realizadas en el estilo característico del autor, influido por Moebius o Meziéres. Es un grafismo sucio y algo recargado, que cubre la viñeta con una pátina de desgaste, de óxido, de decadencia. Los rostros están ajados, las estructuras, las máquinas y las naves exhiben un aspecto consumido, agrietado, usado, un estilo visual que Bilal agudizaría en años posteriores. La rigidez facial y corporal -que el autor nunca ha conseguido superar del todo- queda hasta cierto punto mitigada por los originales -e improbables- diseños de toda la parafernalia futurista.

Una impactante introducción al arte del que acabaría convirtiéndose en uno de los principales dibujantes de CF europeos.
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