lunes, 23 de mayo de 2011

1904- EL NAPOLEÓN DE NOTTING HILL - Gilbert Keith Chesterton

En 1904, H.G.Wells era ya un escritor muy conocido, pero su obra era más apreciada por el lector ordinario que por sus intelectuales colegas. Y las críticas que recibía no tenían solamente que ver con su estilo un tanto desnudo y frío, desprovisto de cualquier pretensión estética, sino por el anti-humanismo que aquéllos percibían en su defensa del Mecanicismo. Esta reacción contraria vino de personalidades muy diversas. Una de ellas fue Gilbert Keith Chesterton, un libertario católico con un estilo literario muy personal, y quien calificaba a Wells como "el único hombre puramente moderno" para, a continuación, argumentar que la modernidad del "gran periodo científico... parece haberse terminado". La alabanza que hacía Wells de lo inhumano, lo científico, delataba para Chesterton una molesta "indiferencia por la psicología humana".

Decidido a dar su propia versión del futuro, escribió su primera novela, "El Napoleón de Notting Hill", una mirada al Londres en 1984. Pero, muy lejos de las visiones distópicas que destilaría Orwell décadas más tarde, Chesterton imaginó que en el futuro no solamente la tecnología no jugaría ningún papel, sino que todo "es casi exactamente igual que ahora".

Y es que, en la primera parte del libro, Chesterton ejercita una crítica feroz contra los que él considera "profetas". Se ríe de todos aquellos que han pretendido ver el futuro, desentrañar sus tendencias o comprender las consecuencias que la tecnología tendrá sobre la sociedad: no sólo arremete contra H.G.Wells, sino contra Tolstoy, los vegetarianos o los místicos, los que profetizan la vuelta a la naturaleza, los constructores de imperios como Cecil Rhodes, los apóstoles del acercamiento fraternal de los pueblos, o los promotores de su distanciamiento hostil... Para Chesterton, la gente se entrega al juego de, literalmente, "chotéate del profeta": "los jugadores escuchan con suma atención y el mayor respeto todo cuanto los hombres con luces tienen que contar sobre lo que va a acontecer en la generación siguiente, esperan entonces a que todos aquéllos fallezcan para enterrarlos con decoro y luego siguen su camino y pasan a otra cosa".

Las profecías no sólo no llevan a nada, sino que con toda seguridad se equivocarán. El futuro no va a ser tan diferente como lo que quieren hacernos creer. En el Londres del mañana que nos muestra Chesterton nada parece haber cambiado. Las revoluciones tecnológicas, si es que las ha habido, no han desembocado en cambio social alguno. De hecho, ya no hay revoluciones al estilo clásico, sino una desganada evolución que ha convertido la democracia en una burla: "En Inglaterra hemos implantado por fin la institución hacia la cual todos los sistemas se encaminaban tímidamente, es decir, un gris despotismo popular sin ilusiones. Queremos que haya un hombre en la jefatura de nuestro Estado, no por su brillantez o virtuosismo, sino porque es un hombre y no una multitud vociferante".

El rey es elegido al azar, por orden alfabético, un sistema que, si se piensa dos veces, no parece más irracional que otros: "Tener un sistema perfecto es imposible; tener un sistema, indispensable. Todas las monarquías hereditarias eran fruto del azar: lo mismo ocurre con las monarquías alfabéticas".

En este ambiente de pereza, inercia y pesimismo moderado, el sorteo para convertirse en
monarca recae en un excéntrico llamado Auberon Quin. Sin el menor interés por la política o el servicio público y asqueado ante la posibilidad de hacer lo que se espera de él, desempeña su cargo como una gran broma, dividiendo Londres en pequeñas ciudades, otorgándoles colores heráldicos, alimentando las rivalidades entre ellos y nombrando prebostes entre lecheros, posaderos y dependientes que, para juerga del rey, se ven obligados a atender un ridículo e incomodísimo protocolo cada vez que ponen un pie en la calle. Pero de repente, aparece Adam Wayne, un individuo fanatizado que se toma la broma en serio y a quien su patriotismo de aldea le empuja a defender hasta la muerte su amada Notting Hill. Las cosas se complican de manera inesperada para el bromista rey...

"El Napoleón de Notting Hill" es una novela de humor absurdo que sin duda, en algún momento, hará reír al lector. Chesterton era un genio de la caracterización cómica, la paradoja y las frases ingeniosas. Pero tras su sarcasmo, su parodia y surrealismo, acechan ideas provocadoras y alarmantes sobre las que merece la pena reflexionar. ¿Qué sucedería si una ciudad, un país, fuera gobernado por románticos en lugar de políticos y hombres de negocios? ¿Qué ocurre cuando el pueblo cae en el conformismo y rechaza las revoluciones? ¿Es mejor una descentralización caótica que una centralización tranquila pero homogeneizante y gris? ¿Qué efectos pueden tener los comportamientos irresponsables de los políticos? ¿Conviene agitar los nacionalismos y los orgullos territoriales? ¿A dónde lleva el patriotismo romántico? ¿Cuál es la relación entre el humor y la falta del mismo?


Es, en resumen, una novela difícilmente clasificable. Es ciencia ficción puesto que la acción transcurre en el futuro; pero eso es lo único que la hace merecedora de ser incluida en una antología del género. Porque, precisamente, su intención era la de parodiar ese mismo género, no sólo creando un futuro sin variaciones respecto al presente y prescindiendo de la tecnología, sino estableciendo una riqueza literaria, simbólica y temática de la que carecían la mayor parte de los escritores de “romances científicos”, mucho más populistas. Una excéntrica y original mezcla de fábula, parodia, sátira social, aventura, fantasía, literatura del absurdo y filosofía política que no dejará indiferente a quien la lea.

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