lunes, 27 de septiembre de 2021

1955- MARCIANO VETE A CASA - Fredric Brown

 


Aunque las novelas y recopilaciones de cuentos de Fredric Brown se han reeditado muy contadas veces desde su muerte en 1973, raro es el aficionado a la CF que no se ha topado involuntariamente con alguna de sus obras. Se ha dicho que Brown es el mejor autor de CF de mediados del siglo pasado que todo el mundo ha leído pero que nadie recuerda.

 

Sus cuentos se encuentran entre los más apreciados del género. Ahí está el proto-steampunk “The Waveries” (1945); “Arena” (1944), votada como una de las mejores historias de CF escritas antes de 1945 (e inspiradora del famoso episodio clásico de “Star Trek” con el mismo título); o “La Llamada” (1948), cuyas famosas líneas de apertura muchos consideran lo más terrorífico jamás imaginado: “El último hombre sobre la Tierra se sentaba solo en una habitación. Alguien llamó a la puerta”.

 

Brown es uno de esos autores que merece la pena rescatar de las tinieblas de mediados del siglo XX. Fue un escritor inmensamente versátil y cautivador dentro de los géneros de la CF, el Terror y el Misterio. Sus historias se caracterizaban por un incontenible y seco ingenio y una visión cínica del mundo y del hombre que no han perdido su fuerza con el tiempo. Ya escribiera comedias ligeras o suspense, sus argumentos estaban poblados de personajes carismáticos y originales, una narrativa sobresaliente y giros y desenlaces inteligentes que siguen sorprendiendo siete décadas después. Le gustaban los juegos de palabras ingeniosos, sus personajes nunca desaprovechaban un bar, una botella abierta o la oportunidad de jugar una partida. Casi todos sus libros merecen una lectura y más de los que cabría esperar podrían considerarse obligatorios para el aficionado a la literatura de género.

 

Entre sus admiradores se cuentan nombres tan diversos como Ayn Rand, Philip K.Dick o Mickey Spillane; Robert Heinlein le dedicó en parte “Forastero en Tierra Extraña” (1961); la colección “Lo Mejor de Fredric Brown” (1976) fue editada nada menos que por Robert Bloch; y personalidades como Neil Gaiman, Stephen King, Guillermo del Toro o Umberto Eco lo han citado como influencia, alabado como autor u homenajeado en sus obras.

 

En cierto modo, Brown fue víctima de su propia versatilidad. Muchos escritores de CF han transitado también por el género del misterio y algunos del misterio han probado suerte en la CF. Brown fue uno de los mejores, si no el mejor, en saltar de uno a otro campo. Definirle como un autor de suspense que también hizo algo de CF (o viceversa) no es hacerle justicia. Escribió obras clásicas en ambos géneros pero ninguno de ellos puede reclamarle como netamente suyo. Así que ninguno lo hizo y lo dejaron resbalar hasta el nebuloso e indefinido terreno que media entre ambos.

 

Dado que en los años cincuenta el mercado de libros de CF estaba aún en su infancia, la mayoría de la producción de Brown se volcó en los callejones oscuros, los cadáveres y los detectives de whisky fácil. Nada de todo esto contribuyó a alimentar su reputación entre los aficionados a la CF, pero los del género policiaco no tuvieron ninguna queja. Todo lo contrario. Su primer misterio, “La Trampa Fabulosa” (1947), ganó un Premio Edgar y figura frecuentemente en muchas listas de las mejores historias del género. En este campo escribió más de una veintena de novelas, que iban desde los enloquecidos homicidios inspirados en “Alicia en el País de las Maravillas” que aparecían en “La Noche A Través del Espejo” (1951) hasta la sórdida “El Adivino” (1953)

 

Aparte de un centenar de cuentos, Brown sólo publicó cinco novelas de ciencia ficción. Pero este magro catálogo incluye dos clásicos sobresalientes: “Universo de Locos” (1956), y la que ahora comentamos, “Marciano, Vete a Casa”, serializada en “Astounding Science Fiction” en 1954 y editada en libro un año después. Se trata de una divertida y delirante farsa repleta de mala uva con la que Brown subvierte las convenciones del subgénero de invasiones.

 

La década de los cincuenta fue la cresta de la ola de la fiebre de los OVNIS (Objetos Voladores No Identificados, término acuñado por la Fuerzas Aéreas estadounidenses en 1953), un fenómeno que pasó a la cultura popular de mano de la ciencia ficción. En tan solo unos pocos años, la idea de que la Tierra estaba siendo visitada por extraterrestres a bordo de naves desde las que nos observaban, estaba tan extendida que habían surgido todo tipo de clichés sobre la forma de los vehículos, la apariencia de los alienígenas o las actuaciones que llevaban a cabo. Y cuando eso ocurre, ha llegado el momento de reírse de ello, que es lo que hace Fredric Brown en “Marciano, Vete a Casa”. Que en la novela los invasores resulten ser pequeños hombrecillos verdes es la menor de sus bromas.

 

La acción se centra en el entonces futuro de 1964. Luke Devereaux es un autor de ciencia ficción de mediana edad que, tras su divorcio y en horas bajas, trata de escribir una nueva novela. En busca de inspiración, se traslada a una aislada cabaña en el desierto. Allí, borracho, está considerando la posibilidad de escribir sobre marcianos cuando, de repente, uno de ellos se materializa frente a él: el clásico hombrecillo verde y algo cabezón. El visitante se dedica a pincharle e irritarle y luego desaparece.

 

Pensando que ha perdido la cabeza, viaja hasta la población más cercana, donde se entera de que millones de marcianos han aparecido por todo el planeta. En puridad, su comportamiento no puede calificarse de hostil, pero sí conflictivo. Se ríen, espían, estorban todo lo que hace la gente y revelan todo tipo de secretos, lo que sume a la humanidad en el caos. Pueden teleportarse a cualquier parte a voluntad, por lo que es imposible ocultarles nada. Ni tampoco detenerlos, ni siquiera haciendo uso de la fuerza física, porque sus cuerpos no son sólidos:

 

“Los marcianos deberían de tener un punto débil en alguna parte. Debía de existir algo que hiciera decir ¡ay! a los marcianos. Se les bombardeaba con rayos alfa, beta, gama, delta, zeta, eta, theta y omega. También, cuando se presentaba la oportunidad —y ellos ni buscaban ni evitaban el ser sujetos experimentales—, se les sometía a descargas de millones de voltios, a campos magnéticos fuertes y débiles, a microondas y a macroondas.

 

Se utilizó contra ellos el frío cercano al cero absoluto y el calor más ardiente que podemos conseguir, el de la fisión nuclear. No, esta última parte no fue realizada en un laboratorio. Una prueba de bomba H programada para abril fue llevada a cabo según lo previsto, a pesar de los marcianos y tras muchas vacilaciones de las autoridades competentes. Al fin y al cabo, ahora ya conocían todos nuestros secretos, así que no se podía perder nada. Y había ciertas secretas esperanzas de que algún marciano se encontrase cerca de la bomba H cuando estallase. Uno de ellos se pasó todo el rato sentado encima de la bomba. Después de la explosión, kwimmó al puente del buque insignia y se dirigió al almirante, con aspecto disgustado:

—¿Este es el mejor petardo que tienes, Mack?

Fueron fotografiados para su estudio, con todas las clases de luz conocidas: infrarroja, ultravioleta, fluorescente, de sodio, arco carbónico a la luz de una vela, fosforescente, a la luz del sol, de la luna y de estrella. Fueron rociados con todos los líquidos conocidos, incluyendo ácido prúsico, agua pesada, agua bendita e insecticida. Los sonidos que producían, vocales o de otro tipo, fueron

registrados por todos los sistemas conocidos. Se les estudió con microscopios, telescopios, espectroscopios e inconoscopios.

Resultados prácticos, cero. Nada de lo que los científicos les hacían llegaba siquiera a incomodarles. Resultados teóricos, insignificantes. Muy poco más se aprendió sobre ellos de lo que ya se sabía al cabo de uno o dos días de su llegada”

 

Los marcianos son infatigables e inevitables, pueden ver en la oscuridad y a través de cualquier obstáculo, por lo que los humanos dejan de tener privacidad y cualquier secreto de los individuos o los gobiernos puede ser expuesto públicamente, desde infidelidades matrimoniales a información clasificada de defensa.

 

En resumen, estos seres son una mezcla de voyeurs, gamberros, torturadores sádicos y misántropos. Como uno de ellos confiesa: “Me encanta que la gente me desagrade”. Infestan todo el planeta y a todos los niveles, riéndose de la gente, impidiéndole trabajar o relacionarse normalmente, interrumpen e impiden desde la retransmisión de los programas de televisión a los coitos sexuales.

 

Luke Deveraux es el eje sobre el que la exposición de la cada vez más complicada situación mundial vuelve de vez en cuando. Como la “invasión” extraterrestre ha borrado de un plumazo el interés del público por la ciencia ficción, el escritor pasa a ser uno más de los millones de desempleados víctimas de una economía que cae en picado… hasta que descubre su talento para escribir westerns. A punto está de terminar lo que promete ser un bestseller cuando una tarde, mientras aporrea a toda velocidad su máquina de escribir, se materializa sobre ésta un marciano aullando: “¡Yupiii! ¡Vamos, Silver! ¡Arre! ¡Más aprisa, Mack, más aprisa!”. La impresión lo sume en un estado catatónico.

 

Cuando se recupera, se encuentra perfectamente bien… con una excepción: no puede ver ni oír a los marcianos. Aunque confinado en una institución mental, sigue siendo funcional y productivo. De hecho, su condición no le supone padecimiento alguno. Como dice uno de los médicos: “No quiero decir que el caso sea complicado, señora Deveraux. Pero su esposo es el primer y único paranoico, de los que he tratado, que se encuentra diez veces mejor, con un equilibrio mental diez veces más estable que si estuviera cuerdo. Yo le envidio. Y dudo que deba intentar curarle”.

 

Luke es consciente de que todo el mundo excepto él puede oír y ver a esos marcianos y se convence de que éstos son un producto de su imaginación, extraídos de su cerebro cuando se esforzaba para encontrar un argumento para su novela. Se escapa del frenopático, regresa a la cabaña en la que se encontraba cuando llegaron los alienígenas y trata de “des-imaginar” a los marcianos. Mientras tanto, en Chicago, un conserje sordo y anónimo inventa por razones puramente egoístas un “supervibrador subatómico antiextraterrestre”. Y simultáneamente: “En la tarde del tercer día de la tercera luna de la estación del Kudus (…), un hechicero llamado Bugassi, de la tribu moparobi, en el África ecuatorial, se presentaba al jefe de la tribu. El nombre del jefe era M’Carthi, aunque no era pariente de un antiguo senador de Estados Unidos que llevaba el mismo nombre.

—Haz magia contra los marcianos —ordenó M’Carthi a Bugassi.

Hay que hacer notar que en realidad no les llamó «marcianos». Usó la palabra gnajamkata, cuya derivación es la siguiente: gna, que significa «pigmeo», más jam, que significa «verde», y kat que significa «cielo». La última vocal indica el plural, y el conjunto puede traducirse por «los pigmeos verdes del cielo».

Bugassi se inclinó.

—Haré un gran hechizo —dijo.”

 

Y así, gracias a cualquiera de esos tres hombres –o de ninguno de ellos, o de todos a la vez-, ciento cuarenta y seis días después de aparecer en la Tierra, los marcianos se esfumaron. “Nadie, nadie absolutamente, los echa de menos ni quiere que regresen”.

 

“Marciano, Vete a Casa” es, sobre todo, una sátira de los vicios humanos. No se libra nadie, empezando por la industria del entretenimiento que en los años 50 ya había alcanzado una enorme importancia en el mundo occidental. Los marcianos se divierten muchísimo interviniendo en las emisiones en directo, confundiendo a los presentadores y actores. La imposibilidad de continuar con esos programas en tales condiciones acaba causando una crisis económica.

 

Aunque el libro, obviamente, se centra en la sociedad norteamericana de los cincuenta, dedica suficiente espacio a narrar lo que ocurre en otras partes del mundo como para ofrecer una visión de la globalidad y gravedad del problema. En los regímenes comunistas, por ejemplo, no se salvan de la plaga: “Nadie puede adivinar cuántas personas fueron sumariamente juzgadas y ejecutadas en los países comunistas durante el primer mes de la llegada de los marcianos. Campesinos, superintendentes de fábricas, generales, miembros del Politburó. Ya no era seguro hacer o decir nada con los marcianos por allí. Y siempre parecía haber marcianos por todas partes. No obstante, después de un tiempo aquella fase se normalizó. No podía ser de otro modo. No se puede fusilar a todo el mundo, ni siquiera a todo el mundo fuera de las murallas del Kremlin, si no por otra razón porque entonces los capitalistas podrían avanzar sin resistencia y apoderarse de todo. No se puede enviar a todo el mundo a Siberia; Siberia podría contenerlos, pero no alimentarlos.

Era necesario hacer concesiones; tenían que permitir pequeñas diferencias de opinión. Ciertas disensiones de la línea del Partido debían ser ignoradas o toleradas.

Pero lo peor era que la propaganda, aun la propaganda interna se hizo imposible. Cifras y hechos, en discursos y en la prensa, debían ser veraces. Los marcianos disfrutaban buscando el más pequeño error o exageración para contárselo a todo el mundo.

¿Cómo se puede gobernar así?”

 

Incluso los países más primitivos padecen sus propios problemas: “La caza resultaba sencillamente imposible. Casi todas las criaturas que el hombre caza para su alimento tienen alas o pies más rápidos que los suyos. El hombre debe acercarse contra el viento, mantenerse oculto hasta que está a una distancia desde la que puede herir.

Pero con los marcianos por allí ya no había ninguna posibilidad de mantenerse oculto e invisible. Les gustaba acompañar a los cazadores nativos. Sus métodos para ayudarles era correr —o kwimmar— delante de ellos, despertando y ahuyentando a la caza con gritos de alegría.

Lo cual tenía por resultado que las presas huyeran como perseguidas por el demonio, y que el cazador volviera al poblado con las manos vacías, noventa y nueve veces de cada cien, sin haber tenido la oportunidad de disparar una flecha o lanzar una lanza. Y mucho menos cazar algo con alguna de las dos cosas.

Era una depresión para salvajes. De tipo distinto, pero de efectos tan terrible como los tipos más civilizados de depresión que amenazaban a los países civilizados.

Las tribus propietarias de rebaños también sentían el castigo. A los marcianos les gustaba saltar a la grupa del ganado y hacerlos huir despavoridos. Desde luego, dado que un marciano no tiene sustancia o peso, una vaca no puede sentir a un marciano sobre el lomo, pero cuando el marciano se inclinaba y gritaba: Iwrigo’m N’gari («¡Arre, Blanquita!», en masai) al oído de la vaca, mientras una docena de marcianos aullaba Iwrigo’m N’gari en los oídos de otra docena de vacas, la estampida estaba en marcha.

Desde luego, a los africanos no les gustaban las bromas marcianas”.

 

Lo único bueno que se saca del caos subsiguiente es que la guerra resulta prácticamente imposible porque los marcianos revelan los secretos militares de todas las naciones a sus enemigos; y en las batallas, los soldados encuentran muy difícil acertar al blanco cuando tienen un marciano a sus espaldas molestándole y distrayéndole.

 

Incluso en el epílogo, Fredric Brown se permite bromear, ahora ya en pleno metafísico, aprovechando la petición de sus editores de que no terminara el libro sin explicar de dónde venían los marcianos o siquiera si eran reales o, efectivamente, producto de la imaginación de Deveraux:

 

“Muchas cosas son injustas, incluyendo particularmente esta petición de mis editores.

Quise evitar el mostrarme explícito en esa cuestión, porque la verdad a veces puede ser horrible, y en este caso es horrible si usted cree en ella. Pero ahí va:

Luke tiene razón; el universo y todo lo que contiene sólo existe en su imaginación. Él lo inventó, como también a los marcianos.

Pero entonces, yo inventé a Luke. De manera que, ¿dónde quedan él o los marcianos?

¿O cualquiera de ustedes?”

 

Con los extractos aquí reproducidos ya puede hacerse el lector idea de lo que va a encontrar. “Marciano, Vete a Casa” es un clásico de los cincuenta, una lectura ligera y muy divertida apoyada en una premisa original y accesible por parte de quienes no estén particularmente familiarizados o interesados en la ciencia ficción (eso sí, conviene huir de la pésima adaptación cinematográfica de 1989).

 

 


2 comentarios:

  1. Uno de los libros más divertidos que he leído jamás y uno de mis autores favoritos. Es curioso lo que comentas por lo acertado: aún gustándome tanto, su obra de serie negra es una gran desconocida para mí (sólo he leído una) y muestra lo limitados que somos a veces en esto de abonarnos a un género y no a otro.

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  2. Leído luego de disfrutar Universo de locos, un autor que hace que se disfrute la fantasía. Para recomendar, muchas gracias por la reseña.

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