jueves, 30 de julio de 2015

1984- NEUROMANTE - William Gibson (1)




A medida que los aficionados iban encontrándose cada año con más y más títulos de ciencia ficción en las librerías, se iba haciendo proporcionalmente más difícil para los autores destacar en -no digamos ya revolucionar- el género. Pero hubo uno que sí lo consiguió: William Gibson. Su novela “Neuromante” fue, de lejos, la que más impacto causó en la década de los ochenta.

Nacido en Carolina del Sur y criado en Virginia, William Gibson se mudó a Toronto en 1968, un traslado motivado en parte por el activo movimiento contracultural que se estaba desarrollando en el barrio de Yorkville de esa ciudad. Se casó en 1972, se graduó en literatura inglesa por la universidad de la Columbia Británica en 1977 y se estableció en Vancouver, manteniendo su doble nacionalidad.


Aunque Gibson había leído ciencia ficción en su juventud, no consideró el escribirla hasta que un profesor de la universidad le sugirió que lo hiciera en lugar de presentar un trabajo. El resultado fue “Fragmentos de una Rosa Holográfica”, que se convirtió en 1977 en su primera publicación. Le siguieron otras historias, como “The Gernsback Continuum” (1981), incluido en una antología editada por Terry Carr, o “Hinterlands” (1981).

En mayo de 1981, la prestigiosa revista Omni publicó otra de sus historias titulada “Johnny Mnemonic”, una vigorosa fusión techno-noir en la que las calles iluminadas por las luces de neón se reflejaban en las gafas de espejo de sus protagonistas. La buena acogida de este relato propició otro que seguía similares parámetros, “Quemando Cromo (1982), y que fue nominado para un premio Nébula. Se trataba de una historia ambientada en un futuro cercano dominado por la tecnología informática, omnipotentes corporaciones y el ciberespacio, una especie de dimensión alternativa creada mediante la conexión de decenas de millones de ordenadores. Fue este último un concepto tan seductor que Gibson volvió a utilizarlo en sus dos primeras novelas largas.

A comienzos de los años ochenta, Gibson había trabado amistad con los escritores John Shirley y Bruce Sterling, asociados entonces al movimiento “punk” de la ciencia ficción que pronto sería más conocido como “ciberpunk”, una corriente tan influyente como carente de coherencia interna. Para bien o para mal, el ciberpunk acabó asociándose con el postmodernismo, especialmente en círculos académicos y entre las revistas de mayor circulación y presentación más lujosa. A comienzos de los noventa, el ciberpunk ya había entrado en declive como corriente literaria, pero tanto el término como sus elementos más significativos habían pasado a formar parte de la ciencia ficción general.

El término “ciberpunk” fue inventado por el poco conocido Bruce Bethke en noviembre de 1983 en un cuento publicado en “Amazing Science Fiction” y que llevaba por título precisamente esa palabra. Gardner Dozois definió el movimiento en un artículo del Washington Post: “obras ambientadas en futuros cercanos dominados por los ordenadores y la alta tecnología y protagonizadas por pícaros de los suburbios marginales para los que el mundo real es un entorno, no un proyecto. En términos de la ciencia ficción norteamericana tradicional, esto es una herejía”.

Más que herejía, fue una consecuencia del nuevo mundo del que surgió, un mundo en el que
empezaban a detectarse nuevas tendencias y la intensificación de otras viejas: la globalización; la liberalización económica encabezada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher que, a su vez, llevaría a un incremento en el poder de las corporaciones; la obsesión por inventar gadgets tecnológicos que resolvieran cualquier problema o necesidad, reales o no; el surgimiento de un sector de la población reacio a la autoridad y el control… A todo ello se añadió el auge de la informática y las esperanzas que se depositaron en sus posibilidades. La fusión del capitalismo en su modalidad más agresiva y la tecnofilia dio como resultado el ciberpunk, que en su vertiente literaria, como hemos apuntado, se hermanó con el posmodernismo.

El ciberpunk, uno de cuyos temas es la fusión de hombre y máquina en una exótica y a menudo volátil unidad, fue el principal avance de la ciencia ficción desde la Nueva Ola de los sesenta. No es que la relación entre la humanidad y sus creaciones artificiales fuera un campo nuevo dentro de la CF, pero la creciente presencia de la ciencia en la vida cotidiana –en realidad, ya casi omnipresente en el ámbito urbano- así como los asombrosos avances conseguidos en el campo de la informática, propiciaba una reelaboración de los viejos clichés.

De todas formas, el ciberpunk toca también otros temas. Superficialmente, es un subgénero obsesionado con lo negro, con lo nocturno, tratado con un realismo sucio que concierne tanto al contenido como al estilo. Pero si se profundiza algo más, se llega al corazón de la cuestión: la lucha por la supremacía entre la especie humana y las máquinas y la forma en que la tecnología condiciona e incluso domina nuestras vidas.

Por todo ello resulta irónico que fuera un tecnófobo declarado como William Gibson quien se convirtiera en la figura señera de ese nuevo movimiento tan obsesionado por la tecnología. Aunque Gibson acuñó el término “Ciberespacio” y concibió el concepto de los hackers –él los llamó “cowboys de consola”- en el mencionado cuento “Quemando Cromo”, fue su primera novela, “Neuromante”, encargada en 1982 por el editor Terry Carr, la que se convirtió en la carta de presentación del ciberpunk en el
ámbito de la cultura generalista.

Lo cierto es que Gibson, aunque dispuso de todo un año para escribir la obra, sentía que ese encargo era prematuro. Aún estaba ensayando su músculo literario en el formato de relato corto y una novela era un proyecto que le sobrepasaba. Para colmo, cuando llevaba un tercio del libro ya escrito, se estrenó “Blade Runner”. Gibson, desesperado, pensó que todo el mundo creería que había copiado de ese magnífico film buena parte de su imaginería y temática, así que se atascó en un laborioso proceso de revisión que le llevó a reescribir más de la mitad del volumen hasta doce veces. Por fin, sin estar satisfecho y en la convicción de que crítica y aficionados le dirigirían sus más ácidos comentarios, entregó el manuscrito al editor en 1984. Estaba lejos de imaginar que “Neuromante” se convertiría en el paradigma del ciberpunk y uno de los trabajos más importantes en la historia de la ciencia ficción.

“Neuromante” divide la economía del futuro en dos niveles claramente diferenciados y al mismo tiempo interconectados: el controlado por las omnipotentes megacorporaciones, y el que se mueve en el vibrante mercado negro. Lo que relaciona ambos mundos es la manipulación y robo de información, una “ocupación” que desarrolla una élite contracultural de cínicos mercenarios especializados denominados “cowboys” –y a los que hoy conocemos como “hackers”-. Henry Case es uno de ellos, un nativo del BAMA, la aglomeración urbana que se extiende desde Boston a Atlanta.

Para los “cowboys”, su inmersión mental en el ciberespacio constituye una forma de trascender la desagradable condición orgánica del cuerpo (“la carne”) y cuando las habilidades neurales de Case para entrar en esa dimensión virtual fueron mutiladas por una corporación a la que trató de engañar, se hunde en una conducta autodestructiva. Adicto a las drogas, sobrevive como puede traficando con información y cometiendo delitos por encargo en Night City, un enclave dominado por el crimen organizado en la ciudad japonesa de Chiba.

Sus fallidos intentos por que los cirujanos locales restauren su capacidad para proyectar su
conciencia al ciberespacio le convierten en una víctima fácil de las manipulaciones de Armitage, un impasible y misterioso individuo que le ofrece la recuperación de sus habilidades a cambio de sus servicios como hacker. Case acepta y, junto a Molly Millones, una asesina a sueldo con implantes cibernéticos, se embarca en una doble misión cuyo verdadero propósito permanece oculto. Por una parte, robar la personalidad de un gran hacker ya fallecido, McCoy Pauley (alias Dixie Flatline), almacenada en un disco de memoria fuertemente custodiado en una corporación. Por otra, penetrar en los sistemas informáticos del conglomerado Tessier-Ashpool para permitir que dos inteligencias artificiales con autoconciencia, Wintermute y Neuromante, se fusionen y creen una entidad tan poderosa que ninguna corporación podrá controlarla. Es un acto que, por las peligrosas consecuencias que puede acarrear, es ilegal y los agentes Turing intervienen para impedirlo…

En resumen, “Neuromante” es una historia de robos y manipulaciones corporativas mezclada con el tema de la Inteligencia Artificial. En realidad, la esencia del argumento es muy sencilla y no esconde demasiados niveles de lectura bajo su estructura de thriller ultratecnológico. Gibson
toma prestados tópicos de multitud de géneros, desde el detectivesco hasta el western, pasando por la ciencia ficción y las aventuras de corte romántico.

Los comentarios y críticas que recibió esta obra cuando salió editada por primera vez se polarizaron de una forma rara vez vista en la ciencia ficción. Sus defensores alabaron su oscura visión de la vida bajo el capitalismo global y la savia nueva que inyectó en un género que muchos consideraban moribundo. Sus detractores, por otro lado, renegaron de su cinismo, nihilismo, estilo recargado la perspectiva romántica del crimen, la adicción y la depravación. ¿Cuál fue la razón de tanta polémica? ¿Qué tuvo de especial esta novela?

“Neuromante” destaca menos por su argumento que por su prosa, su perfecta integración con la cultura de masas y la forma en que sintetiza y engarza en una historia de género negro toda una serie de temas e imágenes que en breve transformarían la ciencia ficción: la estética punk rock; la imaginería hiperbólica; la naturalidad –rayana en la desfachatez- con la que se describe el consumo de drogas; los delincuentes de poca monta que operan a la sombra de las insidiosas multinacionales que han ocupado el vacío de poder dejado por la desarticulación de las naciones-estado; la sustitución de lo local por lo transnacional y el borrado de fronteras geográficas y culturales; las alteraciones del cuerpo humano a través de prótesis o implantes cibernéticos; y la influencia económica y tecnológica de las culturas no
occidentales, especialmente Japón. Eran todas ellas preocupaciones propias del posmodernismo ante los rápidos cambios tecnológicos y culturales y las consecuencias que tenían sobre la sociedad postindustrial de los ochenta.

“Neuromante” ofrece una poco habitual fusión de estilo y sustancia, algo que se demuestra ya en la mismísima frase de apertura de la novela: “El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”. Esta metafórica descripción del mundo natural subraya hasta dónde la tecnología y los medios de comunicación han alterado la percepción de la realidad de los ciudadanos del futuro. El mundo natural se convierte en un desecho de la tecnología mass media, el “canal muerto” representa una
disrupción o estática en las capacidades cognitivas, un tema central en la novela. La frase deja claro también la preferencia del autor por las imágenes visuales y poco convencionales.

La solidez de esa primera frase sienta las bases para el tono de todo el libro, de prosa espesa y múltiples significados, a mitad de camino entre el lirismo y el género negro. De éste último toma sus frases cortantes salpicadas de metáforas exageradas y la combinación de cinismo y nobleza. En su trama, el thriller detectivesco y la ciencia ficción dura llegan a mezclarse incluso con el género gótico en los pasajes que tienen lugar en Villa Straylight, hogar de los decadentes multimillonarios de la familia Tessier-Ashpool, en cuyos laberínticos pasajes acechan el incesto, el asesinato y la locura.

Gibson no sólo bebe de la ficción policiaca que Raymond Chandler o Dashiell Hammett
inmortalizaron en los años treinta o del terror moderno inventado por Edgar Allan Poe, sino de otras grandes luminarias de la ciencia ficción. Su prosa viene adornada por impactantes frases que recuerdan el estilo de Alfred Bester o Samuel R.Delany; el personaje virtual de Dixie Flatliner habla con la “voz” de William Burroughs; también encontramos en “Neuromante” la paranoia, dislocación de identidad, multiplicidad de realidades y poder de las corporaciones que forman el sustrato temático de la obra de Philip K.Dick. “Neuromante” es, por tanto, un pastiche posmoderno, pero también un pionero de la fusión de géneros característica de la década de los noventa

Su lenguaje está salpicado de momentos de pura poesía visual que añaden una textura extra. Nunca antes un autor de ciencia ficción, por ejemplo, había ofrecido a sus lectores la visualización de una matriz informática en la forma de paisajes virtuales, o el baile de datos inmateriales en una realidad materialmente inexistente. En un futuro despiadado y violento, Gibson encontró el arte en el interior de los microcircuitos electrónicos.

La densidad sensorial del paisaje urbano propio del ciberpunk viene reflejada por la densidad de la prosa, induciendo en los lectores un deliberado sentimiento de desorientación. Gibson satura sus páginas con una profusión de detalles, dando la impresión de que el futuro ciberpunk está totalmente saturado de información: “alrededor de uno, la danza de los negocios, la información interactuando, los datos hechos carne en el laberinto del mercado negro…”. Existe también una sobrecarga de información bajo la forma de jerga técnica que el lector apenas entiende (¿qué es “un manipulador de fuerza retroalimentada con siete funciones”?), por lo que sólo puede orientarse con dificultad a medida que se fija en los elementos básicos de la trama y se deja arrastrar por la velocidad de la misma.

“Neuromante” enfatiza la capa más superficial de la realidad y abundan las referencias a
objetos definidos por sus marcas comerciales (como la consola Ono Sendai Cyberspace 7, cuya función exacta debe determinar el lector sin ayuda), lo que refleja una cultura de consumo en la que las multinacionales controlan y dirigen las modas –algo no tan diferente a nuestro presente-. Para complicarlo aún más, Gibson describe a menudo los espacios urbanos en términos de bits de información o flujos de datos, mientras que las “Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente” del ciberespacio se comparan con una ciudad

En el otro lado de la balanza, hay que decir que, especialmente hacia el final, el libro se torna pretencioso y algo lento precisamente cuando más necesitaba mantener e incluso acelerar el ritmo. Aquí, el estilo de Gibson, que al comienzo del relato había contribuido a construir la atmósfera ambiental, se interpone en la trama sumiéndola en el oscurantismo. Aunque consigue mantener la mayoría de los giros argumentales lo suficientemente claros como para que un lector –muy atento, eso sí- pueda seguirlos, tampoco se puede decir que la narración discurra con la suficiente fluidez (algo que mejoraría considerablemente en su siguiente historia, “Conde Zero”). 



(Continúa en la siguiente entrada)

4 comentarios:

  1. No he tenido el placer de leer otra novela de Gibson, en las cuales su estilo seguramente mejoró. Sin embargo, Neuromante es una lectura entretenida, desafiante y necesaria para quienes intentamos adentrarnos a conciencia en el mundo de la cf. Yo la disfruté, a pesar de su densidad (a veces un poco gratuita) y el final me pareció muy bueno (no excelente, pero justo, no se cayó ahí). Saludos desde el sur del mundo, Manuel.

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  2. Coincido contigo chamico. También es cierto que su impacto en los lectores modernos, como comentaré en las siguientes entradas, ha ido disminuyendo respecto a lo que significó en su momento. Un saludo.

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  3. Muy buena crítica.
    Añadiría algo sobre la obesión de la novela con el espacio y la atmósfera, algo muy característico de la obra de Gibson. He descubierto recientemente que uno de sus escritores favoritos es Iain Sinclair, un prosista genial cuya obra gira sobre Londres. Del ciberespacio al espacio, y vuelta a empezar.

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  4. Buenísima reseña de la mejor obra de Gibson. Enhorabuena por el artículo.

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