
El propósito de la ciencia ficción no es adivinar el futuro. Sólo con el transcurrir del tiempo es cuando las obras (ya sean películas, novelas o comics) pueden verse con perspectiva e insertas en un momento histórico y social definido. Es fácil entonces darse cuenta de que su objeto de estudio es en realidad el presente del momento en que se crearon, con sus esperanzas, prejuicios, preocupaciones y circunstancias individuales y colectivas. Pero hay ocasiones en las que parece que parpadeos del lejano futuro consiguen abrirse paso hacia el pasado, aunque deformados, exagerados y magnificados por la borrosa lente a través de la cual miramos hacia el mañana.
Hace más de un siglo, cuando ni siquiera se había inventado el aeroplano, la idea del turismo espacial sonaba no como ciencia ficción, sino como alocada fantasía. Y, sin embargo, hoy no sólo no suena ridículo, sino que se está invirtiendo mucho dinero en ello. En 2001, el magnate y ex ingeniero de la NASA Dennis Tito pagó 20 millones de dólares a los rusos por convertirse en el primer turista espacial. Desde entonces, otros siete civiles millonarios han sido puestos en órbita por la agencia espacial rusa, pero la idea de tal negocio venía de antes. En 1996 la Fundación X Prize ofreció 10 millones de dólares a quien pudiera diseñar un aparato que llevara a tres tripulantes a más de 100 Km de la Tierra dos veces en menos de quince días. El ganador no se hizo esperar demasiado si tenemos en cuenta las dificultades financieras y técnicas inherentes al desafío: en 2004, el piloto Brian Binnie cumplía con la misión propuesta a bordo del SpaceShipOne, una nave diseñada y construida por Scale Composite, empresa sita en – y no, no es ciencia ficción- el Espaciopuerto de Mojave, California.
Pero es que además de aquella empresa ganadora había otros 24 proyectos compitiendo, todos ellos desarrollando nuevas tecnologías aeroespaciales. Virgin Galactic, dirigida por el siempre polémico Richard Branson, ha sido la primera en anunciar el comienzo de operaciones de turismo espacial a bordo del VSS Enterprise. El billete costará 200.000 dólares (aunque se espera que baje al más económico precio de 20.000 dólares) y sólo hará falta un adiestramiento de tres días. Cuatrocientas personas ya han reservado plaza.
Los nombres de las empresas que actualmente están involucradas en la misión (ya no un sueño) de mandar a civiles al espacio de forma regular parecen sacados de las novelas de Isaac Asimov, Robert A.Heinlein o Philip K.Dick: Galactic Suite Ltd, Interorbital Systems, Planet Space, Space Adventures, Space Transport Corp, Venturer Aerospace...
Y aún hay más: en 2006, Bigelow Aerospace puso en órbita el módulo Geminis I, destinado a convertirse -si supera las pruebas- en el primer hotel orbital. Una estancia en este inusual lugar fuera del dominio de cualquier gobierno podría costar entre 5 y 10 millones de dólares.

"Luna de miel en el espacio" es una de las novelas pioneras más relevantes dentro del sub

Mientras tanto, en el mundo real, animados ahora por los primeros pasos del turismo espacial, los soñadores siguen evocando una aventura semejante a la imaginada por Griffith, pero con el trasfondo de un conocimiento más preciso de los cuerpos del Sistema Solar: volar agitando los brazos en Titán, la luna de Saturno, aprovechando la combinación de densidad atmosférica y baja gravedad; escalar el Mons Olympus de Marte, la montaña más alta conocida; extasiarse ante la vista de los anillos de Saturno desde la superficie de una de las lunas exteriores, contar los chorros de nitrógeno liquido de kilómetros de altura que parten de la superficie lunar al recibir el calor del Sol, explorar los colosales cañones de Europa...