
En la pluma de H.G. Wells, el por entonces aún conocido como romance científico llegó a su mayoría de edad. En sus primeros libros, especialmente “La máquina del tiempo", "La isla del Dr.Moreau", "La Guerra de los Mundos" y esta "Los primeros hombres en la Luna", consiguió sintetizar una mezcla casi perfecta de todos los elementos que en las décadas anteriores habían ido filtrándose en el recién nacido genero: utopía, anti-utopía, sátira, relato filosófico, aventura verniana e invenciones científicas. Y esa mezcla, además, tenía un enfoque completamente moderno.
La Luna ha atraído la atención del ser humano desde mucho antes de que comenzara la Historia escrita. De mayor tamaño y brillo que cualquier estrella y a una corta distancia en términos astronómicos, visionarios y escritores imaginaron durante siglos la conquista del satélite antes de que el primer viaje se llevara a cabo en 1969. En el tiempo en que Julio Verne y H.G.Wells escribieron sus respectivos libros sobre viajes a la Luna, aquellos sueños se habían fusionado con una gran confianza en los avances científicos y tecnológicos. Estos autores, por tanto, crearon historias de un sabor diferente, con una intencionalidad realista alejada de las ensoñaciones mágicas o místicas predominantes hasta entonces. Verne y Wells revelaron en sus obras que no solo soñaban con el viaje a la Luna, sino que creían firmemente en su inevitabilidad.
La historia de esta novela comienza presentándonos a Bedford, un hombre de negocios fracasado que, acosado por las deudas, se retira al campo para tratar de escribir una obra de teatro. Allí conocerá al Dr.Cavor, un excéntrico científico que está desarrollando una aleación metálica antigravitatoria, y al que convencerá para explotar comercialmente su invento, la cavorita,


Aunque los autores del siglo XIX echaron mano de una larga lista de métodos para alcanzar el espacio exterior, desde globos a cohetes, los preferidos fueron la antigravedad y la “voluntad” (en la que o bien los personajes desean con extraordinaria intensidad trasladarse al espacio o bien viajan en forma de cuerpos astrales). La primera tiene que ver con una aproximación racional, materialista, científica; la segunda parte de un discurso místico o espiritual; pero ambas funcionan exactamente igual en tanto que manifestaciones de la libertad creativa de la CF.
La máquina del tiempo imaginada por Wells (1895) fue el primero de una serie de ingenios que abrieron inesperadas puertas en el espacio y el tiempo, desarrollando nuevos marcos para los escritores que querían especular sobre el futuro desde una posición racional. A partir de la invención de la famosa máquina, comenzarían a surgir toda una serie de recursos narrativos que cumplían la misma función: facilitar la tarea del escritor proporcionándole un instrumento racional, no místico. La tecnología antigravitatoria de la cavorita fue el equivalente más obvio de la máquina del tiempo: la una salvaba distancias espaciales, la otra temporales.
Wells vuelve a utilizar de nuevo una figura dominante en la ciencia ficción pionera y que hoy nos

Tampoco la Luna de Wells se parece demasiado al satélite que conocemos. Aunque a primera vista la Luna es un cuerpo árido y muerto, en cuanto sale el sol germinan rápidamente frondosos bosques de extraña vegetación. Si bien la gravedad es inferior a la terrestre, existe una tenue atmósfera apta para los humanos. El subsuelo está perforado por catacumbas, túneles y mares interiores que sirven de hogar para la raza insectoide selenita.

Ciertamente, el tiempo se encargó de demostrar no solo la imposibilidad del viaje a la Luna tal y como lo ideó Wells, sino su propia visión de nuestro satélite, que más parece un mundo sacado de Alicia en el País de las Maravillas que la baldía esfera muerta que conocemos. Pero lo que a fin de cuentas no es más que fantasía, no priva a la a novela otros de sus méritos.
En su haber, encontramos la osadía de imaginar la amplia gama de especies que la evolución podría desarrollar no solo en la Tierra, sino también en el resto del Universo. Se exponen también con habilidad las dos actitudes posibles ante el encuentro con una especie extraterrestre: el oportunista Bedford desea regresar a la Tierra, organizar una expedición mayor y volver a la Luna para conquistarla, colonizarla y explotar sus recursos; el idealista Cavor, por su parte, solo está interesado en el conocimiento, su único objetivo es tratar de comunicarse con las criaturas. La disparidad de temperamentos, intereses y actitudes dan lugar a algunos diálogos que se encuentran entre lo mejor del libro.
De hecho, la novela es a menudo interpretada como una crítica a la actitud imperialista de la

En este trabajo, Wells -como en sus novelas anteriores- presenta un conflicto entre los protagonistas y las imprecisas fuerzas sociales que les rodean. Los villanos de varias de sus primeras historias no se distinguen de forma individual, sino comunitaria: los Morlocks de "La Máquina del tiempo", los marcianos de "La Guerra de los Mundos" o las criaturas mutantes de "La Isla del Doctor Moreau". A menudo, estos colectivos guardan alguna afinidad con los aspectos menos deseables de la sociedad victoriana en la que creció Wells, ya fuera la opresión social derivada de la estructura clasista o sus tendencias imperialistas.

H.G.Wells nos ocupará todavía muchas entradas futuras, pero fue el periodo que medió entre "La máquina del tiempo" (1895) y "Los primeros hombres en la luna" (1901) el que definiría la etapa más recordada del escritor y el intervalo en el que produjo sus romances científicos más imperecederos y relevantes; no sólo no volvió nunca a usar la máquina del tiempo o la cavorita, sino que ya no inventó o utilizó ningún ingenio o elemento significativo después de esta fecha. Su aproximación a la ciencia-ficción se inclinó más hacia la profecía y la fría anticipación que a la ficción pura.
En resumen, "Los primeros hombres en la luna" es una serie de aventuras con cierto tono cómico

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