El brillante e iconoclasta Philip K.Dick fue un escritor que vivió siempre al límite, incluido el financiero. Empujado por necesidades pecuniarias escribía a un ritmo enloquecido e incluso desordenado. Pero algo maravilloso sucedía cuando su retorcida imaginación se transfería a las páginas escondidas tras las llamativas portadas pulp: cobraba forma una nueva y sugerente ciencia ficción, mezclando temas propios de ese género con la temática detectivesca y elementos y reflexiones muy personales sobre la naturaleza de la realidad, la religión y el poder de la mente. Y lo hacía mediante retorcidos argumentos que empujaban al lector en un accidentado viaje desde la realidad a la “auténtica realidad” o, en casos extremos, de ésta a una “realidad alternativa” paranoide. “Laberinto de Muerte” es uno de ellos, una novela casi insoportablemente oscura, poblada de personajes antipáticos y en la que, cuando el lector cree que empieza a entender algo, todo se vuelve más nihilista y caótico.
Aunque “Laberinto de Muerte” se publicó en 1970, Dick la escribió un par de años antes, más o menos cuando “Ubik” salió a la venta. No es por tanto extraño que ambas compartan temas,

Un pequeño grupo de catorce colonos espera en Delmak-O, un remoto planeta alienígena, alejado de las rutas espaciales y a primera vista desprovisto de vida inteligente. Han llegado allí a bordo de naves capaces de realizar sólo el viaje de ida, por lo que no podrán salir de ese mundo sin ayuda exterior. Aunque la misión parece ser la de iniciar la colonización del planeta, en realidad ninguno sabe exactamente cuál será su tarea allí y a qué están esperando para comenzarla. Todos creen que tan pronto como lleguen los últimos colonos, descubrirán de alguna forma el propósito que les ha reunido.
Sin embargo, todo parece rodeado de un aura invisible de irrealidad. El satélite orbital de comunicaciones que debería informarles de la misión se avería y el grupo, aquejado de una inexplicable pasividad e indiferencia hacia los demás, demuestra ser incapaz de elegir un líder.

Dick fue un escritor cuya obra fue atravesando diferentes periodos. En el último de ellos, que empezó en 1974, Dick comenzó a creer que estaba siendo contactado por una entidad a la que llamó VALIS –“Vast Active Living Intelligence System”- y también que vivía simultáneamente en la actualidad y en la Roma imperial del siglo I de nuestra era o, posteriormente, que había sido poseído por el espíritu del profeta bíblico Elías. Empezó a llevar un diario (años más tarde publicado bajo el

Pero antes de todo eso, Dick pasó por un periodo, digamos, de transición, en el que los temas que dominarían obsesivamente sus años finales empiezan a manifestarse claramente en su obra: el gnosticismo, la metafísica y la estructura y función de la religión.
Dick ya había abordado en otras novelas más o menos contemporáneas (“Ubik”, “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?”…) conceptos religiosos, pero esta es la primera vez que trata de unificarlos en un sistema coherente. En este sentido, el autor no engaña cuando en el prólogo deja bien claro lo siguiente: “El marco teológico de esta novela no coincide con el de ninguna religión conocida. Se basa en el intento que realizamos William Sarill y yo de desarrollar un sistema abstracto y lógico de pensamiento religioso a partir del postulado arbitrario de que Dios existe”.

En esa religión, el texto central es «Cómo me levanté de entre los muertos en mi tiempo libre y también usted puede hacerlo» de A. J. Specktowsky, (cuyo título suena como el de un libro que Dick bien pudo haber escrito realmente). En él se reconstruye la trinidad cristiana en la forma del Mentufactor, el Intercesor

Esa trinidad de vida se contrapone a la manifestación de la muerte: el Destructor de Formas: “Lo que tiene el Mentufactor es que puede renovarlo todo. Puede interrumpir el proceso de decadencia, reemplazando el objeto decadente por uno nuevo cuya forma sea perfecta. Y después ese objeto decae. El Destructor de Formas se apodera de él, y pronto el Mentufactor lo Reemplaza (…). Pero yo no puedo hacer eso. Yo decaigo y el Destructor de Formas me tiene en sus manos. Y esto sólo puede empeorar”.

Los personajes comparten un sentimiento creciente de angustia al sentirse observados, quizá de la misma forma que Dick concebía a sus lectores, pontificando sobre la base real de los temas expuestos en la novela: “No le gustaba esa mezcla de seres artificiales con seres naturales. Le hacía sentir que todo el paisaje era falso (…) Como si todo esto, pensó, nosotros, la colonia, estuviéramos dentro de una cúpula geodésica. Y como si los investigadores de Treaton, científicos locos de una revista barata, nos mirasen desde arriba mientras hacemos nuestras cosas humildes de criaturas diminutas”.
En la última parte de la novela, el lector asiste con desconcierto creciente a una sucesión de

Si se puede extraer algún tema de “Laberinto de Muerte” éste podría ser que, al tratar de crear una nueva vida de entre las ruinas de nuestras equivocaciones (la facilidad para errar, el inevitable destino hacia la decadencia y nuestra universal ignorancia), la capacidad y habilidad para mantener el sentido de la perspectiva lo es todo.
Aunque pueda parecer sugerente la idea de que uno debería sentirse motivado para alejarse de una vida construida en base al conformismo, hay temas más deprimentes sobre los que meditar en este libro. Cuando los colonos se ven obligados a considerar su aislamiento en Delmak-O, aceptan que “nuestro gran temor es haber venido aquí sin ningún propósito, y que nunca podamos irnos”.

Todo en la historia está pensado para incomodar. Los personajes son irresponsables y mezquinos, lastrados por vicios y adicciones. Uno de ellos es un obseso sexual, otro depende de las pastillas, aquél no puede evitar psicoanalizar al resto y éste es un hipocondriaco. Cada uno de los colonos simboliza un defecto y en cada uno de ellos hay algo del autor –y quizá del lector-.
Los personajes se mienten unos a otros y a sí mismos, o ven e interpretan los acontecimientos de

La siniestra presencia del Destructor de Formas, más intuida que realmente percibida, contribuye al tono amenazador que impregna toda la novela: “Tal vez todos estaban bien antes de llegar, y aquí algo les hizo cambiar. Si es así, pensó, nos cambiará también a nosotros. Inevitablemente”. Esta observación de uno de los personajes esconde un miedo tangible no sólo a no entender cómo se producirán tales cambios sino siquiera a ser consciente de ellos. Sólo se darán cuenta los demás, pero ellos también estarán transformándose en un proceso perpetuo y recíproco de decadencia.

“Laberinto de Muerte” contiene otros conceptos igualmente extraños, desvíos y caminos sin salida en la ruta hacia la iluminación. Por ejemplo, el tench, una suerte de oráculo alienígena en forma de “gran masa globular de caldo protoplasmático”, que responde preguntas de forma críptica y aparentemente aleatoria: “Tomó la pluma y el papel y escribió con gran esfuerzo-. Le estoy preguntando por qué estamos vivos. -Puso el papel ante el tench y esperó. Cuando llegó la respuesta, decía: “Para estar en la plenitud de la posesión y en la cima del poder”. No es coincidencia que estos mensajes del más allá remitan al I Ching: el propio autor admitió

Al desconcierto general se añade un planeta totalmente extraño e imprevisible en el que el paisaje se transforma, moscas artificiales vuelan interpretando una débil música y una extraña fábrica que va trasladando su emplazamiento exhibe en su puerta mensajes diferentes según la identidad de quien los lea…
Al final, lo que Dick parece sugerir es que, si estamos preparados, o quizás si somos capaces, de apreciar lo que es verdaderamente “real” –una redundancia que no es tal en la ficción de Dick-, podríamos alentar una chispa redentora en nuestro interior que podría alimentarse y dar a luz auténtica y plena vida: “nuestra salvación o nuestra condena. La ecuación podía funcionar en ambos sentidos”.

“Laberinto de Muerte” ofrece una trama interesante, incluso desconcertante, y un desenlace tan pesimista como brillante. Pero no está exento de defectos. El esfuerzo de Dick a la hora de construir esa especie de teología materialista me parece poco sólido por no decir disparatado: un puñado de antiguas ideas filosóficas y religiosas mezcladas y regurgitadas sin demasiada sofisticación.
No es el cuerpo metafísico el único inconveniente que la novela tiene para el lector moderno.


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