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El primer editorial de Campbell sobre Hiroshima no apareció hasta noviembre de 1945 debido a los retrasos propios del negocio (correcciones, imprenta, distribución…), pero en la misma afirmaba: “La Civilización… ha muerto. Ahora estamos en el interregno”.
En diciembre de 1945, Campbell publicó una parte sustancial del Informe Smyth, el documento

Durante todo el año 1945 e incluso antes del inicio de las pruebas atómicas, los científicos del Proyecto Manhattan promovieron una serie de campañas encaminadas a impedir el uso de la bomba. El Informe Franck, un documento secreto firmado por los principales investigadores del Proyecto, fue enviado al presidente Truman en junio de 1945. En él, informaban al Ejecutivo de que no había defensa posible contra las armas atómicas y advertían de la necesidad de alcanzar un acuerdo internacional efectivo que limitara una carrera armamentística potencialmente letal para toda la Humanidad. Trataron de hacer comprender al Ejército y al Gobierno la imposibilidad de mantener en secreto un descubrimiento científico y predijeron con acierto que en diez años Francia, Inglaterra y Rusia contarían con la bomba. El Informe Franck proponía un control internacional de todos los materiales nucleares por funcionarios de las Naciones Unidas.

El manifiesto más impactante, sin embargo, fue el informe de Philip Morrison desde el punto

Joseph Campbell demostró su proximidad ideológica a los científicos del Proyecto Manhattan en los meses inmediatamente posteriores a la guerra. En enero de 1946, afirmó que “el secreto de la bomba atómica no es americano, ni angloamericano, es un secreto de la Naturaleza, y la Naturaleza es una bocazas”. Predijo que “dentro de unos cinco años, veremos que todas las naciones industrializadas de la Tierra estarán ya adecuadamente equipadas (atómicamente)”. En junio de 1946, cuando Truman decidió otorgar el control del programa nuclear a los militares en lugar de a los científicos, Campbell criticó la engañosa ilusión del secreto. Aconsejó a los lectores de “Astounding” la lectura del Informe Smyth: “No hay excusa para que un aficionado a la ciencia ficción obvie el documento más importante en toda la historia de la Humanidad. Haceos con él”. Desde comienzos de 1947, la revista empezó a dedicar más espacio a artículos de no ficción sobre la energía nuclear e incluso contrató a ingenieros como Willy Ley, que trabajó para el programa alemán de cohetes antes de huir a Estados Unidos asqueado por la política nazi, como colaboradores.

A pesar de que a menudo es calificado de figura autoritaria, durante ese crítico periodo Cambpell abrió las páginas de “Astounding” a una pluralidad de voces. Animó a sus escritores a empaparse de las bases de la física nuclear e investigar en sus ficciones, bajo un punto de vista objetivo, los posibles escenarios resultantes de la aplicación práctica de esa energía. Bajo su égida, Robert Heinlein y Lester Del Rey ofrecieron algunas clarividentes reflexiones sobre el impacto sociológico y psicológico de la ciencia atómica.
“Astounding” dominó prácticamente en solitario el campo de la CF desde 1937 hasta finales de

Pero ninguna de ellas pudo hacerle sombra, como demuestra un sencillo dato: cuando en 1946 se publicó la primera antología de historias de ciencia ficción, “Adventures in Time and Space”, compiladas por Raymond Healy y J.Francis McComas, 32 de sus 35 narraciones habían aparecido por primera vez en las páginas de “Astounding”. Las revistas que sobrevivieron a las restricciones de papel durante la Segunda Guerra Mundial se alimentaban de lo que Cambpell rechazaba, contratando a escritores cuyos gustos y estilos no coincidían con los de Campbell, reeditando material viejo o manteniendo la ya agotada tradición de la aventura interplanetaria apoyada en conocidos clichés.

Aquel ideario había incluido, por supuesto, la fascinación por la ciencia y la tecnología cultivada por el decano de los editores de ciencia ficción, Hugo Gernsback. Pero, como dijimos, había sabido expandirse para abarcar ciencias “blandas” como la sociología o la antropología, trasladando el paradigma científico propio del género hasta ese momento, desde un enfoque darwiniano a uno centrado en la Física. Campbell cogió la fe de Gernsback en la prevalencia de la razón sobre la emoción y la moldeó para subrayar el método científico y el poder de la mente.
“El objeto de la ciencia ficción es predecir las posibles tendencias del futuro”, declaró Campbell.

Después de explicar en el editorial que “una analogía es un sistema que se comporta de una forma similar a algún otro pero de forma menos variable, por lo que resulta más fácil y conveniente para su estudio”, Campbell continuaba: “La Ciencia Ficción es, estricta y literalmente, análoga a los hechos científicos. Es un sistema análogo a la Ciencia, adecuado para reflexionar sobre nuevas ideas científicas, sociales y económicas y reexaminar las viejas”. Aunque subrayando la importancia de la Ciencia en la Ciencia-Ficción, Campbell también insistía en

“En la antigua ciencia ficción predominaban la Máquina y la Gran Idea. Los lectores modernos –y, por tanto, los editores- no quieren eso; quieren historias de gente que vivan en un mundo donde una Gran Idea o una serie de ellas, y una Máquina o máquinas, conforman el fondo. Pero es el hombre, no la Idea ni la Máquina, lo que resulta esencial” (…) “En la antigua ciencia ficción –H.G.Wells y casi todas las historias anteriores a 1935-, el autor dedicaba tiempo a poner al lector en situación de lo que había sucedido antes de que comenzara la acción propiamente dicha. Los mejores autores modernos de ciencia ficción han ideado algunos métodos excelentes para presentar gran cantidad de información sobre el contexto de la historia sin interferir en su desarrollo”.
Así, bajo la guía de Campbell, las historias de “Astounding” dedicaron más atención a la

Asimov dividía la ciencia ficción en tres grandes categorías: CF de aventuras; CF basada en los gadgets y CF social. La subdivisión que él encontraba “socialmente significativa” (y el tipo que él mismo escribía) es, por supuesto, la última, “esa rama de la literatura que se interesa por el impacto de los avances científicos sobre los seres humanos”. Según Asimov, si Hugo Gernsback es el “padre de la ciencia ficción”, entonces Campbell merece el puesto de “padre de la ciencia ficción social”.

Sin embargo, en la década de los sesenta, la era de las revistas de ciencia ficción tocaba a su fin

Éste se mantuvo como editor de “Astounding Science Fiction” hasta su muerte en 1971, pero en su última etapa las cosas se complicaron mucho. Como ya mencionamos, en 1960 cambió el nombre de la revista a “Analog” en un intento de ganar respetabilidad y anunciantes de mayor categoría, pero ello no compensó las tendencias reaccionarias en las que cayó en sus últimos años. Su fascinación por la Dianética-Cienciología nubló su prudencia; y aunque siempre había albergado prejuicios raciales y una actitud antiliberal, ello no había impedido dejar sitio en su

Pero ahora esos defectos se exacerbaron hasta rozar el fanatismo. Se convirtió en un personaje de trato difícil, lo cual repercutió en la capacidad de la publicación para ajustarse a los nuevos tiempos. Lo que antaño había sido espíritu de innovación ahora se transformó en una rigidez que espantó a nuevos autores de gran interés, algunos de los cuales iniciaron un fértil movimiento cuyas bases se oponían frontalmente a la ciencia ficción propugnada por Cambpell: la New Wave. Así, aunque “Analog” siguió publicando material de buena calidad, ya no volvió a ser motor de cambio alguno, especialmente cuando a partir de los años ochenta el centro popular de la Ciencia Ficción abandonó el mundo literario para situarse en el ámbito visual propio del cine y la televisión.
Ben Bova sustituyó a Campbell como editor tras la muerte de éste. Bova había trabajado como escritor científico de unos laboratorios de investigación, por lo que era perfectamente consciente de la diferencia entre Ciencia y Ficción. Pero la revista de la que se había hecho cargo necesitaba un cambio urgente. Poco a poco al principio, con más soltura después, relajó

“Analog” floreció bajo la dirección de Ben Bova y es justo decir que fue él quien salvó a la revista del declive y la cancelación. Su buen juicio y pericia editorial le hicieron merecedor de seis Premios Hugo al Mejor Editor (categoría establecida por primera vez en 1973). Dimitió de su cargo en 1978 para dirigir la más elegante “Omni”, siendo sucedido por Stanley Schmidt, quien introdujo de forma regular artículos científicos y de no ficción, como críticas de libros y recomendaciones, abandonó la serialización de novelas a favor de los cuentos y novelas cortas y trató de no limitarse al campo de la ciencia ficción dura. De hecho, en 1999 dejó clara su postura al respecto:

Con ello, Schmidt quería desprenderse de la carga que sobre los editores y escritores imponen las categorías establecidas por el marketing y la distribución. Schmidt fue nominado todos los años al Premio Hugo al Mejor Editor desde 1980 hasta 2006.
En 2012, ocupó el puesto de editor Trevor Quachri. Y es que “Analog” sigue publicándose hoy,

Con casi ochenta y cuatro años a sus espaldas, “Analog” es ya hoy una institución dentro del género. Y ello se lo debe, sin duda alguna, a Joseph W.Campbell. Sus méritos y defectos siguen siendo objeto de arduos y encendidos debates. Pero sobre lo que el consenso es universal es que la Edad de Oro y su consecuencia, la Ciencia Ficción Moderna, fueron el testamento a su pericia editorial, su amor por el género y su inquebrantable fe en su potencial.
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