

En "¡Ay, Babilonia!" la cuestión no eran las razones por las que se desencadenaba la guerra o el desarrollo de la misma. Frank proporciona pocos detalles del conflicto por la sencilla razón de que no los hay: para la inmensa mayoría de los ciudadanos, la muerte llega sin previo aviso, sin ver un soldado, escuchar un disparo, avistar un submarino o un avión... nada. Mueren sin tiempo siquiera para enterarse de que están en guerra. Se concentra, en cambio, en el escenario del día después. Y lo hace adoptando un punto de vista que, aunque no era ni mucho menos nuevo en la ciencia-ficción, sí resultaba chocante en el marco de una pesadilla nuclear: la visión romántica del apocalipsis planetario.
La historia tiene lugar en una pequeña población del centro de Florida, Fort Repose. Su localización


Al mismo tiempo, retrata al Fort Repose post-holocausto como una especie de utopía libertaria en la que

Es una especie de visión idealizada de los tiempos de la Frontera, cuando los hombres eran hombres, las mujeres estaban en el sitio que les correspondía y la burocracia del Estado no interfería con la capacidad de los ciudadanos para llevar a término sus planes y satisfacer sus deseos y necesidades. De hecho, al final del libro, Fort Repose rechaza los intentos de reconstruir el gobierno federal. Lastrado por el ingenuo discurso propio de la propaganda de la Defensa Civil norteamericana, la familia continuará siendo el núcleo social y el hogar su refugio, las leyes perderán su razón de ser y la cultura quedará desplazada por la necesidad de sobrevivir.
La esperanzada visión que de un conflicto nuclear nos ofrece "¡Ay, Babilonia" puede que trivialice la terrible realidad que resultaría de semejante horror, pero no por ello deja de ser una ficción entretenida que aleja al lector del negro abatimiento que emana de obras como "La carretera" de Cormac McCarthy o "El Señor de las Moscas", de William Golding. En estas novelas -y en muchas otras de tema apocalíptico- la humanidad revierte al más abyecto barbarismo, mientras que Pat Frank opta por un esperanzado enfoque humanista en el que resalta la confianza en el indomable espíritu humano, su bondad esencial y su capacidad para extraer orden del caos.
En el prólogo a la edición de 2005, el consultor de la NASA, profesor de Física y novelista de ciencia-ficción David Brin, confesaba que "¡Ay, Babilonia!" había resultado determinante en su visión sobre la guerra nuclear. No fue el único. El gobierno norteamericano quedó tan impresionado por la capacidad propagandística del libro de Frank que las autoridades de Defensa Civil utilizaron el libro para orientar a los oficiales locales a la hora de solicitar y organizar las provisiones en caso de un ataque nuclear real.
Estilísticamente, la novela no es nada especial. Tiene un aire pulp y algo de racismo propio de una obra
