Cuando se estrenó el trailer de “The Creator”, las comunidades de aficionados a la CF en las redes sociales y los medios afines se mostraron entusiasmadas por lo que preveían sería una película audaz y de calado conceptual.
Para
ser justos, parte de esa expectación podría atribuirse al hecho de que, últimamente,
un gran porcentaje del público ha ido perdiendo el interés en las principales
franquicias del género, con el consecuente rendimiento decreciente de cada
nueva iteración de las mismas. No hay más que ver cómo Disney paralizó durante
un tiempo nuevos lanzamientos cinematográficos de Star Wars, optando por
aprovechar el formato televisivo sin demasiada buena acogida. Con el Universo
Cinematográfico Marvel ha sucedido algo parecido y ya nadie pone en duda que su
potencial para encandilar al público, al menos por el momento, se ha estancado
(a DC mejor ni mencionarla a la espera del próximo estreno de su nuevo –otro
más- Superman).
A ello hubo que sumar la huelga del Sindicato de Guionistas de Hollywood, que, solapada con otra del Sindicato de Actores, dejó en barbecho numerosos proyectos. Por eso, muchos esperaban que “The Creator” fuera capaz de llenar un enorme hueco abierto en el panorama de la CF audiovisual.
Lamentablemente,
la película registró un estreno bastante desalentador y fracasó a la hora de
satisfacer las expectativas que –quizá desproporcionadamente por las razones
aducidas- se habían generado a su alrededor, llegando algunos a considerarla
una “obra maestra fallida”. Personalmente, me pareció una película poco sutil y
emocionalmente fría, algo sorprendente dado que su guionista/director había firmado
productos tan interesantes como “Monsters” (2010) o “Rogue One” (2016). Resulta
llamativo que, habiendo participado en películas de perfil tan alto como la
mencionada de la saga “Star Wars” o “Godzilla”, Edwards dejara pasar nada menos
que siete años antes de estrenar su siguiente proyecto, “The Creator”,
coescrito por Chris Weitz, nada menos que el codirector de “American Pie”
(1999) y responsable en solitario de “La Brújula Dorada” (2007) y “Crepúsculo:
Luna Nueva” (2009), además de participar en “Rogue One” como guionista. Y, como
he dicho al principio, esa larga espera que tanta expectación había generado,
fue coronada por una decepción. Recaudó 104 millones de dólares sobre un
presupuesto de 80 millones, lo que en la industria cinematográfica apenas da
para cubrir los gastos, colocando un clavo más en el ataúd de la CF de espíritu
independiente y gran presupuesto, esto es, no perteneciente a alguna de las
franquicias veteranas.
(ATENCIÓN: el siguiente comentario contiene spoilers a fin de poder analizar la trama y los personajes).
Estamos
en el año 2055. Un rápido desarrollo en la robótica y la inteligencia
artificial dio como resultado la autoconciencia de las máquinas, si bien la
Humanidad siguió utilizándolas como meras herramientas. Tras la detonación de
una bomba nuclear en Los Ángeles, atribuida a las IAs, los Estados Unidos
prohiben esa tecnología y los robots y simulantes supervientes se relocalizan
en Nueva Asia.
Joshua
Taylor (John David Washington) es un operativo del ejército norteamericano que
se ha infiltrado en un grupo de simulantes y simpatizantes de los mismos en
Nueva Asia con el fin de que le lleven hasta Nirmata, la figura divina a la que
adoran las máquinas y que se supone que es el ingeniero tras los avances que
éstas han registrado. Taylor, como sucede a menudo con los agentes encubiertos,
se ha acabado involucrando demasiado con el grupo que debe vigilar hasta el
punto de casarse con una de sus líderes, una ciborg llamada Maya (Gemma Chan),
de la que espera un hijo. Ésta resulta muerta cuando el ejército lleva a cabo
una incursión de la que no había informado a Taylor.
Cinco
años después, Taylor se ha retirado, pero los militares acuden a él para que
les ayude a guiar a un comando hasta una base de los simulantes en Nueva Asia
en la que se supone se ha desarrollado un arma que puede decantar la guerra a
favor de éstos. Taylor no tiene interés en regresar al servicio, pero lo
convencen mostrándole una grabación reciente en la que Maya parece estar
todavía viva y al frente de una unidad de simulantes. Aunque la misión acaba
mal para casi todos los implicados, Taylor encuentra el arma: una niña
simulante, a la que bautiza Alfie (Madeleine Yuna Voyles) y a la que pone a
salvo huyendo del lugar. Su intención es que la “niña” le guíe hasta Maya, pero
no tarda en descubrir que aquélla tiene el poder de controlar remotamente las
máquinas. Sus superiores le ordenan que entregue al robot, pero para Taylor su
prioridad es Maya y les desobedece, emprendiendo una huida por Nueva Asia
perseguidos ambos por los humanos que quieren destruir el arma y los simulantes
que quieren recuperarla.
Los
2010 y 2020 han visto cómo los rápidos desarrollos en inteligencia artificial y
robótica se traducían en una abundante cantidad de películas que abordan los
efectos que podrían tener esas tecnologías sobre los individuos y las
sociedades. Como ejemplos podemos citar “Her” (2013), “The Machine” (2013),
“Automata” (2014), “Chappie” (2015), “Ex Machina” (2015), “Uncanny” (2015), “Morgan”
(2016), la serie de televisión “Westworld” (2016-22), “Tau” (2018), “Zoe”
(2018), “Archive” (2020), “Despidiendo a Yang” (2021), “Finch” (2021), “TheArtifice Girl” (2022), “M3gan” (2022) o “Estado Eléctrico” (2025) entre otros.
De entre todas estas, si hay alguna con la que se pueda comparar “The Creator”
seguramente sea “Finch”, en la que Tom Hanks hace un viaje por carretera
acompañado de un robot que poco a poco va adquiriendo conciencia de sí mismo.
Gareth Edwards sustituye el mundo postapocalíptico de “Finch” por un s
udeste
asiático devastado por la guerra, pero las premisas de ambas cintas no son tan
diferentes. En lo que se refiere a la trama, “The Creator” es una “road movie”
bastante convencional de la variante en la que un adulto cínico y/o
experimentado se hace cargo de un niño o individuo con habilidades
extraordinarias, un tropo presente en otras películas de género como “Starman”
(1984) o “La Montaña Embrujada” (2009) o, ya de corte más realista, “Rain Man”
(1988) o “Un Mundo Perfecto” (1993).
Sin
embargo, la película destaca menos por su historia que por la construcción del
mundo en el que ésta transcurre. Como he dicho, Gareth Edwards, antes de
convertirse en director, aprendió en su ordenador casero todos los trucos de un
especialista en efectos visuales, un área en la que demostró su talento con
películas-espectáculo como “Godzilla” o “Rogue One”, pero que ya había sabido
aprovechar de forma más sutil en “Monsters”, insertando digitalmente criaturas
y elementos del decorado en paisajes reconocibles para transmitir una sensación
de extrañeza y dificultar que el espectador distinga lo que es real y lo que
no. Ese mismo efecto lo consigue en el montaje inicial, donde una serie de
extractos de noticieros nos muestran metrajes reales del transbordador
espacial, competiciones deportivas, algaradas o anuncios publicitarios en los
que se han insertado digitalmente robots, pasando luego a mostrar un discurso
pronunciado en el Congreso estadounidense por el Jefe del Estado Mayor (con un
sospechoso parecido a Michael Bay, director de “Transformers”).
Esta
misma mezcla de lo artificial y lo real continúa conforme la película abre el
foco para mostrarnos con mayor detalle el mundo del futuro. Vemos robots y
simulantes ejerciendo de polícias o agricultores, montando en moto y llorando a
sus muertos o viviendo como monjes en monasterios budistas (lo que sugiere
inequívocamente que han desarrollado algún tipo de religión). En lugar de
recurrir a las típicas ciudades futuristas de esbeltos rascacielos de cristal y
luces de neón diseñadas en un ordenador, Edwards rodó en localizaciones de
diferentes lugares del mundo que tuvieran alguna similitud con lo que él había
imaginado, sobre todo Tailandia, pero también Nepal o Los Ángeles,
remodelándolos luego con tecnología digital. Así, lo que domina visualmente son
paisajes naturales con arrozales, ríos, formaciones rocosas o montañas de cimas
nevadas. El resultado es un mundo futurista muy real fotografiado con gran
talento por Greig Fraser (“Rogue One”,
“Dune”) y Oren Soffer. Cada plano está compuesto y encuadrado con la
sensibilidad de un pintor, yuxtaponiendo las siluetas angulares y frías de los
robots y los paisajes naturales en imágenes tan bellas como evocadoras.
Además,
Edwards diseña tecnología con una estética muy peculiar (independientemente de
su plausibilidad), empezando por la enorme estación Nomad, que se desplaza por
los cielos como un siniestro ángel de la muerte lanzando rayos que marcan a sus
objetivos antes de aniquilarlos con misiles; vehículos parecidos a la moto de
Batman en “El Caballero Oscuro” (2008); el enorme tanque de combate, tan grande
como una manzana de edificios; o la idea entre surrealista y tierna de las
bombas parlantes que parecen sacadas de “Estrella Oscura” (1974) y que entran
en acción rebosantes de entusiasmo. Las escenas del ataque al poblado y las del
climax a bordo de la Nomad son indudablemente épicas, colocando a Edwards al nivel de James Cameron tanto en la
creación de un mundo autónomo como en conseguir una deslumbrante fusión entre
tecnología y acción.
El
único punto discutible en este aspecto tiene que ver con el tamaño de la Nomad.
Al final, cuando Taylor y Alfie viajan hasta allí para destruirla, la
instalación se encuentra a altura orbital y no se puede sobrevivir en el
exterior sin un traje de presión. Sin embargo, cuando previamente la habíamos
visto en acción, parece una aeronave gigante con algún tipo de dispositivo
antigravedad y desplazándose bajo una capa de nubes. Si fuera una estación
espacial, debería tener un tamaño colosal para verse tan grande desde la
superficie; y si no fuera ese el caso y lo que hiciera fuera moverse hacia arriba
y hacia abajo desde la órbita, tendría un gasto de combustible inimaginable.
Pero, desde mi punto de vista, los verdaderos problemas de la película residen en otra parte.
La
Ciencia Ficción y la Política han ido de la mano desde prácticamente los inicios
del género. Las ficciones especulativas son ideales para autores que quieran
articular un mensaje ideológico porque pueden hacerlo tomando cierta distancia
respecto a nuestra propia realidad, lo que resta carga emocional al relocalizar
la discusión en el futuro, otro planeta o, en fin, un contexto diferente al del
mundo real. Así, se han examinado los pros y contras de las utopías y cómo
llegar a ellas –o desviarse para caer en la distopía-, utilizado el subgénero
de Primer Contacto para discutir las posturas ante la otredad; la Space Opera
para reproducir políticas de nuestro mundo; las Invasiones Alienígenas o la CF
militar como alegoría del colonialismo; el desarrollo de nuevas tecnologias
para analizar la naturaleza de la sociedad y de nuestra individualidad… Quizá
en mayor medida que cualquier otro género, la CF siempre tiene en su premisa algún
concepto potencialmente controvertido. Por eso, los aficionados se acostumbran
pronto a dejar de lado sus diferencias ideológicas en aras de obtener el máximo
entretenimiento acompañado de un debate constructivo. Y esto lo comprendió a la
perfección el director y guionista británico Gareth Edwards desde el principio
de su carrera, mezclando en sus películas la aventura y el suspense con la política.
Edwards
debutó con la interesante “Monstruos”, ambientada en un México infestado de
criaturas alienígenas gigantes y para la que él mismo se encargó de realizar
los efectos especiales. Con ese contexto, aprovechó para examinar la relación
entre el Primer y el Tercer Mundos. El imprevisto éxito de este film le llevó a
recibir el encargo de dirigir el revival norteamericano de “Godzilla” (2014),
más enfocado, obviamente, al puro espectáculo pero donde también se introducía algún
comentario sobre los peligros de la energía nuclear y las consecuencias de su
uso. Nada menos que la franquicia “Star Wars” contrató sus servicios para
“Rogue One”, en la que ofreció una mirada más crítica de lo habitual entonces a
la política galáctica de ese universo, advirtiendo de lo que el poder militar
puede hacer cuando nadie lo vigila.
Ahora
bien, el sustrato político de todas esas películas era, siendo honestos,
bastante delgado, poco más que una corriente subterránea fácil de pasar por
alto por los espectadores menos atentos. Sólo un análisis más profundo podía
arrojar luz sobre esos elementos que, de cualquier modo, Edwards nunca dejó que
se interpusieran en la consecución de un producto entretenido sobre todo lo
demás.
Pero,
en The Creator, Edwards decide dejar clara su postura política con una historia
abiertamente antiamericana cuando no antioccidental. Y, encima, lo hace de la
forma menos sutil posible. Desde las primeras escenas de la película, nos deja muy
claro que los Estados Unidos están claramente en el bando equivocado. No sólo
ha declarado la guerra a las IAs sino que ha fabricado pruebas para convencer a
otros países del peligro que suponen y atraerlos a una alianza contra ellas.
Aún peor, realizan sin ningún tipo de escrúpulos ni contestación incursiones
militares en territorios extranjeros. Durante toda la película, los buenos son
étnicamente no blancos, mientras que los caucásicos son mentirosos, crueles y
violentos, estando dispuestos a mutilar, matar y aniquilar a cualquiera que se
interponga en los intereses estadounidenses.
En
segundo lugar, Edwards asegura que los humanos no tenemos remedio. La IA es la
salvadora de nuestro mundo y el guion presenta sólamente como buenos, nobles y
justos a aquellos humanos modificados cibernéticamente. Esta fobia humanista
contradice cualquier argumento de ficción presentado en los últimos diez años,
incluyendo la propia industria para la que él trabaja, la cual, precisamente en
2023, le había declarado la guerra a la IA en el cine desembocando en las
mencionadas huelgas de guionistas y actores.
Y
en tercer lugar y relacionado con lo que he comentado antes, el marco
geopolítico es, cuanto menos, discutible. Edwards asume que en ese futuro
Estados Unidos tiene derecho legal a enviar tropas a cualquier país del mundo
que albergue simulantes sin que el resto de la comunidad internacional, como
mínimo, proteste o se niegue a secundarlo, especialmente porque en todo momento
se presenta a las IAs como unos seres marginados que no suponen peligro real
alguno. Es más, la película no hace ningún esfuerzo para disimular la alegoría.
Las IAs son, a todos los efectos, iguales que los humanos: gesticulan de forma
reconocible, tienen emociones y creencias, comen, “duermen”, luchan… No hay
ninguna diferencia entre estos seres supuestamente más avanzados que los
humanos en términos de procesamiento de información y cualquier minoría humana
perseguida del tercer mundo.
Pero los problemas de la película no tienen que ver exclusivamente con las opiniones políticas de su director.
La
película no hace ningún esfuerzo en explicar mínimamente la “ciencia” o
tecnología que utiliza como parte de su argumento. Por ejemplo, a Alphie de alguna
manera se le ha otorgado el poder aparentemente mágico de encender y apagar la
energía de casi cualquier máquina, grande o pequeña. La única regla aplicable
es que debe estar físicamente próxima a ella. A medida que avanza la trama, no
queda claro a qué distancia operan esos poderes: las primeras secuencias la
muestran razonablemente lejos de centrales eléctricas y similares, mientras que
el gran final requiere que esté en la sala de control de la Nomad. ¿Por qué ese
cambio? Si tan sólo necesitaba estar cerca, ¿por qué alterar las reglas y
obligarla a estar justo en el centro de la gran estación? ¿Para aumentar el
dramatismo? Si es así…fracasa. ¿Y ese gran plan que ambos tejen para derribar
la estación/nave? ¿Cuándo lo diseñan? Tan solo pasan juntos unos segundos antes
de que Alfie sea desconectada y no hay forma humana ni inhumana de que pudieran
haber planificado todo sobre la marcha. No tiene ningún sentido y empeora lo
que de otro modo podría haber sido un final eficaz y emotivo.
Y
hablando de emotividad, está muy claro que “The Creator” quiere que el
espectador llore. En esencia, trata de un hombre consumido por la culpa que lo
deja todo para defender a una niña. Es una historia que rebosa emociones y
sentimientos: amor, sacrificio, alegría, legado, esperanza, melancolía, odio,
arrepentimiento, penitencia… Y, sin embargo –o al menos ese fue mi caso-, el
director no consigue una conexión a ese nivel, lo cual es una lástima porque
aisla al espectador del auténtico corazón de la historia.
Tampoco
puedo decir nada particularmente positivo de las interpretaciones. Washington
no le aporta a la historia la carga emocional que ésta necesita. Sus mejores
escenas son las que comparte con Maya, porque su química con la niña es nula
hasta ya muy cerca del final de la película. Gemma Chan ya había interpretado
–y con brillantez- a un ser sintético en la serie de televisión “Humans” (2015-2018),
pero aquí se desaprovecha esa experiencia y más parece haber sido elegida por
su belleza que como alguien que pudiera actuar como un híbrido entre IA y
humana. La actriz infantil Madeleine Yuna Voyles hace un trabajo razonablemente
eficaz pero no memorable. Probablemente un mejor guion le habría dado escenas
donde hubiera podido sobresalir más.
“The
Creator” parece un intento de fusionar la espectacularidad visual de las
grandes producciones de Hollywood con cierta sensibilidad propia del cine
independiente. Por desgracia, su enfoque pretendidamente realista y dramático y
las imágenes de gran belleza tienen que compartir metraje con escenas absurdas
y un vacío emocional. Aunque brilla en lo que respecta al diseño y la
construcción visual de su futuro, es difícil no calificarla de fallida si la ponemos
en relación a la aparente ambición de su director. La trama es convencional, el
final predecible, los personajes planos o desdibujados, el mensaje político
poco sutil cuando no cuestionable y la exploración de los dilemas éticos tiene
la profundidad de un vaso de agua. ¿Es una mala película? No diría tanto, pero
sí es otro ejemplo de film de CF cuya historia no está a la altura de su
estética. Si decepcionó a quienes la esperaban como el maná en un periodo de
sequía fue porque lo que plantea no es tan interesante como lo que promete.
Puede ofrecer un rato de entretenimiento siempre y cuando no se sea demasiado
exigente con el guion, pero difícilmente se encontrará aquí algo que pueda
calificarse de memorable, que amplíe las fronteras del género o desafíe
nuestras convicciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario