(Viene de la entrada anterior)
En 1987, Pierre Seron y Magda dejaron Bélgica y se mudaron al sur de Francia, una región en la que el autor había residido en su infancia y de la que tenía buen recuerdo. Allí se casaron, intervinieron en la vida artística y comercial local (Seron, por ejemplo, realizó encargos publicitarios para marcas del lugar) y formaron un nuevo círculo de amistades entre los que figuraba Mourad Boudjellal, un joven librero al que conocieron en el salón del comic de Tolón y que tenía el propósito de fundar una editorial. Así lo hizo y MC Productions, más tarde renombrada como Soleil, empezó su andadura en 1989 con reediciones de clásicos americanos.
Boudjellal, que quería ampliar su cobertura a los autores
francobelgas, le propuso a Seron reeditar “Los Centauros”, serie que, como ya
dije, había sido cancelada por Dupuis dentro de su política de “una serie-un
autor”. Seron, que le tenía mucho cariño a esos personajes, accedió. Y así,
Soleil reeditó los cuatro álbumes de Dupuis, publicó una historia inédita en
álbum (“Los Castigos de Hermes”) y lanzó en 1989 una nueva, “Kelvinhathor III”
(otro cruce con “Los Hombrecitos”). Boudjellal puso también sus miras en “Los
Hombrecitos”, concretamente en aquellas historias cortas que habían aparecido
desde finales de los 60 en la revista “Spirou” pero que Dupuis no se había
molestado en compilar y editar en álbumes. Seron accedió y así, desde 1989 a
1992, Soleil publicó cinco volúmenes con ese material que ya he ido revisando
cronológicamente en esta serie de artículos.
Entretanto, entre 1989 y 1990 aparece serializada en “Spirou” una nueva aventura de “Los Hombrecitos” con la que Seron regresa a la Ciencia Ficción: “Viaje entre dos Mundos”. La historia comienza cuando los tres científicos extraterrestres que Los Hombrecitos habían conocido en “Los Prisioneros del Tiempo”, Nitekasesnitembarkes, Hastamasver y Kakaomaraviyao, viajan hasta la Tierra desde su planeta Rankxerox para hacerle una visita a Renaud. Su llegada coincide con la fuga de dos prisioneros, Rolph y Arnold, retenidos por haber intentado revelar a los Grandes la existencia y paradero de Eslapión.
Los dos bellacos secuestran a Cedilla y consiguen eludir el
amplio dispositivo organizado para encontrarlos, refugiándose en la nave de los
extraterrestres, donde accidentalmente activan un “Trasladador” temporal. La
consecuencia es que los tres, secuestradores y víctima, pasan a habitar
simultáneamente en dos periodos temporales: sus cuerpos están físicamente en el
año 22 d.C, aunque pueden seguir viendo a los habitantes del presente (no los
objetos ni el entorno). Renaud, acompañado accidentalmente por Laviga, utiliza
el dispositivo para trasladarse al pasado y rescatar a su amiga.
La premisa básica de “Viaje entre dos Mundos” es cualquier
cosa menos original. La historia de alguien que viaja al pasado en persecución
de otro, habitualmente un criminal, para evitar que provoque alteraciones en la
corriente temporal, se había visto ya en multitud de novelas, películas, series
y comics. El factor diferencial que aporta Seron es esa especie de
“desfasamiento” que permite a los desplazados permanecer visibles en el
presente, aunque no puedan interactuar físicamente…y viceversa. Esto da lugar a
múltiples gags y situaciones peculiares que Seron resuelve muy bien, aunque él
mismo caiga en alguna incoherencia producto del enrevesamiento de tal concepto
y reconozca que ha tenido que hacer ciertas concesiones. Cuando el niño lector
–figura, como ya dije, presentada unos álbumes atrás- le apunta al autor: “Has metido la pata Seron, si los objetos no
se ven…¿no deberían ir todos desnudos?”, a lo que el interpelado contesta: “¡Eeeeh! ¡Que yo no hago tebeos para
adultos!”. Y, de nuevo, tenemos aquí un desenlace un tanto sorprendente que
pone de manifiesto que Renaud antepone, sin que ello le suponga reparo alguno,
la seguridad de Eslapión y sus gentes a la “legalidad” o los derechos humanos.
Con el siguiente álbum, Seron nos engaña antes de
sorprendernos una vez más. “C+C= Bum” (serializado en “Spirou” en 1991 con álbum
ese mismo año) empieza como lo hacían tantas de las primeras aventuras de la
colección: un par de autómatas en forma de cubo y tonel respectivamente,
siembran el desconcierto en la ciudad, cometiendo el primero un robo de
secretos industriales de la cámara acorazada de un banco (utilizando, detalle
gracioso, las pequeñas herramientas de una navaja suiza incorporada a uno de
sus brazos retráctiles). Las autoridades no consiguen detenerlos y cada uno de
ellos regresa a manos de sus respectivos equipos de control.
Inicialmente, se diría que es otra más de esas historias en
las que los Hombrecitos deberán vérselas con algún villano equipado con alguna
tecnología futurista. Pero, ¡sorpresa!, tras catorce páginas en las que los
protagonistas nominales de la colección brillan por su ausencia, resulta que
quienes están tras los delitos no son sino Hombrecitos, concretamente dos
Renaud idénticos. Se trata de dos de las copias huidas al final de la aventura
“Los Seis Clones”, que ahora han reunido dos equipos de esbirros e instalado
sendas bases secretas para pugnar entre sí por convertirse en supervillanos. Podría
entonces uno imaginarse que, en algún momento, el “auténtico” Renaud
intervendrá para detenerlos. Pero no. Éste no hace acto de presencia hasta la plancha
38 (de 44), prácticamente al final y sin influir verdaderamente en la trama.
Toda la peripecia consiste en las maniobras de los dos –luego tres- clones para
neutralizar al contrario y, como ya venía siendo habitual en la serie, Seron no
tiene reparos a la hora de asesinar personajes a sangre fría e incluso mostrar
violencia explícita (en una pelea a garrotazos bastante cruda para lo que solía
ser lo habitual en la revista).
Está claro que Seron disfrutaba transgrediendo lo que habían sido durante décadas las directrices de la revista. Y se lo podía permitir. Primero y como ya comenté, gracias al cambio de propiedad de la editorial Dupuis que conllevó una nueva orientación que no excluía una mayor dureza en el tono de ciertas series –siempre dentro de un límite, claro-; pero también debido a que gozaba del pleno apoyo de los lectores. En la encuesta que se realizó entre ellos a comienzos de 1991, “Los Hombrecitos” se clasificó como una de las diez series mejor valoradas de las cincuenta y siete que había publicado la revista “Spirou” en los meses precedentes.
Pero con todo su impulso transgresor respecto a sus propios
orígenes y la escuela clásica francobelga, había un tema que para Seron seguía
pendiente. Y uno, además, que la editorial estaba por aquellos años dispuesta a
potenciar: la inclusión de protagonistas femeninas. Y de ahí surge el álbum “Los
Hombrecitos y las Catalinas (serializado en 1991 y recopilado en 1992) que,
ignoro si por error o por malicia deliberada, acaba siendo lo contrario a una historia
que pueda ser considerada feminista.
Empezando por el mismo inicio, un certamen de belleza
femenina, que es uno de los reductos más rancios del machismo. Y, para colmo,
ese concurso de Eslapión premia a la más meritoria de las “Catalinas”, término
que, aunque en español signifique “excremento”, en francés (o en el comic)
parece hacer referencia a las jóvenes que, como la santa del mismo nombre, han
llegado a los 25 años sin conocer varón. La ganadora es Lisa, una joven que
luce un extraordinario “modelito” sombreril en el que aparecen representados
una multitud de personajes de comic antiguos y contemporáneos (y que es una
copia-homenaje actualizada de una ilustración exactamente igual realizada por
Bob de Moor en 1966 para su serie “Balthazar”). El premio que exige la ganadora
es pasar un tiempo en el mundo de los Grandes, acompañada del resto de sus
compañeras participantes y con Renaud como “protector”. Éste se niega en
redondo aduciendo cuestiones de seguridad, pero Lisa encuentra la forma de
salirse con la suya. Roba de la consulta de Hondegger una dosis del antídoto a
los efectos reductores del meteorito, fabrica una máscara de latex y se las
arregla para engañar a Renaud asumiendo otra identidad y saliendo de Eslapión
cargando en una maleta a sus compañeras.
Su destino es una casa cuyo propietario las invitó personalmente y que resulta ser un viejo conocido de los Hombrecitos: el duque de la Maraña. Lo cierto es que no tiene demasiado sentido que las Mujercitas, que lo que querían era disfrutar del mundo de los Grandes, decidan pasar sus días de asueto sin dejar su diminuto tamaño mientras su anfitrión las agasaja. Quizá no conocían el aspecto del villano, pero en cualquier caso resulta tan extraño como insensato confiar tan ciegamente en un Grande del que no saben nada revelando así la existencia de Eslapión, que era precisamente lo que Renaud quería evitar.
De hecho, cuando Renaud se entera de la desaparición de las
muchachas, no tarda en encontrar pistas que le llevan a su paradero. Todo es,
por supuesto, una trampa y las chicas, el cebo. Seron quiere introducir un giro
haciendo que el malvado duque no sea el auténtico cerebro de la operación y que
deba rendir cuentas a un misterioso villano en la sombra cuya identidad, a poco
despabilado que sea el lector, no es ningún enigma.
Así que lo que tenemos, en definitiva, es una aventura demasiado similar a tantas otras de la primera etapa de la serie, en la que un grupo de Hombrecitos queda atrapado en algún edificio de los Grandes y debe escapar haciendo frente a diferentes peligros. El único factor diferencial es la presencia de un grupo de Mujercitas. Está claro que Seron se deleita dibujando mujeres estupendas con curvas sensuales y grandes ojos. No era tampoco algo que ya escandalizara a nadie. Hacía ya veinte años que la sexy Natacha, escrita y dibujada por Walthery, corría sus aventuras en la revista “Spirou” y las prevenciones iniciales respecto a la rotundidad de sus formas y lo provocativo de sus atuendos ya habían desaparecido (la otra gran heroína de la casa, Yoko Tsuno, si bien tenía una figura más esbelta y unos rasgos más finos que sus compañeros masculinos, no exhibía una carga abiertamente erótica).
Ahora bien, tanto Natacha como Yoko Tsuno eran
profesionales competentes en sus respectivos campos, mujeres inteligentes,
resueltas y capaces no ya de medirse sino de superar a sus compañeros
masculinos en los lances en los que se veían envueltas. No es ni mucho menos el
caso de estas Mujercitas, a las que Seron retrata como caprichosas, insensatas,
quejicas, presumidas y pleitistas. Puede que a Lisa se la presente inicialmente
como la líder y el cerebro tras la huida, alguien dotado de iniciativa, ingenio
y ciertos conocimientos y habilidades, pero tales virtudes se evaporan una vez
llegado el meollo de la aventura. Es más, una vez Renaud se reúne con ellas,
todas pasan a conformar un grupo compacto sin que destaque la personalidad de
ninguna de ellas. Discuten por tonterías, se dejan embaucar, no son más que una
carga para Renaud y ni siquiera Seron les permite participar en la resolución
de la aventura, protagonizada exclusivamente por Renaud en un deus exmachina no
demasiado satisfactorio.
Aún peor, Seron parece extraer un placer malévolo castigando a las muchachas, victimizándolas, convirtiéndolas en las tópicas damiselas en apuros que deben ser rescatadas por el varón protagonista, cubriéndolas de pies a cabeza de porquería mientras huyen por una cloaca, y finalmente humillándolas con un castigo por su infracción que consiste en recibir una tunda en sus posaderas por parte de sus “superiores” masculinos -aunque esta imagen no llega a verse expresamente, sí se apunta-. Hay incluso un momento un tanto desconcertante en el que, durante la huida y exasperado, Renaud se dirige a una de las chicas dispuesto a arrearle un bofetón pero, en el último momento, se diría que el autor opta por un giro más tópico y menos controvertido y hace que el héroe caiga estúpida y repentinamente enamorado de la Mujercita.
Por todo esto, por mucho que haya mujeres en esta entrega de la serie, no puede ni mucho menos considerarse una aportación “feminista” (es más, años más tarde, Serón haría “Las Mujercitas”, una serie independiente de “Los Hombrecitos”, de corte humorístico-erótico y con sexo explícito).
Por lo demás y como ya apuntaba, la identidad de los villanos es predecible, como también el desarrollo general de la aventura. Como ya viene siendo costumbre, les da un final particularmente violento, aunque transcurra fuera de foco. En cuanto al dibujo, cabe destacar que la casa que sirve de marco a la aventura es la del propio Seron, una residencia que compraron él y Magda en 1991 y localizada en la pequeña ciudad de Bagard, en el sur de Francia.
(Continúa en una próxima entrada)
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