sábado, 10 de mayo de 2025

1975- THE ROCKY HORROR PICTURE SHOW – Jim Sharman

Si Mel Brooks y John Waters hubieran unido sus fuerzas, el resultado bien podría haber sido algo así como “The Rocky Horror Picture Show”, un auténtico despropósito musical que homenajea la CF y el Terror de serie B de los 50.

 

Las discusiones en torno a si “The Rocky Horror Picture Show” es un obra maestra injustamente menospreciada o cine basura setentero, no han cesado desde su estreno a mediados de la década de los 70. Pero, independientemente de la opinión de cada cual, nadie puede poner en entredicho que sea una de las películas que mayor culto ha formado a su alrededor en toda la historia. Y el problema es que es sobre este fenómeno popular más que sobre la película propiamente dicha sobre el que giran la mayoría de los comentarios. O bien la ensalzan por su brillantez decadente e histriónica y su liberada exposición de la sexualidad alternativa, encontrando en su extrañeza una experiencia que cambia la vida; o bien nada de todo eso tiene sentido alguno y se ridiculiza el culto que ha generado por no entender qué virtudes ven sus defensores en tal despropósito. 

 

Y es que, en realidad, es difícil ver “The Rocky Horror Picture Show” más como una película que como un fenómeno de la cultura popular. De hecho, los comentarios al respecto en las páginas agregadoras de internet ponen de manifiesto que el público está dividido casi por igual en cuanto al amor o el odio que le profesan, basándose los unos en la celebración de la atmósfera festiva y desprejuiciada que impregna toda la cinta y los otros en la incomodidad, cuando no abierta repugnancia, que les produce la exhibición directa de travestis, gays, amor libre, orgías…

 

Tras asistir a una boda, Brad Majors (Barry Bostwick) y Janet Weiss (Susan Sarandon) se declaran su amor mutuo y se prometen. Mientras conducen de regreso a casa, su coche se estropea en mitad de una tormenta y se ven obligados a buscar refugio en un caserón cercano que resulta ser el escondite de un científico loco travestido, el doctor Frank N.Furter (Tim Curry), quien también es un alienígena del planeta Transilvania. Furter invita a la pareja a asistir a la presentación de su más grande creación, un hombre artificial perfecto, rubio y musculoso, que se ha fabricado para aliviar sus propios impulsos sexuales. Para impedir que revelen lo que allí ocurre, el doctor los toma cautivos y, durante la noche, los seduce por separado.

 

El fenómeno del “The Rocky Horror Picture Show” tuvo su origen en la mente del actor Richard O´Brien (que en la película interpreta al siniestro criado jorobado de Furter, Riff Raff), quien lo estrenó inicialmente como una obra teatral en el distrito londinense de Chelsea en 1973, contando ya en el reparto con algunos de los actores que luego aparecerían en la versión cinematográfica, como Tim Curry o Little Nell. Tuvo un éxito moderado que no se replicó, más bien todo lo contrario, cuando el promotor Loud Adler lo llevó a Estados Unidos. Éste, sin embargo, confiaba lo suficiente en la obra como para reunir los fondos necesarios y adaptarla al cine… con iguales si no peores resultados. Cuando se estrenó en 1975, fue un desastre de taquilla y todos los críticos la despedazaron. Nadie la comprendió ni supo ver el encanto de esa peculiar fusión conceptual y musical de los 50 y los 70. Nadie excepto un pequeño grupo de fans que volvieron una y otra vez a verla, reuniendo en torno a sí a un público cada vez más numeroso conforme la película pasaba a ser proyectada en sesiones de medianoche.

 

Los estudiosos han fijado el origen del fenómeno en la persona de Louis Farese Jr. En algún momento de 1976, durante una de las proyecciones, cuando Janet coloca un periódico sobre su cabeza para protegerse de la lluvia, parece que Farese gritó a la pantalla: “Cómprate un paraguas, zorra tacaña”. A partir de ese momento y progresivamente, las sesiones nocturnas de “The Rocky Horror Picture Show” se convirtieron en un ritual repetido por todo el mundo. El público acudía a las salas vestido como los personajes, a menudo travestidos con la lencería que Frank N.Furter lleva durante todo el metraje. La gente bailaba en los pasillos y acompañaba a los actores en las canciones. Incluso llevaban objetos que utilizaban al llegar ciertas escenas: arroz que tiraban durante la boda; en la tormenta, se disparaban pistolas de agua; cuando el doctor Furter propone un brindis lanzaban al aire pedazos de tostada (en inglés “toast” significa igualmente brindis y tostada); en el número musical “There´s a Light”, encendían mecheros o linternas… También se proponía un diálogo interactivo en el que el público respondía a los actores con comentarios, juegos de palabras o bromas relativas a lo que ocurría en pantalla. Este compromiso de los aficionados con la película se ha convertido en algo tan indivisible del fenómeno “Rocky Horror Picture Show” que incluso se llegó a lanzar un disco con la participación del público.

 

Este fenómeno es una de las formas más originales de experiencia interactiva teatral. Puestos a buscar similitudes dentro del campo de la ciencia ficción, podríamos mencionar a “Star Trek” (1966-69) o “Star Wars” (1977). Tanto la serie de televisión como la película de Lucas dieron lugar a convenciones de aficionados y proyecciones en salas a las que acudían muchos fans vestidos como sus personajes favoritos. Sin embargo, en ninguno de los dos casos se ha producido una dinámica interactiva en la que el público responde, de acuerdo a un ritual compartido, a los eventos mostrados en pantalla.

 

Incluso hoy no extraña que la película fracasara en su estreno. Como muchos films de culto contemporáneos (“La Noche de los Muertos Vivientes”, “Pink Flamingo”, “Cabeza Borradora”…) es difícil verla una primera vez y no sentir cierto grado de desconcierto o incomodidad. Parte de ello es intencionado: varias escenas incluyen algún componente desagradable y la puesta en escena es lo suficientemente chocante como para repeler al espectador convencional; y otra parte se debe al honesto reconocimiento de las limitaciones de la propia producción. No existe tanto un argumento como un “corta y pega” de escenas e ideas extraídas de viejas películas de serie B, reformuladas de la forma más barata y afectuosa posible y escenificadas con un desvergonzado espíritu camp.

 

“The Rocky Horror Picture Show” apareció en un momento en el que las parodias cinematográficas del género fantacientífico estaban en boga. Un poco antes y un poco después del estreno de la cinta que nos ocupa, pudieron verse, por ejemplo, “Flesh Gordon” (1974), “El Monstruo de las Bananas” (1973), “El Fantasma del Paraíso” (1974, que guarda bastantes paralelismos con “Rocky Horror”) o “El Jovencito Frankenstein” (1974). Aún se recordaba el éxito de la serie de televisión de Batman (1966-68) y pocos años después y a rebufo de “Star Wars”, se popularizaron los remakes, reciclajes y homenajes a películas de CF de serie B de los años 50.

 

El encanto de “Rocky Horror” –para quienes sepan vérselo- reside tanto en su limitado presupuesto como en su intención de divertirse imitando y/o parodiando las viejas películas de serie B. Para apreciar el film no es necesario conocer todas y cada una de las referencias que incluye, pero desde luego ayuda tanto como saber que poco o nada aquí fue pensado para tomarse en serio. Los críticos de cine dedican gran parte de su tiempo a intentar persuadir al público para que elija y juzgue las películas basándose en criterios más profundos que si son o no entretenidas, pero esta es una película que sólo funciona si uno, como dice el lema de los carteles promocionales, "se entrega al placer absoluto".

 

Así, la canción con la que se abre el film, “Science Fiction Double Feature”, es básicamente una lista nostálgica de películas de género que Richard O´Brien recordaba de su niñez: “El Doctor X” (1932), “El Hombre Invisible” (1933), “King Kong” (1933), “Ultimátum a la Tierra” (1951) o “Planeta Prohibido” (1956); algunos de los versos dicen: “Flash Gordon estaba allí en su ropa interior plateada (…) cuando vi a Janette Scott luchando contra un Trífido que escupe veneno y mata (…) Dana Andrews dijo que las ciruelas pasas le dieron las runas” (las dos últimas haciendo referencia a “El Día de los Trífidos”, 1962; y “La Noche del Demonio”, 1957). Toda la película está repleta de guiños visuales al cine de serie B: Magenta (Patricia Quinn) luce un peinado igual al de Elsa Lanchester en “La Novia de Frankenstein” (1935); Eddie (Meat Loaf) lleva tatuados en los nudillos de ambas manos las palabras “odio” y “amor”, igual que Robert Mitchum en “La Noche del Cazador” (1955); puede verse incluso una elaborada réplica de la torre que figuraba en el logo de la RKO, por la que Frank N.Furter trepa en el clímax reproduciendo la escena de “King Kong” (quizá la creación más famosa de RKO). 

 

El Batman televisivo de los 60 tomó a un superhéroe de cómic de rostro serio y lo ridiculizó burlándose de los tropos de ese género. Tanto “Barbarella” (1968) como “Flesh Gordon” estaban protagonizadas por héroes de cómic que, literalmente, perdían su inocencia original. Y “The Rocky Horror Picture Show” es, también y a su manera, una historia sobre la pérdida de la inocencia. Es una película de “Frankenstein” pasada por el filtro camp del “Batman” sesentero y combinado con el glam rock de la época en el que cantantes como David Bowie jugaban a la ambigüedad de género. Aquí tenemos un científico loco que deja que sus fetichismos e impulsos sexuales fluyan libremente en lugar de enmascararlos a través de símbolos o imaginería; y en lugar de crear un humano perfecto, se fabrica un adonis con el que tener sexo mientras, de paso, corrompe la falsa pureza de sus jóvenes invitados.

 

Este tema de la corrupción del inocente estaba presente también en “El Mago de Oz” (1900), la novela de L.Frank Baum cuya influencia también reconoció O´Brien. De hecho, originalmente, la película estaba pensada para ser filmada en blanco y negro hasta la presentación de Frank N. Furter, replicando así el viaje de Dorothy desde Kansas a Oz a través del tornado. Si bien conserva muchos aspectos de la novela, “Rocky Horror” subvierte o se aleja de algunos de sus elementos clave para revelar un mensaje más oscuro (si es que podemos hablar de tal cosa aquí). Aunque “El Mago de Oz” tiene un final circular en el que todo vuelve a la normalidad, en “Rocky Horror” las vidas de Brad y Janet han cambiado para siempre. Ya no podrán volver a su mundo de iglesias encaladas, vestidos pastel y tontorrona timidez. Si Dorothy consiguió regresar a su mundo con su pureza intacta, Brad y Janet no sólo cedieron a las tentaciones sexuales de Furter sino que descubrieron que disfrutaban con ellas. La canción final es un dueto que confronta los conflictivos deseos del corazón de Brad con la promiscuidad de Janet. Casi se podría comparar la escena con una escenificación sexualizada de la Caída (la desobediencia de Adán y Eva a Dios en el Jardín del Edén, lo que llevó a la pérdida de su estado de inocencia y la entrada del pecado en el mundo), con el Criminólogo (interpretado maravillosamente por Charles Gray) observando como un Dios celoso y decepcionado con sus creaciones.

 

Cualquiera que vea la película no tendrá problemas en captar su defensa sorprendentemente explícita y abierta de la polisexualidad. “The Rocky Horror Picture Show” es una de las pocas películas estadounidenses (aunque se rodó enteramente en Inglaterra) que afirma que el sexo en todas sus vertientes e incluyendo la bisexualidad o el travestismo, es divertido. Llega incluso a introducir un dispositivo de rayos que transforma el almidonado y formal vestuario de los invitados en lencería y ligueros. Aunque la historia finaliza con un mensaje levemente reprobador de los excesos sexuales, el resto es una celebración tan singular como admirable de lo diferente. Como proponía uno de los carteles promocionales de la película, un par grandes labios sobre un fondo negro: “No lo sueñes. Sé”.

 

Pensar que “Rocky Horror” es una mera promoción de la promiscuidad sexual es ignorar tontamente el lado más sofisticado de la película. Si se tratara simplemente de un vehículo utilizado por su autor para convencer a la gente de vestirse con medias de rejilla y entregarse a la lujuria, se habría invertido mucho menos esfuerzo en el diálogo y los personajes. El guion de O'Brien es ingenioso y directo, y Tim Curry pronuncia cada una de sus líneas con estilo y personalidad. Frank N. Furter es mucho más complejo e impredecible de lo que uno podría suponer. No es tan solo un científico loco exhibicionista y travestido sino que oscila continuamente entre aspectos opuestos: niño llorón y caprichoso, reinona narcisista, sádico sexual, caballero inglés… Este papel, justificadamente, marcó un antes y un después en la carrera de Tim Curry y hoy sigue considerándose una de sus mejores interpretaciones.

 

No hay mucho que decir del director, Jim Sharman, porque, aparte del que nos ocupa, solo hizo otros cuatro films, entre ellos “Shock Treatment” (1981), que continúa la historia de Brad y Janet varios años después de lo sucedido en “Rocky Horror” y en el que repitieron varios miembros del reparto. El resto de las películas de Sharman, las produjo en su nativa Australia y prácticamente son desconocidas fuera de allí. En cuanto al guionista y creador de “Rocky Horror”, Richard O´Brien, intervino en varios títulos con pequeños papeles, como “Flash Gordon” (1980), “Dark City” (1998), “Por Siempre Jamás” (1998) o “Dragones y Mazmorras” (2000). Nunca volvió a escribir otro guion.

 

“The Rocky Horror Picture Show: Let’s Do the Time Warp Again (2016)” fue un remake en forma de telefilm protagonizado por la actriz transexual Laverne Cox y con Tim Curry apareciendo como El Criminólogo. Han existido varios intentos de hacer una secuela, pero la negativa de Tim Curry a retomar el papel del doctor Frank N Furter las ha conducido siempre a una vía muerta. La única que llegó a ver la luz es la que mencionaba antes, “Shock Treatment”, una parodia ligera de la adicción a la televisión y que contaba con algunas buenas canciones. Sin embargo, ni se acercó al éxito que, a la postre, cosechó la película original, entre otras cosas porque los aficionados a ésta mayormente la desprecian. Lo que nunca ha dejado de representarse es la obra teatral, que ha sido continuamente reestrenada por todo el mundo (en una de ellas, en Nueva Zelanda, en 1986, el papel del Criminólogo lo interpretó en ex Primer Ministro Robert Muldoon).

 

Es muy difícil precisar con exactitud qué es lo que hace que “Rocky Horror” sea una película tan divertida. Desde luego, algunas de las canciones son brillantes, paródicas y rebosan humor negro, energía y sensualidad (personalmente, destacaría “"Hot Patootie, Bless My Soul", interpretada por Meat Loaf”; "Science Fiction/Double Feature"; "Dammit, Janet"; "Touch-a, Touch-a, Touch-a, Touch Me" o “Eddie”). Pero quizá sea, sobre todo, porque el equipo se lo pasó en grande haciendo la película sin preocuparle la opinión que de ella tendrían quienes la vieran luego.

 

Hay bastantes cosas en “Rocky Horror” que no funcionan. En el tercio final las canciones pierden brío y originalidad, la trama se difumina y el ritmo se estanca. Aunque el final es apropiado y coherente, el camino hasta el mismo tiene demasiado relleno. Esto puede haber sido intencional dado que hay mucho del mundo del cabaré en esta película y ese tipo de espectáculos no son conocidos precisamente por su brevedad. Pero ello no apaga la sensación de que la trama acaba arrastrándose y cayendo en la autoindulgencia, sobre todo en algunas de las secuencias de baile.

 

Debido a que la trama es tan confusa y dispersa, la película es muy desigual en lo que respecta a su tono, que en algunos momentos llega a ser tan histriónico que puede cansar a quienes no se hayan entregado ya plenamente al espectáculo. No es una película apta para cualquier gusto y sensibilidad y siempre habrá un sector del público que no soporte su desfile de excentricidades.

 

“The Rocky Horror Picture Show” es cine basura en su forma más delirantemente disfrutable. La historia es una tontería histriónica, sin sentido y construida de manera descuidada, pero también sorprendentemente bondadosa y, a pesar de las apariencias, inofensiva. Tiene números musicales sobresalientes y es un producto tan alegre y enloquecido que puede comprenderse el impacto que ha tenido sobre mucha gente. No es de ninguna manera una obra maestra, ni siquiera una buena película en el sentido ordinario del término, pero nadie le puede arrebatar su estatus de hito de la cultura popular estadounidense que ningún remake podrá aspirar a igualar.

 

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