Si Mel
Brooks y John Waters hubieran unido sus fuerzas, el resultado bien podría haber
sido algo así como “The Rocky Horror Picture Show”, un auténtico despropósito
musical que homenajea la CF y el Terror de serie B de los 50.
Las
discusiones en torno a si “The Rocky Horror Picture Show” es un obra maestra
injustamente menospreciada o cine basura setentero, no han cesado desde su
estreno a mediados de la década de los 70. Pero, independientemente de la
opinión de cada cual, nadie puede poner en entredicho que sea una de las
películas que mayor culto ha formado a su alrededor en toda la historia. Y el
problema es que es sobre este fenómeno popular más que sobre la película
propiamente dicha sobre el que giran la mayoría de los comentarios. O bien la
ensalzan por su brillantez decadente e histriónica y su liberada exposición de
la sexualidad alternativa, encontrando en su extrañeza una experiencia que
cambia la vida; o bien nada de todo eso tiene sentido alguno y se ridiculiza el
culto que ha generado por no entender qué virtudes ven sus defensores en tal
despropósito.
Y es
que, en realidad, es difícil ver “The Rocky Horror Picture Show” más como una
película que como un fenómeno de la cultura popular. De hecho, los comentarios
al respecto en las páginas agregadoras de internet ponen de manifiesto que el
público está dividido casi por igual en cuanto al amor o el odio que le
profesan, basándose los unos en la celebración de la atmósfera festiva y
desprejuiciada que impregna toda la cinta y los otros en la incomodidad, cuando
no abierta repugnancia, que les produce la exhibición directa de travestis,
gays, amor libre, orgías…
Tras
asistir a una boda, Brad Majors (Barry Bostwick) y Janet Weiss (Susan Sarandon)
se declaran su amor mutuo y se prometen. Mientras conducen de regreso a casa,
su coche se estropea en mitad de una tormenta y se ven obligados a buscar
refugio en un caserón cercano que resulta ser el escondite de un científico
loco travestido, el doctor Frank N.Furter (Tim Curry), quien también es un alienígena
del planeta Transilvania. Furter invita a la pareja a asistir a la presentación
de su más grande creación, un hombre artificial perfecto, rubio y musculoso,
que se ha fabricado para aliviar sus propios impulsos sexuales. Para impedir
que revelen lo que allí ocurre, el doctor los toma cautivos y, durante la
noche, los seduce por separado.
El
fenómeno del “The Rocky Horror Picture Show” tuvo su origen en la mente del
actor Richard O´Brien (que en la película interpreta al siniestro criado
jorobado de Furter, Riff Raff), quien lo estrenó inicialmente como una obra
teatral en el distrito londinense de Chelsea en 1973, contando ya en el reparto
con algunos de los actores que luego aparecerían en la versión cinematográfica,
como Tim Curry o Little Nell. Tuvo un éxito moderado que no se replicó, más
bien todo lo contrario, cuando el promotor Loud Adler lo llevó a Estados
Unidos. Éste, sin embargo, confiaba lo suficiente en la obra como para reunir
los fondos necesarios y adaptarla al cine… con iguales si no peores resultados.
Cuando se estrenó en 1975, fue un desastre de taquilla y todos los críticos la
despedazaron. Nadie la comprendió ni supo ver el encanto de esa peculiar fusión
conceptual y musical de los 50 y los 70. Nadie excepto un pequeño grupo de fans
que volvieron una y otra vez a verla, reuniendo en torno a sí a un público cada
vez más numeroso conforme la película pasaba a ser proyectada en sesiones de medianoche.
Los
estudiosos han fijado el origen del fenómeno en la persona de Louis Farese Jr.
En algún momento de 1976, durante una de las proyecciones, cuando Janet coloca
un periódico sobre su cabeza para protegerse de la lluvia, parece que Farese
gritó a la pantalla: “Cómprate un
paraguas, zorra tacaña”. A partir de ese momento y progresivamente, las
sesiones nocturnas de “The Rocky Horror Picture Show” se convirtieron en un
ritual repetido por todo el mundo. El público acudía a las salas vestido como
los personajes, a menudo travestidos con la lencería que Frank N.Furter lleva
durante todo el metraje. La gente bailaba en los pasillos y acompañaba a los
actores en las canciones. Incluso llevaban objetos que utilizaban al llegar
ciertas escenas: arroz que tiraban durante la boda; en la tormenta, se
disparaban pistolas de agua; cuando el doctor Furter propone un brindis
lanzaban al a
ire pedazos de tostada (en inglés “toast” significa igualmente
brindis y tostada); en el número musical “There´s a Light”, encendían mecheros
o linternas… También se proponía un diálogo interactivo en el que el público
respondía a los actores con comentarios, juegos de palabras o bromas relativas
a lo que ocurría en pantalla. Este compromiso de los aficionados con la
película se ha convertido en algo tan indivisible del fenómeno “Rocky Horror
Picture Show” que incluso se llegó a lanzar un disco con la participación del
público.
Este
fenómeno es una de las formas más originales de experiencia interactiva
teatral. Puestos a buscar similitudes dentro del campo de la ciencia ficción,
podríamos mencionar a “Star Trek” (1966-69) o “Star Wars” (1977). Tanto la
serie de televisión como la película de Lucas dieron lugar a convenciones de
aficionados y proyecciones en salas a las que acudían muchos fans vestidos como
sus personajes favoritos. Sin embargo, en ninguno de los dos casos se ha
producido una dinámica interactiva en la que el público responde, de acuerdo a
un ritual compartido, a los eventos mostrados en pantalla.
Incluso
hoy no extraña que la película fracasara en su estreno. Como muchos films de
culto contemporáneos (“La Noche de los Muertos Vivientes”, “Pink Flamingo”, “Cabeza
Borradora”…) es difícil verla una primera vez y no sentir cierto grado de
desconcierto o incomodidad. Parte de ello es intencionado: varias escenas incluyen
algún componente desagradable y la puesta en escena es lo suficientemente
chocante como para repeler al espectador convencional; y otra parte se debe al
honesto reconocimiento de las limitaciones de la propia producción. No existe
tanto un argumento como un “corta y pega” de escenas e ideas extraídas de
viejas películas de serie B, reformuladas de la forma más barata y afectuosa
posible y escenificadas con un desvergonzado espíritu camp.
“The
Rocky Horror Picture Show” apareció en un momento en el que las parodias
cinematográficas del género fantacientífico estaban en boga. Un poco antes y un
poco después del estreno de la cinta que nos ocupa, pudieron verse, por
ejemplo, “Flesh Gordon” (1974), “El Monstruo de las Bananas” (1973), “El
Fantasma del Paraíso” (1974, que guarda bastantes paralelismos con “Rocky
Horror”) o “El Jovencito Frankenstein” (1974). Aún se recordaba el éxito de la
serie de televisión de Batman (1966-68) y pocos años después y a rebufo de
“Star Wars”, se popularizaron los remakes, reciclajes y homenajes a películas
de CF de serie B de los años 50.
El encanto
de “Rocky Horror” –para quienes sepan vérselo- reside tanto en su limitado
presupuesto como en su intención de divertirse imitando y/o parodiando las
viejas películas de serie B. Para apreciar el film no es necesario conocer
todas y cada una de las referencias que incluye, pero desde luego ayuda tanto
como saber que poco o nada aquí fue pensado para tomarse en serio. Los críticos
de cine dedican gran parte de su tiempo a intentar persuadir al público para
que elija y juzgue las películas basándose en criterios más profundos que si
son o no entretenidas, pero esta es una película que sólo funciona si uno, como
dice el lema de los carteles promocionales, "se entrega al placer absoluto".
Así, la
canción con la que se abre el film, “Science Fiction Double Feature”, es
básicamente una lista nostálgica de películas de género que Richard O´Brien
recordaba de su niñez: “El Doctor X” (1932), “El Hombre Invisible” (1933),
“King Kong” (1933), “Ultimátum a la Tierra” (1951) o “Planeta Prohibido”
(1956); algunos de los versos dicen: “Flash
Gordon estaba allí en su ropa interior plateada (…) cuando vi a Janette Scott
luchando contra un Trífido que escupe veneno y mata (…) Dana Andrews dijo que
las ciruelas pasas le dieron las runas” (las dos últimas haciendo
referencia a “El Día de los Trífidos”, 1962; y “La Noche del Demonio”, 1957).
Toda la película está repleta de guiños visuales al cine de serie B: Magenta
(Patricia Quinn) luce un peinado igual al de Elsa Lanchester en “La Novia de
Frankenstein” (1935); Eddie (Meat Loaf) lleva tatuados en los nudillos de ambas
manos las palabras “odio” y “amor”, igual que Robert Mitchum en “La Noche del
Cazador” (1955); puede verse incluso una elaborada réplica de la torre que
figuraba en el logo de la RKO, por la que Frank N.Furter trepa en el clímax
reproduciendo la escena de “King Kong” (quizá la creación más famosa de
RKO).
El
Batman televisivo de los 60 tomó a un superhéroe de cómic de rostro serio y lo
ridiculizó burlándose de los tropos de ese género. Tanto “Barbarella” (1968)
como “Flesh Gordon” estaban protagonizadas por héroes de cómic que,
literalmente, perdían su inocencia original. Y “The Rocky Horror Picture Show”
es, también y a su manera, una historia sobre la pérdida de la inocencia. Es
una película de “Frankenstein” pasada por el filtro camp del “Batman” sesentero
y combinado con el glam rock de la época en el que cantantes como David Bowie
jugaban a la ambigüedad de género. Aquí tenemos un científico loco que deja que
sus fetichismos e impulsos sexuales fluyan libremente en lugar de enmascararlos
a través de símbolos o imaginería; y en lugar de crear un humano perfecto, se
fabrica un adonis con el que tener sexo mientras, de paso, corrompe la falsa
pureza de sus jóvenes invitados.
Este
tema de la corrupción del inocente estaba presente también en “El Mago de Oz”
(1900), la novela de L.Frank Baum cuya influencia también reconoció O´Brien. De
hecho, originalmente, la película estaba pensada para ser filmada en blanco y
negro hasta la presentación de Frank N. Furter, replicando así el viaje de
Dorothy desde Kansas a Oz a través del tornado. Si bien conserva muchos
aspectos de la novela, “Rocky Horror” subvierte o se aleja de algunos de sus elementos
clave para revelar un mensaje más oscuro (si es que podemos hablar de tal cosa
aquí). Aunque “El Mago de Oz” tiene un final circular en el que todo vuelve a
la normalidad, en “Rocky Horror” las vidas de Brad y Janet han cambiado para siempre.
Ya no podrán volver a su mundo de iglesias encaladas, vestidos pastel y
tontorrona timidez. Si Dorothy consig
uió regresar a su mundo con su pureza
intacta, Brad y Janet no sólo cedieron a las tentaciones sexuales de Furter sino
que descubrieron que disfrutaban con ellas. La canción final es un dueto que
confronta los conflictivos deseos del corazón de Brad con la promiscuidad de Janet.
Casi se podría comparar la escena con una escenificación sexualizada de la
Caída (la desobediencia de Adán y Eva a Dios en el Jardín del Edén, lo que
llevó a la pérdida de su estado de inocencia y la entrada del pecado en el
mundo), con el Criminólogo (interpretado maravillosamente por Charles Gray)
observando como un Dios celoso y decepcionado con sus creaciones.
Cualquiera
que vea la película no tendrá problemas en captar su defensa sorprendentemente
explícita y abierta de la polisexualidad. “The Rocky Horror Picture Show” es
una de las pocas películas estadounidenses (aunque se rodó enteramente en
Inglaterra) que afirma que el sexo en todas sus vertientes e incluyendo la
bisexualidad o el travestismo, es divertido. Llega incluso a introducir un dispositivo
de rayos que transforma el almidonado y formal vestuario de los invitados en lencería
y ligueros. Aunque la historia finaliza con un mensaje levemente reprobador de
los excesos sexuales, el resto es una celebración tan singular como admirable
de lo diferente. Como proponía uno de los carteles promocionales de la
película, un par grandes labios sobre un fondo negro: “No lo sueñes. Sé”.
Pensar
que “Rocky Horror” es una mera promoción de la promiscuidad sexual es ignorar
tontamente el lado más sofisticado de la película. Si se tratara simplemente de
un vehículo utilizado por su autor para convencer a la gente de vestirse con
medias de rejilla y entregarse a la lujuria, se habría invertido mucho menos
esfuerzo en el diálogo y los personajes. El guion de O'Brien es ingenioso y
directo, y Tim Curry pronuncia cada una de sus líneas con estilo y
personalidad. Frank N. Furter es mucho más complejo e impredecible de lo que
uno podría suponer. No es tan solo un científico loco exhibicionista y travestido
sino que oscila continuamente entre aspectos opuestos: niño llorón y
caprichoso, reinona narcisista, sádico sexual, caballero inglés… Este papel,
justificadamente, marcó un antes y un después en la carrera de Tim Curry y hoy
sigue considerándose una de sus mejores interpretaciones.
No hay
mucho que decir del director, Jim Sharman, porque, aparte del que nos ocupa, solo
hizo otros cuatro films, entre ellos “Shock Treatment” (1981), que continúa la
historia de Brad y Janet varios años después de lo sucedido en “Rocky Horror” y
en el que repitieron varios miembros del reparto. El resto de las películas de
Sharman, las produjo en su nativa Australia y prácticamente son desconocidas
fuera de allí. En cuanto al guionista y creador de “Rocky Horror”, Richard
O´Brien, intervino en varios títulos con pequeños papeles, como “Flash Gordon”
(1980), “Dark City” (1998), “Por Siempre Jamás” (1998) o “Dragones y Mazmorras”
(2000). Nunca volvió a escribir otro guion.
“The
Rocky Horror Picture Show: Let’s Do the Time Warp Again (2016)” fue un remake
en forma de telefilm protagonizado por la actriz transexual Laverne Cox y con Tim
Curry apareciendo como El Criminólogo. Han existido varios intentos de hacer
una secuela, pero la negativa de Tim Curry a retomar el papel del doctor Frank
N Furter las ha conducido siempre a una vía muerta. La única que llegó a ver la
luz es la que mencionaba antes, “Shock Treatment”, una parodia ligera de la
adicción a la televisión y que contaba con algunas buenas canciones. Sin
embargo, ni se acercó al éxito que, a la postre, cosechó la película original,
entre otras cosas porque los aficionados a ésta mayormente la desprecian. Lo
que nunca ha dejado de representarse es la obra teatral, que ha sido
continuamente reestrenada por todo el mundo (en una de ellas, en Nueva Zelanda,
en 1986, el papel del Criminólogo lo interpretó en ex Primer Ministro Robert
Muldoon).
Es muy
difícil precisar con exactitud qué es lo que hace que “Rocky Horror” sea una
película tan divertida. Desde luego, algunas de las canciones son brillantes,
paródicas y rebosan humor negro, energía y sensualidad (personalmente,
destacaría “"Hot Patootie, Bless My Soul", interpretada por Meat Loaf”;
"Science Fiction/Double Feature"; "Dammit, Janet"; "Touch-a,
Touch-a, Touch-a, Touch Me" o “Eddie”). Pero quizá sea, sobre todo, porque
el equipo se lo pasó en grande haciendo la película sin preocuparle la opinión
que de ella tendrían quienes la vieran luego.
Hay
bastantes cosas en “Rocky Horror” que no funcionan. En el tercio final las
canciones pierden brío y originalidad, la trama se difumina y el ritmo se
estanca. Aunque el final es apropiado y coherente, el camino hasta el mismo
tiene demasiado relleno. Esto puede haber sido intencional dado que hay mucho del
mundo del cabaré en esta película y ese tipo de espectáculos no son conocidos
precisamente por su brevedad. Pero ello no apaga la sensación de que la trama
acaba arrastrándose y cayendo en la autoindulgencia, sobre todo en algunas de
las secuencias de baile.
Debido
a que la trama es tan confusa y dispersa, la película es muy desigual en lo que
respecta a su tono, que en algunos momentos llega a ser tan histriónico que
puede cansar a quienes no se hayan entregado ya plenamente al espectáculo. No
es una película apta para cualquier gusto y sensibilidad y siempre habrá un sector
del público que no soporte su desfile de excentricidades.
“The Rocky Horror Picture Show” es cine basura en su forma más delirantemente disfrutable. La historia es una tontería histriónica, sin sentido y construida de manera descuidada, pero también sorprendentemente bondadosa y, a pesar de las apariencias, inofensiva. Tiene números musicales sobresalientes y es un producto tan alegre y enloquecido que puede comprenderse el impacto que ha tenido sobre mucha gente. No es de ninguna manera una obra maestra, ni siquiera una buena película en el sentido ordinario del término, pero nadie le puede arrebatar su estatus de hito de la cultura popular estadounidense que ningún remake podrá aspirar a igualar.
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