martes, 20 de mayo de 2025

2023- THE CREATOR – Gareth Edwards

 

Cuando se estrenó el trailer de “The Creator”, las comunidades de aficionados a la CF en las redes sociales y los medios afines se mostraron entusiasmadas por lo que preveían sería una película audaz y de calado conceptual.

 

Para ser justos, parte de esa expectación podría atribuirse al hecho de que, últimamente, un gran porcentaje del público ha ido perdiendo el interés en las principales franquicias del género, con el consecuente rendimiento decreciente de cada nueva iteración de las mismas. No hay más que ver cómo Disney paralizó durante un tiempo nuevos lanzamientos cinematográficos de Star Wars, optando por aprovechar el formato televisivo sin demasiada buena acogida. Con el Universo Cinematográfico Marvel ha sucedido algo parecido y ya nadie pone en duda que su potencial para encandilar al público, al menos por el momento, se ha estancado (a DC mejor ni mencionarla a la espera del próximo estreno de su nuevo –otro más- Superman).

 

A ello hubo que sumar la huelga del Sindicato de Guionistas de Hollywood, que, solapada con otra del Sindicato de Actores, dejó en barbecho numerosos proyectos. Por eso, muchos esperaban que “The Creator” fuera capaz de llenar  un enorme hueco abierto en el panorama de la CF audiovisual.

 

Lamentablemente, la película registró un estreno bastante desalentador y fracasó a la hora de satisfacer las expectativas que –quizá desproporcionadamente por las razones aducidas- se habían generado a su alrededor, llegando algunos a considerarla una “obra maestra fallida”. Personalmente, me pareció una película poco sutil y emocionalmente fría, algo sorprendente dado que su guionista/director había firmado productos tan interesantes como “Monsters” (2010) o “Rogue One” (2016). Resulta llamativo que, habiendo participado en películas de perfil tan alto como la mencionada de la saga “Star Wars” o “Godzilla”, Edwards dejara pasar nada menos que siete años antes de estrenar su siguiente proyecto, “The Creator”, coescrito por Chris Weitz, nada menos que el codirector de “American Pie” (1999) y responsable en solitario de “La Brújula Dorada” (2007) y “Crepúsculo: Luna Nueva” (2009), además de participar en “Rogue One” como guionista. Y, como he dicho al principio, esa larga espera que tanta expectación había generado, fue coronada por una decepción. Recaudó 104 millones de dólares sobre un presupuesto de 80 millones, lo que en la industria cinematográfica apenas da para cubrir los gastos, colocando un clavo más en el ataúd de la CF de espíritu independiente y gran presupuesto, esto es, no perteneciente a alguna de las franquicias veteranas.

 

(ATENCIÓN: el siguiente comentario contiene spoilers a fin de poder analizar la trama y los personajes).

 

Estamos en el año 2055. Un rápido desarrollo en la robótica y la inteligencia artificial dio como resultado la autoconciencia de las máquinas, si bien la Humanidad siguió utilizándolas como meras herramientas. Tras la detonación de una bomba nuclear en Los Ángeles, atribuida a las IAs, los Estados Unidos prohiben esa tecnología y los robots y simulantes supervientes se relocalizan en Nueva Asia.

 

Joshua Taylor (John David Washington) es un operativo del ejército norteamericano que se ha infiltrado en un grupo de simulantes y simpatizantes de los mismos en Nueva Asia con el fin de que le lleven hasta Nirmata, la figura divina a la que adoran las máquinas y que se supone que es el ingeniero tras los avances que éstas han registrado. Taylor, como sucede a menudo con los agentes encubiertos, se ha acabado involucrando demasiado con el grupo que debe vigilar hasta el punto de casarse con una de sus líderes, una ciborg llamada Maya (Gemma Chan), de la que espera un hijo. Ésta resulta muerta cuando el ejército lleva a cabo una incursión de la que no había informado a Taylor.

 

Cinco años después, Taylor se ha retirado, pero los militares acuden a él para que les ayude a guiar a un comando hasta una base de los simulantes en Nueva Asia en la que se supone se ha desarrollado un arma que puede decantar la guerra a favor de éstos. Taylor no tiene interés en regresar al servicio, pero lo convencen mostrándole una grabación reciente en la que Maya parece estar todavía viva y al frente de una unidad de simulantes. Aunque la misión acaba mal para casi todos los implicados, Taylor encuentra el arma: una niña simulante, a la que bautiza Alfie (Madeleine Yuna Voyles) y a la que pone a salvo huyendo del lugar. Su intención es que la “niña” le guíe hasta Maya, pero no tarda en descubrir que aquélla tiene el poder de controlar remotamente las máquinas. Sus superiores le ordenan que entregue al robot, pero para Taylor su prioridad es Maya y les desobedece, emprendiendo una huida por Nueva Asia perseguidos ambos por los humanos que quieren destruir el arma y los simulantes que quieren recuperarla.

 

Los 2010 y 2020 han visto cómo los rápidos desarrollos en inteligencia artificial y robótica se traducían en una abundante cantidad de películas que abordan los efectos que podrían tener esas tecnologías sobre los individuos y las sociedades. Como ejemplos podemos citar “Her” (2013), “The Machine” (2013), “Automata” (2014), “Chappie” (2015), “Ex Machina” (2015), “Uncanny” (2015), “Morgan” (2016), la serie de televisión “Westworld” (2016-22), “Tau” (2018), “Zoe” (2018), “Archive” (2020), “Despidiendo a Yang” (2021), “Finch” (2021), “TheArtifice Girl” (2022), “M3gan” (2022) o “Estado Eléctrico” (2025) entre otros. De entre todas estas, si hay alguna con la que se pueda comparar “The Creator” seguramente sea “Finch”, en la que Tom Hanks hace un viaje por carretera acompañado de un robot que poco a poco va adquiriendo conciencia de sí mismo. Gareth Edwards sustituye el mundo postapocalíptico de “Finch” por un sudeste asiático devastado por la guerra, pero las premisas de ambas cintas no son tan diferentes. En lo que se refiere a la trama, “The Creator” es una “road movie” bastante convencional de la variante en la que un adulto cínico y/o experimentado se hace cargo de un niño o individuo con habilidades extraordinarias, un tropo presente en otras películas de género como “Starman” (1984) o “La Montaña Embrujada” (2009) o, ya de corte más realista, “Rain Man” (1988) o “Un Mundo Perfecto” (1993).

 

Sin embargo, la película destaca menos por su historia que por la construcción del mundo en el que ésta transcurre. Como he dicho, Gareth Edwards, antes de convertirse en director, aprendió en su ordenador casero todos los trucos de un especialista en efectos visuales, un área en la que demostró su talento con películas-espectáculo como “Godzilla” o “Rogue One”, pero que ya había sabido aprovechar de forma más sutil en “Monsters”, insertando digitalmente criaturas y elementos del decorado en paisajes reconocibles para transmitir una sensación de extrañeza y dificultar que el espectador distinga lo que es real y lo que no. Ese mismo efecto lo consigue en el montaje inicial, donde una serie de extractos de noticieros nos muestran metrajes reales del transbordador espacial, competiciones deportivas, algaradas o anuncios publicitarios en los que se han insertado digitalmente robots, pasando luego a mostrar un discurso pronunciado en el Congreso estadounidense por el Jefe del Estado Mayor (con un sospechoso parecido a Michael Bay, director de “Transformers”).

 

Esta misma mezcla de lo artificial y lo real continúa conforme la película abre el foco para mostrarnos con mayor detalle el mundo del futuro. Vemos robots y simulantes ejerciendo de polícias o agricultores, montando en moto y llorando a sus muertos o viviendo como monjes en monasterios budistas (lo que sugiere inequívocamente que han desarrollado algún tipo de religión). En lugar de recurrir a las típicas ciudades futuristas de esbeltos rascacielos de cristal y luces de neón diseñadas en un ordenador, Edwards rodó en localizaciones de diferentes lugares del mundo que tuvieran alguna similitud con lo que él había imaginado, sobre todo Tailandia, pero también Nepal o Los Ángeles, remodelándolos luego con tecnología digital. Así, lo que domina visualmente son paisajes naturales con arrozales, ríos, formaciones rocosas o montañas de cimas nevadas. El resultado es un mundo futurista muy real fotografiado con gran talento  por Greig Fraser (“Rogue One”, “Dune”) y Oren Soffer. Cada plano está compuesto y encuadrado con la sensibilidad de un pintor, yuxtaponiendo las siluetas angulares y frías de los robots y los paisajes naturales en imágenes tan bellas como evocadoras.

 

Además, Edwards diseña tecnología con una estética muy peculiar (independientemente de su plausibilidad), empezando por la enorme estación Nomad, que se desplaza por los cielos como un siniestro ángel de la muerte lanzando rayos que marcan a sus objetivos antes de aniquilarlos con misiles; vehículos parecidos a la moto de Batman en “El Caballero Oscuro” (2008); el enorme tanque de combate, tan grande como una manzana de edificios; o la idea entre surrealista y tierna de las bombas parlantes que parecen sacadas de “Estrella Oscura” (1974) y que entran en acción rebosantes de entusiasmo. Las escenas del ataque al poblado y las del climax a bordo de la Nomad son indudablemente épicas, colocando a  Edwards al nivel de James Cameron tanto en la creación de un mundo autónomo como en conseguir una deslumbrante fusión entre tecnología y acción.

 

El único punto discutible en este aspecto tiene que ver con el tamaño de la Nomad. Al final, cuando Taylor y Alfie viajan hasta allí para destruirla, la instalación se encuentra a altura orbital y no se puede sobrevivir en el exterior sin un traje de presión. Sin embargo, cuando previamente la habíamos visto en acción, parece una aeronave gigante con algún tipo de dispositivo antigravedad y desplazándose bajo una capa de nubes. Si fuera una estación espacial, debería tener un tamaño colosal para verse tan grande desde la superficie; y si no fuera ese el caso y lo que hiciera fuera moverse hacia arriba y hacia abajo desde la órbita, tendría un gasto de combustible inimaginable.

 

Pero, desde mi punto de vista, los verdaderos problemas de la película residen en otra parte.

 

La Ciencia Ficción y la Política han ido de la mano desde prácticamente los inicios del género. Las ficciones especulativas son ideales para autores que quieran articular un mensaje ideológico porque pueden hacerlo tomando cierta distancia respecto a nuestra propia realidad, lo que resta carga emocional al relocalizar la discusión en el futuro, otro planeta o, en fin, un contexto diferente al del mundo real. Así, se han examinado los pros y contras de las utopías y cómo llegar a ellas –o desviarse para caer en la distopía-, utilizado el subgénero de Primer Contacto para discutir las posturas ante la otredad; la Space Opera para reproducir políticas de nuestro mundo; las Invasiones Alienígenas o la CF militar como alegoría del colonialismo; el desarrollo de nuevas tecnologias para analizar la naturaleza de la sociedad y de nuestra individualidad… Quizá en mayor medida que cualquier otro género, la CF siempre tiene en su premisa algún concepto potencialmente controvertido. Por eso, los aficionados se acostumbran pronto a dejar de lado sus diferencias ideológicas en aras de obtener el máximo entretenimiento acompañado de un debate constructivo. Y esto lo comprendió a la perfección el director y guionista británico Gareth Edwards desde el principio de su carrera, mezclando en sus películas la aventura y el suspense con la política.

 

Edwards debutó con la interesante “Monstruos”, ambientada en un México infestado de criaturas alienígenas gigantes y para la que él mismo se encargó de realizar los efectos especiales. Con ese contexto, aprovechó para examinar la relación entre el Primer y el Tercer Mundos. El imprevisto éxito de este film le llevó a recibir el encargo de dirigir el revival norteamericano de “Godzilla” (2014), más enfocado, obviamente, al puro espectáculo pero donde también se introducía algún comentario sobre los peligros de la energía nuclear y las consecuencias de su uso. Nada menos que la franquicia “Star Wars” contrató sus servicios para “Rogue One”, en la que ofreció una mirada más crítica de lo habitual entonces a la política galáctica de ese universo, advirtiendo de lo que el poder militar puede hacer cuando nadie lo vigila.

 

Ahora bien, el sustrato político de todas esas películas era, siendo honestos, bastante delgado, poco más que una corriente subterránea fácil de pasar por alto por los espectadores menos atentos. Sólo un análisis más profundo podía arrojar luz sobre esos elementos que, de cualquier modo, Edwards nunca dejó que se interpusieran en la consecución de un producto entretenido sobre todo lo demás.

 

Pero, en The Creator, Edwards decide dejar clara su postura política con una historia abiertamente antiamericana cuando no antioccidental. Y, encima, lo hace de la forma menos sutil posible. Desde las primeras escenas de la película, nos deja muy claro que los Estados Unidos están claramente en el bando equivocado. No sólo ha declarado la guerra a las IAs sino que ha fabricado pruebas para convencer a otros países del peligro que suponen y atraerlos a una alianza contra ellas. Aún peor, realizan sin ningún tipo de escrúpulos ni contestación incursiones militares en territorios extranjeros. Durante toda la película, los buenos son étnicamente no blancos, mientras que los caucásicos son mentirosos, crueles y violentos, estando dispuestos a mutilar, matar y aniquilar a cualquiera que se interponga en los intereses estadounidenses.

 

En segundo lugar, Edwards asegura que los humanos no tenemos remedio. La IA es la salvadora de nuestro mundo y el guion presenta sólamente como buenos, nobles y justos a aquellos humanos modificados cibernéticamente. Esta fobia humanista contradice cualquier argumento de ficción presentado en los últimos diez años, incluyendo la propia industria para la que él trabaja, la cual, precisamente en 2023, le había declarado la guerra a la IA en el cine desembocando en las mencionadas huelgas de guionistas y actores.

 

Y en tercer lugar y relacionado con lo que he comentado antes, el marco geopolítico es, cuanto menos, discutible. Edwards asume que en ese futuro Estados Unidos tiene derecho legal a enviar tropas a cualquier país del mundo que albergue simulantes sin que el resto de la comunidad internacional, como mínimo, proteste o se niegue a secundarlo, especialmente porque en todo momento se presenta a las IAs como unos seres marginados que no suponen peligro real alguno. Es más, la película no hace ningún esfuerzo para disimular la alegoría. Las IAs son, a todos los efectos, iguales que los humanos: gesticulan de forma reconocible, tienen emociones y creencias, comen, “duermen”, luchan… No hay ninguna diferencia entre estos seres supuestamente más avanzados que los humanos en términos de procesamiento de información y cualquier minoría humana perseguida del tercer mundo.

 

Pero los problemas de la película no tienen que ver exclusivamente con las opiniones políticas de su director.

 

La película no hace ningún esfuerzo en explicar mínimamente la “ciencia” o tecnología que utiliza como parte de su argumento. Por ejemplo, a Alphie de alguna manera se le ha otorgado el poder aparentemente mágico de encender y apagar la energía de casi cualquier máquina, grande o pequeña. La única regla aplicable es que debe estar físicamente próxima a ella. A medida que avanza la trama, no queda claro a qué distancia operan esos poderes: las primeras secuencias la muestran razonablemente lejos de centrales eléctricas y similares, mientras que el gran final requiere que esté en la sala de control de la Nomad. ¿Por qué ese cambio? Si tan sólo necesitaba estar cerca, ¿por qué alterar las reglas y obligarla a estar justo en el centro de la gran estación? ¿Para aumentar el dramatismo? Si es así…fracasa. ¿Y ese gran plan que ambos tejen para derribar la estación/nave? ¿Cuándo lo diseñan? Tan solo pasan juntos unos segundos antes de que Alfie sea desconectada y no hay forma humana ni inhumana de que pudieran haber planificado todo sobre la marcha. No tiene ningún sentido y empeora lo que de otro modo podría haber sido un final eficaz y emotivo.

 

Y hablando de emotividad, está muy claro que “The Creator” quiere que el espectador llore. En esencia, trata de un hombre consumido por la culpa que lo deja todo para defender a una niña. Es una historia que rebosa emociones y sentimientos: amor, sacrificio, alegría, legado, esperanza, melancolía, odio, arrepentimiento, penitencia… Y, sin embargo –o al menos ese fue mi caso-, el director no consigue una conexión a ese nivel, lo cual es una lástima porque aisla al espectador del auténtico corazón de la historia.

 

Tampoco puedo decir nada particularmente positivo de las interpretaciones. Washington no le aporta a la historia la carga emocional que ésta necesita. Sus mejores escenas son las que comparte con Maya, porque su química con la niña es nula hasta ya muy cerca del final de la película. Gemma Chan ya había interpretado –y con brillantez- a un ser sintético en la serie de televisión “Humans” (2015-2018), pero aquí se desaprovecha esa experiencia y más parece haber sido elegida por su belleza que como alguien que pudiera actuar como un híbrido entre IA y humana. La actriz infantil Madeleine Yuna Voyles hace un trabajo razonablemente eficaz pero no memorable. Probablemente un mejor guion le habría dado escenas donde hubiera podido sobresalir más.

 

“The Creator” parece un intento de fusionar la espectacularidad visual de las grandes producciones de Hollywood con cierta sensibilidad propia del cine independiente. Por desgracia, su enfoque pretendidamente realista y dramático y las imágenes de gran belleza tienen que compartir metraje con escenas absurdas y un vacío emocional. Aunque brilla en lo que respecta al diseño y la construcción visual de su futuro, es difícil no calificarla de fallida si la ponemos en relación a la aparente ambición de su director. La trama es convencional, el final predecible, los personajes planos o desdibujados, el mensaje político poco sutil cuando no cuestionable y la exploración de los dilemas éticos tiene la profundidad de un vaso de agua. ¿Es una mala película? No diría tanto, pero sí es otro ejemplo de film de CF cuya historia no está a la altura de su estética. Si decepcionó a quienes la esperaban como el maná en un periodo de sequía fue porque lo que plantea no es tan interesante como lo que promete. Puede ofrecer un rato de entretenimiento siempre y cuando no se sea demasiado exigente con el guion, pero difícilmente se encontrará aquí algo que pueda calificarse de memorable, que amplíe las fronteras del género o desafíe nuestras convicciones.  

 

 

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