El director Bert Ira Gordon y su esposa Flora conformaron durante muchos años un equipo de producción bien engrasado. Él solía coescribir, producir y dirigir sus películas de bajo presupuesto con la gran ayuda de ella, a quien se la describió como una productora integral que se encargaba de todos los aspectos no técnicos de los rodajes, desde el catering hasta la administración y, en general, de mantener a la gente contenta en el set.
A Bert I.Gordon se le llegó a conocer entre los aficionados
a la serie B por sus efectos especiales bastante pedestres, a menudo realizados
en su propio garaje. También en este aspecto, Flora demostró ser una
colaboradora esencial, aunque a menudo no aparecía acreditada por ello. Trabajó
en todas las películas de su esposo entre 1955 y su divorcio en 1979. Después,
se independizó (como Flora Lang) como jefa de producción para varios
largometrajes y películas para televisión, y ejerció como jefa de unidad en la
exitosa telenovela “Dinastía”, entre 1981 y 1985. Fue una de las fundadoras del
Comité de Mujeres del Sindicato de Directores de Estados Unidos.
Bert Gordon se mantuvo activo como productor y director
hasta finales de los 80 (aunque su última película la dirigió en 2015, “Secrets
of a Psycopath”), pero su fama se la debe a una serie de títulos de ciencia ficción
de bajo presupuesto, rodados en blanco y negro y estrenados entre mediados y
finales de los años 50, poblados por lagartos, insectos y personas gigantescas,
cintas tan baratas como visualmente ambiciosas que le valieron el apodo ideado
por Forrest J.Ackerman utilizando sus
propias iniciales: Mister B.I.G
En octubre de 1957, Gordon estaba listo para dar comienzo a
la producción de uno de sus films más exitosos utilizando la premisa inversa, a
saber, la miniaturización de personas. Naturalmente, esta iniciativa nació en
parte del deseo de aprovecharse del éxito de otra película que Universal había
estrenado aquel año: “El Increíble Hombre Menguante”. Para entonces, Gordon ya
mantenía una fructífera relación con el estudio que mejor sabía producir y
comercializar películas de explotación para el público adolescente: American
International Pictures. Los ejecutivos de AIP contrataron a Gordon para
producir y dirigir dos films: la secuela de su película de 1957, “El Asombroso
Hombre Creciente”, que se tituló “La Guerra de la Bestia Gigante”; y “La
Rebelión de los Muñecos”, ambas rodadas consecutivamente en el otoño de 1957 y
estrenadas juntas en abril de 1958 como programa doble.
Sally Reynolds (June Kenney) acepta un trabajo como recepcionista
para un anciano y amable pero también algo siniestro fabricante de muñecas, el
señor Franz (John Hoyt). La muchacha pronto se enamora del viajante de comercio
Bob Westley (John Agar); y también empieza a sentirse inquieta al descubrir que
su predecesora, Janet (Jean Moorhead), y otras personas relacionadas con Franz
han desaparecido misteriosamente. Así que, cuando Bob le propone matrimonio y
mudarse juntos a San Luis, ella no duda en aprovechar la oportunidad. Al día
siguiente, Franz le informa que Bob ha llamado y se ha marchado sin ella.
Sally, que sospecha que algo no va bien, empieza a husmear y encuentra un
muñeco nuevo que se parece a Bob, colocado en un tubo de cristal junto a otros
juguetes similares extremadamente realistas.
El sargento de policía Paterson (Jack Kosslyn) inicialmente
desestima la teoría de Sally de que Franz ha convertido a Bob en un muñeco,
pero cuando ella señala la desaparición de otras personas cercanas, decide
hacerle una visita. Sin embargo, el juguetero logra convencerlo de que Sally,
simplemente, padece de una desbordante imaginación. Después, se enfrenta a ella
y la somete a una máquina reductora.
Se despierta vistiendo una servilleta y Franz confiesa que,
desde que su esposa lo dejó, se ha sentido muy solo y no soporta la idea de que
más de sus “amigos” le abandonen. Entonces saca el tubo que contiene a Bob,
explicando que mantiene a sus "muñecos" dormidos con la ayuda de una
cápsula narcótica. Dice que los dos deberían estar contentos de haberse vuelto
tan pequeños, ya que ahora pueden disfrutar de una vida sin preocupaciones. Él
se encargará de alimentarlos y vestirlos; incluso, cuando están despiertos, de
vez en cuando les organiza una fiestecita.
Dicho esto, saca a más de sus “pequeños amigos” y sirve
pastel y champán con una vajilla para muñecas e incluso pone un disco de rock
para que los más jóvenes se sientan a gusto. Esos “amigos” incluyen los
adolescentes Stan y Laurie (Ken Miller and Marlene Willis), Georgia (Laurie
Mitchell) y un militar, Mac (Scott Peters). Los cuatro parecen haberse
resignado a su destino, pero Bob y Sally los convencen para tratar de escapar.
La oportunidad les llega cuando Franz recibe la visita de
un viejo amigo, el titiritero Emil (Michael Mark), que le mantiene distraído en
la puerta de la tienda. Los “muñecos” primero llaman a la policía, pero la
telefonista no puede escuchar sus débiles voces, ahogadas por la música que
suena de fondo. Los tres hombres deciden entonces acometer una arriesgada
escalada al –para ellos- gigantesco mobiliario para alcanzar la máquina
reductora e invertir el proceso. Sin embargo, Franz regresa antes de que puedan
concluir.
Pero he aquí que regresa el sargento Paterson, ahora sí,
con más sospechas tras averiguar que Bob nunca llegó a San Luis. Franz se da
cuenta de que su engaño ha terminado y decide que, en lugar de pasar el resto
de su vida en prisión, se suicidará… pero no solo. Planea llevarse a la tumba a
todas sus diminutas víctimas, no sin antes dar una fiesta de despedida y un
espectáculo privado de marionetas en el teatro. Los mete en un maletín y los
hace representar una versión del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero después de
administrarle su propio suero somnífero, Sally y Bob escapan y corren por las
calles hacia el laboratorio de Franz perseguidos por una rata gigante y un
perro furioso. Al despabilarse, Franz sale tras ellos, pero, al llegar a su
laboratorio, lo detiene una curiosa niña scout (June Jocelyn), el tiempo
suficiente como para que Sally y Bob recuperen su tamaño normal. Bob aparta de
su camino a Franz de camino a la policía mientras éste, desconsolado, grita: "¡Por favor, no me dejes! Me quedaré
solo".
Como era su costumbre, el propio Bert Gordon escribió el
tratamiento básico del guion que, en este caso, pasó para su desarrollo a uno
de sus frecuentes colaboradores, George Worthing Yates, que llevaba desde
principios de los años 20 escribiendo cuentos y propuestas de guion hasta que
uno de ellos fue finalmente aceptado y entre 1938 y 1954 firmó una docena de
guiones, sobre todo westerns de serie B pero también thrillers criminales o historias
de aventuras. Después de escribir el primer tratamiento de guion para “La Humanidad en Peligro” (“Them”, 1954), trabajó casi exclusivamente en el campo de la CF.
Hizo una primera versión de guion para el semifracaso “La Conquista del
Espacio” (1955), producido por George Pal y dirigido por Byron Haskin, aunque
no se usaron de ella más que algunas ideas básicas. Luego participaría en films
como “Surgió del Fondo del Mar” (1955) o “La Tierra contra los Platillos
Volantes” (1956). Yates estuvo muy ocupado los años 1957 y 1958, porque
escribió nada menos que siete películas de CF. Sólo en el otoño de 1957, estaba
redactando al mismo tiempo “La Rebelión de los Muñecos”, “La Guerra de la
Bestia Gigante” y “The Flame Barrier” (1958).
“La Rebelión de los Muñecos” es una película inusual dentro
de la carrera de Bert I.Gordon en el sentido de que es más un drama que una
simple historia de monstruos. En el centro de la historia está el señor Franz,
también un “científico loco” peculiar porque su motivación no es la egolatría,
la obsesión científica o las ansias de dominio mundial. En cierto sentido,
Franz es un personaje digno de compasión, solitario y socialmente alienado,
que, como un niño, no puede soportar la idea de que la gente que aprecia
desaparezca de su vida, así que los convierte en una especie de muñecos con los
que “jugar”. Realmente piensa –o al menos trata de convencerse de ello- que lo
que hace es en bien de los miniaturizados, ofreciéndoles una vida sin
preocupaciones y placer, disfrutando de su compañía y de la de otras personas
por las que él alberga sentimientos positivos.
Por desgracia, habría sido necesario un guionista más
sofisticado que Yates –y, probablemente, un mejor director que Gordon- para
aprovechar de verdad ese interesante drama. Franz nunca se enfrenta a la
reclusión y complejos que le provocó el abandono de su esposa. Este suceso
traumático se presenta como motivación para sus actos, pero no se desarrolla en
un verdadero arco argumental. Lo que dio auténtica fuerza a “El Increíble
Hombre Menguante”, más allá de la transformación física del protagonista, fue
su viaje emocional. En “La Rebelión de los Muñecos”, Franz es el motor de la
historia y el único personaje mínimamente perfilado y si el argumento se
hubiera concentrado en su desarrollo interior, podría haber sacado a la
película del foso de la serie B en la que hoy se encuentra. Pero, por supuesto,
contar historias sofisticadas no era el objetivo de AIP.
Gordon y Yates también desaprovechan el evidente potencial
que hay en el subtexto de explotación sexual. Lo que en el fondo hace Franz es proporcionarse
sustitutas para su esposa, muñecas que poseer y dominar. Desde la Campanilla de
“Peter Pan” (1904) hasta la Femlin de “Playboy” (un personaje de la revista
creado para la sección de Party Jokes en 1955), las mujeres desnudas de tamaño
minúsculo siempre han sido una fantasía masculina muy popular. En el cine hay
ejemplos como los de la comedia francesa “Amour de Poche” (1957), con esa misma
premisa; o “El Terror del Año 5000” (1958), inspirada libremente en un cuento
de Waldemar Kaempffert, “Bottle Baby”, sobre una pequeña mujer desnuda que
aparece en el vaso de vacío de un científico. Sin embargo, la obvia motivación
sexual detrás de las acciones de Franz es omitida deliberadamente por Gordon, un
cineasta que tendía a rehuir el contenido potencialmente polémico en sus
películas…hasta que se encontró dirigiendo comedias sexuales en los años 80.
Naturalmente, AIP insistió en un par de planos “picantes”, así que tenemos uno
de Georgia bañándose en una lata de café y otro en el que Sally despierta con
una servilleta. Pero incluso esos momentos están rodados con precisión clínica
y Gordon se niega a explotar el aspecto sexual.
Los fabricantes de muñecas que utilizan para sus siniestros
propósitos a humanos miniaturizados pueden rastrearse al menos hasta un cuento
de 1859 escrito por el irlandés Fitz-James O´Brien, autor de la estirpe de
Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce y H.P. Lovecraft y hoy considerado uno de los
precursores de la ciencia ficción. El cuento en cuestión es “El Forjador de
Milagros”, el cual inspiró la más famosa novela “Arde, Bruja, Arde” (1932), la
cual, a su vez, sirvió –muy libremente, es verdad- de base para la película “La
Muñeca Diabólica” (1936), de Tod Browning, en la que unos científicos crean
gente diminuta para que cometan robos. En “La Novia de Frankenstein” (1936), de
James Whale, aparecían pequeños “homunculi” y fue de aquí de donde Gordon
obviamente cogió la idea de meter a los individuos miniaturizados en tubos de
vidrio. Por último hemos de citar a “Doctor Cíclope” (1940), probablemente la
cinta más cercana a “La Rebelión de los Muñecos” en tanto que ambas presentan a
un grupo de personas miniaturizadas por un científico demente consistiendo la
aventura en tratar de escapar de sus garras. La principal diferencia –además de
la ambientación, selvática en un caso y urbana en otro- es que el juguetero
Franz es un personaje por el que el espectador puede sentir mayor simpatía que
el doctor Thorkel.
El escaso conocimiento científico de Gordon y su desinterés
por el proceso (teórico) de miniaturización es algo imposible de disimular.
Franz explica que el procedimiento es “bastante
simple, en realidad”: su máquina se basa en el principio de un procesador
de imágenes convencional: cuanto más lejos esté el proyector de la pantalla,
mayor será la imagen, y viceversa. Así que se trata simplemente de desintegrar
seres humanos vivos a nivel molecular y luego reintegrarlos con el tamaño
deseado. Muy fácil para alguien con la larga experiencia de Franz como
fabricante de muñecas de plástico, lo que sin duda le proporcionó los
conocimientos necesarios sobre desintegración molecular y reconstrucción
biológica de seres humanos. Quizás no sea la explicación científica más absurda
que podamos encontrar en una película de ciencia ficción de los años 50, pero
acumula méritos para ello.
Bert Gordon era conocido por sus efectos especiales de bajo
presupuesto, ya que prefería un proceso llamado "in-camera bi-pack"
que servía para crear tomas con pinturas mate directamente en la cámara,
combinando dos imágenes en una sola exposición, en lugar del más caro y largo
procedimiento convencional. El problema es que a menudo la pintura mate quedaba
sobreexpuesta, semitranslúcida con líneas gruesas. Gordon era consciente de las
limitaciones de ese proceso y por eso solía también recurrir a otros efectos
más rudimentarios, pero menos susceptibles a problemas de calidad, como la
retroproyección y, también muy a menudo, la pantalla dividida. O, como en
"Beginning of the End” (1957), donde consiguió poner en pantalla unos
saltamontes gigantes por el simple método de rodar a los insectos delante de
una fotografía impresa y ampliada.
Hay que admitir que los efectos de “La Rebelión de los
Muñecos” aguantan mejor el paso del tiempo que los de la mayoría de sus
películas, porque utilizan menos las pinturas mate y más la pantalla dividida,
el atrezzo gigante y los escenarios diseñados para parecer enormes. Los actores
interactúan con los objetos diseñados y fabricados por los especialistas
residentes de la AIP, Paul y Jackie Blaisdell: una bandeja gigante con tazas y
platillos, un gran ovillo de lana, una lata de café, una servilleta, una
botella de champán, tijeras, un cuchillo, latas de pintura, un avión de papel,
un teléfono gigante, una caja de cerillas, una navaja de afeitar, etc. El
enorme teléfono lo pidieron prestado a una compañía telefónica. Los Blaisdell
también crearon los tubos en los que Franz guarda a sus "amigos" y el
maletín que usa para transportarlos. En muchos casos, toda esta utillería tuvo
que fabricarse en dos tamaños diferentes: grande para que interactuaran los
personajes miniaturizados; y pequeño para que lo hicieran Franz y el resto de
los personajes “grandes”.
Las escenas con decorados y atrezzo gigantes siguen
manteniendo su efecto incluso hoy en día, un mérito que hay que reconocer a los
Blaisdell y los escenógrafos y directores artísticos, sobre todo teniendo en
cuenta las limitaciones económicas y temporales con las que debieron trabajar. Cuando
Franz interactúa con los títeres, Gordon recurre principalmente a la pantalla
dividida, lo que elimina los habituales problemas de exposición. Son escenas un
poco temblorosas, pero no tanto como para molestar al espectador. Sin embargo,
la huida que tiene lugar en el climax está punteada de los típicos y terribles
efectos “Gordon”: retroproyecciones mal ajustadas y pinturas mate de pésima
calidad. La rata es tan grande como un perro cuando se la compara con el coche
que pasa cerca y las líneas mate son llamativamente gruesas. Cuando el actor
John Hoyt manipula los tubos con los “muñecos”, a primera vista el efecto es
convincente, pero una observación algo más atenta revela que no son muñecos
sino recortes de fotografías de los actores, ligeramente curvados y
cuidadosamente sostenidos por Hoyt en un ángulo que trata de no delatar el
truco, lo que no siempre consigue.
En cuanto a los actores y empezando por John Hoyt, no puede
decirse que su interpretación sea demasiado buena. A Hoyt lo recuerdan hoy los aficionados
por interpretar al malvado industrial de “Cuando los Mundos Chocan” (1951),
Actor de carácter respetado y prolífico, fue un visitante asiduo de la CF,
participando en películas como “El Continente Perdido” (1951), “El Hombre con
Rayos X en los Ojos” (1963), “Los Viajeros en el Tiempo” (1964), “Terror en el
Asfalto” (1968) e incluso la parodia de porno suave “Las Aventuras de Flesh
Gordon” (1974). También hizo apariciones en muchísimas series de televisión,
llegando a aparecer en el primer piloto de “Star Trek” (el que rechazó la NBC).
También apareció en “Battlestar Galáctica”, “El Hombre de los Seis Millones de Dólares”, “El Planeta de los Simios” (la serie), “El Túnel del Tiempo”, “Viajeal Fondo del Mar”, “Rumbo a lo Desconocido” o “La Dimensión Desconocida”.
Pero lo cierto es que, con todo ese impresionante
currículo, basta ver su aspecto para entender que Hoyt se desenvolvía mejor en
papeles de perfil siniestro. Se dice que aquí disfrutó interpretando al aparentemente
amable Sr. Franz, impostando un acento "europeo" bastante creíble.
Aunque exagera la timidez del personaje hasta límites absurdos, su sinceridad
parece verosímil y una vez que uno se acostumbra a la actuación caricaturesca,
empieza a calar en el espectador. De hecho, es Hoyt quien lleva la película
sobre sus hombros en lo que al apartado actoral se refiere.
Del resto del reparto poco tengo que decir, al menos bueno.
June Kenney está simplemente correcta como Sally. El cobarde protagonista
interpretado por John Agar, Bob, es tan insulso como eficiente. Y en este caso
es una lástima porque pocos actores pueden identificarse tanto con la CF de los
50 como John Agar. Lo cual es, por otra parte, irónico, dado que se pasó buena
parte de su carrera tratando de escapar del pozo del encasillamiento en el que
había caído desde que entrara en él a mediados de los 50 con “La Venganza del
Hombre Monstruo” (1955), para Universal. Por entonces, ya llevaba diez años en
la industria, pero sólo se lo conocía por su matrimonio con Shirley Temple. Cuando
firmó con Universal, esperaba ascender a la categoría de protagonista en
películas “serias”. Sin embargo, el estudio tenía más interés en promocionar a
otras estrellas y él no era una prioridad. Así que lo que le ofrecieron fueron
películas de monstruos, en las que él no estaba interesado y dos años después
se marchó. Pero ya era demasiado tarde y se pasó años escapando de hombres
topo, cerebros alienígenas o invasores espaciales en cintas como “Bajo el Signo
de Isthar” (1956), “Tarántula” (1957), “La Hija del Médico y la Bestia” (1957),
“El Cerebro del Planeta Arous” (1957), “Invasores Invisibles” (1958), “Viaje al
Séptimo Planeta” (1962), “Mujeres del Planeta Prehistórico” (1966), “Zontar, la
Cosa que Llegó de Venus” (1967), “King Kong” (1976) o “70 Minutos para Huir”
(1988). Pese a sus reticencias, Agar siempre aportó un gran profesionalismo a
su trabajo y sus interpretaciones algo blandas pero no exentas de cierto
carisma despertaron la simpatía del público adolescente o, al menos, de los
productores de cintas de bajo presupuesto.
Sí que me gustaría hacer una mención a Michael Mark, que
aquí interpreta al titiritero Emil. Mark era un actor bajo contrato de la
Universal que apareció en nada menos que cuatro películas de Frankenstein
producidas por ese estudio: “Frankenstein” (1931), “El Hijo de Frankenstein”
(1939), “El Fantasma de Frankenstein” (1942) y “La Zíngara y los Monstruos”
(1944). En concreto, en la primera de esas cintas tuvo un papel pequeño pero
inolvidable: el padre de la pequeña María, la niña accidentalmente ahogada por
la criatura de Frankenstein. La imagen de Mark llevando en sus brazos el
cadáver de su hija y clamando venganza, es historia del cine.
Como de costumbre, la dirección de Bert Gordon es, siendo amables, anodina. Casi toda la historia transcurre en el taller de juguetes, que se compone de tres estancias. Gordon contó con un director de fotografía de primera, Ernest Laszlo, quien posteriormente obtendría nada menos que ocho nominaciones a los Oscar, ganando uno de ellos y una victoria (“Vencedores o Vencidos”, 1961; “El Mundo está Loco, Loco, Loco, Loco”, 1963; “Viaje Alucinante”, 1966; “Aeropuerto”, 1970; “La Fuga de Logan”, 1976), pero su talento tampoco logró realzar esta producción de bajo presupuesto, filmando todo bajo una luz plana y aburrida.
Dentro de las limitaciones apuntadas, “La Rebelión de los Muñecos” es una propuesta curiosa gracias a su inusual y escalofriantemente entrañable villano interpretado por John Hoyt. A pesar de que desaprovecha todas las oportunidades para explorar los interesantes temas sugeridos por la trama, el guion saca la película adelante de forma aceptable. Si lo que se busca es una película ligera de ciencia ficción de los años 50, esta es tan buena como cualquier otra.
El legado más duradero de la cinta, sin embargo, bien podría ser otro y completamente involuntario. En 1972, miembros del comité de reelección de Richard Nixon irrumpieron en la sede de la campaña demócrata en el complejo hotelero Watergate con la intención de colocar micrófonos, pero fueron descubiertos por la policía con las manos en la masa. El motivo fue que el conspirador encargado de vigilar estaba tan distraído con una película que daban por la televisión que no se dio cuenta de que se acercaba el coche patrulla. La película en cuestión era “La Rebelión de los Muñecos”
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