sábado, 14 de junio de 2025

2023- SILO (1)





Después de todo lo que hemos vivido en la última década, especialmente en los últimos cuatro años, ¿por qué nos siguen fascinando las ficciones distópicas y postapocalípticas? Aunque la Ciencia Ficción suele asociarse en el imaginario colectivo con el espacio, la tecnología muy avanzada y, en general, con escenarios muy alejados de la realidad de nuestro mundo, lo cierto es que en los últimos tiempos las distopías y apocalipsis muy terrenales y no tan inverosímiles como nos gustaría pensar, han pasado a ser los subgéneros predominantes. ¿Es producto, quizá, de una vaga pero persistente sensación de que, como en esas ficciones, la humanidad está enfrentándose a algún tipo de amenaza existencial? Será el futuro el que permitirá analizar con mayor distancia y objetividad esta corriente.

 

La trilogía de novelas “Crónicas del Silo” (2012-2013), firmada por el estadounidense Hugh Howey, es una de esas propuestas. Inicialmente, se pensó llevar al cine bajo la producción de Ridley Scott pero, cuando Disney adquirió 20th Century Fox, el proyecto fue archivado y hubo que esperar a que la plataforma de streaming de Apple la seleccionara como una de sus series estrella, contratando para su desarrollo a Graham Yost (“Speed”, “Broken Arrow” o, ya para la televisión, “Justified”). Un cambio de formato afortunado dado que la serialización permite un mejor desarrollo de personajes y trama y una exploración más profunda de los temas centrales de la historia. 

 

La acción se sitúa en un futuro no lejano en el que 10.000 personas, quizá los últimos supervivientes de la Tierra, coexisten en un complejo subterráneo y autosuficiente de 144 niveles. Nadie recuerda ya por qué están allí ni qué hay fuera porque en una revolución ocurrida tiempo atrás los administradores de la instalación quemaron tanto los libros como los dispositivos de almacenamiento de información. Siendo este un espacio muy limitado, la natalidad está estrictamente regulada y, desde que nacen, se les enseña a los niños que el mundo exterior es mortalmente tóxico y que la única forma no ya de convivir sino de sobrevivir es respetar escrupulosamente y sin cuestionarlas las estrictas normas recogidas en el Pacto elaborado por los Fundadores y cuyo cumplimiento está supervisado por el poderoso Departamento Judicial, una especie de Stasi que depende de la figura del Juez.

 

Afirmar ante testigos que se desea salir del Silo, equivale a una sentencia de muerte. No hay marcha atrás para ese disidente, al que se considera una manzana podrida que podría acabar convirtiéndose en semilla de una nueva revolución. Le visten con un traje aislante y una reserva de oxígeno, le piden que, en aras del bien comun, limpie los sensores que recogen una vista del panorama próximo a la salida del Silo (paisaje que puede verse en directo desde los diversos comedores comunitarios del complejo) y le dejan salir. Es un horizonte inmutable punteado por los cadáveres de quienes salieron tan sólo para sobrevivir unos minutos y que ahora sirven de recordatorio para quienes se quedaron dentro de que lo mejor es permanecer en el interior y ser respetuosos con las normas. Por otra parte, la posesión de “reliquias”, esto es, objetos de antes de la Rebelión o incluso anteriores a la construcción del Silo, está prohibida. En caso de que la policía judicial las encuentre en el domicilio de alguien, las confisca y sus poseedores son castigados.

 

Dado que no hay ascensores y es preciso utilizar las escaleras y rampas circulares que ocupan el centro del cilindro que conforma el Silo, se tarda casi un día en bajar desde los niveles superiores hasta la base. Esa elección arquitectónica (el búnker bien podría haberse diseñado con disposición horizontal) no es casual. Todo lo contrario, tiene un doble propósito. En primer lugar, el de perpetuar un sistema de castas, una separación social entre los trabajadores mecánicos de abajo y las autoridades y funcionarios de arriba; y, en segundo lugar, entorpecer los intentos de rebelión y las conspiraciones, dado que dificulta los movimientos y, por ende, la comunicación entre niveles. Es por eso que durante toda la primera temporada se tiene la sensación de que en realidad, en el exterior no ocurre nada, que todo es una artimaña para mantener a esa gente en el interior.

 

El primer episodio comienza cuando el sherif del Silo, Holston (David Oyelovo), entra en su oficina, deja su placa en el escritorio y le pide a su mano derecha, el agente Marnes (Will Patton) que se reúna con él en la celda número 3. Es entonces cuando se encierra, mira un cuerpo tendido en el exterior a través de la pantalla y pronuncia las fatídicas palabras: "Quiero salir".

 

Comienza entonces un flashback que nos traslada cuatro años atrás, a uno de los días más felices de Holston y su esposa Allison (Rashida Jones), cuando reciben el permiso para intentar tener un bebé, su tercer y último intento. Toda la colonia recibe la noticia con alegría y el ginecólogo, el doctor Pete Nichols (Iain Glen), le retira a ella el obligatorio dispositivo hormonal anticonceptivo. Tienen un plazo de un año para concebir un hijo. Pero Allison, publica en un servidor informático la manera de recuperar archivos de un disco duro, lo que le lleva a enfrentarse a su jefe, el responsable del Departamento de Informática, Bernard (Tim Robbins), muy estricto a la hora de hacer cumplir las numerosas normas del Silo. Antes de acudir al trabajo, le sale al paso Martha Walker (Harriet Walter), quien parece pertenecer a algún tipo de movimiento subversivo, y le pregunta si de verdad cree ser el tipo de persona a la que dejarán tener hijos.

 

Justo antes del Día de la Libertad, aniversario de la derrota de una rebelión dentro del Silo ciento cuarenta años atrás, Allison recibe una llamada desde un cubículo de reparaciones 70 niveles más abajo. Acude hasta allí y se encuentra con George Wilkins (Ferdinand Kingsley), quien, a tenor de su publicación en el servidor, la anda buscando porque encontró un viejo disco duro prohibido en cuyo interior cree que todavía puede haber archivos. Cuando Allison le ayuda a recuperarlos, entre otra información perdida, están los planos del Silo.

 

Las dudas y las sospechas empiezan a invadir la mente de Allison conforme avanza el año sin quedarse embarazada. Vuelve a encontrarse con Wilkins para revisar otra vez los archivos y lo que descubre la conmociona tanto que declara públicamente que quiere salir, convencida de que lo que les han estado contando del mundo exterior es una mentira.

 

Antes de salir al exterior –y, suponemos morir-, Holston deja ordenado que su sucesor no sea Marnes sino una mujer a la que había entrevistado a raíz de la muerte de George, el confidente de Allison, en circunstancias que parecen indicar un accidente. Se trata de Juliette Nichols (Rachel Ferguson), una brillante e intuitiva ingeniera con problemas emocionales que vive y trabaja en el fondo del Silo, como todos los maquinistas y operarios de los que depende el suministro de luz y, por tanto, la estabilidad social. Cuando las circunstancias hacen de ella la involuntaria sheriff, un trabajo que ni pidió ni le gusta y en el que encuentra la oposición o desconfianza tanto de subordinados como de superiores, aprovecha para investigar la muerte de su amante, que ella se niega a calificar de accidente. Esto pondrá en marcha una cadena de acontecimientos y revelaciones de proporciones potencialmente cataclísmicas para todos los habitantes.

 

“Silo” presenta una premisa que podría ser realmente deprimente y consigue darles a los protagonistas y espectadores la dosis justa de esperanza como para seguir viéndola hasta el final. Esa esperanza comienza con Holston, cuyo amor por Allison le lleva a creer que tuvo sus razones para salir del complejo. Todos en la colonia la vieron limpiar los sensores, dar unos pasos y luego desplomarse. Sin embargo, Holston tiene la sensación de que ella no solo tenía razón sobre lo que hay fuera, sino que sigue viva.

 

Ese pequeño resquicio de esperanza es lo que motiva a seguir viendo la serie.  A priori, diez episodios de cuarenta a sesenta minutos en los que la acción está confinada a un enorme bunker subterráneo poblado de gente que no tiene ni idea de por qué están allí, no suena como un material demasiado estimulante. Si funciona es por que la historia consigue que nos interese averiguar si ese destello de esperanza finalmente se materializa en algo concreto. En muchos sentidos, “Silo” es tanto ciencia ficción distópica como thriller conspirativo, lo que la hace algo más accesible para quienes estén ya hastiados de tanto drama distópico y postapocalíptico.

 

Desde el principio, el mundo de Silo absorbe al espectador gracias a un guion bien medido que presenta una situación intrigante, un meticuloso diseño de producción y unos personajes bien construidos. A medida que Juliet sigue las pistas que otros le dejan, la red de intrigas se vuelve cada vez más compleja pero nunca se pierde el hilo central. Las historias individuales se van completando poco a poco y se añaden nuevas informaciones respecto al funcionamiento del bunker. Eso sí, es una serie de desarrollo lento, con un ritmo pausado y poca acción física, lo que quizá no sea del gusto de ciertos espectadores.

 

Tampoco hay violencia gratuita con el solo propósito de impactar de vez en cuando al espectador. Pero ello no significa que estemos ante una historia aburrida porque los misterios a resolver, tanto individuales como colectivos (¿Quién mató a George y por qué? ¿Cuáles son los secretos que guarda Bernard? ¿Quién construyó el Silo? ¿Qué pasó en el exterior? ¿Por qué sus habitantes tienen prohibido conocer el pasado?), son lo suficientemente interesantes como para sostener la atención del espectador paciente. Además, los primeros episodios están dirigidos por el noruego Morten Tyldum, quien firmó películas tan interesantes como “Headhunters” (2011), “The Imitation Game” (2014) o “Passengers” (2016).

 

Pero no todo es perfecto. No se puede negar que hay mucho relleno en los episodios. Aunque no he leído la novela original, apostaría a que la trama para la serie se ha inflado artificialmente para poder sacar adelante los diez episodios de la temporada. Algunos de los dramas individuales parecen demasiado artificiales, como pensados para engordar un conflicto que, por otra parte, es bastante sencillo salvo algunos giros sorpresa. Por otra parte, la serie tiene cierto tufillo a novela distópica juvenil adaptada para un elenco adulto. Ahí están los ingredientes: una siniestra conspiración, una realidad que no es tal, la valiente heroína de clase trabajadora que arrastra un trauma emocional, la brecha entre clases… Esto no significa que la serie sea mala, ni mucho menos, pero sí algunos puntos por debajo de lo que podría haber sido.

 

En Ciencia Ficción es esencial una construcción verosímil, sólida y fascinante del mundo ficticio que se presenta. Y, en este sentido, el equipo de la serie al cargo tanto del CGI como de los escenarios, vestuario y utillaje, realiza un trabajo excelente, porque no se han limitado a fabricar un caramelo visual que desvíe la atención del espectador sino en idear un lugar real, habitable y coherente con la situación de sus habitantes. El Silo, con sus diferentes espacios (granjas hidropónicas, salas de maquinaria, centros médicos, despachos, talleres, secciones residenciales…) es, a su manera, un personaje más de la serie. Hay algo inquietantemente inmersivo en su atmósfera sombría y cruda, de la que están ausentes los colores vivos, que consigue mantener la atención. Es un estilo visual que parece surgir del choque de la arquitectura soviética, el steampunk y el medievo, retratando una sociedad que vive sin luz natural, no sabe lo que es caminar en línea recta más de cincuenta metros, acostumbra a reciclarlo todo y a vivir con lo básico y rodeado de estructuras y objetos desgastados. La música del compositor islandés Atli Orvarsson es perfectamente apropiada, evocando las emociones asociadas a la trama principal y con un toque de misterio y peligro.

 

Ferguson, quizás en su papel menos glamuroso (Juliette suele ir desaliñada y con poco maquillaje) construye un personaje carismático que, siendo alguien de trato desagradable a quien nadie gustaría de invitar a cenar, sí puede seducir al espectador gracias a su espíritu de sacrificio, lealtad, responsabilidad, principios inquebrantables y determinación.

 

A Ferguson la acompaña un extenso y muy variado reparto de actores que van de lo competente a lo sobresaliente. Entre ellos destacan Harriet Walter como la agorafóbica mentora de Juliette; Will Patton como Marnes, el honesto ayudante del sheriff Holston primero y de Juliette después; Iain Glen como el padre de ésta, doctor y obstetra del Silo; Chinaza Uche encarna, tras la desaparición de Marnes, el papel de ayudante de Juliette, alguien obsesivamente fiel al Pacto que a menudo entra en conflicto con su heterodoxa e independiente jefa; el rapero Common da la talla como Robert Sims, el amenazador jefe de seguridad del Departamento Judicial; y Tim Robbins está sencillamente magnífico como el ambiguamente siniestro Bernard Holland, Jefe de Informática y, eventualmente, Alcalde en funciones que parece llevar sobre sus hombros el peso de un gran secreto.

 

Al término de los diez episodios de que consta la primera temporada, acabamos con más preguntas que respuestas, pero más que decepción lo que se siente son ganas de saltar a la segunda para averiguar qué se oculta verdaderamente tras todos los enigmas planteados.

 

(Finaliza en la siguiente entrada

 


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