Después de todo lo que hemos vivido en la última década, especialmente en los últimos cuatro años, ¿por qué nos siguen fascinando las ficciones distópicas y postapocalípticas? Aunque la Ciencia Ficción suele asociarse en el imaginario colectivo con el espacio, la tecnología muy avanzada y, en general, con escenarios muy alejados de la realidad de nuestro mundo, lo cierto es que en los últimos tiempos las distopías y apocalipsis muy terrenales y no tan inverosímiles como nos gustaría pensar, han pasado a ser los subgéneros predominantes. ¿Es producto, quizá, de una vaga pero persistente sensación de que, como en esas ficciones, la humanidad está enfrentándose a algún tipo de amenaza existencial? Será el futuro el que permitirá analizar con mayor distancia y objetividad esta corriente.
La
trilogía de novelas “Crónicas del Silo” (2012-2013), firmada por el
estadounidense Hugh Howey, es una de esas propuestas. Inicialmente, se pensó
llevar al cine bajo la producción de Ridley Scott pero, cuando Disney adquirió
20th Century Fox, el proyecto fue archivado y hubo que esperar a que la
plataforma de streaming de Apple la seleccionara como una de sus series
estrella, contratando para su desarrollo a Graham Yost (“Speed”, “Broken Arrow”
o, ya para la televisión, “Justified”). Un cambio de formato afortunado dado
que la serialización permite un mejor desarrollo de personajes y trama y una
exploración más profunda de los temas centrales de la historia.
La
acción se sitúa en un futuro no lejano en el que 10.000 personas, quizá los
últimos supervivientes de la Tierra, coexisten en un complejo subterráneo y
autosuficiente de 144 niveles. Nadie recuerda ya por qué están allí ni qué hay fuera
porque en una revolución ocurrida tiempo atrás los administradores de la
instalación quemaron tanto los libros como los dispositivos de almacenamiento
de información. Siendo este un espacio muy limitado, la natalidad está estrictamente
regulada y, desde que nacen, se les enseña a los niños que el mundo exterior es
mortalmente tóxico y que la única forma no ya de convivir sino de sobrevivir es
respetar escrupulosamente y sin cuestionarlas las estrictas normas recogidas en
el Pacto elaborado por los Fundadores y cuyo cumplimiento está supervisado por
el poderoso Departamento Judicial, una especie de Stasi que depende de la
figura del Juez.
Afirmar
ante testigos que se desea salir del Silo, equivale a una sentencia de muerte.
No hay marcha atrás para ese disidente, al que se considera una manzana podrida
que podría acabar convirtiéndose en semilla de una nueva revolución. Le visten
con un traje aislante y una reserva de oxígeno, le piden que, en aras del bien
comun, limpie los sensores que recogen una vista del panorama próximo a la
salida del Silo (paisaje que puede verse en directo desde los diversos
comedores comunitarios del complejo) y le dejan salir. Es un horizonte inmutable
punteado por los cadáveres de quienes salieron tan sólo para sobrevivir unos
minutos y que ahora sirven de recordatorio para quienes se quedaron dentro de que
lo mejor es permanecer en el interior y ser respetuosos con las normas. Por
otra parte, la posesión de “reliquias”, esto es, objetos de antes de la
Rebelión o incluso anteriores a la construcción del Silo, está prohibida. En
caso de que la policía judicial las encuentre en el domicilio de alguien, las
confisca y sus poseedores son castigados.
Dado
que no hay ascensores y es preciso utilizar las escaleras y rampas circulares
que ocupan el centro del cilindro que conforma el Silo, se tarda casi un día en
bajar desde los niveles superiores hasta la base. Esa elección arquitectónica
(el búnker bien podría haberse diseñado con disposición horizontal) no es
casual. Todo lo contrario, tiene un doble propósito. En primer lugar, el de
perpetuar un sistema de castas, una separación social entre los trabajadores
mecánicos de abajo y las autoridades y funcionarios de arriba; y, en segundo
lugar, entorpecer los intentos de rebelión y las conspiraciones, dado que
dificulta los movimientos y, por ende, la comunicación entre niveles. Es por
eso que durante toda la primera temporada se tiene la sensación de que en
realidad, en el exterior no ocurre nada, que todo es una artimaña para mantener
a esa gente en el interior.
El
primer episodio comienza cuando el sherif del Silo, Holston (David Oyelovo),
entra en su oficina, deja su placa en el escritorio y le pide a su mano
derecha, el agente Marnes (Will Patton) que se reúna con él en la celda número
3. Es entonces cuando se encierra, mira un cuerpo tendido en el exterior a
través de la pantalla y pronuncia las fatídicas palabras: "Quiero
salir".
Comienza
entonces un flashback que nos traslada cuatro años atrás, a uno de los días más
felices de Holston y su esposa Allison (Rashida Jones), cuando reciben el
permiso para intentar tener un bebé, su tercer y último intento. Toda la
colonia recibe la noticia con alegría y el ginecólogo, el doctor Pete Nichols
(Iain Glen), le retira a ella el obligatorio dispositivo hormonal
anticonceptivo. Tienen un plazo de un año para concebir un hijo. Pero Allison,
publica en un servidor informático la manera de recuperar archivos de un disco
duro, lo que le lleva a enfrentarse a su jefe, el responsable del Departamento
de Informática, Bernard (Tim Robbins), muy estricto a la hora de hacer cumplir
las numerosas normas del Silo. Antes de acudir al trabajo, le sale al paso Martha
Walker (Harriet Walter), quien parece pertenecer a algún tipo de movimiento
subversivo, y le pregunta si de verdad cree ser el tipo de persona a la que
dejarán tener hijos.
Justo
antes del Día de la Libertad, aniversario de la derrota de una rebelión dentro
del Silo ciento cuarenta años atrás, Allison recibe una llamada desde un
cubículo de reparaciones 70 niveles más abajo. Acude hasta allí y se encuentra
con George Wilkins (Ferdinand Kingsley), quien, a tenor de su publicación en el
servidor, la anda buscando porque encontró un viejo disco duro prohibido en
cuyo interior cree que todavía puede haber archivos. Cuando Allison le ayuda a
recuperarlos, entre otra información perdida, están los planos del Silo.
Las dudas y las sospechas empiezan a invadir la mente de Allison conforme avanza el
año sin quedarse embarazada. Vuelve a encontrarse con Wilkins para revisar otra
vez los archivos y lo que descubre la conmociona tanto que declara públicamente
que quiere salir, convencida de que lo que les han estado contando del mundo
exterior es una mentira.
Antes
de salir al exterior –y, suponemos morir-, Holston deja ordenado que su sucesor
no sea Marnes sino una mujer a la que había entrevistado a raíz de la muerte de
George, el confidente de Allison, en circunstancias que parecen indicar un
accidente. Se trata de Juliette Nichols (Rachel Ferguson), una brillante e intuitiva ingeniera con problemas emocionales que vive y trabaja en el fondo
del Silo, como todos los maquinistas y operarios de los que depende el
suministro de luz y, por tanto, la estabilidad social. Cuando las
circunstancias hacen de ella la involuntaria sheriff, un trabajo que ni pidió
ni le gusta y en el que encuentra la oposición o desconfianza tanto de
subordinados como de superiores, aprovecha para investigar la muerte de su
amante, que ella se niega a calificar de accidente. Esto pondrá en marcha una
cadena de acontecimientos y revelaciones de proporciones potencialmente
cataclísmicas para todos los habitantes.
“Silo”
presenta una premisa que podría ser realmente deprimente y consigue darles a
los protagonistas y espectadores la dosis justa de esperanza como para seguir
viéndola hasta el final. Esa esperanza comienza con Holston, cuyo amor por
Allison le lleva a creer que tuvo sus razones para salir del complejo. Todos en
la colonia la vieron limpiar los sensores, dar unos pasos y luego desplomarse. Sin
embargo, Holston tiene la sensación de que ella no solo tenía razón sobre lo
que hay fuera, sino que sigue viva.
Ese
pequeño resquicio de esperanza es lo que motiva a seguir viendo la serie. A priori, diez episodios de cuarenta a sesenta
minutos en los que la acción está confinada a un enorme bunker subterráneo
poblado de gente que no tiene ni idea de por qué están allí, no suena como un
material demasiado estimulante. Si funciona es por que la historia consigue que
nos interese averiguar si ese destello de esperanza finalmente se materializa
en algo concreto. En muchos sentidos, “Silo” es tanto ciencia ficción distópica
como thriller conspirativo, lo que la hace algo más accesible para quienes
estén ya hastiados de tanto drama distópico y postapocalíptico.
Desde
el principio, el mundo de Silo absorbe al espectador gracias a un guion bien
medido que presenta una situación intrigante, un meticuloso diseño de
producción y unos personajes bien construidos. A medida que Juliet sigue las
pistas que otros le dejan, la red de intrigas se vuelve cada vez más compleja
pero nunca se pierde el hilo central. Las historias individuales se van
completando poco a poco y se añaden nuevas informaciones respecto al
funcionamiento del bunker. Eso sí, es una serie de desarrollo lento, con un
ritmo pausado y poca acción física, lo que quizá no sea del gusto de ciertos
espectadores.
Tampoco
hay violencia gratuita con el solo propósito de impactar de vez en cuando al
espectador. Pero ello no significa que estemos ante una historia aburrida
porque los misterios a resolver, tanto individuales como colectivos (¿Quién
mató a George y por qué? ¿Cuáles son los secretos que guarda Bernard? ¿Quién
construyó el Silo? ¿Qué pasó en el exterior? ¿Por qué sus habitantes tienen
prohibido conocer el pasado?), son lo suficientemente interesantes como para
sostener la atención del espectador paciente. Además, los primeros episodios
están dirigidos por el noruego Morten Tyldum, quien firmó películas tan
interesantes como “Headhunters” (2011), “The Imitation Game” (2014) o
“Passengers” (2016).
Pero
no todo es perfecto. No se puede negar que hay mucho relleno en los episodios. Aunque
no he leído la novela original, apostaría a que la trama para la serie se ha
inflado artificialmente para poder sacar adelante los diez episodios de la temporada.
Algunos de los dramas individuales parecen demasiado artificiales, como
pensados para engordar un conflicto que, por otra parte, es bastante sencillo
salvo algunos giros sorpresa. Por otra parte, la serie tiene cierto tufillo a
novela distópica juvenil adaptada para un elenco adulto. Ahí están los
ingredientes: una siniestra conspiración, una realidad que no es tal, la
valiente heroína de clase trabajadora que arrastra un trauma emocional, la
brecha entre clases… Esto no significa que la serie sea mala, ni mucho menos,
pero sí algunos puntos por debajo de lo que podría haber sido.
En
Ciencia Ficción es esencial una construcción verosímil, sólida y fascinante del
mundo ficticio que se presenta. Y, en este sentido, el equipo de la serie al
cargo tanto del CGI como de los escenarios, vestuario y utillaje, realiza un
trabajo excelente, porque no se han limitado a fabricar un caramelo visual que
desvíe la atención del espectador sino en idear un lugar real, habitable y
coherente con la situación de sus habitantes. El Silo, con sus diferentes
espacios (granjas hidropónicas, salas de maquinaria, centros médicos,
despachos, talleres, secciones residenciales…) es, a su manera, un personaje
más de la serie. Hay algo inquietantemente inmersivo en su atmósfera sombría y
cruda, de la que están ausentes los colores vivos, que consigue mantener
la
atención. Es un estilo visual que parece surgir del choque de la arquitectura
soviética, el steampunk y el medievo, retratando una sociedad que vive sin luz
natural, no sabe lo que es caminar en línea recta más de cincuenta metros,
acostumbra a reciclarlo todo y a vivir con lo básico y rodeado de estructuras y
objetos desgastados. La música del compositor islandés Atli Orvarsson es perfectamente
apropiada, evocando las emociones asociadas a la trama principal y con un toque
de misterio y peligro.
Ferguson,
quizás en su papel menos glamuroso (Juliette suele ir desaliñada y con poco
maquillaje) construye un personaje carismático que, siendo alguien de trato
desagradable a quien nadie gustaría de invitar a cenar, sí puede seducir al
espectador gracias a su espíritu de sacrificio, lealtad, responsabilidad,
principios inquebrantables y determinación.
A
Ferguson la acompaña un extenso y muy variado reparto de actores que van de lo
competente a lo sobresaliente. Entre ellos destacan Harriet Walter como la
agorafóbica mentora de Juliette; Will Patton como Marnes, el honesto ayudante
del sheriff Holston primero y de Juliette después; Iain Glen como el padre de
ésta, doctor y obstetra del Silo; Chinaza Uche encarna, tras la desaparición de Marnes, el papel de ayudante de Juliette, alguien obsesivamente fiel al Pacto
que a menudo entra en conflicto con su heterodoxa e independiente jefa; el
rapero Common da la talla como Robert Sims, el amenazador jefe de seguridad del
Departamento Judicial; y Tim Robbins está sencillamente magnífico como el ambiguamente
siniestro Bernard Holland, Jefe de Informática y, eventualmente, Alcalde en
funciones que parece llevar sobre sus hombros el peso de un gran secreto.
Al término de los diez episodios de que consta la primera temporada, acabamos con más preguntas que respuestas, pero más que decepción lo que se siente son ganas de saltar a la segunda para averiguar qué se oculta verdaderamente tras todos los enigmas planteados.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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