jueves, 12 de junio de 2025

1958- LA REBELIÓN DE LOS MUÑECOS – Bert I.Gordon

 



El director Bert Ira Gordon y su esposa Flora conformaron durante muchos años un equipo de producción bien engrasado. Él solía coescribir, producir y dirigir sus películas de bajo presupuesto con la gran ayuda de ella, a quien se la describió como una productora integral que se encargaba de todos los aspectos no técnicos de los rodajes, desde el catering hasta la administración y, en general, de mantener a la gente contenta en el set.

 

A Bert I.Gordon se le llegó a conocer entre los aficionados a la serie B por sus efectos especiales bastante pedestres, a menudo realizados en su propio garaje. También en este aspecto, Flora demostró ser una colaboradora esencial, aunque a menudo no aparecía acreditada por ello. Trabajó en todas las películas de su esposo entre 1955 y su divorcio en 1979. Después, se independizó (como Flora Lang) como jefa de producción para varios largometrajes y películas para televisión, y ejerció como jefa de unidad en la exitosa telenovela “Dinastía”, entre 1981 y 1985. Fue una de las fundadoras del Comité de Mujeres del Sindicato de Directores de Estados Unidos.

 

Bert Gordon se mantuvo activo como productor y director hasta finales de los 80 (aunque su última película la dirigió en 2015, “Secrets of a Psycopath”), pero su fama se la debe a una serie de títulos de ciencia ficción de bajo presupuesto, rodados en blanco y negro y estrenados entre mediados y finales de los años 50, poblados por lagartos, insectos y personas gigantescas, cintas tan baratas como visualmente ambiciosas que le valieron el apodo ideado por  Forrest J.Ackerman utilizando sus propias iniciales: Mister B.I.G

 

En octubre de 1957, Gordon estaba listo para dar comienzo a la producción de uno de sus films más exitosos utilizando la premisa inversa, a saber, la miniaturización de personas. Naturalmente, esta iniciativa nació en parte del deseo de aprovecharse del éxito de otra película que Universal había estrenado aquel año: “El Increíble Hombre Menguante”. Para entonces, Gordon ya mantenía una fructífera relación con el estudio que mejor sabía producir y comercializar películas de explotación para el público adolescente: American International Pictures. Los ejecutivos de AIP contrataron a Gordon para producir y dirigir dos films: la secuela de su película de 1957, “El Asombroso Hombre Creciente”, que se tituló “La Guerra de la Bestia Gigante”; y “La Rebelión de los Muñecos”, ambas rodadas consecutivamente en el otoño de 1957 y estrenadas juntas en abril de 1958 como programa doble.

 

Sally Reynolds (June Kenney) acepta un trabajo como recepcionista para un anciano y amable pero también algo siniestro fabricante de muñecas, el señor Franz (John Hoyt). La muchacha pronto se enamora del viajante de comercio Bob Westley (John Agar); y también empieza a sentirse inquieta al descubrir que su predecesora, Janet (Jean Moorhead), y otras personas relacionadas con Franz han desaparecido misteriosamente. Así que, cuando Bob le propone matrimonio y mudarse juntos a San Luis, ella no duda en aprovechar la oportunidad. Al día siguiente, Franz le informa que Bob ha llamado y se ha marchado sin ella. Sally, que sospecha que algo no va bien, empieza a husmear y encuentra un muñeco nuevo que se parece a Bob, colocado en un tubo de cristal junto a otros juguetes similares extremadamente realistas.

 

El sargento de policía Paterson (Jack Kosslyn) inicialmente desestima la teoría de Sally de que Franz ha convertido a Bob en un muñeco, pero cuando ella señala la desaparición de otras personas cercanas, decide hacerle una visita. Sin embargo, el juguetero logra convencerlo de que Sally, simplemente, padece de una desbordante imaginación. Después, se enfrenta a ella y la somete a una máquina reductora.

 

Se despierta vistiendo una servilleta y Franz confiesa que, desde que su esposa lo dejó, se ha sentido muy solo y no soporta la idea de que más de sus “amigos” le abandonen. Entonces saca el tubo que contiene a Bob, explicando que mantiene a sus "muñecos" dormidos con la ayuda de una cápsula narcótica. Dice que los dos deberían estar contentos de haberse vuelto tan pequeños, ya que ahora pueden disfrutar de una vida sin preocupaciones. Él se encargará de alimentarlos y vestirlos; incluso, cuando están despiertos, de vez en cuando les organiza una fiestecita.

 

Dicho esto, saca a más de sus “pequeños amigos” y sirve pastel y champán con una vajilla para muñecas e incluso pone un disco de rock para que los más jóvenes se sientan a gusto. Esos “amigos” incluyen los adolescentes Stan y Laurie (Ken Miller and Marlene Willis), Georgia (Laurie Mitchell) y un militar, Mac (Scott Peters). Los cuatro parecen haberse resignado a su destino, pero Bob y Sally los convencen para tratar de escapar.

 

La oportunidad les llega cuando Franz recibe la visita de un viejo amigo, el titiritero Emil (Michael Mark), que le mantiene distraído en la puerta de la tienda. Los “muñecos” primero llaman a la policía, pero la telefonista no puede escuchar sus débiles voces, ahogadas por la música que suena de fondo. Los tres hombres deciden entonces acometer una arriesgada escalada al –para ellos- gigantesco mobiliario para alcanzar la máquina reductora e invertir el proceso. Sin embargo, Franz regresa antes de que puedan concluir.

 

Pero he aquí que regresa el sargento Paterson, ahora sí, con más sospechas tras averiguar que Bob nunca llegó a San Luis. Franz se da cuenta de que su engaño ha terminado y decide que, en lugar de pasar el resto de su vida en prisión, se suicidará… pero no solo. Planea llevarse a la tumba a todas sus diminutas víctimas, no sin antes dar una fiesta de despedida y un espectáculo privado de marionetas en el teatro. Los mete en un maletín y los hace representar una versión del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero después de administrarle su propio suero somnífero, Sally y Bob escapan y corren por las calles hacia el laboratorio de Franz perseguidos por una rata gigante y un perro furioso. Al despabilarse, Franz sale tras ellos, pero, al llegar a su laboratorio, lo detiene una curiosa niña scout (June Jocelyn), el tiempo suficiente como para que Sally y Bob recuperen su tamaño normal. Bob aparta de su camino a Franz de camino a la policía mientras éste, desconsolado, grita: "¡Por favor, no me dejes! Me quedaré solo".

 

Como era su costumbre, el propio Bert Gordon escribió el tratamiento básico del guion que, en este caso, pasó para su desarrollo a uno de sus frecuentes colaboradores, George Worthing Yates, que llevaba desde principios de los años 20 escribiendo cuentos y propuestas de guion hasta que uno de ellos fue finalmente aceptado y entre 1938 y 1954 firmó una docena de guiones, sobre todo westerns de serie B pero también thrillers criminales o historias de aventuras. Después de escribir el primer tratamiento de guion para “La Humanidad en Peligro” (“Them”, 1954), trabajó casi exclusivamente en el campo de la CF. Hizo una primera versión de guion para el semifracaso “La Conquista del Espacio” (1955), producido por George Pal y dirigido por Byron Haskin, aunque no se usaron de ella más que algunas ideas básicas. Luego participaría en films como “Surgió del Fondo del Mar” (1955) o “La Tierra contra los Platillos Volantes” (1956). Yates estuvo muy ocupado los años 1957 y 1958, porque escribió nada menos que siete películas de CF. Sólo en el otoño de 1957, estaba redactando al mismo tiempo “La Rebelión de los Muñecos”, “La Guerra de la Bestia Gigante” y “The Flame Barrier” (1958).

 

“La Rebelión de los Muñecos” es una película inusual dentro de la carrera de Bert I.Gordon en el sentido de que es más un drama que una simple historia de monstruos. En el centro de la historia está el señor Franz, también un “científico loco” peculiar porque su motivación no es la egolatría, la obsesión científica o las ansias de dominio mundial. En cierto sentido, Franz es un personaje digno de compasión, solitario y socialmente alienado, que, como un niño, no puede soportar la idea de que la gente que aprecia desaparezca de su vida, así que los convierte en una especie de muñecos con los que “jugar”. Realmente piensa –o al menos trata de convencerse de ello- que lo que hace es en bien de los miniaturizados, ofreciéndoles una vida sin preocupaciones y placer, disfrutando de su compañía y de la de otras personas por las que él alberga sentimientos positivos.

 

Por desgracia, habría sido necesario un guionista más sofisticado que Yates –y, probablemente, un mejor director que Gordon- para aprovechar de verdad ese interesante drama. Franz nunca se enfrenta a la reclusión y complejos que le provocó el abandono de su esposa. Este suceso traumático se presenta como motivación para sus actos, pero no se desarrolla en un verdadero arco argumental. Lo que dio auténtica fuerza a “El Increíble Hombre Menguante”, más allá de la transformación física del protagonista, fue su viaje emocional. En “La Rebelión de los Muñecos”, Franz es el motor de la historia y el único personaje mínimamente perfilado y si el argumento se hubiera concentrado en su desarrollo interior, podría haber sacado a la película del foso de la serie B en la que hoy se encuentra. Pero, por supuesto, contar historias sofisticadas no era el objetivo de AIP.

 

Gordon y Yates también desaprovechan el evidente potencial que hay en el subtexto de explotación sexual. Lo que en el fondo hace Franz es proporcionarse sustitutas para su esposa, muñecas que poseer y dominar. Desde la Campanilla de “Peter Pan” (1904) hasta la Femlin de “Playboy” (un personaje de la revista creado para la sección de Party Jokes en 1955), las mujeres desnudas de tamaño minúsculo siempre han sido una fantasía masculina muy popular. En el cine hay ejemplos como los de la comedia francesa “Amour de Poche” (1957), con esa misma premisa; o “El Terror del Año 5000” (1958), inspirada libremente en un cuento de Waldemar Kaempffert, “Bottle Baby”, sobre una pequeña mujer desnuda que aparece en el vaso de vacío de un científico. Sin embargo, la obvia motivación sexual detrás de las acciones de Franz es omitida deliberadamente por Gordon, un cineasta que tendía a rehuir el contenido potencialmente polémico en sus películas…hasta que se encontró dirigiendo comedias sexuales en los años 80. Naturalmente, AIP insistió en un par de planos “picantes”, así que tenemos uno de Georgia bañándose en una lata de café y otro en el que Sally despierta con una servilleta. Pero incluso esos momentos están rodados con precisión clínica y Gordon se niega a explotar el aspecto sexual.

 

Los fabricantes de muñecas que utilizan para sus siniestros propósitos a humanos miniaturizados pueden rastrearse al menos hasta un cuento de 1859 escrito por el irlandés Fitz-James O´Brien, autor de la estirpe de Edgar Allan Poe, Ambrose Bierce y H.P. Lovecraft y hoy considerado uno de los precursores de la ciencia ficción. El cuento en cuestión es “El Forjador de Milagros”, el cual inspiró la más famosa novela “Arde, Bruja, Arde” (1932), la cual, a su vez, sirvió –muy libremente, es verdad- de base para la película “La Muñeca Diabólica” (1936), de Tod Browning, en la que unos científicos crean gente diminuta para que cometan robos. En “La Novia de Frankenstein” (1936), de James Whale, aparecían pequeños “homunculi” y fue de aquí de donde Gordon obviamente cogió la idea de meter a los individuos miniaturizados en tubos de vidrio. Por último hemos de citar a “Doctor Cíclope” (1940), probablemente la cinta más cercana a “La Rebelión de los Muñecos” en tanto que ambas presentan a un grupo de personas miniaturizadas por un científico demente consistiendo la aventura en tratar de escapar de sus garras. La principal diferencia –además de la ambientación, selvática en un caso y urbana en otro- es que el juguetero Franz es un personaje por el que el espectador puede sentir mayor simpatía que el doctor Thorkel.

 

El escaso conocimiento científico de Gordon y su desinterés por el proceso (teórico) de miniaturización es algo imposible de disimular. Franz explica que el procedimiento es “bastante simple, en realidad”: su máquina se basa en el principio de un procesador de imágenes convencional: cuanto más lejos esté el proyector de la pantalla, mayor será la imagen, y viceversa. Así que se trata simplemente de desintegrar seres humanos vivos a nivel molecular y luego reintegrarlos con el tamaño deseado. Muy fácil para alguien con la larga experiencia de Franz como fabricante de muñecas de plástico, lo que sin duda le proporcionó los conocimientos necesarios sobre desintegración molecular y reconstrucción biológica de seres humanos. Quizás no sea la explicación científica más absurda que podamos encontrar en una película de ciencia ficción de los años 50, pero acumula méritos para ello.

 

Bert Gordon era conocido por sus efectos especiales de bajo presupuesto, ya que prefería un proceso llamado "in-camera bi-pack" que servía para crear tomas con pinturas mate directamente en la cámara, combinando dos imágenes en una sola exposición, en lugar del más caro y largo procedimiento convencional. El problema es que a menudo la pintura mate quedaba sobreexpuesta, semitranslúcida con líneas gruesas. Gordon era consciente de las limitaciones de ese proceso y por eso solía también recurrir a otros efectos más rudimentarios, pero menos susceptibles a problemas de calidad, como la retroproyección y, también muy a menudo, la pantalla dividida. O, como en "Beginning of the End” (1957), donde consiguió poner en pantalla unos saltamontes gigantes por el simple método de rodar a los insectos delante de una fotografía impresa y ampliada.

 

Hay que admitir que los efectos de “La Rebelión de los Muñecos” aguantan mejor el paso del tiempo que los de la mayoría de sus películas, porque utilizan menos las pinturas mate y más la pantalla dividida, el atrezzo gigante y los escenarios diseñados para parecer enormes. Los actores interactúan con los objetos diseñados y fabricados por los especialistas residentes de la AIP, Paul y Jackie Blaisdell: una bandeja gigante con tazas y platillos, un gran ovillo de lana, una lata de café, una servilleta, una botella de champán, tijeras, un cuchillo, latas de pintura, un avión de papel, un teléfono gigante, una caja de cerillas, una navaja de afeitar, etc. El enorme teléfono lo pidieron prestado a una compañía telefónica. Los Blaisdell también crearon los tubos en los que Franz guarda a sus "amigos" y el maletín que usa para transportarlos. En muchos casos, toda esta utillería tuvo que fabricarse en dos tamaños diferentes: grande para que interactuaran los personajes miniaturizados; y pequeño para que lo hicieran Franz y el resto de los personajes “grandes”.

 

Las escenas con decorados y atrezzo gigantes siguen manteniendo su efecto incluso hoy en día, un mérito que hay que reconocer a los Blaisdell y los escenógrafos y directores artísticos, sobre todo teniendo en cuenta las limitaciones económicas y temporales con las que debieron trabajar. Cuando Franz interactúa con los títeres, Gordon recurre principalmente a la pantalla dividida, lo que elimina los habituales problemas de exposición. Son escenas un poco temblorosas, pero no tanto como para molestar al espectador. Sin embargo, la huida que tiene lugar en el climax está punteada de los típicos y terribles efectos “Gordon”: retroproyecciones mal ajustadas y pinturas mate de pésima calidad. La rata es tan grande como un perro cuando se la compara con el coche que pasa cerca y las líneas mate son llamativamente gruesas. Cuando el actor John Hoyt manipula los tubos con los “muñecos”, a primera vista el efecto es convincente, pero una observación algo más atenta revela que no son muñecos sino recortes de fotografías de los actores, ligeramente curvados y cuidadosamente sostenidos por Hoyt en un ángulo que trata de no delatar el truco, lo que no siempre consigue.

 

En cuanto a los actores y empezando por John Hoyt, no puede decirse que su interpretación sea demasiado buena. A Hoyt lo recuerdan hoy los aficionados por interpretar al malvado industrial de “Cuando los Mundos Chocan” (1951), Actor de carácter respetado y prolífico, fue un visitante asiduo de la CF, participando en películas como “El Continente Perdido” (1951), “El Hombre con Rayos X en los Ojos” (1963), “Los Viajeros en el Tiempo” (1964), “Terror en el Asfalto” (1968) e incluso la parodia de porno suave “Las Aventuras de Flesh Gordon” (1974). También hizo apariciones en muchísimas series de televisión, llegando a aparecer en el primer piloto de “Star Trek” (el que rechazó la NBC). También apareció en “Battlestar Galáctica”, “El Hombre de los Seis Millones de Dólares”, “El Planeta de los Simios” (la serie), “El Túnel del Tiempo”, “Viajeal Fondo del Mar”, “Rumbo a lo Desconocido” o “La Dimensión Desconocida”.

 

Pero lo cierto es que, con todo ese impresionante currículo, basta ver su aspecto para entender que Hoyt se desenvolvía mejor en papeles de perfil siniestro. Se dice que aquí disfrutó interpretando al aparentemente amable Sr. Franz, impostando un acento "europeo" bastante creíble. Aunque exagera la timidez del personaje hasta límites absurdos, su sinceridad parece verosímil y una vez que uno se acostumbra a la actuación caricaturesca, empieza a calar en el espectador. De hecho, es Hoyt quien lleva la película sobre sus hombros en lo que al apartado actoral se refiere.

 

Del resto del reparto poco tengo que decir, al menos bueno. June Kenney está simplemente correcta como Sally. El cobarde protagonista interpretado por John Agar, Bob, es tan insulso como eficiente. Y en este caso es una lástima porque pocos actores pueden identificarse tanto con la CF de los 50 como John Agar. Lo cual es, por otra parte, irónico, dado que se pasó buena parte de su carrera tratando de escapar del pozo del encasillamiento en el que había caído desde que entrara en él a mediados de los 50 con “La Venganza del Hombre Monstruo” (1955), para Universal. Por entonces, ya llevaba diez años en la industria, pero sólo se lo conocía por su matrimonio con Shirley Temple. Cuando firmó con Universal, esperaba ascender a la categoría de protagonista en películas “serias”. Sin embargo, el estudio tenía más interés en promocionar a otras estrellas y él no era una prioridad. Así que lo que le ofrecieron fueron películas de monstruos, en las que él no estaba interesado y dos años después se marchó. Pero ya era demasiado tarde y se pasó años escapando de hombres topo, cerebros alienígenas o invasores espaciales en cintas como “Bajo el Signo de Isthar” (1956), “Tarántula” (1957), “La Hija del Médico y la Bestia” (1957), “El Cerebro del Planeta Arous” (1957), “Invasores Invisibles” (1958), “Viaje al Séptimo Planeta” (1962), “Mujeres del Planeta Prehistórico” (1966), “Zontar, la Cosa que Llegó de Venus” (1967), “King Kong” (1976) o “70 Minutos para Huir” (1988). Pese a sus reticencias, Agar siempre aportó un gran profesionalismo a su trabajo y sus interpretaciones algo blandas pero no exentas de cierto carisma despertaron la simpatía del público adolescente o, al menos, de los productores de cintas de bajo presupuesto.

 

Sí que me gustaría hacer una mención a Michael Mark, que aquí interpreta al titiritero Emil. Mark era un actor bajo contrato de la Universal que apareció en nada menos que cuatro películas de Frankenstein producidas por ese estudio: “Frankenstein” (1931), “El Hijo de Frankenstein” (1939), “El Fantasma de Frankenstein” (1942) y “La Zíngara y los Monstruos” (1944). En concreto, en la primera de esas cintas tuvo un papel pequeño pero inolvidable: el padre de la pequeña María, la niña accidentalmente ahogada por la criatura de Frankenstein. La imagen de Mark llevando en sus brazos el cadáver de su hija y clamando venganza, es historia del cine. 

 

Como de costumbre, la dirección de Bert Gordon es, siendo amables, anodina. Casi toda la historia transcurre en el taller de juguetes, que se compone de tres estancias. Gordon contó con un director de fotografía de primera, Ernest Laszlo, quien posteriormente obtendría nada menos que ocho nominaciones a los Oscar, ganando uno de ellos y una victoria (“Vencedores o Vencidos”, 1961; “El Mundo está Loco, Loco, Loco, Loco”, 1963; “Viaje Alucinante”, 1966; “Aeropuerto”, 1970; “La Fuga de Logan”, 1976), pero su talento tampoco logró realzar esta producción de bajo presupuesto, filmando todo bajo una luz plana y aburrida.

 

Dentro de las limitaciones apuntadas, “La Rebelión de los Muñecos” es una propuesta curiosa gracias a su inusual y escalofriantemente entrañable villano interpretado por John Hoyt. A pesar de que desaprovecha todas las oportunidades para explorar los interesantes temas sugeridos por la trama, el guion saca la película adelante de forma aceptable. Si lo que se busca es una película ligera de ciencia ficción de los años 50, esta es tan buena como cualquier otra.

 

El legado más duradero de la cinta, sin embargo, bien podría ser otro y completamente involuntario. En 1972, miembros del comité de reelección de Richard Nixon irrumpieron en la sede de la campaña demócrata en el complejo hotelero Watergate con la intención de colocar micrófonos, pero fueron descubiertos por la policía con las manos en la masa. El motivo fue que el conspirador encargado de vigilar estaba tan distraído con una película que daban por la televisión que no se dio cuenta de que se acercaba el coche patrulla. La película en cuestión era “La Rebelión de los Muñecos”

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario