(Viene de la entrada anterior)
Habida cuenta del final de “Invierno en Edén”, no resultaba fácil adivinar cómo podría Harrison alargar aún más la historia. Al fin y al cabo, en la conclusión de ese segundo volumen parecía haberse alcanzado algo parecido a un entendimiento entre los humanos y los yilané. Es cierto que había quedado algún cabo suelto: Vainté seguía viva y libre y quedaba sin resolver la cuestión del choque entre las Hijas de la Vida y la nueva especie yilané hallada en el nuevo continente. Sin embargo, ¿podían estas dos subtramas constituir el suficiente apoyo para toda una novela?
Lo cierto es que sólo lo consigue a medias. La mayoría
de los hilos narrativos se cierran en “Invierno en Edén”, por lo que los
personajes se quedan ya sin demasiado que hacer aquí, dejando a las 400 páginas
de “Regreso a Edén” atascadas en la categoría de epílogo inflado.
Por supuesto, volvemos a encontrarnos con Kerrick que,
tras negociar una relativa e inestable paz entre los dos especies, busca formar
un nuevo hogar junto a su familia, tres supervivientes de otras tribus y un par
de yilané machos. Encuentran un lugar adecuado en las orillas de un gran lago y
todo parece marchar bien a excepción del recelo que Armun siente hacia los
yilané. Sin embargo, su paz es perturbada por la expansión cada vez más hacia
el norte de las yilané que han vuelto a ocupar Alpeasak y no conciben dejar
libres a los dos machos que ahora están bajo la protección de Kerrick. Para
evitar el conflicto y salvar la vida, el grupo deberá viajar todavía más al
norte. Se reúnen con otros clanes y fundan un enclave en una isla costera
donde, por fin, alcanzan la armonía y la paz… hasta que sus armas biológicas
capturadas a los yilané, empiezan a morir por causas desconocidas. De repente,
ya no tienen defensa contra los letales dinosaruos depredadores que merodean
por la zona y la única solución que hallan es inflitrarse silenciosamente en
Alpeasak para robar nuevas armas frescas. Por supuesto, las cosas no salen como
esperaban y ambas especies entran una vez más en rumbo de colisión.
Por otro lado, Ambalasi, que todavía ostenta el liderazgo de las Hijas de la Vida en la nueva colonia de nuestra actual Sudamérica, continúa moldeando su nueva sociedad no sin sobresaltos hasta que ve desafiada su autoridad tanto por Enge –que desprecia sus creencias religiosas- como por su discípula más rebelde y contestataria. Por su parte, Vainté, exiliada en un lejano continente ha revertido a una especie de estado mental primitivo, sopor del que, como es previsible, despertará espoleada por su odio hacia Kerrick para recuperar su rol de nemesis dispuesta, ahora sí, a llegar al enfrentamiento definitivo.
Si “Invierno en Edén” había expandido los escenarios y
personajes de la primera entrega, en lo que se centra sobre todo “Regreso a
Edén” es en desarrollar los temas que ya habían sido introducidos en la saga: las
relaciones no sólo entre especies sino también entre razas, el papel que en la
Historia y las sociedades desempeñan las armas y la guerra, el concepto de
Otredad, las formas en que las lenguas, las biologías y las culturas unen y/o
separan a los pueblos… y, sobre todo y en esta última entrega, la sucesión de
una generación a la siguiente. Hay menos acción y más reflexión que en las
novelas anteriores, todo está pasado por un filtro impregnado de melancolía
hasta culminar en un anticlimático y forzado desenlace que, al menos, sí aporta
una auténtica sensación de cierre. Es digno de elogio que Harrison no opte por finalizar,
como tantísimos otros libros, con una nota de irrealidad utópica que compense
todas las tragedias vividas por los protagonistas. La trilogía reconoce y asume
las asimetrías e insolubles problemas inherentes a nuestra sociedad –sea ésta
prehistórica o moderna- y llega a una conclusión de compromiso dominada por el pragmatismo.
“Regreso a Edén”, tiene una trama mucho más relajada
en ritmo y acontecimientos que las dos entregas precedentes aunque es cierto
que en cuanto a narrativa, manejo de personajes y desarrollo de los temas e
ideas, no se queda atrás. Donde más destaca es en la forma en que entrelaza los
hilos temáticos culminando en la interacción final entre Yilané, Humanos,
Vainté y Kerrick. El problema es que Harrison no puede evitar transmitir ya
cierto cansancio, como si tras tantas páginas hubiera perdido el interés por el
mundo que había creado y al que había dedicado tanto tiempo. Da la sensación
esta última entrega de ser una obligación contractual con el editor para poder
conformar una trilogía, formato que, por alguna razón, los aficionados reciben
con especial entusiasmo.
En cualquier caso, “La Trilogía de Edén” en su conjunto, es una Ucronía que mezcla aventuras de sabor clásico, construcción de civilizaciones imaginarias y reflexión sobre temas atemporales, conducida por unos personajes tan sólidos como imperfectos. Pese a su final un tanto insatisfactorio, sigue siendo una de las grandes obras de Harrison.
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