miércoles, 18 de junio de 2025

1955- EL DÍA DEL FIN DEL MUNDO – Roger Corman

 

A pesar de todas sus deficiencias dramáticas, a “Five” (1951), el primer film en abordar el día después de un holocausto nuclear, se le debe reconocer el mérito de haber construido uno de los esquemas predilectos del subgénero postapocalíptico hasta la actualidad. Uno de los primeros films que lo recicló fue “El Día del Fin del Mundo”, tercera cinta dirigida por Roger Corman oficialmente y su séptima como productor.

 

Corman, tras haber completado su licenciatura en ingeniería industrial, debutó como productor cinematográfico en 1954 con un título que mezclaba el terror con la ciencia ficción: “El Monstruo del Océano”. Realizada con unos medios mínimos y con un inescapable sabor amateur, resultó ser una propuesta razonablemente entretenida dentro de su división de serie B. También había producido la trepidante película de persecuciones automovilísticas “Piloto a la Fuga” (1954), debutando ese mismo año como director con el western “Cinco Pistolas”. Con los 100.000 dólares que le sobraron de ese problemático rodaje produjo y codirigió la dolorosamente mala parodia de ciencia ficción "La Bestia de un Millón de Ojos".

 

En 1955, Corman formaba parte de un pequeño estudio cinematográfico llamado American Releasing Company (ARC), que pronto cambiaría su nombre por el de American International Pictures (AIP), tomando el mercado de los autocines por asalto con una avalancha de programas dobles de explotación, muy baratos y en sintonía con los gustos y sensibilidades de la juventud de la época, muchos de los cuales han pasado a la historia por sus ridículos estándares de producción.

 

Los fundadores de ARC fueron el abogado Samuel Arkoff y el distribuidor y promotor James Nicholson, con alguna ayuda de un joven productor británico llamado Alex Gordon. En este punto, toda la compañía consistía en esos tres hombres y la esposa de Nicholson. Sus oficinas estaban situadas en una pequeña sala de espera en el bufete de Arkoff. Corman no era oficialmente socio de la compañía, pero durante sus primeros años de vida fue el único director al que contrataron.

 

Fue a Nicholson a quien se le ocurrió el título “El Día del Fin del Mundo” y para escribir una historia acorde al mismo se contrató a Lou Rusoff, un trabajador social de origen canadiense que ya había escrito guiones para la radio y la televisión, aunque su principal mérito probablemente fue el ser cuñado de Arkoff. Él sería quien escribiría y más adelante produciría varias de las películas de ARC y AIP y ostentaría el cargo de vicepresidente de la compañía. Como en aquella época ARC era, oficialmente, una distribuidora y no una productora, “El Día del Fin del Mundo” apareció producida bajo el sello de Golden State Productions, una empresa pantalla utilizada por Corman y Gordon para la anterior película del primero, “Mujer Apache” (1955).

 

Como tantas producciones baratas de CF en los años 50, “El Día del Fin del Mundo” comienza con imágenes de archivo de una prueba nuclear y una ciudad en ruinas, probablemente rodada durante la Segunda Guerra Mundial. Una cartela nos informa de que “Nuestra Historia comienza con… El final” y una voz en off nos dice que el Día de la Destrucción Total ha llegado, borrando a la Humanidad de la Tierra tras un conflicto nuclear. Sin embargo: "Pero hay una fuerza más poderosa que el hombre, y en su infinita sabiduría, ha perdonado a unos pocos".

 

No obstante, la selección de supervivientes por parte de esa “fuerza” es bastante discutible. Dos de ellos son un rufián, Tony (Mike “Touch” Connors) y su novia Ruby (Adele Jergens), una antigua stripper venida a menos. Aparentemente, han conseguido evitar la bomba atómica que impactó en San Francisco huyendo en un descapotable y ambos van vestidos como si acabaran de salir de una discoteca. Por alguna razón, deciden parar en una cantera en mitad de ninguna parte, rodeados de nubes de “humo nuclear”, empezar a ascender por un risco y entrar en el valle donde va a tener lugar la acción.

 

Convenientemente emplazado en el fondo de ese valle rocoso, hay un pequeño edificio de una sola planta propiedad del ex oficial de la marina Jim Maddison (Paul Birch), que vive allí con su hermosa hija Louise (Lori Nelson). Como Jim participó en las pruebas nucleares que se realizaron justo después de la Segunda Guerra Mundial, pudo predecir la catástrofe que finalmente se ha materializado y pasó años preparándose para tal eventualidad. Construyó esa casa en un valle rodeado de montañas con yacimientos de plomo que impiden que la radiación les alcance. También ha preparado un almacén con armas, agua y provisiones para que tres personas sobrevivan dos meses, el periodo que él calcula deberá transcurrir antes de que sea seguro salir del valle. También cuenta con una emisor/receptor de radio que utiliza a diario para escuchar posibles señales de otros supervivientes. La tercera persona que debería estar allí con ellos es alguien llamado Tommy, el cual no se aclara si es el hermano o el novio de Louise, aunque todo indica que era esto último. Tommy, sin embargo, no ha aparecido y creen que ha muerto.

 

Tony y Ruby llegan hasta la puerta principal de la casa, pero como Jim no tiene suficientes provisiones para tanta gente, se niega a dejarles entrar. Tony saca su revólver y le pega un tiro a la puerta (supuestamente, apunta a la cerradura, pero claramente dispara una bala de fogueo a varios palmos de distancia, seguramente porque el estudio alquiló la casa y no quiso gastarse el dinero en cambiar la cerradura). Tony y Ruby irrumpen en el interior y empieza un duelo de voluntades que termina cuando Louise convence a su padre de que les deje quedarse con ellos.

 

El siguiente en llegar es el héroe varonil, Rick (Richard Denning), un geólogo que se encontraba realizando prospecciones en las montañas cuando comenzó el ataque. Lleva a cuestas a un moribundo con una cicatriz en forma de estrella de mar que le cubre el lateral derecho de la cara. No se aclara si Rick lo conocía de antemano o lo encontró por el camino pero, en cualquier caso, su nombre es Radek (Paul Dubov). En este caso, Jim no tiene problemas en aceptar a la pareja como miembros de su club de survival e incluso Louise actúa como si ya conociera a Rick de antemano, creando un momento de confusión sobre si éste era el novio que se había mencionado antes. El momentáneo desconcierto aumenta por el hecho de que Rick menciona que su hermano murió por la radiación (¿era Tommy? ¿o habla de Radek? ¿o de una tercera persona?). Para completar el reparto tenemos al Viejo Pete (Raymond Hatton), un anciano buscador de oro que parece importado directamente de una película del Oeste rodada en el estudio de al lado, burro incluido. Jim sabe que ya han doblado el número de personas que pueden sobrevivir con las raciones que había almacenado, así que, ¿qué importa una séptima boca? Es sí, el burro, Diablo, tiene que quedarse fuera.

 

A continuación y rápidamente, se establecen los roles de cada uno de los personajes. Jim es alguien severo y sabio, alguien a quien le gusta dar órdenes y que detesta cualquier desafío a su liderazgo. Tony es un canalla tan malo como imbécil al que no le gusta obedecer órdenes y que inmediatamente desafía a Jim amenazándole con su revólver, solo para verse derribado por Rick, un hombre de acción de buen corazón. Rick y Louise se llevan bien desde el principio, pero Tony se encapricha de la joven e inocente hija de Jim y pierde todo interés por Ruby. Ésta es la chica que se esfuerza sin éxito por mantener su antiguo glamour, una bocazas que se pasa la mayor parte de la película bailando melancólicamente al ritmo de jazz e intentando que Tony vuelva a interesarse por ella. El viejo Pete, introducido claramente como alivio cómico, no tiene ningún momento en el que desempeñar tal papel porque esta película es demasiado sombría y desoladora como para dar cabida a bromas y réplicas ingeniosas. En cuanto a Radek, contra toda lógica, se recupera y se dedica a dar largos paseos nocturnos por los alrededores, alimentándose de la carne cruda de animalitos contaminados por la radiación. Toda esta información se nos brinda en los primeros diez minutos del metraje.

 

Durante los siguientes 45 minutos, nos enteramos de que Radek —¡sorpresa!— se ha convertido en un mutante debido a la radiación que ha absorbido. También hay una breve aparición de otro rezagado (Jonathan Haze), que viene de fuera del valle y que está afectado por una mutación similar a la de Radek. Antes de morir, le informa al grupo de que hay otros como él ahí fuera, “no muchos, pero fuertes”. Para colmo, se dan cuenta de que otra criatura mutada merodea por las cercanías, mata a Radek e intenta comunicarse telepáticamente con Louise. Pero, básicamente, la mayor parte de esos 45 minutos de la película son mero relleno, repitiéndose un par de veces las mismas dinámicas: Tony intenta ligar con Louise, Rick golpea a Tony, Jim saca una pistola, Tony intenta cogerla, liga con Louise, Rick golpea a Tony, Ruby intenta ligar con Tony, Tony golpea a Ruby, etc. Entretanto, Jim cita la Biblia y, sin dar mayor detalle, repite tres veces que “el mundo nunca recibió un informe completo de las pruebas nucleares” en las que él participó. Sin razón aparente, Louise, en un momento dado, queda postrada en cama, no por enfermedad sino, presumiblemente, víctima de una depresión. Eso sí, su estado de ánimo no afecta en absoluto a su cabello perfectamente arreglado.

 

La situación se resuelve en los últimos quince minutos de los 80 que dura la película. Tony consigue hacerse con la pistola de Jim y empieza a fantasear con la idea de que él y Louise serán los Adán y Eva de un nuevo mundo. El burro de Pete es devorado por una de las criaturas, lo que enloquece el anciano y lo lleva a internarse en la bruma nuclear. Jim lo sigue tratando de detenerlo sin éxito, pero, eso sí, recibiendo una dosis letal de radiación que lo deja postrado cuando regresa a la casa. Por supuesto, a Louise la secuestra el monstruo mutante (que es, probablemente, su novio Tommy. Por eso se siente atraído hacia ella en particular) y se producen sendos tiroteos finales entre Jim y Tony por un lado y entre la criatura y Rick por otro, enfrentamientos de los cuales sólo uno sale vivo. Dado que el mutante es invulnerable a las balas, es la intervención divina en forma de lluvia limpia de radiación lo que remata al monstruo.

 

Después de que Rick y Louise lleguen a la casa para atender a Jim, éste exhala su último aliento. A continuación, los vemos a ambos, con mochilas a la espalda, saliendo del valle cogidos de la mano. De forma absolutamente inverosímil, la lluvia no contaminada ha purificado de radiación el mundo exterior. La película termina con las optimistas palabras "El Comienzo".

 

ARC había lanzado sus anteriores producciones como segundos títulos de programas dobles, pero el avispado Arkoff no tardó en darse cuenta de que esta estrategia no era financieramente viable, dado que la segunda película de esos formatos siempre daba menos ingresos que la cabeza de cartel. Y como al estudio le costaba encontrar películas que sirvieran como complemento a sus ya extremadamente baratas producciones, decidieron que tenían que financiar tanto films de mayor como de menor presupuesto. "El Día del Fin del Mundo" fue la primera de sus películas en figurar como cabeza de cartel, por lo que Arkoff y Nicholson estaban dispuestos a ofrecerle a Corman algo más de presupuesto de lo habitual. La cifra exacta, como suele ocurrir con las películas de Corman, no está clara. El director declaró que fue de 70.000 dólares, pero también es verdad que tendía a minimizar sus presupuestos para mantener su reputación de director rentable. La cifra oficial que dan IMDb y Wikipedia es de 94.000 dólares, y Alex Gordon afirmó que eran 104.000. Fueran cuales fuesen las cifras exactas, lo que es seguro es que no era demasiado dinero, aunque sí el suficiente como para que Corman rodara la película en pantalla ancha y contratara a un par de actores de cierto renombre para los papeles principales (de hecho, el mayor coste fue el salario de Sam Arkoff: la friolera de 25.000 dólares).

 

Aunque a Corman le hubiera gustado dirigir oficialmente “La Bestia de un Millón de Ojos”, había sido imposible dado que su minúsculo presupuesto le impedía hacerlo como miembro del sindicato de directores, así que tuvo que conformarse con la acreditación de “productor ejecutivo”. Esta vez, contando con más dinero (aunque seguía siendo calderilla para un estudio de mayor entidad), podía permitirse pagar los salarios estipulados por el sindicato, el suyo incluido. Todos los exteriores fueron rodados en Griffith Park y el Bronson Canyon, en las afueras de Los Angeles. Para otras secuencias se utilizaron el estanque de truchas del Sportsman´s Lodge, cuyo restaurante abría por la tarde, así que el equipo tenía que marcharse antes de que empezara a servir a sus comensales. Esto no les dejaba mucho margen dado que varias de las escenas más complejas tenían lugar allí, como el climax final con el mutante, una escena romántica con Rick y Louis así como otra en la que las dos chicas van a nadar.

 

Sólo se rodó en exteriores durante tres días. Las escenas de interior se terminaron en siete, en un pequeño estudio llamado Sunset Stage, consistiendo alrededor del 80% tomas en el salón de la casa de Jim y otras pocas escenas en dormitorios escasamente decorados más allá de una cama y una fotografía enmarcada. Para que combinaran esos planos con los de la cabaña que el estudio había alquilado para las grabaciones exteriores, ese cuarto de estar debía tener ventanas panorámicas. Pero esto planteó un problema, ya que no podían permitirse crear ningún paisaje más allá de las cristaleras. Corman lo solucionó cubriendo las ventanas con enormes cortinas opacas que nunca se abrían, como si formaran parte del sistema de protección contra la radiación.

 

La película alerta al público sobre la posibilidad de que una devastación atómica pudiera abatirse sobre ellos en cualquier momento. Este era un temor muy común en los años 50, reflejado en documentales didácticos de Defensa Civil como "Supervivencia bajo un ataque atómico", distribuido a más de 20 millones de estudiantes de escuelas públicas en 1950; o "Tú y la bomba atómica", destinado a los ciudadanos estadounidenses en 1952. "El Día del Fin del Mundo" admite que podría haber supervivientes, algunos de ellos incluso ilesos. No se sabe exactamente cómo lograron sobrevivir Jim, Louise, Rick, Tony, Ruby y Pete, que ni siquiera presentan lesiones de ningún tipo. La radiación, de hecho, sólo parece haber afectado a Radek.

 

También tenemos el tema de las tragedias personales con las que los supervivientes deben lidiar. Por ejemplo, Rick cuenta que su hermano menor, que estaba estudiando para ser "un hombre de Dios", murió a tan solo unos metros de él. Del mismo modo y como ya he dicho, el novio de Louise, Tommy, no consiguió llegar a la casa. Jim especula que el joven murió, pero en realidad, como hemos visto, se ha convertido en un mutante.

 

Sabemos que los supervivientes pasan aproximadamente dos meses en la casa del valle y llama la atención que todos mantengan incólumes sus hábitos de aseo personal como bañarse, lavarse, peinarse, plancharse la ropa, afeitarse, etc. Mantener las rutinas habituales sería una forma de evitar que la situación fuera más horrible de lo que ya es y que los animos se vinieran abajo. Ruby, por ejemplo, pone discos para pasar el rato. Y en una situación por lo demás muy deprimente, el guion se permite encajar un efímero destello de alegría cuando Ruby, bailando sensualmente, le dice a Rick: "¿Cuál es mi nivel de radiación? ¡Mídemela, papi!". Rick y Louise sonríen ante la ocurrencia, pero instantes después, Ruby se echa a llorar incapaz de mantener su fachada de chica díscola.

 

Aunque los personajes son poco más que tópicos, el guion de Lou Rusoff intenta vestirlos con algunos matices diferenciadores. Connors, por ejemplo, a pesar de ser un matonzuelo de poca monta, dice que no tolera a los fumadores ni a los bebedores. Hay que admitir que una película como esta probablemente necesite de estereotipos para ofrecer un catálogo del tipo de comportamientos que tras una guerra nuclear podrían esperarse de los estadounidenses de diversas extracciones sociales. Y el mensaje es claro. Los buenos (léase: jóvenes y atractivos) vivirán, por ejemplo, Rick y Louise; pero los malos (Tony), los débiles (Ruby), los tontos (Viejo Pete) y los viejos (Jim), no. Además, las consecuencias del conflicto nuclear provocarán cambios inesperados en los seres humanos, resultando en mutaciones horrendas. Como Jim le dice a Rick: “La verdadera fuerza del átomo nunca se ha comprendido del todo”; y añade: “La lógica ya no existe”. Y, sin embargo, hay una lógica subyacente en la película, lo que ocurre es que ésta se deja en manos de la Providencia.

 

La historia está repleta de alusiones bíblicas. Incluso escuchamos a Jim en un momento dado leer la Biblia en voz alta. Al final, Rick y Louise, como he apuntado, representan claramente a los nuevos Adán y Eva, figuras muy comunes en la ficción sobre guerras nucleares (aunque la voz que brevemente escucha Jim en la radio demuestra que han sobrevivido otros humanos en alguna parte). Jim se retrata como un profeta y patriarca ilustrado pero riguroso que, como un Noé de la era atómica, ha venido preparando su Arca durante diez años.

 

Ahora bien, la película hace un retrato bastante confuso de la intervención divina. Por un lado, las leyes de Dios que operan en la naturaleza crean a los mutantes, una forma de vida que puede prosperar en un mundo infestado de radiación. Refiriéndose a ellos, Rick declara con asombro: "¡Un millón de años de evolución con una sola bomba!". Pero, por otro lado, tras la muerte del mutante a causa de la lluvia, Louise dice: "El hombre lo creó, pero Dios lo destruyó". Se diría que el Todopoderoso está jugando a dos bandas.

 

En 1955, Richard Denning estaba en abierta competencia con John Agar por el título de actor más identificado con la CF cinematográfica. En 1954, había obtenido cierta popularidad por su participación como villano en “La Mujer y el Monstruo”. Luego vendrían “Invasores de Otros Mundos” (1954) y “La Criatura con Cerebro Atómico” (1955). Después de “El Día del Fin del Mundo”, se le pudo ver en “El Escorpión Negro” (1957) y “El Experimento del Doctor Zagros” (1963). En 1957 llegó a compartir cartel con Cary Grant y Deborah Kerr en “Tú y Yo”. Más adelante tendría una exitosa carrera en la televisión y hoy se le recuerda sobre todo por “Hawaii 5-0” (1968-80).

 

A decir del productor Alex Gordon, Denning era un caballero que siempre recordaba sus líneas y nunca llegaba tarde. Estaba casado con Evelyn Ankers, antigua estrella de cine y “scream queen” de varias películas de los años 30 y 40. Gordon trató de convencerla para participar en todas las películas que produjo y, de hecho, quería que fuera ella quien interpretara a Ruby en “El Día del Fin del Mundo”, pero nunca quiso salir de su retiro. 

 

Denning era la estrella de “El Día del Fin del Mundo” y su salario fue de 7.500 dólares más la promesa del 7% de los beneficios (que nunca recibió gracias a la contabilidad creativa de Sam Arkoff). Era de la clase de actores capaces de aportar cierto toque de distinción a cualquier producción en la que participara. Siempre daba lo mejor de sí y nunca se quejaba. Pero incluso él parece un poco perdido en “El Día del Fin del Mundo”, sospecho que por el personaje que interpretaba, uno de los héroes más aburridos jamás vistos en pantalla. Por un lado, se supone que es el pilar moral del drama, un científico humanista, honesto y con una actitud positiva que le empuja a luchar por sobrevivir. Pero, por otra parte, él, como el resto de los personajes, exhibe de principio a fin un aire apesadumbrado.

 

Lori Nelson parece gravemente necesitada de la guía de un director. Antigua reina de la belleza reconvertida en chica glamurosa de la escuela para jóvenes actores que mantenía la Universal, Nelson había coprotagonizado un par de westerns antes de participar en “La Venganza del Hombre Monstruo” (1955). El problema con la película que nos ocupa es que es un drama de salón y, como tal, la cámara se centra sobre todo en los rostros. Los actores tienen que hacer un trabajo extra a la hora de transmitir emociones y articular sus diálogos y, simplemente, Nelson no está a la altura.

 

A Roger Corman le gustaba trabajar con Paul Birch, que en ese punto había participado en todas las películas dirigidas por él y con el que volvería a colaborar en “Emisario de Otro Mundo” (1957) y “La Reina del Espacio Exterior” (1958). Actor teatral respetado pero sin mucho éxito, Birch solía encarnar papeles menores en películas y series de lo más diverso y supongo que aquí aceptó encantado la posibilidad de encarnar un héroe con mayor protagonismo. Corman lo veía como una especie de sucedáneo de John Wayne y, de hecho, Birch había hecho lo posible por evocar esa imagen en westerns como “Mujer Apache” o la cinta que ahora nos ocupa. Aunque no logra deshacerse de sus amaneramientos teatrales, Birch sí intenta mostrar el mismo aire desaliñado y de vuelta de todo que caracterizó al John Wayne de su mejor época. Físicamente era un poco más bajo, un poco más rechoncho y con menos carisma que Wayne, pero, sobre todo, carecía de la capacidad de éste para expresar algo simplemente levantando una ceja. Birch tiene que encarnar el personaje más sereno de la historia, pero su evidente sobreactuación le saca del papel.

 

Algo parecido le ocurre a Connors, cuyo Tony Lamont es tan malvado que cae de lleno en la caricatura. Obviamente, la culpa es principalmente del guion, pero la actuación de Connors no aporta sutileza alguna, todo lo contrario. Connors y Denning se hicieron grandes amigos durante el rodaje, amistad que mantuvieron el resto de sus vidas. Fue Connors quien convenció a Denning de que se jubilara en Hawaii e incluso hicieron negocios juntos durante algunos años.

 

Mike Connors aparece acreditado como “Touch” Connors, pero su auténtico nombre era Krekor Ohanian (su ascendencia era armenia), el cual, obviamente, los productores no consideraban idóneo para el Hollywood de los 50. A Ohanian, jugador profesional de futbol americano, lo había encontrado el director William Wellman en el campo de juego y fue uno de los aspirantes a encarnar el personaje de Tarzán cuando Johnny Weissmuller se hizo demasiado mayor para continuar en el papel. Perdió ante Lex Barker, pero aún así, consiguió un agente que le aconsejó cambiarse el nombre. Pensaron en O´Hanlon, pero podía generar confusión con el del actor George O´Hanlon, así que, por alguna razón, acabó siendo Connors. “Touch” había sido su apodo como jugador de fútbol y pensaron que “Touch” Connors era algo más vendible, con un cierto parecido a “Rock Hudson”.

 

Connors consiguió colarse en Republic a base de audacia e ingenuidad. Allí estaban rodando "Miedo Súbito" (1952), con estrellas como Joan Crawford y Jack Palance. Había hecho una audición para uno de los papeles principales, pero el productor lo había rechazado. Cuando se enteró de que, aunque el rodaje había comenzado, el papel estaba todavía sin cubrir, se acercó al director en plena escena y le pidió que le hiciera una prueba sobre la marcha. Y funcionó. Llegó a trabajar con John Wayne en “Infierno Blanco” (1953), pero la buena suerte no le duró mucho y acabó encasillándose en en películas de categoría Z como las de la ARC.

 

Hizo cuatro películas con Roger Corman: "Cinco Pistolas”, “El Día del Fin del Mundo”, "Swamp Women" y "The Oklahoma Woman", todas entre 1955 y 1956 y todas con un salario de 400 dolares. Cansado de trabajar por tan magros ingresos cuando alguien como Richard Denning cobraba 7.500 dólares, Connors le pidió a Corman un aumento para su próxima película. El director le respondió que le pagaría 1.200 dólares por tres películas. Cuando Connors señaló que seguían siendo 400 dólares por film, Corman subrayó que, después de todo, era un contrato que le garantizaba participar en tres cintas más. Connors lo rechazó y no volvió a trabajar para AIP (donde totalizó siete títulos), pasándose en cambio a la televisión, donde se convirtió en la estrella de la serie “Mannix” (1967-1975), en su momento la más vista de Estados Unidos.

 

El mejor trabajo interpretativo lo aporta Adele Jergens como la algo envejecida y alcohólica ex stripper Ruby. En los años 40, Jergens había sido una starlet especializada en papeles cómicos y que, en este punto de su carrera, había quedado relegada a pequeñas intervenciones en producciones menores. Poco después, abandonaría el cine. Jergens aporta algo de humanidad a un reparto de personajes acartonados y su trágica e injusta muerte es la única que puede conmover algo al espectador.

 

En cuanto a Raymond Hatton, que encarna al Viejo Pete, era una leyenda menor del viejo Hollywood. Había estado allí cuando la localidad se convirtió en el epicentro del cine mundial y comenzó su carrera cinematográfica en 1909, primero en el cine mudo y, posteriormente y ya en el sonoro, como actor de westerns en los que daba contrapuntos cómicos. El productor Alex Gordon, responsable del casting de “El Día del Fin del Mundo”, era un amante de las viejas películas y sus estrellas y siempre intentó encontrar algún hueco en sus producciones para actores semiolvidados. No es que este fuera exactamente el caso de Hatton, pero su carrera había quedado relegada a pequeños papeles de estrella invitada en la televisión. Quería volver al cine y así se lo expresó a Gordon, aunque no estaba dispuesto a cobrar menos de mil dólares semanales. Y así fue, aunque Roger Corman ya tenía a otro actor para el papel (uno de sus habituales, Dick Miller), dispuesto a cobrar sólo 250 dólares.

 

Como Hitchcock, a Roger Corman le gustaba hacer cameos en sus películas. Aunque no aparece de cuerpo presente en “El Día del Fin del Mundo”, sí lo podemos ver. Durante toda la historia, Louise no deja de mirar con nostalgia una fotografía de ella y su novio desaparecido… que resulta ser Corman.

 

Pero, a la hora de la verdad, los actores no son el auténtico problema de esta película; de hecho, no solían serlo en las de Corman. Lo que éste hacía con ellos es otra cuestión. Por entonces era aún muy inexperto en la dirección, y esta fue, con diferencia, la película más ambiciosa de la que se había encargado. Sus anteriores trabajos como realizador, “Cinco Pistolas” y “Mujer Apache”, eran westerns sencillos en los que había poco que innovar o imaginar. Pero algunos de los problemas que lastran “El Día del Fin del Mundo” ya se habían manifestado en “La Bestia de Un Millón de Ojos”, a pesar de que solo dirigió una parte de esa película. “El Día del Fin del Mundo” es algo mejor, en parte porque Corman no muerde más de lo que puede masticar; pero, aún así, la falta de dirección de actores es tan flagrante como el apresuramiento con el que se rodó. Sobre eso volveré más tarde.

 

El cine de Ciencia Ficción de los años 50 fue un ingrediente básico de la fórmula empresarial de los autocines y las sesiones dobles y estaba dirigido principalmente a un público joven y adolescente cada vez con mayor poder adquisitivo. El problema es que los productores de cine a menudo equiparaban la juventud con la falta de sofisticación, lo que dio como resultado productos descuidados en cuanto a guion, no digamos ya rigor científico. Y, precisamente, este es el más flagrante fallo de la película.

 

Lo más obvio, claro, es que la radiación no opera de la forma en que nos cuentan. Las montañas no protegen de un bombardeo nuclear por mucho plomo que contengan; las partículas radioactivas se dispersan por todas partes llevadas por el viento; y, por supuesto, la radiación no se condensa en una bruma tóxica que permanece durante semanas pegada a las lomas de las montañas; los humanos afectados no mutan por mucha radiación que absorban sus cuerpos; en cualquier caso, serían sus descendientes los que nacerían con mutaciones; y la lluvia no purifica ninguna zona sobre la que cae, al contrario, arrastra la ceniza radioactiva en suspensión a la superficie aumentando su toxicidad.

 

Más allá de la ciencia, el argumento tiene un par de agujeros del tamaño de un cráter volcánico. En primer lugar, ¿cómo llega ese dispar grupo de personas a confluir en una casa localizada en una zona muy aislada? Y, en segundo lugar, ¿qué tipo de preparativos para el apocalipsis nuclear ha estado haciendo Jim durante nada menos que diez años? Porque, por mucho que presuma de ello, a la hora de la verdad lo único que parece haber acumulado es comida en lata, un contador Geiger y un equipo de radioaficionado. Todo eso se puede adquirir en un solo día de compras. Si no quería intrusos, ¿por qué no construir un bunker en lugar de un agradable bungalow con ventanales panorámicos? O levantar un muro o una valla. Considerando que ha dispuesto de una década, acumular alimentos para siete personas durante dos meses no es precisamente una tarea titánica. 

 

No quiero hacer mucha sangre del ridículo disfraz de mutante, porque en realidad da igual lo cutre que luzca. La película ha perdido el rumbo mucho antes de que la criatura haga acto de presencia y, después de todo, los monstruos risibles son parte de la esencia de las cintas de ciencia ficción de Roger Corman. Dicho esto, el disfraz es pésimo, pero está hecho con cariño, algo de ingenio y sin dinero.

 

El encargado de dar vida a los monstruos de la AIP fue Paul Blaisdell, que debutó (sin acreditar) en los últimos días de posproducción de “La Bestia de un Millón de Ojos”. Corman, astutamente, había tratado de salir del apuro de diseñar a una criatura haciendo que esta fuera invisible, pero el problema es que tanto el título como el cartel de la película diseñado por el productor ejecutivo Jim Nicholson, prometían una “Bestia”. Cuando los exhibidores asistieron a una proyección previa y vieron tan sólo una especie de tetera que aterrizaba en el desierto, preguntaron dónde estaba el monstruo.

 

Así que Nicholson le dijo a Corman que consiguiera un monstruo, lo pagara de su propio bolsillo y lo pusiera en pantalla. Y lo tenía que hacer en una semana. Corman solamente estaba dispuesto a gastar 200 dólares, una suma por la que ningún especialista en atrezzo o maquillador profesional se molestaría en levantarse de la cama, así que llamó a su amigo, el gran aficionado y divulgador de CF Forrest J.Ackerman, quien le sugirió al ilustrador de sus revistas, Paul Blaisdell, que también había hecho sus pinitos en escultura y modelismo. Blaisdell, trabajando junto con su esposa Jackie, cumplió. No es que doscientos dólares dieran para mucho, pero lo suficiente para un muñecote con el que satisfacer al productor. Era muy cutre, pero no importaba. Los exhibidores tenían su monstruo, la película recuperaría su magro presupuesto y así todos contentos.

 

Corman recurrió otra vez a Blaisdell para “El Día del Fin del Mundo”, esta vez, como he dicho, con un presupuesto de verdad. Ahora bien, el traje del monstruo no estaba incluido como tal en ese presupuesto, aunque quizá el coste de lo que vendría a llamarse cariñosamente “Marty el Mutante” se incluyera en el epígrafe "equipo especial", una cantidad escasa pero aún así superior a los 200 dólares. Como se trataba de un humano mutado, debía tener forma humanoide. La idea era que, a medida que la radiación lo bombardeara, desarrollaría una piel escamosa similar al metal como protección adicional. La radiación transformaría también su estructura ósea y fisiología, dándole más oportunidades de sobrevivir en un entorno postapocalíptico. Tendría una gran fuerza, garras y dientes afilados, un tercer ojo le permitiría ver mejor a través de la niebla nuclear y ​​​​unos órganos similares a antenas en su cabeza le darían habilidades telepáticas. Algunas mutaciones podían ser malignas o no prosperar completamente, de ahí los extraños afloramientos en sus rodillas y codos, así como los dos inútiles bracitos que cuelgan de sus hombros.

 

Ahora bien, Blaisdell no era un diseñador de vestuario, un maquillador o un especialista en efectos. No tenía taller ni proveedores, carecía de acceso al tipo de materiales y procesos que otros estudios utilizaban para crear trajes como los de los monstruos de la Universal, por ejemplo. Pero a cambio tenía una generosa dosis de pasión por su trabajo, imaginación y la capacidad de improvisar con lo que fuera que tenía disponible. Contaba también con la ayuda de su mujer Jackie. Y mucha cola.

 

La base de Marty el Mutante eran unos calzoncillos largos comunes y corrientes que se ajustaban perfectamente al cuerpo que encarnaría al monstruo, el del propio Paul Blaisdell. Empezó por las escamas, cortando uno a uno bloques de gomaespuma negra y pegándolas, pieza por pieza y utilizando cemento de contacto (un adhesivo a base de caucho). En una tienda de artículos de broma compró los pies y las manos, añadiendo garras de madera talladas y pintadas de blanco. Se suponía que el mutante sería enorme, pero Blaisdell era de corta estatura así que pegó enormes trozos de gomaespuma en los hombros y el pecho para darle más altura. El cuello de la criatura le llegaba hasta la barbilla y a ello le añadió una cabeza enorme. La boca quedaba a la altura de los ojos de Blaisdell, que llevaba gafas de sol para ocultarlos.

 

Corman tenía serios reparos en cuanto a que fuera Blaisdell quien interpretara al mutante, entre otras cosas porque tenía que cargar con Lori Nelson durante cierto tiempo y, como he dicho, el actor no era un tipo alto ni fornido. Tampoco lo era ella, pero es que había un problema adicional: como Blaisdell había hecho los hombros y la cabeza tan altos, tenía que levantar a la actriz a la altura de su barbilla para que pareciera que el mutante la transportaba al nivel de su pecho. Los dos habían ideado unos movimientos específicos que facilitaban que él pudiera cogerla en brazos, pero durante el rodaje Nelson los olvidó y como Corman tenía una conocida aversión a las repeticiones de tomas, Blaisdell tuvo que intentar abrazarla de forma muy torpe. Se sorprendió gratamente cuando logró hacerlo sin caerse, pero la situación empeoró cuando él empezó a bromear, provocándole a ella un ataque de risa que terminó en su inevitable caída. No se repitió la toma y Corman se las arregló en la sala de montaje con lo que había rodado. Viendo la película, es harto evidente que Blaisdell tiene considerables dificultades para caminar llevando a Nelson en brazos.

 

Pero lo peor no fue eso. En un momento dado, Blaisdell yacía boca arriba con el traje puesto, mientras un tramoyista lo rodeaba de niebla y los aspersores le empapaban de agua. Cuando la niebla se le metió dentro de la cabeza del traje impidiéndole respirar, intentó levantarse, pero la gran estructura de gomaespuma había absorbido tanta agua que apenas podía moverse. Se estaba asfixiando y no podía pedir ayuda. Empezó a retorcerse para llamar la atención del equipo, pero Corman pensó que estaba actuando y lo animó a seguir. Finalmente, Jackie se dio cuenta de que su marido estaba en dificultades, el equipo acudió rápidamente a su rescate y, al retirarle la cabeza, salió humo a borbotones. Veinte minutos después, su pelo seguía humeando.

 

Con su cabeza alargada, orejas puntiagudas, nariz ganchuda, mejillas prominentes y antenas con forma de cuerno, Marty el Mutante tiene el aspecto de un demonio. Salvo por algunos toscos movimientos de mandíbula, el rostro es completamente rígido y parece más un elaborado disfraz de Halloween que un traje de película. Sin embargo, es necesario ser comprensivos habida cuenta del presupuesto y las circunstancias con las que trabajó Blaisdell.

 

La música de Ronald Stein es sorprendentemente buena, aunque algo grandilocuente para la película que acompaña, lo que a veces da lugar a una comicidad involuntaria. Alex Gordon tendría muy buenas palabras para Stein, recordando que le solía pagar unos magros 5.000 dólares. Éste viajaba a Europa o México para contratar una orquesta barata y volvía de allí con la banda sonora perfectamente arreglada. El propio Stein dijo que abordaba todos los films en los que trabajaba con igual seriedad, independientemente de lo malos que fueran. Durante su carrera, puso música a 21 películas de CF, lo que probablemente le hace uno de los compositores más prolíficos del género.

 

“El Día del Fin del Mundo” se estrenó como programa doble junto a “The Phantom from 10,000 Leagues”. Y aunque no funcionó demasiado bien taquilla, sí lo suficiente como para recaudar más de un millón de dólares, esto es, decuplicando su presupuesto.

 

Analizando por separado cada una de sus partes, podría decirse que “El Dia del Fin del Mundo” funciona razonablemente bien dentro de la división cinematográfica en la que fue concebida. Las interpretaciones son aceptables; las escenas de lucha están montadas con oficio; el guion, aunque con fallos, mantiene cierta coherencia; los decorados, si bien básicos, cumplen su función; las tomas exteriores dan el pego… El problema es que todas esas partes, una vez combinadas, no dan como resultado un producto medianamente sólido. Cuando llega a su mitad, la película se detiene: ni los personajes ni la historia van a ningún lado, ni emocional ni narrativamente. No hay sorpresas, matices ni evolución. Todo está teñido de miseria, ira, celos y fatalismo. Un ocasional destello de felicidad en algún punto intermedio, una subtrama que completara el guion, habría aligerado el conjunto y brindado a los supervivientes un objetivo al que aspirar, un propósito más allá de limitarse a esperar a que pase lo peor del desastre y ver quién cae primero: una salida en busca de provisiones, construir algo, una misión de rescate…

 

Tras los primeros quince minutos de metraje, ya sabemos todo lo necesario para poder saltar directamente a los últimos quince. Sí, entre todo el relleno, hay más fragmentos de información adicional, pero nada verdaderamente esencial. No descubrimos nada sobre las circunstancias del apocalipsis, el monstruo mutante, el pasado de los personajes o sus motivaciones. Es completamente predecible quién va a morir, en qué orden y que los últimos supervivientes serán el aseado héroe y la chica rubia dispuestos a repoblar el futuro con bebés caucásicos y valores anglosajones.

 

Todo esto es culpa del guion, claro, pero el director tampoco hizo mucho por mejorarlo. Roger Corman rara vez recibió elogios por parte de los actores que trabajaron con él. Tanto Richard Denning como Mike Connors afirmaron que no recibieron ninguna instrucción por parte de Corman y que éste sólo se preocupaba por rodarlo todo en el tiempo asignado. Es cierto, no obstante, que Corman conocía el oficio y sabía que, si no metía prisa a sus actores, excedería el presupuesto y el calendario.

 

Por entonces, Alex Gordon acababa de salir de un desastre cinematográfico con el título de “The Lawless Rider” (1955, con guion de Ed Wood Jr), que había excedido mucho su presupuesto y fechas de rodaje. Así que cuando llegó al set de “El Día del Fin del Mundo”, se quedó encantado: “Todo estaba tranquilo…todo era eficiente…nadie gritaba… todo el mundo parecía saber lo que hacía…(Corman) tenía al equipo adecuado… y dirigía de forma muy silenciosa, dando sus instrucciones y todo eso. Más tarde, Lloyd Bridges y otro par de actores, sobre todo Richard Denning, me dirían que Corman no dirigía actores. Algunos le hacían ciertas preguntas sobre sus interpretaciones y Corman se mostraba muy vago”.

 

Esta actitud le dio a Corman la reputación de ser un director al que no le importaba lo que hacían los actores. Cabe la posibilidad, sin embargo, de que ello fuera debido a una combinación de inseguridad y falta de comprensión del proceso artístico. Alex Gordon aseguraría que Lori Nelson no estuvo nada contenta con Corman durante el rodaje de "El Día del Fin del Mundo". Otros actores que suelen mencionarse en relación a esta carencia de Corman son Richard Denning, Lloyd Bridges y Mike Connors. Pero vale la pena recordar que Nelson, Bridges y Denning ya eran estrellas de cine cuando rodaron con Corman. Bridges y Denning habían tenido papeles principales y el último acababa de finalizar un periodo de tres años como protagonista de la exitosa serie de televisión "Mr & Mrs North" (1952-54).

 

Roger Corman, por otro lado, era un ingeniero que se había metido en el mundo del cine gracias a un ejercicio puramente matemático. Cuando trabajaba como recadero para un gran estudio, su mente de ingeniero analizaba el dinero invertido en la producción por un lado y la película que salía por el otro, y qué sucedía con ese dinero en todas las etapas intermedias. Su conclusión fue que aproximadamente cuatro quintas partes de la inversión se desperdiciaban. Los estudios tenían que hacer frente a enormes costes fijos que no aportaban nada a las películas propiamente dichas. Una mala planificación significaba perder días o semanas de rodaje, ya fuera preparando tomas, acondicionando los decorados, haciendo un sinfín de ensayos e innecesarias repeticiones de las tomas, consintiendo los caprichos de estrellas perezosas o, simplemente, haciendo la vista gorda al dinero que se escurría por las grietas de un sistema en el que demasiados departamentos ignoraban lo que hacía el resto. Vio cómo los departamentos artísticos derrochaban dinero a espuertas en levantar decorados suntuosos y detallados que eran completamente innecesarios para hacer una película decente; a los departamentos de iluminación dedicar días a igualar la luz natural cuando hubiera sido más sencillo salir al exterior y rodar, etc.

 

Corman amaba el cine y quería que sus películas tuvieran la mejor calidad posible con el presupuesto de que disponía. Pero no tenía formación en teatro, cine ni en ninguna otra disciplina artística. No entró en el mundo del cine para dar salida a su creatividad, sino porque se dio cuenta de que podía forjar una carrera en un medio que amaba haciendo las mismas películas que otros directores de más lustre pero por una fracción de su coste. Y cuando se puso a dirigir por primera vez en “Cinco Pistolas”, lo hizo porque no podía permitirse un director de verdad. Dar ese salto le espantó porque era consciente de su ignorancia al respecto. En entrevistas posteriores, confesó que estaba tan aterrorizado que tenía que ir al baño a vomitar entre toma y toma. Esto fue en 1955. Denning, Nelson, Bridges y Connors trabajaron con Corman entre 1955 y 1957. Connors lo conoció en su primera película, Bridges en la segunda, y Denning y Nelson en la tercera.

 

Así que aquí tenemos a un joven con estudios de ingeniería y literatura inglesa, que aún no ha llegado a los treinta, que nunca ha actuado ni dirigido, ni siquiera tomado un curso intensivo en artes escénicas, intentando desesperadamente aprender a dirigir películas. Y se encuentra bajo sus órdenes a profesionales que llevan en la industria desde los años treinta, que han trabajado con los mejores, que han protagonizado sus propias series de televisión… y le preguntan a él cómo interpretar a sus personajes en tal o cual escena. Si no recibieron la respuesta que querían, mi teoría es que fue porque a Corman le aterraba dar instrucciones a profesionales experimentados. Con el paso de los años, Richard Denning, ya acostumbrado a trabajar en cine de serie B y televisión, mostró mayor empatía hacia directores de serie B como Roger Corman, asegurando que, sencillamente, no tenían tiempo de dirigir. Estaban demasiado ocupados tratando de sacar adelante la película como fuera.

 

Más adelante, Corman se haría merecedor del respeto de la crítica por su serie de adaptaciones de las obras literarias de Edgar Allan Poe, empezando por “La Caída de la Casa Usher” (1960). Se retiraría de la dirección en 1970, dedicándose desde entonces a producir películas baratas a través de estudios como New World Pictures, Concorde y New Horizons, llegando a totalizar más de 400 films como productor.

 

“El Día del Fin del Mundo” es una de esas películas de CF de los 50 que no han disfrutado de un remake más lustroso en cuanto a efectos en la era moderna, aunque sí hubo uno en forma de telefilm barato, dirigido por Larry Buchanan en 1969, que, por comparación, hizo del de Corman un film de primera división.

 

“El Día del Fin del Mundo” plagia descaradamente la trama básica de “Five”, pero mientras que ésta era un drama solemne y trascendental sobre las tensiones que afloraban entre cinco supervivientes reunidos en una casa, la película de Corman, aunque también solemne y trascendental a su manera, retuercer la trama al servicio de sus propios objetivos, esto es, seducir al público adolescente de autocine, añadiendo un monstruo de tres ojos. Dado su origen, naturaleza y medios, no puede evitar ser una cinta simplona y en absoluto subversiva tanto en su mensaje como en su concepto general. No supera el nivel de mediocre y, desde luego, no es una película que hoy pueda disfrutar el espectador medio, ni siquiera a uno aficionado a la CF. Eso sí, aquellos amantes a la serie B y los monstruos de goma con ojos saltones de los años 50, aquí encontrarán uno de sus mejores representantes.

 



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