El realizador canadiense David Cronenberg ha sido desde sus comienzos profesionales uno de los autores más celebrados y personales del cine de género, hasta tal punto que su apellido puede transformarse en un adjetivo inmediatamente comprensible, como “Lynchiano”, “Kubrickiano” o “Spielberiano”. Y con lo que más se relaciona su estilo y estética es con lo que se ha venido en llamar “Terror Corporal”, un término que fue acuñado por Phillip Brophy en 1983 en su artículo "Horrality: The Textuality of the Contemporary Horror Film", pero cuyo máximo representante ha sido Cronenberg.
Cronenberg
empezó dirigiendo films experimentales como “Stereo” (1969) o la primera
versión de “Crímenes del Futuro” (1970), para luego encontrar un espacio tan
propio y al tiempo comercial como el género de terror, con títulos como
“Vinieron de Dentro de…” (1975), “Rabia” (1976), “Cromosoma 3” (1979),
“Scanners” (1981), “Videodrome” (1983), “La Zona Muerta” (1983) o “La Mosca”
(1986). Aproximadamente a partir de “Inseparables” (1988), empezó a traspasar
los confines tradicionales del terror con una serie de películas dirigidas a un
público generalista con cierto nivel de sofisticación, como “M.Butterfly”
(1983), “Spider” (2002), “Una Historia de Violencia” (2005), “Promesas del
Este” (2007), “Un Método Peligroso” (2011), “Cosmópolis” (2012) o “Maps to the
Stars” (2014). Aunque durante este periodo, también dirigió adaptaciones de
obras literarias polémicas, como “El Almuerzo Desnudo” (1991) y “Crash” (1996),
la mayor parte de su producción se acomodó a una línea más convencional. De vez
en cuando, eso sí, recuperaba sus raíces terroríficas, como en las mencionadas
“El Almuerzo Desnudo” y “Spiders” o “eXistenZ” (1999).
Dejando
aparte el guion original que escribió Steven Knight para “Promesas del Este”,
“Crímenes del Futuro” fue la primera película de Cronenberg desde “eXistenZ”
que no era una adaptación de una obra literaria ajena. Antes, habría que retroceder casi cuarenta años hasta
“Videodrome”, aunque algunos de sus films, como “La Mosca” o “Inseparables”,
son tan diferentes de los originales que bien podrían considerarse obras
nuevas. “Crímenes del Futuro” fue un proyecto que Cronenberg preparó durante
veinte años antes de verlo estrenado cuando él ya estaba a punto de convertirse
en octogenario.
Desde
el mismo momento en que empieza a sonar la música compuesta por Howard Shore,
“Crímenes del Futuro” deja claro que va a desviarse de la línea seguida por
Cronenberg en las dos décadas precedentes. De hecho, es una película que
continuamente torpedea las asunciones del espectador respecto a lo que está ocurriendo.
El plano de apertura muestra una franja costera dominada por una extraña
estructura (que en realidad es un naufragio en la costa griega).
Inmediatamente, se nos presenta a un niño, Brecken (Sotiris Siozos) y su madre
Lihi (Lihi Kornowski) viviendo en una casita bastante deteriorada en la playa.
Por la noche, en el cuarto de baño, el niño coge la papelera, segrega por la
boca una especie de espuma blanquinosa y comienza a devorar el plástico
mientras la madre lo contempla asqueada. Poco después, lo asfixia mientras
duerme.
En
la siguiente escena, Caprice (Lea Seydoux) abre la puerta de una
estancia en penumbra para que entre el sol. Lo único que hay en esa habitación parece
una escultura representando una mezcla de caparazón de insecto y orquídea
podrida, suspendida entre el techo y el suelo y sobre la que Saúl (Viggo
Mortensen), conectado a unos tubos, duerme. La conversación entre ambos incluye
frases casuales que descolocan al espectador: "Creo que esta cama necesita un nuevo software; ya no anticipa mi dolor".
Luego vemos a Caprice sondeando el interior del estómago de Saúl con un
dispositivo parecido a un estetoscopio a través del cual puede observar,
mientras ambos se emocionan al pensar que él está produciendo un nuevo órgano.
En la siguiente escena, Saúl sentado rígidamente en una silla con aspecto de
esqueleto y con cierto parecido a los instrumentos ginecológicos para mujeres
mutantes que se habían mostrado en “Inseparables”, se balancea grotescamente mientras
las garras de la silla lo sujetan y él se esfuerza agónicamente por llevarse
una cuchara de alimento a la boca.
No
tardamos en enterarnos que en ese futuro, la cirugía se ha convertido en algo
tan frecuente que cualquiera puede realizarla. Saul Tenser y Caprice son
artistas quirúrgicos de fama mundial: él, víctima del “Síndrome de Evolución
Acelerada”, produce espontánea e incontroladamente nuevos órganos en el
interior de su cuerpo y ella se los tatúa y extirpa ante un público fascinado
por el espectáculo. Pero es un futuro del que todas las referencias a la
modernidad han sido anuladas, tal y como se hace harto evidente en las
siguientes escenas, en las que Saul y Caprice visitan las oficinas del Registro
Nacional de Órganos, un conjunto de habitaciones en estado casi inhabitable,
dentro de un edificio decrépito donde los archivos se almacenan apilados en
forma de húmedos legajos en completo desorden. El responsable del lugar, Wippett
(Don McKellar), habla de cómo los gobiernos están intentando controlar el
fenómeno de producción espontánea de órganos ante el temor de que el concepto
de Humanidad termine erosionándose más allá de lo reconocible. También nos
informa de que la gente ya no siente dolor excepto mientras duerme y que todo
el mundo ahora parece capaz de realizar cirugías con instrumental y
conocimientos básicos (más adelante vemos a alguien operando la pierna de una
mujer en un siniestro callejón).
Cuando
Wippett le dice a Saul que “Nuestros
registros indican que usted ha estado produciendo órganos corporales aleatorios
y novedosos durante algunos años”, la pareja se pone a la defensiva: “Somos artistas de performance”. Algo en
lo que Wippett, él mismo un fetichista de ese fenómeno, no puede estar más de
acuerdo. Cuando más adelante le preguntan cómo puede un crecimiento tumoral
considerarse arte, responde comparándolo con Picasso y Francis Bacon: “Él [Saul Tenser] toma la rebelión de su propio cuerpo y se apodera de él. Lo moldea, lo
tatúa, lo exhibe, crea teatro a partir de ello”.
Saul,
utilizando su fama y conexiones, empieza a investigar un movimiento clandestino
de evolucionistas radicales por cuenta de un detective del Departamento de
Nuevos Vicios, Cope (Welket Bungue). El líder de ese grupo es Lang Dotrice
(Scott Speedman), que contacta con Saul para sugerirle que realice un
espectáculo centrado en la autopsia de su hijo Brecken, asesinado, como vimos a
principio, por su ex esposa.
A
pesar de que, de acuerdo a las valoraciones indicadas en los agregadores, el
público generalista no se mostró particularmente entusiasmado, no pocos
críticos, “Crímenes del Futuro” opinan que es una obra brillante que bien
podría calificarse como la segunda mejor película de su director tras
“Inseparables”. Para muchos de sus seguidores, si este hubiera sido su canto
del cisne, constituiria el broche de oro perfecto para la extensa carrera de
Cronenberg. De alguna forma, es una película que cierra el círculo de la misma,
regresando al “body horror” que introdujo en el género de terror en los años 70
y 80 a través de una serie de películas que exhibían una morbosa fascinación
por los famosos y la modificación corporal.
Claramente,
la obsesión malsana por la cirugía y las transformaciones corporales refleja
ciertas actitudes modernas, con gente cada vez más joven dispuesta a pasar por
quirófano para cambiar su cuerpo y acercarlo al de tal o cual famoso o
ajustarlo a ciertos cánones de belleza sin darse cuenta de lo grotescas que
acaban resultando esas alteraciones. Los comedores de plástico clandestinos
parecen hacer referencia a la actual problemática de la presencia de esos
materiales sintéticos en muchos animales de los que nos alimentamos, sirviendo
como alegoría de las consecuencias que el progreso está teniendo sobre nuestros
cuerpos.
Cabe
preguntarse por qué Cronenberg no ha abordado otro tema, también muy actual y
relacionado con la cirugía: el cambio de sexo. Pero lo cierto es que “Crímenes
del Futuro” admite una lectura en este sentido. Las personas transgénero se han
identificado desde hace mucho tiempo con el terror como un medio para expresar
comportamientos y fantasías transgresoras, tabús y, en general, inaceptables
por buena parte de la sociedad. El mero acto de existir está siendo para ese
colectivo objeto de un intenso escrutinio tanto político como médico, haciendo
que muchos de ellos se sientan como monstruos. En la película, quienes sufren,
como Tenser, el “síndrome de evolución acelerada” están vigilados y regulados
por agencias gubernamentales preocupadas porque su dolencia (si es que es tal y
no una auténtica evolución hacia lo transhumano) se extienda. Si bien Tenser no
es transgénero, sí se lo considera transhumano y traspasa las definiciones y
limitaciones contemporáneas. Considera su condición como una “rebelión” de su
propio cuerpo.
Las
suyas son experiencias que bien podrían suscribir muchos transgénero. Los
trámites burocráticos que tienen que superar para cambiar su nombre, su género
y la forma en que la sociedad los ve, están reflejados por la comparecencia
voluntaria de Tenser ante el Registro Nacional de Órganos. Le piden que pase
“consulta” médica y, cuando se le presenta la oportunidad de realizar una
autopsia en vivo le preguntan cómo de radical se considera a sí mismo. Tenser y
su performance son a la vez fuente de atracción y repugnancia para el fascinado
público que acude a verlo.
Hay
paralelismos obvios entre la reacción a las performances transhumanas de Tenser
y la forma en que los transexuales son vistos por nuestras sociedades.
Espectáculos de drag queen, fiestas de salir del armario, desfiles del Orgullo…
¿Cuántas de estas manifestaciones de alegría y autoaceptación son consideradas
a la vez repugnantes e intensamente atractivas por el público asistente? Pero
la clave que conecta la experiencia transgénero con la transhumana en “Crímenes
del Futuro” está en la forma en que Tenser reacciona a los órganos vestigiales
que su cuerpo produce espontáneamente. Le hacen daño, le dificultan la vida,
pero también son la fuente de su arte y de su propósito vital. Para sobrevivir,
Caprice debe extirparle quirúrgicamente esos órganos y ambos decidieron hacerlo
a través de una exhibición voyeurista. Cualquier persona trans que se haya
sometido a cirugías de transición, a menudo las describirá como procedimientos
necesarios, porque lo son. Son imprescindibles para su salud mental, social,
emocional y, por tanto, corporal. La visión que Tenser, como transhumano, tiene
de sus propias cirugías no es tan diferente.
Hay
una frase muy significativa que pronuncia Caprice: “El Cuerpo es la Realidad”.
Y lo es porque para muchas personas transgénero, sus cuerpos albergan una
obsesiva colección de realidades. Si tu cuerpo dice que eres una cosa y tu
mente otra, ¿cuál es la verdad? En la película, se describe a los cuerpos como
“espacio exterior” en cuanto a expansivos e incognoscibles, vacíos de
significado en sí mismos hasta que se lo damos. Depende de nosotros comprender
el lugar que deben ocupar nuestros cuerpos.
El
transhumanismo que describe la historia también incluye un elemento de control.
Tenser desea controlar su cuerpo: qué le sucede, quién lo toca y qué sale de
él. Describe lo que le sucede como traumático pero también dice que disfruta
con ello. Asimismo, asegura que quiere ser abierto, desea no sólo convertirse
en un cuerpo diferente, sino mostrarlo. Ser explícito sobre lo que uno es y lo
que hace, actuar abiertamente con su nuevo cuerpo de acuerdo al género al que
se sienten pertenecer, es un sentimiento común a muchas personas trans.
Más
allá de las interpretaciones que le demos al aspecto puramente “corporal” de la
película, “Crímenes del Futuro” bien podría ser el intento de un cineasta
veterano (algunos dirían un artista) de enfrentarse a la gran pregunta
existencial de su profesión: ¿De dónde saca un artista sus ideas? ¿Cómo se
manifiestan? ¿Cómo se producen? La película da un respuesta muy propia del
director: vienen de dentro de nosotros.
Cronenberg
ha solido explicar su obsesión con el cuerpo humano como un rechazo a la existencia
de un concepto más amplio ajeno a él. “Nunca
he sido religioso en cuanto a sentir que había un Dios, una estructura externa,
universal y cósmica, impuesta a los seres humanos”, ha afirmado. Al
explicar de dónde proviene el terror, afirma: “Viene del interior del hombre”. El “body horror” de Cronenberg a
menudo parece una expresión literal de este pensamiento.
Cronenberg
ha rechazado a menudo en las entrevistas los intentos de imponer un significado
externo a su obra. “No pienso en el arco
de mis películas. A veces tengo que recordarles a periodistas y críticos que no
confundan su proceso con el mío. Ese tipo de enfoque analítico les resulta
útil, pero a mí, como cineasta, no me aporta nada. Para mí, todo es intuición”.
Se niega a identificar una trayectoria, una dirección en su carrera, insistiendo
en que, simplemente, elige hacer una película "por la razón que sea".
Es
ese un enfoque cuyo eco resuena en “Crímenes del Futuro”. A Saúl le incomoda
que Caprice tatúe sus órganos antes de extirparlos porque cree que ello implica
una intencionalidad en el proceso que, para él, no existe. “Se apodera de la forma misma del órgano”,
se queja. “En cierto sentido, lo domina,
lo transforma. No es solo parasitario, aunque supongo que, de alguna forma, es
eso también. Parece despojar al órgano de su significado. Se apropia del
proceso de significación, por así decirlo”.
A
pesar de negarse a identificar un arco en su trabajo, Cronenberg sí se
considera a sí mismo como un artista y, de hecho, “Crímenes del Futuro” no es
la primera de sus películas que trata sobre el arte y los artistas. En “Scanners”,
Benjamin Pierce canaliza su monstruosa habilidad a través de la escultura; en “Videodrome”,
Max Renn es presidente de una emisora de televisión y Nicki Brand, presentadora
radiofónica; “El Almuerzo Desnudo” es una adaptación de la novela
autobiográfica de William S.Burroughs; “M.Butterfly” narra la relación entre un
diplomático francés y una cantante de ópera. Incluso en algunas de sus
películas que no tratan explícitamente de la creatividad, a menudo se describe
un proceso de exploración artística. Hay algo grotescamente creativo en el
instrumental médico diseñado por Anders Wolleck para el ginecólogo Beverly
Mantle en “Inseparables”; en “Un Método Peligroso”, Freud y Jung crean el
psicoanálisis.
En muchos
de esos ejemplos, el proceso de creatividad está conectado al terror corporal,
descrito literalmente como una transformación interna. También incorpora a
menudo Cronenberg una carga abiertamente sexual, reflejando el acto de la
creación como uno de concepción, de fertilización. En “Videodrome”, Renn
desarrolla un reproductor de vídeo en su pecho, un orificio en el que puede
insertarse un objeto externo. En “El Almuerzo Desnudo”, William Lee trabaja con
una máquina de escribir viviente… Y en “Crímenes del Futuro” esta necesidad
creativa también intersecta con el ansia reproductiva. Timlin (Kristen Stewart)
le dice a Saúl que “la cirugía es el nuevo sexo”. Cuando Saúl regresa a casa
con una especie de cremallera instalada en su abdomen que le facilita el acceso
a sus órganos internos, Caprice lo celebra acariciándola eróticamente con la
lengua. Buena parte de la trama se apoya en la obsesión de un padre por
utilizar el cadáver de su hijo como parte de una performance artística que
sirva para lanzar una proclama política.
Cronenberg está dispuesto a interpretar “Crímenes del Futuro” como una metáfora de su relación con el arte. "Siempre me interesa, como a cualquier escritor, director o cineasta, el proceso creativo y enfocarlo con mi propia perspectiva", declaró en una entrevista antes del estreno de la película. “Es algo honesto. Muchos cineastas han hecho películas sobre cine, sobre escritores, sobre escultores. Así que esta es mi muy particular versión, porque yo he inventado esta forma de arte”.
Cronenberg
ve así el proceso artístico: “Saúl está
ofreciendo su cuerpo y, al final, también lo hace Caprice. Lo que digo es que
quizá esa es la analogía con ser un artista. Un artista, de alguna manera,
ofrece su yo esencial, muestra su interior al mundo como una especie de
nutriente entre él y su público”. Dicho esto, la premisa de “Crímenes del Futuro”
sugiere una inevitable separación entre arte y artista. A Saúl le extraen los
nuevos órganos que continuamente “crea”. Hay quienes sugieren que Cronenberg ve
de esa manera sus propios proyectos. “De
hecho, para mí, parte de la razón por la que haces una película es para
experimentar algo que te intriga, que tal vez te perturba; necesitas lidiar con
ello, experimentarlo de alguna manera; pero necesitas que esté a cierta
distancia de ti”.
En
otro orden de cosas, “Crímenes del Futuro” supone un regreso glorioso a la
iconografía, estilo y temas de la primera etapa de Cronenberg: personajes con
nombres evocadores (Saul Tenser, Caprice, Lang Dotrice, Dani Router…); frases
provocadoras que bien podría haber pronunciado el personaje del Profesor Brian
O´Blivion en “Videodrome”: “La cirugía es el nuevo sexo”, “El Cuerpo es la
Realidad”, “La creación de arte a menudo está asociada con el dolor” o “El
deseo de ser abierto es a menudo el comienzo de algo nuevo y emocionante”.…; y personajes
que consideran la mutación, la infección o la mutilación corporales no sólo
como un fetiche erótico sino como una forma de catársis que propicia una
transformación psicológica.
Podemos
observar ciertas conexiones con la película original de los 70, ambientada en
un futuro en el que las personas producían espontáneamente extrañas mutaciones
corporales y un movimiento clandestino radical proponía experimentos con niños.
Ese film también incluía un segmento cómico centrado en un personaje que producía
órganos nuevos y luego irrumpía en los almacenes para robarlos después de que
se los hubieran extraido. Hay también cierta hilazón con los temas abordados
por el hijo de Cronenberg, Brandon, en su película “Antiviral” (2012), también ambientada
en un futuro en el que las personas se infectan voluntariamente con virus o
bacterias extraídos de famosos. Si buscamos antecedentes de “Crímenes del Futuro”,
podríamos incluso señalar la escena de “Brüno” (2009) en la que Sacha Baron
Cohen organiza un concurso en el que la gente intenta adivinar la identidad de
fetos de famosos.
En cualquier caso, “Crímenes del Futuro” comparte poco con la película de los 70 más allá del título, que Cronenberg conservó simplemente porque le gustaba. El guion de la actual lo escribió en 1998 y, según dijo, cuando empezó por fin a grabar casi un cuarto de siglo después no tuvo que cambiar ni una palabra, lo que demuestra lo muy de su tiempo y simultáneamente atemporal que es esta historia distópica.
Es
refrescante comprobar que sus incursiones en el cine “respetable” no le
hicieron perder a Cronenberg nada de la retorcida imaginería con la que se
regodeaba en sus primeros films. “Crímenes del Futuro” está repleta de momentos
extraordinariamente desasosegantes, como la de ese bailarín al que cosen
burdamente sus labios y ojos para que luego realice una actuación en la que
podemos ver que tiene el cuerpo cubierto de orejas. En una de las escenas más
memorables, Saúl manipula los controles de la cama de autopsia mientras Caprice,
tumbada desnuda, recibe con gozo erótico sobre su piel los láseres que la
cortan, antes de pasar a otro plano en el que ambos, desnudos y con los cuerpos
mutilados por laceraciones, se abrazan sobre el grotesco lecho. Otra imagen
fascinantemente repulsiva es la que antes comentaba, cuando Saul vuelve a casa
tras haberse hecho incorporar al vientre una cremallera sobre una cicatriz con
forma de crucifijo.
Son
esas imágenes, ese extraño e inquietante mundo del futuro, lo que realmente
interesa a Cronenberg por encima del endeble argumento sobre el que todo
descansa. Por ejemplo, tenemos al detective que investiga el movimiento
clandestino de ideología anarquista, pero esto al director-guionista no parece
importarle demasiado. Otro realizador habría cogido los mismos elementos y los
habría ensamblado para crear un thriller futurista genérico sobre
modificaciones corporales ilegales y conspiraciones empresariales y
gubernamentales; algo en la línea de “The Gene Generation” (2007) o “Repo! The
Genetic Opera” (2008). Quizá la obra más comparable con “Crímenes del Futuro”
sea “Tetsuo, el Hombre de Hierro” (1989), dirigida por Shinya Tsukamoto. Ambos
directores parecen coincidir en la misma idea de un futuro en el que la
cirugía, la biomecánica y el fetichismo sexual se han interconectado de maneras
tan repelentes como fascinantes.
La mayoría de las películas de ciencia ficción crean escenarios que, con el tiempo, han ido cayendo en algo tan genérico que resulta monótono: el futuro distópico, el ciberpunk, el postapocalíptico, las utopías galácticas de Star Trek… Esa es la razón de que la propuesta de Cronenberg, completamente diferente, llame tanto la atención. A excepción de algunos exteriores, “Crímenes del Futuro” se rodó casi enteramente en un almacén de Atenas, lo que dio lugar a un futuro tan decrépito, oxidado y enmohecido como vacío: en los almacenes, las habitaciones o las oficinas no hay prácticamente nada aparte de extraños instrumentos quirúrgicos. Es un mundo en el que parece haber poca diferencia entre el hogar, la consulta, la oficina o el espacio de entretenimiento. La fotografía de Douglas Koch tiene una iluminación inquietante que envuelve a los procedimientos quirúrgicos de un halo de enfermiza obsesión.
Por otra parte, es difícil creer que un mundo como el que se nos presenta pudiera funcionar en la práctica. ¿Qué ocurriría si desapareciese el dolor? Al fin y al cabo, es una señal de alarma que el cuerpo utiliza para avisar de que algo va mal. Si no existiera, alguien que, por ejemplo, sufriera un accidente laboral y se rompiera un hueso, podría no darse cuenta hasta que se desplomara inconsciente por una hemorragia interna. Que los gobiernos no regularan o directamente impidieran el tipo de actuaciones que vemos en pantalla, sería imposible. No hay más que ver las prohibiciones que varios países han instituido sobre la investigación con células madre o la clonación.
Por si eso fuera poco, el mismo que año que se estrenó “Crímenes del Futuro”, el Tribunal Supremo estadounidense derogó la sentencia de 1973 en el caso Roe vs Wade, devolviendo la regulación del aborto a los estados, lo que ha permitido que muchos de ellos prohíban o restringan significativamente el acceso a esa intervención. Una situación que no puede estar más alejada del mundo de cirugía sin regular que imagina Cronenberg en esta película, por mucho que haya instituciones como el Registro de Órganos o el de Nuevos Vicios, que traten de limitar la extensión del fenómeno.
Una película, en fin, personal y, para muchos, inaccesible, pero también fascinante tanto por su tema como por su puesta en escena. No es una película para todo el mundo ni para todo momento, pero tratándose de Cronenberg y si se es aficionado al cine fantacientífico, merece un visionado aunque solo sea por su atmósfera malsana y sus inquietantes imágenes.
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