La producción cinematográfica era un pasatiempo de lujo para las élites en los primeros años de la Unión Soviética. Debido a los embargos internacionales, los realizadores rusos tenían muchos problemas para comprar película y los equipos necesarios para rodar y procesar, así que pasó algún tiempo hasta que los químicos e ingenieros de ese país empezaran a producirlos en masa. Pero como todo en aquél régimen, éstos eran materiales sujetos a racionamiento así que muchos aspirantes a directores tuvieron que buscarse la vida. Ese fue el caso del conocido como colectivo Kuleshov.
Lev
Kuleshov era un teórico del naciente medio, profesor y cofundador de la primera
escuela de cine, localizada en Moscú. Estudiante de arte convertido en director
en 1917, rodó un puñado de films antes de asumir su función como docente en
1919. El Estado no iba a permitir que unos estudiantes desperdiciaran los
escasos rollos disponibles en películas de aficionados. Pero tampoco podían
estos jóvenes simplemente acudir a la tienda más cercana a comprarlas. Así que
Kuleshov y su grupo de estudiantes tuvieron que resignarse a hacer solamente lo
que estuvo a su alcance: ver películas. Durante meses, se sentaban en las
butacas del cine en Malaya Dmitrovka, en el centro de la capital, para ver lo
que fuera lo que en ese momento proyectaran. Luego, discutían sobre ese
material, lo analizaban y diseccionaban. Y, cuando por fin el cine cambiaba la
cartelera, a veces Kuleshov tenía la oportunidad de obtener la copia usada.
Aunque la película no se podía utilizar para rodar, sí servía para editar. Y
este arte era algo que sintonizaba a la perfección con la visión que Kuleshov
tenía del cine, puesto que su principal teoría era que el elemento crucial de
la creación cinematográfica es la edición.
Por
fin, en 1924, el colectivo pudo empezar a rodar sus propias películas,
empezando por la comedia propagandística "Las Extraordinarias Aventuras
del Señor West en el País de los Bolcheviques", una de las cintas más
conocidas y aclamadas de Kuleshov. Al año siguiente llegó "El Rayo de la Muerte",
para la que contó con un presupuesto más decente y que constituyó su único
contacto con la Ciencia Ficción.
“El Rayo de la Muerte” se realizó, como he dicho, con un presupuesto considerable y su estreno recibió bastante cobertura mediática. Sin embargo, resultó un fracaso tanto de público como de crítica y, posteriormente, fue repudiada y enterrada por el régimen porque los burócratas soviéticos bajo el régimen de Stalin la consideraron demasiado influenciada por el cine occidental además de por entender que el elemento de ciencia ficción no encajaba con las exigencias del realismo soviético.
Se ha
solido afirmar que la película es la adaptación de una novela escrita por
Alexéi Tolstói (no confundir con el gran León Tolstói), “El Hiperboloide del Ingeniero
Garin”. Sin embargo, la película se rodó en 1925 mientras que el libro se
publicó en 1927, por lo que es imposible que la una esté basada en el otro. Otras fuentes
parecen apuntar a otro libro como inspiración, una novela policíaca pulp de
Valentin Kataev, traducida como “El Señor del Hierro”. De hecho, el título
provisional de la película era el mismo que el de la obra literaria, aunque es
posible que se cambiara debido a las diferencias entre ambas obras, eliminando
así a Kataev de los créditos. La novela se ambienta en la India, donde un
profesor ruso pacifista y desquiciado amenaza a los trabajadores y capitalistas
en conflicto con utilizar la “máquina de corriente inversa”, capaz de
magnetizar todo el hierro a distancia. Sus “rayos de la muerte” detienen
motores de aviones, armas y comunicaciones telefónicas hasta que un periodista
moscovita que habla el idioma local ayuda a todos a comprender que la
revolución es el único camino hacia la paz mundial.
La
película, por otro lado, se ambienta principalmente en la Unión Soviética y en un
país capitalista no especificado, que es, naturalmente, Estados Unidos. La
trama sigue a un líder obrero de esta última nación (Sergei Komarov), que es
encarcelado, aunque consigue escapar a la Rusia soviética perseguido por un grupo
fascista y una misteriosa circense (Alexandra Jojlova). Allí, un ingeniero ha
creado una máquina de rayos letales que, aparentemente, puede hacer explotar
pólvora a distancia. Los villanos roban la máquina para reprimir un
levantamiento obrero. Y aquí comienza una historia de detectives y un juego del
gato y el ratón con veloces persecuciones de coches, tiroteos, puñetazos y un
impresionante trabajo de acrobacias, todo ello unido mediante la famosa e
ingeniosa técnica de montaje de Kuleshov. Al final, los obreros se apoderan de
la máquina y, presumiblemente, empiezan a volar los aviones de los canallas
capitalistas, aunque como falta el último rollo de la película no conocemos el
desenlace definitivo.
La
inspiración para ambos libros, la película e innumerables productos de ficción
posteriores que aparecerían durante los años 20 y 30 del pasado siglo incluyendo
el cliché de los rayos de la muerte, fue el inventor británico Harry Grindell
Matthews, quien en 1923 afirmó haber inventado un "rayo de la muerte"
que inutilizaba los magnetos (generadores eléctricos que utilizan un imán para
producir corriente alterna, generalmente de alto voltaje, utilizada en sistemas
de encendido de motores de combustión interna). En una demostración ante un
grupo de periodistas, afirmó ser capaz de detener el motor de una motocicleta a
distancia. También aseguró que, con la suficiente potencia, podría derribar
aviones, explotar pólvora, detener barcos e incapacitar a la infantería a una
distancia de seis kilómetros. Los periódicos de todo el mundo se hicieron eco
de la negativa del ejército británico a comprar su invento sin tener pruebas
adicionales de su funcionamiento, aunque al mismo tiempo le prohibieron vender
los planos a cualquier potencia extranjera (una noticia que parece sacada del
libro “Ante la Bandera”, 1896, de Julio Verne). Matthews se marchó del país y comenzaron
a circular rumores de que estaba en negociaciones con algún otro gobierno.
Aunque durante un tiempo se hizo querer por los medios de comunicación
internacionales, lo cierto es que no existen indicios de que lograra vender sus
planos y, de hecho, en ningún campo de batalla apareció luego rayo de la muerte
alguno.
Matthews
no había sido el primero en hacer afirmaciones extravagantes sobre invenciones
parecidas ni en intentar vender esas armas potenciales al ejército. Un tal
"profesor" James C. Wingard provocó la muerte de dos de sus ayudantes
en un intento fallido de engañar a los Marines estadounidenses en 1876. Los
hombres fallecieron mientras cargaban en secreto un barco con dinamita antes de
una demostración, y los explosivos detonaron prematuramente, desenmascarando el
engaño de Wingard. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el inventor
italiano Giulio Ulivi hizo una demostración de su rayo de la muerte ante mandos
del ejército francés, detonando con éxito barcos y un depósito de municiones.
Sin embargo, cuando el ejército insistió en hacer otra prueba proporcionando
sus propias naves y explosivos, el rayo de la muerte se averió tres días consecutivos
y el trato se canceló.
El
verdadero núcleo de la película no es tanto la historia de ciencia ficción, que
aquí es un simple MacGuffin, ni el subtexto socialista impuesto por el Estado
soviético. La intención original era crear una aventura al estilo de Nat
Pinkerton para mostrar de lo que era capaz el equipo experimental que había
reunido Kuleshov. ¿Y a qué me refiero con Nat Pinkerton?
No creo que haya nadie que lea esto e ignore la figura de Sherlock Holmes. Algunos incluso pueden conocer a Nick Carter, el luchador contra el crimen de principios del siglo XX. Nat Pinkerton fue otro de esos detectives ficticios que gozaron de gran popularidad en Europa a principios del siglo XX y que protagonizó docenas de libros y películas. El personaje de ficción se basó en el muy real detective estadounidense Allan Pinkterton, quien fundó su Agencia Nacional de Detectives Pinkerton en 1850 e investigó una serie de casos de alto perfil, principalmente robos, prestando servicios de seguridad en todo el país. La Pinkerton era, básicamente, la mayor empresa de seguridad privada del mundo (la agencia aún existe como filial de la empresa sueca Securitas AB).
En
cualquier caso, nadie parece saber realmente dónde se originó el personaje de Nat
Pinkerton. Según algunas fuentes, fue creado por el estadounidense John Russell
Coryell, quien escribía bajo el seudónimo de Nick Carter, lo que contribuye
todavía más a la confusión. Otra teoría es que fue la propia compañía Pinkerton
la que lo ideó, aunque esta es otra afirmación difícil de probar. Lo que sí
sabemos es que Nat Pinkerton comenzó a aparecer a principios del siglo XX en
Alemania y Francia en el formato de novelas cortas, extendiéndose luego a
Holanda, Italia y Noruega. Eran casi todas anónimas y ofrecían aventuras de
evasión e intrigas detectivescas escritas con un estilo casi noir. Luego empezaron
a aparecer cortometrajes y, posteriormente, largometrajes; el primero que he
encontrado data de 1907. Se produjeron principalmente en Alemania y Francia
—varios cientos de ellos se rodaron allí—, pero también en Dinamarca por la
compañía Nordisk Film. Aunque hoy está casi completamente olvidado, Nat
Pinkerton fue inmensamente popular en Europa.
Las ficciones
criminales, especialmente las de Nat Pinkerton, también fueron enormemente
populares en Rusia, tanto antes como después de la revolución bolchevique de
1917. Desde luego, para los comunistas de línea dura, existía un problema
ideológico inherente a estas fantasías detectivescas dado que muchas de ellas incluían
elementos incompatibles con el ideario y agenda socialistas. Pero claro, a la
gente le encantaba leer a Nat Pinkerton; Karl Marx era una lectura menos
popular. Así que se gestó la idea de crear una marca propia de Nat Pinkerton,
que seguiría siendo estadounidense y ejerciendo de investigador, pero con una,
digamos, actitud socialista. Como expresó un teórico y político soviético en
1922: “La cuestión es que la mente
requiere de una trama ligera, entretenida e interesante y un desarrollo de los
acontecimientos, y esto es diez veces más cierto en el caso de los jóvenes que
en el de los adultos. La burguesía lo sabe y lo entiende... Todavía no tenemos
esto, y hay que superarlo”. Y de aquí nació, con el sello de aprobación de
las autoridades soviéticas, el “Red Pinkerton”, que circuló tanto en forma de
novelas de Nat Pinkerton escritas por rusos como en una serie de pulps
policiacos del mismo tono, uno de cuyos ejemplos sería el mencionado libro de
Valentin Kataev, “El Señor de Hierro”. Pues bien, esta es la auténtica naturaleza
de la película de Lev Kuleshov: una historia de Red Pinkerton inspirada en el
revuelo mediático que generó el rayo de la muerte de Matthews.
Durante
los años que pasaron en el cine viendo películas, el colectivo Kuleshov también
se empapó de la cultura estadounidense, especialmente de su lenguaje
cinematográfico. El protagonista de su primera película era de esa nacionalidad
y la tercera, “Por Ley”, se basó, como veremos luego, en una novela
norteamericana. No sólo buena parte de la trama de “El Rayo de la Muerte” se ambienta
en Estados Unidos y tiene un protagonista estadounidense, sino que también fue
el intento de Kuleshov de hacer una película de acción siguiendo los patrones y
estereotipos del cine de ese país, con mujeres fatales, villanos siniestros,
héroes apuestos, persecuciones a pie y en coche, tiroteos, peleas a puñetazos y
romance. Kuleshov pensaba que el paisaje ruso, con sus zonas rurales y urbanas
todavía ancladas en el período feudal zarista, era totalmente inadecuado para
el cine. Su idea de paisaje cinematográfico eran las ciudades modernas de Nueva
York o Chicago; de ahí su tendencia a situar sus tramas en suelo norteamericano,
aunque fuera tratando de hacer pasar las calles de Moscú por las de Nueva York.
Para Kuleshov,
esta película fue también un vehículo para presentar su estudio de cine
experimental, que operaba bajo el paraguas de la productora estatal Gosfilm.
Contaba con sus propios actores, guionistas y personal técnico y artístico. Teniendo
una formación artística más que teatral, su punto de vista era eminentemente
visual. Como he dicho, defendía la idea de que el aspecto más importante de la
cinematografía es el montaje y esto quiso demostrarlo con un famoso experimento
en el que filmó el rostro de un actor. Ante diferentes públicos, yuxtapuso esta
toma con varias otras de diferentes objetos: una pistola, un tazón de sopa, una
mujer, etc. Dependiendo de la imagen que combinara con el actor, los
espectadores percibían diferentes emociones en el rostro del hombre. De esta
forma, Kuleshov quiso explicar que el montaje no se limitaba simplemente a
conectar diferentes partes de la historia, sino que era un recurso narrativo
muy eficaz en sí mismo y con el que podía transformarse por completo el tono e
incluso la trama de una película. El efecto de sus imágenes yuxtapuestas se
denominó más tarde "el efecto Kuleshov" y tuvo una enorme influencia,
no sólo en cineastas rusos como Sergei Eisenstein, sino en todo el cine
internacional.
Así que
no es de extrañar que “El Rayo de la Muerte” cuente con un montaje
espectacular, en particular una secuencia de tiroteo donde solo vemos fogonazos
en una habitación oscura, disparando por toda la pantalla. Todo el montaje es
inusualmente rápido y enérgico, especialmente en las secuencias de acción,
alternando primeros planos de rostros, planos generales, diferentes ángulos,
dentro y fuera de una habitación, siempre en movimiento, a veces con cortes a
flashbacks, para crear un frenesí visual. También encontramos excelentes
secuencias de acrobacias, inspiradas en películas norteamericanas del Oeste,
policíacas y de capa y espada, con un personaje saltando de una ventana de tres
pisos sin sufrir lesiones, gente atravesando tejados con cuerdas, chocando
contra ventanas y vallas, deslizándose por largas barandillas de escaleras,
saltando de un coche a otro a toda velocidad, etc. Un auténtico deleite visual.
Las
actuaciones, como era usual entonces, están exageradas casi al punto del
histrionismo, pero eso no importa demasiado porque, en realidad, la historia es
irrelevante y todas las persecuciones, escaladas, saltos y peleas se antojan un
tanto inútiles, en parte porque es una película muy difícil de seguir, como si
se tratara de una especie de disección posmoderna e irónica de una película de
acción.
Y
claro, un producto semejante era difícil que calara entre el público no
especializado. El resultado, ya lo apunté antes, fue un desastre de crítica y
taquilla. Pocos fueron los que entendieron entonces los objetivos de Kuleshov
con esta cinta. Los críticos ridiculizaron unánimemente su obsesión por la
forma sobre el contenido, y calificaron la obra de autocomplaciente y sin nada
que ofrecer al trabajador comunista, ni entretenimiento ni reflexión. El
crítico Nikolai Shpikovskiy llegó a sugerir que Kuleshov simplemente estaba
troleando al público: “La película en su
conjunto no existe: hay fragmentos individuales, a veces magistralmente realizados,
pero se presentan con un montaje tan torpe, con una conexión tan tenue con la
trama, con un ritmo tan descaradamente pseudoestadounidense que uno no puede
evitar preguntarse: ¿Y si, acaso, el director ha decidido burlarse de nosotros?
¿Y si de repente empiezan a proyectar la película de otra manera, y el “espejismo”
termina y todo vuelve a su lugar? ¿Y si una prenda dañada se puede arreglar?”.
Algunos
comentaristas han sugerido que el brutal castigo que propinó la crítica
contemporánea a Kuleshov tuvo una motivación ideológica: la ambientación y el
estilo estadounidenses se consideraron sospechosos, y el descarado juego con la
estructura y la narrativa, dirigido a un público selecto de artistas “burgueses”
sin interés por lo que le importa y con lo que disfruta el "hombre
común". Ciertos críticos modernos han visto “El Rayo de la Muerte” bajo
una luz más positiva, apuntando que Kuleshov tuvo la “desgracia” de adelantarse
décadas a su tiempo, llegando a considerarlo como antecesor directo del cine de
realizadores como David Lynch.
Estoy
en buena medida de acuerdo con tal apreciación, pero también admito que este
tipo de aproximaciones narrativas caracterizadas por su vaguedad y su
reticencia a dar respuestas claras terminan por cansarme y me acaban pareciendo
huecas. Por eso, el enfoque experimental de “El Rayo de la Muerte” me parece,
en último término, ineficaz. Y no tanto porque sea difícil de entender sino más
bien porque su thriller de espionaje estaba ya entonces muy trillado. Es básicamente
la misma historia que los seriales cinematográficos producidos en Estados
Unidos llevaban produciendo en masa desde hacía diez años, solo que rodada y
editada con un estilo posmoderno. Pero a diferencia de, por ejemplo, la muy
posterior “Alphaville” (1964), no acompaña sus imágenes vanguardistas con una
disección similar de su contenido, lo que hace que el resultado final sea poco
más que un caleidoscopio de técnicas cinematográficas.
Todo lo
cual no quiere decir que “El Rayo de la Muerte” no sea una película divertida que
ofrece algunos momentos verdaderamente memorables. Simplemente, será de mucho
mayor interés para el cinéfilo que para el espectador casual. Los aficionados a
la CF sí encontrarán en esta película un hito ya que sirvió de punto final para
la primera ola de films sobre rayos de la muerte, que se extendió
aproximadamente entre 1915 y 1925. La mayoría de estas obras fueron seriales
cinematográficos estadounidenses, en los que, como en “El Rayo de la Muerte”, dicho
dispositivo funcionaba principalmente como un MacGuffin. Aparte del que nos
ocupa, sólo hubo otros dos largometrajes que incluyeron un artefacto similar y
ambos franceses: “La Destrucción de París” (1924) y “París que Duerme” (1925). Incluso
podría argumentarse que la cinta soviética es la única película que presenta un
“auténtico” rayo de la muerte, ya que los otros dos son, respectivamente, un
invento que controla los rayos y un rayo del sueño.
Como
era de esperar, tras el fracaso de esta costosa película, Kuleshov tuvo
problemas con Gosfilm y empezó a ser considerado un teórico brillante, pero no
un director fiable. Además, tuvo dificultades para conseguir financiación para
su siguiente película, una adaptación de un cuento de 1905 de Jack London
titulado "Lo Inesperado". Finalmente, se las arregló para convencer a
Gosfilm para que le autorizara el proyecto con un presupuesto mínimo. El
resultado fue "Por Ley" (1926), un drama claustrofóbico sobre una
pareja refugiada en una cabaña junto a un asesino. Se convirtió en un gran
éxito fuera de la Unión Soviética y está considerada por muchos como su mejor
obra, además de una de las mejores películas jamás producidas en la Unión
Soviética. La crítica elogió su cinematografía y montaje, simbolistas y
sobrios, y la atmósfera paranoica reinante en el reducido espacio de la cabaña,
donde los tres habitantes, emocionalmente al límite, hacen que pequeños sucesos
adquieran proporciones catastróficas. La película reinstauró a Kuleshov como un
referente del cine soviético y continuó rodando hasta 1943, cuando dedicó la
totalidad de su tiempo a la docencia en la Escuela de Cine de Moscú. Sus
últimos años hasta su muerte en 1970, los pasó junto a la actriz Aleksandra
Jojlova (la actriz de “El Rayo de la Muerte”) en un apartamento en Moscú.
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