domingo, 17 de agosto de 2025

1925- EL RAYO DE LA MUERTE – Lev Kuleshov

 

La producción cinematográfica era un pasatiempo de lujo para las élites en los primeros años de la Unión Soviética. Debido a los embargos internacionales, los realizadores rusos tenían muchos problemas para comprar película y los equipos necesarios para rodar y procesar, así que pasó algún tiempo hasta que los químicos e ingenieros de ese país empezaran a producirlos en masa. Pero como todo en aquél régimen, éstos eran materiales sujetos a racionamiento así que muchos aspirantes a directores tuvieron que buscarse la vida. Ese fue el caso del conocido como colectivo Kuleshov.

 

Lev Kuleshov era un teórico del naciente medio, profesor y cofundador de la primera escuela de cine, localizada en Moscú. Estudiante de arte convertido en director en 1917, rodó un puñado de films antes de asumir su función como docente en 1919. El Estado no iba a permitir que unos estudiantes desperdiciaran los escasos rollos disponibles en películas de aficionados. Pero tampoco podían estos jóvenes simplemente acudir a la tienda más cercana a comprarlas. Así que Kuleshov y su grupo de estudiantes tuvieron que resignarse a hacer solamente lo que estuvo a su alcance: ver películas. Durante meses, se sentaban en las butacas del cine en Malaya Dmitrovka, en el centro de la capital, para ver lo que fuera lo que en ese momento proyectaran. Luego, discutían sobre ese material, lo analizaban y diseccionaban. Y, cuando por fin el cine cambiaba la cartelera, a veces Kuleshov tenía la oportunidad de obtener la copia usada. Aunque la película no se podía utilizar para rodar, sí servía para editar. Y este arte era algo que sintonizaba a la perfección con la visión que Kuleshov tenía del cine, puesto que su principal teoría era que el elemento crucial de la creación cinematográfica es la edición.

 

Por fin, en 1924, el colectivo pudo empezar a rodar sus propias películas, empezando por la comedia propagandística "Las Extraordinarias Aventuras del Señor West en el País de los Bolcheviques", una de las cintas más conocidas y aclamadas de Kuleshov. Al año siguiente llegó "El Rayo de la Muerte", para la que contó con un presupuesto más decente y que constituyó su único contacto con la Ciencia Ficción.

 

“El Rayo de la Muerte” se realizó, como he dicho, con un presupuesto considerable y su estreno recibió bastante cobertura mediática. Sin embargo, resultó un fracaso tanto de público como de crítica y, posteriormente, fue repudiada y enterrada por el régimen porque los burócratas soviéticos bajo el régimen de Stalin la consideraron demasiado influenciada por el cine occidental además de por entender que el elemento de ciencia ficción no encajaba con las exigencias del realismo soviético.

 

Se ha solido afirmar que la película es la adaptación de una novela escrita por Alexéi Tolstói (no confundir con el gran León Tolstói), “El Hiperboloide del Ingeniero Garin”. Sin embargo, la película se rodó en 1925 mientras que el libro se publicó en 1927, por lo que es imposible que la una esté basada en el otro. Otras fuentes parecen apuntar a otro libro como inspiración, una novela policíaca pulp de Valentin Kataev, traducida como “El Señor del Hierro”. De hecho, el título provisional de la película era el mismo que el de la obra literaria, aunque es posible que se cambiara debido a las diferencias entre ambas obras, eliminando así a Kataev de los créditos. La novela se ambienta en la India, donde un profesor ruso pacifista y desquiciado amenaza a los trabajadores y capitalistas en conflicto con utilizar la “máquina de corriente inversa”, capaz de magnetizar todo el hierro a distancia. Sus “rayos de la muerte” detienen motores de aviones, armas y comunicaciones telefónicas hasta que un periodista moscovita que habla el idioma local ayuda a todos a comprender que la revolución es el único camino hacia la paz mundial.

 

La película, por otro lado, se ambienta principalmente en la Unión Soviética y en un país capitalista no especificado, que es, naturalmente, Estados Unidos. La trama sigue a un líder obrero de esta última nación (Sergei Komarov), que es encarcelado, aunque consigue escapar a la Rusia soviética perseguido por un grupo fascista y una misteriosa circense (Alexandra Jojlova). Allí, un ingeniero ha creado una máquina de rayos letales que, aparentemente, puede hacer explotar pólvora a distancia. Los villanos roban la máquina para reprimir un levantamiento obrero. Y aquí comienza una historia de detectives y un juego del gato y el ratón con veloces persecuciones de coches, tiroteos, puñetazos y un impresionante trabajo de acrobacias, todo ello unido mediante la famosa e ingeniosa técnica de montaje de Kuleshov. Al final, los obreros se apoderan de la máquina y, presumiblemente, empiezan a volar los aviones de los canallas capitalistas, aunque como falta el último rollo de la película no conocemos el desenlace definitivo.

 

La inspiración para ambos libros, la película e innumerables productos de ficción posteriores que aparecerían durante los años 20 y 30 del pasado siglo incluyendo el cliché de los rayos de la muerte, fue el inventor británico Harry Grindell Matthews, quien en 1923 afirmó haber inventado un "rayo de la muerte" que inutilizaba los magnetos (generadores eléctricos que utilizan un imán para producir corriente alterna, generalmente de alto voltaje, utilizada en sistemas de encendido de motores de combustión interna). En una demostración ante un grupo de periodistas, afirmó ser capaz de detener el motor de una motocicleta a distancia. También aseguró que, con la suficiente potencia, podría derribar aviones, explotar pólvora, detener barcos e incapacitar a la infantería a una distancia de seis kilómetros. Los periódicos de todo el mundo se hicieron eco de la negativa del ejército británico a comprar su invento sin tener pruebas adicionales de su funcionamiento, aunque al mismo tiempo le prohibieron vender los planos a cualquier potencia extranjera (una noticia que parece sacada del libro “Ante la Bandera”, 1896, de Julio Verne). Matthews se marchó del país y comenzaron a circular rumores de que estaba en negociaciones con algún otro gobierno. Aunque durante un tiempo se hizo querer por los medios de comunicación internacionales, lo cierto es que no existen indicios de que lograra vender sus planos y, de hecho, en ningún campo de batalla apareció luego rayo de la muerte alguno.

 

Matthews no había sido el primero en hacer afirmaciones extravagantes sobre invenciones parecidas ni en intentar vender esas armas potenciales al ejército. Un tal "profesor" James C. Wingard provocó la muerte de dos de sus ayudantes en un intento fallido de engañar a los Marines estadounidenses en 1876. Los hombres fallecieron mientras cargaban en secreto un barco con dinamita antes de una demostración, y los explosivos detonaron prematuramente, desenmascarando el engaño de Wingard. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el inventor italiano Giulio Ulivi hizo una demostración de su rayo de la muerte ante mandos del ejército francés, detonando con éxito barcos y un depósito de municiones. Sin embargo, cuando el ejército insistió en hacer otra prueba proporcionando sus propias naves y explosivos, el rayo de la muerte se averió tres días consecutivos y el trato se canceló.

 

El verdadero núcleo de la película no es tanto la historia de ciencia ficción, que aquí es un simple MacGuffin, ni el subtexto socialista impuesto por el Estado soviético. La intención original era crear una aventura al estilo de Nat Pinkerton para mostrar de lo que era capaz el equipo experimental que había reunido Kuleshov. ¿Y a qué me refiero con Nat Pinkerton?

 

No creo que haya nadie que lea esto e ignore la figura de Sherlock Holmes. Algunos incluso pueden conocer a Nick Carter, el luchador contra el crimen de principios del siglo XX. Nat Pinkerton fue otro de esos detectives ficticios que gozaron de gran popularidad en Europa a principios del siglo XX y que protagonizó docenas de libros y películas. El personaje de ficción se basó en el muy real detective estadounidense Allan Pinkterton, quien fundó su Agencia Nacional de Detectives Pinkerton en 1850 e investigó una serie de casos de alto perfil, principalmente robos, prestando servicios de seguridad en todo el país. La Pinkerton era, básicamente, la mayor empresa de seguridad privada del mundo (la agencia aún existe como filial de la empresa sueca Securitas AB).

 

En cualquier caso, nadie parece saber realmente dónde se originó el personaje de Nat Pinkerton. Según algunas fuentes, fue creado por el estadounidense John Russell Coryell, quien escribía bajo el seudónimo de Nick Carter, lo que contribuye todavía más a la confusión. Otra teoría es que fue la propia compañía Pinkerton la que lo ideó, aunque esta es otra afirmación difícil de probar. Lo que sí sabemos es que Nat Pinkerton comenzó a aparecer a principios del siglo XX en Alemania y Francia en el formato de novelas cortas, extendiéndose luego a Holanda, Italia y Noruega. Eran casi todas anónimas y ofrecían aventuras de evasión e intrigas detectivescas escritas con un estilo casi noir. Luego empezaron a aparecer cortometrajes y, posteriormente, largometrajes; el primero que he encontrado data de 1907. Se produjeron principalmente en Alemania y Francia —varios cientos de ellos se rodaron allí—, pero también en Dinamarca por la compañía Nordisk Film. Aunque hoy está casi completamente olvidado, Nat Pinkerton fue inmensamente popular en Europa.

 

Las ficciones criminales, especialmente las de Nat Pinkerton, también fueron enormemente populares en Rusia, tanto antes como después de la revolución bolchevique de 1917. Desde luego, para los comunistas de línea dura, existía un problema ideológico inherente a estas fantasías detectivescas dado que muchas de ellas incluían elementos incompatibles con el ideario y agenda socialistas. Pero claro, a la gente le encantaba leer a Nat Pinkerton; Karl Marx era una lectura menos popular. Así que se gestó la idea de crear una marca propia de Nat Pinkerton, que seguiría siendo estadounidense y ejerciendo de investigador, pero con una, digamos, actitud socialista. Como expresó un teórico y político soviético en 1922: “La cuestión es que la mente requiere de una trama ligera, entretenida e interesante y un desarrollo de los acontecimientos, y esto es diez veces más cierto en el caso de los jóvenes que en el de los adultos. La burguesía lo sabe y lo entiende... Todavía no tenemos esto, y hay que superarlo”. Y de aquí nació, con el sello de aprobación de las autoridades soviéticas, el “Red Pinkerton”, que circuló tanto en forma de novelas de Nat Pinkerton escritas por rusos como en una serie de pulps policiacos del mismo tono, uno de cuyos ejemplos sería el mencionado libro de Valentin Kataev, “El Señor de Hierro”. Pues bien, esta es la auténtica naturaleza de la película de Lev Kuleshov: una historia de Red Pinkerton inspirada en el revuelo mediático que generó el rayo de la muerte de Matthews.

 

Durante los años que pasaron en el cine viendo películas, el colectivo Kuleshov también se empapó de la cultura estadounidense, especialmente de su lenguaje cinematográfico. El protagonista de su primera película era de esa nacionalidad y la tercera, “Por Ley”, se basó, como veremos luego, en una novela norteamericana. No sólo buena parte de la trama de “El Rayo de la Muerte” se ambienta en Estados Unidos y tiene un protagonista estadounidense, sino que también fue el intento de Kuleshov de hacer una película de acción siguiendo los patrones y estereotipos del cine de ese país, con mujeres fatales, villanos siniestros, héroes apuestos, persecuciones a pie y en coche, tiroteos, peleas a puñetazos y romance. Kuleshov pensaba que el paisaje ruso, con sus zonas rurales y urbanas todavía ancladas en el período feudal zarista, era totalmente inadecuado para el cine. Su idea de paisaje cinematográfico eran las ciudades modernas de Nueva York o Chicago; de ahí su tendencia a situar sus tramas en suelo norteamericano, aunque fuera tratando de hacer pasar las calles de Moscú por las de Nueva York.

 

Para Kuleshov, esta película fue también un vehículo para presentar su estudio de cine experimental, que operaba bajo el paraguas de la productora estatal Gosfilm. Contaba con sus propios actores, guionistas y personal técnico y artístico. Teniendo una formación artística más que teatral, su punto de vista era eminentemente visual. Como he dicho, defendía la idea de que el aspecto más importante de la cinematografía es el montaje y esto quiso demostrarlo con un famoso experimento en el que filmó el rostro de un actor. Ante diferentes públicos, yuxtapuso esta toma con varias otras de diferentes objetos: una pistola, un tazón de sopa, una mujer, etc. Dependiendo de la imagen que combinara con el actor, los espectadores percibían diferentes emociones en el rostro del hombre. De esta forma, Kuleshov quiso explicar que el montaje no se limitaba simplemente a conectar diferentes partes de la historia, sino que era un recurso narrativo muy eficaz en sí mismo y con el que podía transformarse por completo el tono e incluso la trama de una película. El efecto de sus imágenes yuxtapuestas se denominó más tarde "el efecto Kuleshov" y tuvo una enorme influencia, no sólo en cineastas rusos como Sergei Eisenstein, sino en todo el cine internacional.

 

Así que no es de extrañar que “El Rayo de la Muerte” cuente con un montaje espectacular, en particular una secuencia de tiroteo donde solo vemos fogonazos en una habitación oscura, disparando por toda la pantalla. Todo el montaje es inusualmente rápido y enérgico, especialmente en las secuencias de acción, alternando primeros planos de rostros, planos generales, diferentes ángulos, dentro y fuera de una habitación, siempre en movimiento, a veces con cortes a flashbacks, para crear un frenesí visual. También encontramos excelentes secuencias de acrobacias, inspiradas en películas norteamericanas del Oeste, policíacas y de capa y espada, con un personaje saltando de una ventana de tres pisos sin sufrir lesiones, gente atravesando tejados con cuerdas, chocando contra ventanas y vallas, deslizándose por largas barandillas de escaleras, saltando de un coche a otro a toda velocidad, etc. Un auténtico deleite visual.

 

Las actuaciones, como era usual entonces, están exageradas casi al punto del histrionismo, pero eso no importa demasiado porque, en realidad, la historia es irrelevante y todas las persecuciones, escaladas, saltos y peleas se antojan un tanto inútiles, en parte porque es una película muy difícil de seguir, como si se tratara de una especie de disección posmoderna e irónica de una película de acción.

 

Y claro, un producto semejante era difícil que calara entre el público no especializado. El resultado, ya lo apunté antes, fue un desastre de crítica y taquilla. Pocos fueron los que entendieron entonces los objetivos de Kuleshov con esta cinta. Los críticos ridiculizaron unánimemente su obsesión por la forma sobre el contenido, y calificaron la obra de autocomplaciente y sin nada que ofrecer al trabajador comunista, ni entretenimiento ni reflexión. El crítico Nikolai Shpikovskiy llegó a sugerir que Kuleshov simplemente estaba troleando al público: “La película en su conjunto no existe: hay fragmentos individuales, a veces magistralmente realizados, pero se presentan con un montaje tan torpe, con una conexión tan tenue con la trama, con un ritmo tan descaradamente pseudoestadounidense que uno no puede evitar preguntarse: ¿Y si, acaso, el director ha decidido burlarse de nosotros? ¿Y si de repente empiezan a proyectar la película de otra manera, y el “espejismo” termina y todo vuelve a su lugar? ¿Y si una prenda dañada se puede arreglar?”.

 

Algunos comentaristas han sugerido que el brutal castigo que propinó la crítica contemporánea a Kuleshov tuvo una motivación ideológica: la ambientación y el estilo estadounidenses se consideraron sospechosos, y el descarado juego con la estructura y la narrativa, dirigido a un público selecto de artistas “burgueses” sin interés por lo que le importa y con lo que disfruta el "hombre común". Ciertos críticos modernos han visto “El Rayo de la Muerte” bajo una luz más positiva, apuntando que Kuleshov tuvo la “desgracia” de adelantarse décadas a su tiempo, llegando a considerarlo como antecesor directo del cine de realizadores como David Lynch.

 

Estoy en buena medida de acuerdo con tal apreciación, pero también admito que este tipo de aproximaciones narrativas caracterizadas por su vaguedad y su reticencia a dar respuestas claras terminan por cansarme y me acaban pareciendo huecas. Por eso, el enfoque experimental de “El Rayo de la Muerte” me parece, en último término, ineficaz. Y no tanto porque sea difícil de entender sino más bien porque su thriller de espionaje estaba ya entonces muy trillado. Es básicamente la misma historia que los seriales cinematográficos producidos en Estados Unidos llevaban produciendo en masa desde hacía diez años, solo que rodada y editada con un estilo posmoderno. Pero a diferencia de, por ejemplo, la muy posterior “Alphaville” (1964), no acompaña sus imágenes vanguardistas con una disección similar de su contenido, lo que hace que el resultado final sea poco más que un caleidoscopio de técnicas cinematográficas.

 

Todo lo cual no quiere decir que “El Rayo de la Muerte” no sea una película divertida que ofrece algunos momentos verdaderamente memorables. Simplemente, será de mucho mayor interés para el cinéfilo que para el espectador casual. Los aficionados a la CF sí encontrarán en esta película un hito ya que sirvió de punto final para la primera ola de films sobre rayos de la muerte, que se extendió aproximadamente entre 1915 y 1925. La mayoría de estas obras fueron seriales cinematográficos estadounidenses, en los que, como en “El Rayo de la Muerte”, dicho dispositivo funcionaba principalmente como un MacGuffin. Aparte del que nos ocupa, sólo hubo otros dos largometrajes que incluyeron un artefacto similar y ambos franceses: “La Destrucción de París” (1924) y “París que Duerme” (1925). Incluso podría argumentarse que la cinta soviética es la única película que presenta un “auténtico” rayo de la muerte, ya que los otros dos son, respectivamente, un invento que controla los rayos y un rayo del sueño.

 

Como era de esperar, tras el fracaso de esta costosa película, Kuleshov tuvo problemas con Gosfilm y empezó a ser considerado un teórico brillante, pero no un director fiable. Además, tuvo dificultades para conseguir financiación para su siguiente película, una adaptación de un cuento de 1905 de Jack London titulado "Lo Inesperado". Finalmente, se las arregló para convencer a Gosfilm para que le autorizara el proyecto con un presupuesto mínimo. El resultado fue "Por Ley" (1926), un drama claustrofóbico sobre una pareja refugiada en una cabaña junto a un asesino. Se convirtió en un gran éxito fuera de la Unión Soviética y está considerada por muchos como su mejor obra, además de una de las mejores películas jamás producidas en la Unión Soviética. La crítica elogió su cinematografía y montaje, simbolistas y sobrios, y la atmósfera paranoica reinante en el reducido espacio de la cabaña, donde los tres habitantes, emocionalmente al límite, hacen que pequeños sucesos adquieran proporciones catastróficas. La película reinstauró a Kuleshov como un referente del cine soviético y continuó rodando hasta 1943, cuando dedicó la totalidad de su tiempo a la docencia en la Escuela de Cine de Moscú. Sus últimos años hasta su muerte en 1970, los pasó junto a la actriz Aleksandra Jojlova (la actriz de “El Rayo de la Muerte”) en un apartamento en Moscú.

 

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