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sábado, 30 de mayo de 2020
2015- TERMINATOR: GÉNESIS – Alan Taylor
“Terminator” (1984) fue una película seminal para el cine de ciencia ficción. Además de carta de presentación mundial de James Cameron, fue una de las cintas que definió el cine de acción de los ochenta. El tema de la máquina asesina imparable fue imitado hasta la saciedad e inspiró toda una corriente de películas que mezclaban la acción con el viaje temporal. Cameron retomó su creación unos años más tarde con “Terminator 2: El Juicio Final” (1991), quizá la película de acción más espectacular realizada hasta aquel momento y chispa de la revolución digital en la que todavía hoy seguimos inmersos.
A partir de ese momento, la franquicia Terminator entró en una senda cuando menos irregular, al menos en lo que a productos audiovisuales se refiere. Después de la marcha de Cameron, los derechos de Terminator fueron pasando de mano en mano mientras se producían películas que no conseguían llegar a la altura de sus dos predecesoras, como “Terminator 3” (2003) o “Terminator Salvation” (2009). La serie televisiva “Las Crónicas de Sarah Connor” (2008-9) resultó ser un producto más interesante de lo esperado y aunque no desplegó tanta imaginación como las películas de Cameron, al menos tuvo la valentía de seguir un camino propio y el acierto de contratar guionistas capaces de ofrecer un buen puñado de sólidas historias.
La pretensión inicial con “Terminator Salvation” había sido la de colocar la primera pieza de una nueva saga, pero su resultado económico fue una decepción. La siguiente película, “Terminator: Génesis” aparece tras una pelea por los derechos que, finalmente, acabaron en manos de Megan Ellison y su productora Skydance. La dirección se le encargó a Alan Taylor, un prolífico realizador televisivo desde los 90 que había firmado también un par de films sin llamar demasiado la atención hasta ascender a primera división con “Thor: El Mundo Oscuro” (2013), producción Marvel que le abrió las puertas a proyectos de mayor envergadura como la franquicia Terminator.
En el año 2029, John Connor (Jason Clarke) lidera el asalto final contra Skynet. Las tropas humanas irrumpen en un hangar sito entre las ruinas de Los Ángeles para toparse con el arma definitiva de las máquinas: un dispositivo de viaje temporal. Descubriendo que Skynet ha enviado un Terminator al año 1984 para eliminar a su madre, John Connor pide voluntarios para seguirlo y detenerlo. Su mejor amigo, Kyle Reese (Jai Courtney), acepta la misión.
Sin embargo, cuando el Terminator llega a 1984, otro modelo igual pero más envejecido (Arnold Schwarzenegger) lo está esperando y lo elimina. Por su parte, Kyle llega a ese año justo cuando un T-1000 se dispone a asesinarle, pero es rescatado in extremis por Sarah Connor (Emilia Clarke) y el Terminator viejo. Ella se refiere al androide como “Papi” y le cuenta a Reese que ha sido su guardián desde que, siendo niña, la salvó de morir junto a sus padres a manos de un Terminator.
Mientras huyen del T-1000, Kyle descubre que la línea temporal a la que esperaba llegar ha sido radicalmente modificada. El trío intenta reajustarla viajando en el tiempo hasta 2017 e impidiendo que Skynet se active bajo la forma de una app troyana integrada en un sistema operativo global conocido como Génesis, que en tan solo unos días va a descargarse en todos los dispositivos electrónicos del mundo. Con lo que no han contado es con que las máquinas transporten a ese punto temporal a un John Connor metamorfoseado en híbrido humano-máquina y dispuesto a detener los planes de Sarah y Kyle.
El libreto viene firmado por dos guionistas que están en los extremos opuestos del espectro. Por un lado, Laeta Kalogridis, que previamente había escrito “Alejandro Magno” (2004), “Guardianes de la Noche” (2004) o “Shutter Island” (2010). Por otro, Patrick Lussier, montador y director involucrado sobre todo en secuelas, como “Ángeles y Demonios 3” (2000), “White Noise 2: La Luz” (2007), “San Valentín Sangriento” (2009) o “Furia Ciega” (2011).
Y uno no puede evitar pensar al finalizar el visionado de la película sobre lo que esta pareja tendría en la cabeza a la hora de encarar esta historia. Da la impresión de que todo giraba alrededor de la disponibilidad de Arnold Schwarzenegger tras terminar su mandato como gobernador de California. Al menos, la justificación que se da a su avanzada edad (67 años), imposible de disimular, está bien concebida. También parece estar presente el deseo de hacer una especie de secuela-reboot inspirándose en lo que J.J.Abrams había conseguido con éxito con “Star Trek” (2009), creando una línea temporal alternativa en la que los acontecimientos que se suceden son similares pero no exactamente iguales. Así, la historia discurre por los márgenes de la primera “Terminator”, con los nuevos viajeros temporales intersectando sucesos ya conocidos, en la línea de “Regreso al Futuro 2” (1989). Era esta una idea con potencial, pero que se abandona a mitad de metraje para amoldarse a los tópicos del cine de acción y persecuciones más convencional.
El guión picotea también elementos del resto de la serie cinematográfica: el regreso del modelo T-1000; la misma relación entre Sarah Connor y un Terminator que está empezando a comprender el alma humana; los mismos recursos militares que en “Terminator 2” para detener a Skynet antes de su activación; la huida de la comisaría de policía y la relación sentimental entre Sarah y Kyle que ya se había visto en “Terminator”; el viaje hacia el futuro se había planteado ya en “Las Crónicas de Sarah Connor”… Para colmo, reciclan icónicas frases de otras entregas de la saga: “Ven conmigo si quieres vivir” –esta vez pronunciada por Sarah-; “Dame tu mano”, “Volveré”… y una reescritura del monólogo de Sarah al final de “Terminator 2”. Cuando los homenajes superan ciertos límites, se cae en el campo de la autoparodia, que es lo que le ocurre a esta película en demasiados momentos.
Pero el principal problema de “Terminator: Génesis” es que parece concebido por ejecutivos de estudio con ínfulas creativas como un Frankenstein con pretensiones de blockbuster que trata de atraer al espectador moderno a base de hilar ideas que no tienen sentido a nivel narrativo: un reboot que no lo es del todo; la reinserción de un envejecido Schwarzenegger y un pastiche recalentado de muchos elementos ya familiares. Pasan muchas cosas, hay abundantes explosiones y escenas espectaculares…pero da la impresión de que eso es lo único que impulsa la trama. Y aunque encontramos algunos cambios sobre cosas conocidas (un Terminator anciano, combates entre androides viejos y nuevos, John Connor transformado en una máquina) no tienen más importancia que dar al público lo que espera, sin aspirar a sorprenderlo con algo verdaderamente novedoso.
Y, como decía antes, nada de todo esto tiene demasiado sentido. La idea de una línea temporal alternativa es interesante pero no se nos da ninguna explicación de qué la causó, por lo que el todo el guión se sostiene sobre un vacío conceptual que un escritor de CF competente hubiera solucionado en cinco minutos. La idea de un Terminator enviado al momento en que Sarah Connor era una niña también tiene sustancia, pero, de nuevo, se obvia cualquier aclaración acerca de quién lo envió o por qué; y, aún más grave, cómo esa alteración precipitó una serie de acontecimientos que modificarían radicalmente la línea temporal existente. ¿Cómo es posible que Kyle Reese tenga recuerdos de dos líneas temporales alternativas? ¿Cómo consigue Skynet, que toma conciencia global en 2017, saber quién es esa gente que se le opone y su importancia, cuando resulta que proceden del futuro –un futuro que ella desconoce en ese punto? ¿Por qué el ciborg John Connor retrocede para tratar de matar a su propia madre, siendo que ello probablemente anularía su propia existencia? Se han publicado artículos en prensa e internet tratando de explicar, con más valentía que convincentes resultados, todas estas incongruencias. Pero se consiga o no racionalizarlas, la labor del guionista es que ese trabajo no se haga a posteriori por terceros sino que la propia película aporte las claves que permitan entender tales paradojas. Y eso no ocurre aquí.
Como espectáculo de acción y efectos especiales, “Terminator: Génesis” funciona razonablemente bien. Al fin y al cabo, el motivo por el que se eligió a Alan Taylor como director fue que había demostrado manejarse bien en estas lides con “Thor: El Mundo Oscuro”. Aquí, dirige la película con buen ritmo y escenas tan espectaculares y competentes como convencionales y fáciles de olvidar. Habían pasado casi 25 años desde que “Terminator 2” iniciara la revolución digital en el cine, pero no hay aquí nada que se acerque a la emoción que James Cameron supo suscitar con su película, demostrando que los efectos especiales, sin un buen director que sepa utilizarlos, dosificarlos e integrarlos con la interpretación de los actores, no son más que un cascarón vacío. “Génesis” no anda corta de explosiones, tiroteos, peleas cuerpo a cuerpo y persecuciones, pero no ofrece nada nuevo ni lo suficientemente impactante como para que se quede grabado en la memoria.
El “Terminator” de los ochenta era un film muy visceral y repleto de imágenes siniestras de máquinas, ruedas y mecanismos. Hoy, sus efectos especiales de la vieja escuela nos parecen poco elaborados y no muy convincentes. Ni siquiera fueron gran cosa para los estándares de mediados de los ochenta. Pero lo que el joven Cameron carecía en términos de presupuesto para crear trucos más elaborados, lo compensaba con un excelente ojo para lo mecánico. Y no solamente mostrando con detalle los pistones y cilindros del interior del brazo del Terminator, sino yuxtaponiendo las máquinas asesinas del futuro con los ingenios mecánicos del presente, ya sea en forma de camión de la basura, coches de policía, camiones o prensas hidráulicas en una planta industrial. Ello servía, además, para alimentar el síndrome de estrés postraumático de Reese e insertar flashbacks del futuro de pesadilla del que provenía.
Esa sensibilidad tan peculiar se perdió en las subsiguientes entregas, incluso en la magnífica secuela del 91. Y ello fue debido a la irrupción de los efectos digítales de última generación, el nuevo juguete que reemplazó a lo mecánico. El miedo vísceral hacia las máquinas metálicas grandes y pesadas dejó paso al sentimiento de amenaza por dispositivos ágiles e impredecibles; de un T-800 que recordaba un tanque acorazado que se abría paso derribando muros se pasó a un T-1000 líquido que prefería deslizarse por las grietas de esas mismas paredes.
Y así, cuanto más trata “Génesis” de revisitar momentos y lugares icónicos de “Terminator”, más obvias son las diferencias entre ambas películas. La ciudad de Los Ángeles nocturna, amenazante y antesala del desastre por venir que nos había presentado Cameron en los ochenta es sustituida por una versión más higienizada; e incluso el mundo postapocalíptico del futuro recuerda más a la serie “Divergente” que a lo visto en entregas anteriores, pasando de los paisajes dominados por las ruinas humeantes a las verdes colinas. Lo mismo puede decirse de Kyle Reese, menos traumatizado en esta versión. En general, los personajes humanos carecen de la fragilidad física y emocional de sus contrapartidas ochenteras y encajan mucho mejor en los tópicos del cine de acción moderno.
Quizá de forma algo inesperada, el Terminator que encarna Schwarzenegger, que en el film original era una máquina inexpresiva e invencible, es el únicó que exhibe una serie de defectos y vulnerabilidades que hacen de él el personaje más interesante de la película.
Una de las principales innovaciones de “Terminator 2” fue convertir al androide asesino en una figura paterna para John Connor, reemplazando al auténtico padre (Kyle Reese) que otro modelo robótico había liquidado en la primera parte. Pues bien, una de las pocas decisiones creativas inteligentes que tomaron los guionistas fue la de dar un giro más al Terminator de Schwarzenegger, haciéndolo más viejo…y más frágil no sólo físicamente.
En esta película, el estoicismo del Terminator parece ocultar una profunda necesidad emocional que su programación no le permite exteriorizar. La racionalización que utiliza para explicar ciertos actos y que expresa de una forma brusca y el humor resultante de ello acompaña a un cierto aura de melancolía. Ahora, verlo regresar una y otra vez después de ser machacado por sus oponentes, ya no es producto tanto de su fría determinación de máquina sin sentimientos como expresión de una devoción paternal hacia Sarah que le lleva a mirar con suspicacia a Reese como compañero sexual de ella. Hay una broma recurrente en la trama en la que el Terminator se describe a sí mismo como “viejo pero no obsoleto”, que tanto puede hacer referencia a la franquicia como a su cobertura orgánica que, como se nos cuenta, envejece a ritmo humano a diferencia de sus mecanismos internos. Hay una breve escena, muy sutil, en la que se examina a sí mismo y a Sarah, probablemente preguntándose cuánto aguantará su propio cuerpo y dejará de poder protegerla.
La relación entre “Papi” y Sarah está dominada por las contradicciones. Por un lado, él la protege de otros Terminators pero también la cría y educa sin referentes humanos que le permitan aprender a manejar sus emociones. Al contrario, es ella la que le enseña a sonreir de forma no amenazadora –sin mucho éxito, también es verdad-. La deshumanización y su proceso opuesto, la humanización, es uno de los temas centrales de la franquicia desde que el T-800 se sacrificara por sus protegidos humanos en “Terminator 2” y Sarah reflexionase que “si una máquina puede aprender el valor de la vida humana, quizá también podamos nosotros”. Posteriores entregas volverían sobre el asunto (como el híbrido de “Terminator Salvation”), sin aportar nada realmente nuevo. En “Génesis”, el proceso de humanización del androide contrasta con una Sarah educada por él y que en muchos casos más parece un robot preocupado tan solo por su misión.
Ese aire de fragilidad de Schwarzenegger es una espada de doble filo. Emocionalmente, como digo, cumple su propósito de forma eficaz. Pero también obliga al espectador a un difícil ejercicio de suspensión de la incredulidad. Como secuela que es, “Génesis” tiene que enfrentar al T-800 a modelos más grandes y/o más poderosos y resulta complicado creer que esa máquina, por mucho que se niegue a considerarse obsoleta, pueda salir triunfante de tan desiguales combates.
Por tanto y aun cuando contratar a Schwarzenegger fuera un intento de recuperar a los espectadores que, desengañados, habían ido abandonando la franquicia, además de aportar un cierto sentido de continuidad a algo que no dejaba de ser lo mismo de siempre, el veterano actor acaba construyendo en torno así al auténtico núcleo emocional de la historia.
El resto de los personajes, siendo los mismos que hemos ido viendo en las diferentes películas de los últimos treinta años, tiene caras nuevas. Emilia Clarke se había hecho famosa interpretando a Daenerys Targarian en la televisiva “Juego de Tronos” (2011-19) insuflando a su personaje un aura de nobleza y fuerza interior que la convirtió inmediatamente en una de las favoritas de la serie. Su papel aquí es muy diferente, el de una chica corriente del mundo actual a la que interpreta con cierta timidez. Esto hubiera sido apropiado para la versión de Connor que habíamos visto en “Terminator”, pero el problema es que “Génesis” quiere darnos a la cínica y endurecida guerrera amante de los pistolones que protagonizaba “Terminator 2”. Y Clarke, a la que tampoco acompaña su escasa estatura de 1.60 y sus rasgos aniñados, se queda en tierra de nadie, atrapada entre el enfoque que le da ella a su personaje y las escenas de acción que le impone el guión.
Jai Cortney en el papel de Kyle Reese resulta en exceso atractivo y musculoso en relación al curtido y fibroso soldado que tan acertadamente había interpretado Michael Biehn en la primera entrega. Es más, la relación entre el y Sarah ha sido reformulada en términos de las modernas comedias de acción en las que ambos aspirantes a amantes reparten tortas y tiros mientras intercambian pullas con las que tratan de ocultar la tensión sexual, un planteamiento que es difícil tomar en serio. Lejos de ser el protector de Sarah de la primera parte (el T-800 ya cumple perfectamente esa función), aquí queda retratado como un estorbo cuya única función clara parece ser la de semental que asegure el nacimiento de su jefe (el cual, y esto es bastante siniestro, lo manipuló y engañó para que cumpliera tal misión a riesgo de su vida). Por su parte, Jason Clarke no es más que un villano de manual con poco carisma.
El resultado económico de la película es engañoso. Sobre un presupuesto de 155 millones de dólares, los datos arrojan una recaudación total de 440 millones en todo el mundo. Lo que parece una cifra excelente –y, de hecho, lo es y asegura la continuidad de la franquicia- esconde una realidad sobre la que merece la pena reflexionar. Y es que en Estados Unidos sólo recaudó 89 millones. Y ello, recordemos, teniendo a Schwarzenegger de vuelta como Terminator. ¿De dónde salió entonces esa recaudación monstruo? Pues de China, donde sólo el primer día ya obtuvo 27,5 millones. “Génesis” fue el primer estreno americano en ese país después de que “Jurassic World” debutara unos meses antes. Está claro que el público oriental, que no lleva años decepcionándose con una franquicia en franca decadencia, recibió con expectación este film.
Aunque gracias al mercado chino la película pasó de estrepitoso fracaso a superéxito, ese espejismo no engañó a nadie y sus pobres resultados en casa coartaron cualquier intento de hacer una segunda parte. La propia Emilia Clarke, algún tiempo después, dijo haberse sentido aliviada por el fracaso de la película ya que así no se vería obligada a participar en otra entrega. A tenor de sus declaraciones, el rodaje fue una experiencia desagradable e incluso el director –a quien ella conocía bien por haber dirigido éste varios episodios de “Juego de Tronos”- pasó un mal trago durante la producción.
“Terminator Génesis” es otra oportunidad perdida para reactivar la franquicia y volvió a demostrar que quizá sea mejor dejarla descansar antes que seguir empañando el recuerdo de las ya lejanas dos primeras películas. En muchos aspectos, “Terminator: Génesis” tiene los defectos de una secuela mediocre y aburrida, una historia que une con parsimonia todos los puntos esperados. A la hora de abordarla, es mejor no tratar de encontrar sentido a nada de lo que se cuenta porque no lo tiene. Eso sí, una vez asumida su naturaleza y sin ser exigentes, aún pueden encontrarse motivos para disfrutar de ella como entretenimiento pirotécnico de rápido consumo y de un Schwarzenegger que ha sabido hacer evolucionar su personaje fabricándole un corazoncito metálico.
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