Libros, películas, comics... una galaxia de visiones sobre lo que nos espera en el mañana
martes, 26 de mayo de 2020
1960- LOS GUARDIANES DEL TIEMPO – Poul Anderson
Las historias de viajes al futuro suelen poner el énfasis en la descripción de los cambios que, para bien o para mal, experimentará la sociedad y la tecnología. Cuando se trata de ir al pasado, sin embargo, suele recurrirse al mecanismo de la paradoja temporal, ya que brinda buenas posibilidades para construir un thriller a su alrededor. Heinlein añadió drama cotidiano y aventura en novelas como “Puerta al Verano” (1956); y “El Fin de la Eternidad” (1955), de Isaac Asimov, fue el prototipo de narraciones que incluían poderosas organizaciones burocráticas que trataban de evitar las consecuencias potencialmente desastrosas que podían derivarse del desplazamiento temporal. Poul Anderson cogió elementos de sus dos colegas contemporáneos y los llevó a un nuevo nivel utilizando su pasión por la Historia.
Anderson fue uno de los escritores más queridos y prolíficos de la Ciencia Ficción, firmando más de cien novelas y varios cientos de cuentos. Ganó el premio Hugo nada menos que siete veces y tres el Nébula, así como muchos otros galardones, incluido el Grand Master Award of the Science Fiction Writers of America por toda una vida de logros distinguidos en el género. Licenciado en Física y con un amplio conocimiento de otros campos de la ciencia, destacó por escribir historias bien fundadas y documentadas sin por ello perder jamás la agilidad narrativa y la capacidad de entretener.
Su colección de once relatos conocidos colectivamente como “La Patrulla del Tiempo” y publicados entre 1955 y 1995, se encuentran entre los más interesantes del subgénero. Han sido objeto de diversas compilaciones con distintos títulos, pero “Guardianes del Tiempo” (1960) fue la primera de ellas, incluyendo cuatro cuentos publicados previamente en la revista “The Magazine of Fantasy and Science Fiction”
El primero de los relatos, “La Patrulla del Tiempo” (1955), es básicamente un prólogo con el que sentar las bases sobre las que se van a apoyar los cuentos siguientes y presentar al protagonista. En 1954, Manse Everard, responde a un intrigante anuncio de trabajo. En un solo párrafo, ya se nos dice lo más importante que debemos saber de él: “De treinta años de edad, antiguo teniente de ingenieros militares del Ejército de los EE. UU., con experiencia de planificación y ejecución de obras en América, Suecia, Arabia…, soltero aún, aunque a veces le acometían anhelosos pensamientos acerca del matrimonio; sin novia actualmente ni lazos estrechos de clase alguna, un poco bibliófilo, empedernido jugador de póquer, aficionado a los botes de vela, los caballos y los rifles; montañero y pescador en sus vacaciones…”.
El empleo, que efectivamente consigue, resulta ser para una organización secreta, la Patrulla del Tiempo. Manse es informado de que el viaje temporal será inventado en el año 19.352 por los Danelianos, descendientes de los actuales humanos. Éstos instituyen la Patrulla del Tiempo y reclutan agentes por diferentes épocas para que, por una parte, viajen a momentos de la Historia sobre los que hay poca o ninguna información sobre el desarrollo de las culturas y civilizaciones humanas y aprendan todo lo posible de las mismas; y por otra y complementariamente, para que protejan la línea temporal establecida de cualquier alteración, voluntaria o intencionada, provocada por los crononautas y que a la postre, podría amenazar la existencia de los Danelianos.
Junto a otros reclutas, Manse es trasladado a un complejo de la Patrulla en el Oligoceno, donde aprende a manejar armas de todas las eras y distintos lenguajes, entre ellos el “temporal”, el idioma con el que se entienden todos los agentes independientemente de su procedencia geográfica e histórica.
La primera misión de Manse tras el periodo de adiestramiento consistirá en retroceder a la Inglaterra de finales del siglo XIX para investigar la aparición de un objeto anacrónico en un antiguo enterramiento sajón. El caso ha desconcertado incluso a Sherlock Holmes (cuyo nombre no se menciona por cuestión de derechos pero cuya descripción física sí corresponde claramente a la suya). Este relato lleva a elucubrar que probablemente la intención inicial de Anderson con estos cuentos fuera convertir a Manse Everard en una especie de Sherlock Holmes viajero en el tiempo –incluso le da la pipa que va con el papel-. Y aunque al final cambió de idea, quizá para no limitarse en el tipo de historias que podría contar, sí aparecen diseminadas por los cuentos referencias indirectas al universo holmesiano.
Viajando aún más atrás en el tiempo, Manse y su taciturno amigo inglés Charles Withcomb, llegan hasta un reino sajón del siglo V d.C., donde localizan y neutralizan a Rozher Schtein, un idealista historiador del año 2.987 que, bajo la identidad de Stane, pretendía cambiar el curso de la historia para hacer del mundo un lugar mejor.
Cuando parece que la misión ha llegado a término, Whitcomb desaparece en el Tiempo sin dejar rastro. Manse cree saber dónde encontrarlo y rompe las normas de la Patrulla para ayudarlo. Resulta que su amigo siempre había soñado con poder salvar a su prometida, que murió en Londres, el 17 de noviembre de 1944, a resultas de la explosión de una V1 alemana. La Patrulla del Tiempo le ha dado los medios para evitar la tragedia, pero ello supone un peligro para la continuidad temporal. Manse, inesperada y brillantemente, consigue solucionar la situación a gusto de todos.
Al final de “La Patrulla del Tiempo” y tras haber demostrado ser un hombre audaz y de recursos, Manse se gana el derecho de ser un Agente Libre de la organización. A diferencia de la mayoría de sus colegas, que están “estacionados” en momentos y lugares concretos de cada era, podrá desplazarse a voluntad por toda la corriente temporal, gozando de una amplia autonomía. Se convierte así en un “solucionador” de problemas complicados, como son los que se narran en los siguientes cuentos.
En “Valiente para ser Rey” (1959), un colega y amigo de Manse en la Patrulla, Keith, ha desaparecido en el Irán del siglo VI a. C y la esposa de éste, Cynthia, le suplica que viaje hasta allí, averigüe si está todavía vivo y lo traiga de vuelta. El problema es que a Manse le gusta Cynthia así que tiene que vencer la tentación de no tomarse el asunto muy en serio y asumir que Keith aún vive. Por supuesto, siendo un héroe de corte clásico, sus mejores valores se imponen y, cuando llega a su destino, descubre que Keith, obligado por una carambola de circunstancias, se ha convertido nada más y nada menos que en Ciro el Grande, monarca tan poderoso como esclavo de las intrigas cortesanas de su primer ministro y de la propia Historia. Rescatarlo sin alterar el curso de los acontecimientos que forman parte del desarrollo conocido del Imperio Persa demuestra ser una tarea mucho más difícil de lo que podría imaginarse: “¡Te digo que no puedo! —y la voz de Everard se quebraba. Sin volverse, siguió—: Piénsalo. Ya debías haberlo hecho. No eres un mísero jefecillo bárbaro, cuyo destino importará un bledo dentro de cien años: eres Ciro, el fundador del Imperio persa, una figura clave en un ambiente clave. Si Ciro se va, con él desaparecerá todo el futuro y no habrá habido siglo XX, ni Cynthia en él”.
Una de las razones por las que esta historia es tan sólida es que dos de los personajes, Keith y Cynthia, se sienten como reales. Anderson demuestra haber reflexionado lo suficiente sobre su situación como para no hacer que la reunión de los dos amantes separados por el tiempo sea un final absolutamente feliz. Y es que Keith no está tan seguro de querer volver. Para Cynthia, solo había pasado una semana desde que desapareció sin dejar rastro; pero para él, en el momento en que Manse lo encuentra, han transcurrido años. En ese intervalo, se ha acostumbrado a un tipo de vida muy diferente de lo que será regresar a un diminuto apartamento en la congestionada Manhattan. Y en el pasado no solo tiene un harén, sino una esposa a la que ama y respeta: “Cassandane. Ha sido mi mujer aquí durante, ¡Dios mío!, catorce años, me ha dado tres hijos, me ha cuidado durante dos enfermedades y en un montón de accesos de desesperación, y una vez, con los medos a nuestras puertas, sacó a las mujeres de Pasargada en nuestro apoyo, ¡y los vencimos!”
Esa ambivalencia que siente en su interior, hace de Keith quizá el mejor y más trágico personaje de todos estos cuentos. Cuando por fin se reúne con Cynthia, lo hace con un regusto agridulce que dista mucho de parecerse a la felicidad: “El hábito de ceder a una mujer, e incluso el de pedirle opinión, era cosa que tenía que reaprender. Y no sería fácil. Ella levantó su húmeda faz al encuentro del beso. ¿Era aquella como él la imaginaba? No podía recordar, no podía. En todo el tiempo de su separación sólo había recordado que era pequeña y rubia. Había vivido con ella pocos meses. Cassandane le había llamado aquella misma mañana su estrella matutina, le había dado tres hijos y había hecho siempre cuanto él quiso durante catorce años.
—¡Oh, Keith! ¡Bienvenido a casa! —dijo la voz aguda y breve de ella.
«¡A casa! ¡Dios!», pensó”.
Por otra parte, el cuento incluye muy interesantes observaciones sobre el curso de la Historia y la forma que tenemos de entenderla desde nuestro lugar en la misma: “Deja de engañarte a ti mismo! Tenemos prejuicios contra los persas porque fueron alguna vez enemigos de los griegos, y ocurrió que obtuvimos de éstos los rasgos más notables de nuestra cultura. Pero los persas son, por lo menos, tan importantes como ellos. Has visto que es así. Claro que son bastante brutales, según tus ideas; toda esta época lo fue, incluso los griegos. Y no son demócratas, pero no se les puede reprochar el no haber hecho una invención europea que cae enteramente fuera de sus horizontes mentales.
“Persia fue el primer país conquistador que hizo un esfuerzo para respetar y atraerse a los pueblos que dominaba; el primero que obedeció sus propias leyes; que pacificó el suficiente territorio para abrir contactos con el lejano Oriente; que creó una religión mundialmente viable, el mazdeísmo, no limitada a una cierta raza o localidad. Quizá no sepas que gran parte de la creencia y rito cristianos es de origen mitraico, pero así es. Y eso sin hablar del judaísmo, que tú, Ciro, estás llamado a salvar, ¿recuerdas? Conquistarás Babilonia y permitirás que regresen a su patria aquellos judíos que hayan conservado su identidad; sin ti, habrían sido absorbidos y hubieran desaparecido, como ya ocurrió con las otras diez tribus. Aun cuando ahora sea decadente, el Imperio persa será una matriz de la civilización”.
En el tercer cuento, “El Único Juego entre los Hombres” (1960), Manse y un colega consiguen expulsar de territorio americano a una expedición mongola que, tras arribar en barco a las costas de Alaska en el siglo XIII y descender hacia México, amenaza con transformar totalmente la historia de la América Precolombina.
El último cuento de la selección, “Delenda Est” (1955), es también muy interesante. Manse y van Sarawak, un compañero de la Patrulla, regresan a su propio tiempo tras pasar unas vacaciones en un complejo que la organización mantiene en el Pleistoceno, solo para descubrir que su época ha sido cambiada de forma no autorizada. Rastrean la alteración de la Historia hasta un incidente acontecido durante las Guerras Púnicas que permitió al cartaginés Aníbal derrotar a Roma.
Finalmente, con ayuda de otros agentes temporales que se encontraban en un pasado anterior a la alteración y, por tanto, recuerdan cómo era la historia “oficial”, localizan el punto crítico que cambió aquélla: la batalla de Tesino, en el 218 a. C., en la que, en esta versión, murieron prematuramente Publio Cornelio Escipión y su hijo Escipión “El Africano”. Esas muertes fueron a su vez provocadas por la interferencia de dos mercenarios helvéticos que en realidad eran viajeros temporales del siglo 205 d.C. que utilizaron sus conocimientos para obtener la victoria de los cartagineses primero y luego una posición de privilegio político y económico en la propia Cartago. Los agentes consiguen deshacer el cambio pero han de vivir sabiendo que, al hacerlo, han eliminado de un plumazo las vidas de miles de millones de personas de esa línea temporal alternativa, incluidas las de aquellos con los que llegaron a tener una relación cercana.
De nuevo, resultan muy educativos los pasajes que nos recuerdan que la Historia es como es por un encadenamiento de acontecimientos que, de haber discurrido por cualquier circunstancia de forma diferente, habría dado lugar a un mundo geopolítica y culturalmente completamente distinto al que conocemos.
“Los galos eran algo más que un pueblo bárbaro, como la gente cree. Aprendieron mucho de los comerciantes fenicios y colonizadores griegos, así como de los etruscos de la Galia Cisalpina. Eran una raza muy enérgica y emprendedora. Por su parte, los romanos eran unos estólidos con pocas aficiones intelectuales. Hubo escaso progreso técnico en este mundo hasta la Edad Oscura, cuando el Imperio desapareció.
»En esta Historia, los romanos desaparecieron pronto, y lo mismo les ocurrió, casi de seguro, a los judíos. Mi sospecha es que, sin el equilibrio de poderes representado por Roma, los sirios suprimieron a los macabeos. Lo mismo, aproximadamente, que pasó en nuestra historia. El judaísmo desapareció y, por tanto, no existió el cristianismo. Pero, sea como fuere, hundida Roma, los galos obtuvieron la supremacía. Emprendieron exploraciones, construyeron mejores barcos, descubrieron América en el siglo IX. Pero no adelantaron tanto respecto a los indios que éstos no pudieran alcanzarles e incluso, estimulados, constituir imperios propios, como el hoy existente Huy Braseal. En el siglo XI, los celtas empezaron a experimentar con aparatos de vapor. Parece que también obtuvieron pólvora…, quizá de China, y que inventaron otras varias cosas…”.
“Norteamérica, hasta Colombia, era llamada Ynys yr Afallon, al parecer, una comarca dividida en Estados; Sudamérica era toda ella un gran reino, Huy Braseal; y algunas pequeñas comarcas, cuyos nombres parecían indios. Australasia, Indonesia, Borneo, Birmania, India Oriental y una buena parte del Pacifico formaban el Hinduraj. Afganistán y el resto de la India eran Punjab. Han incluyó Corea, China, Japón y la Siberia Oriental; Littorn poseía ambas Rusias y se internaba profundamente en Europa; las Islas Británicas eran Brittys; Francia y Países Bajos, Gallis; la península Ibérica, Celtan. Europa Central y los Balcanes estaban divididos en pequeñas naciones, algunas de las cuales tenían nombres que parecían hunos. Suiza y Austria eran llamadas Helveti; Italia, Cimbrilandia; la península Escandinava estaba partida por medio: Svea, al norte, y Gothland, al sur. El norte de África parecía formar una confederación que abarcaba desde Senegal a Suez y llegaba casi al Ecuador, con el nombre de Carthalagann; la parte sur de este continente se subdividía en reinos menores, muchos de los cuales llevaban nombres puramente africanos. El Próximo Oriente contenía Parthia y Arabia”.
Ya desde el comienzo del primer cuento, Anderson se aleja deliberada y justificadamente de las tesis propuestas por Robert A.Heinlein en otro de los relatos canónicos del subgénero de viajes en el tiempo, “Todos Vosotros Zombis” (1959), cuando una agente en adiestramiento aprende que: “Usted no puede ser su propia madre, debido a la genética pura. Si retrocediendo en el tiempo se casara con el que había de ser su padre, ninguno de sus hijos sería usted misma, porque todos ellos tendrían sólo la mitad de sus cromosomas”. No es la única paradoja que Anderson se quita elegantemente de en medio: “En el caso de un hombre perdido, no se obligaba a otro a buscarle si, en algún registro cualquiera, había un informe en que se afirmaba haberlo hecho ya. Pero, ¿cómo, sino insistiendo en la búsqueda, se tenían probabilidades de hallarlo? Era posible retroceder, y así cambiar los hechos de tal modo que acabasen por encontrarle; pero, en ese caso, el informe que se archivaba recogía «siempre» sólo el éxito, y únicamente los interesados conocían la primitiva verdad. Todo podía resultar tan confuso, que no era sorprendente el que la Patrulla fuese minuciosa hasta en los pequeños detalles que no influían en la estructura general del hecho”.
Con ello Anderson nos informa de que su foco de interés no va a estar en las paradojas temporales y como burlarlas (aunque sí las hay, como en el caso de “El Único Juego entre los Hombres”). En cambio, sobre lo que se va a centrar, salpicado con grandes dosis de aventura, es en las realidades paralelas, ya se hayan materializado (como en “Delenda Est”) o corran el peligro de hacerlo destruyendo nuestra propia realidad (“El Único Juego entre los Hombres”).
Los cuentos distan de ser perfectos. Aunque Anderson propone muy interesantes reflexiones sobre historia militar o política, dedica poco espacio a evocar las diferentes épocas en las que se ambientan los relatos –aunque ello bien puede achacársele a la brevedad del formato en el que trabaja-. Tampoco hay realmente un sentido de la maravilla dado que los agentes temporales se desplazan en una especie de motocicletas poco atractivas y se toman su tarea como algo relativamente cotidiano. Los personajes son en general poco más que un nombre y una circunstancia e incluso el protagonista carece de matices, limitándose a ser un héroe capaz tanto de pensar como de actuar y que asume con gallardía y bien poca angustia la colosal tarea de preservar el destino de civilizaciones y eras futuras.
Habida cuenta de sus defectos, ¿por qué “Guardianes del Tiempo” sigue siendo hoy, sesenta años después de su publicación original, una obra de lectura recomendada? En primer lugar, el estilo de Anderson ha envejecido mucho mejor que el de sus contemporáneos: es sencillo sin resultar simplón, todavía deudor de la época pulp pero sin los más obvios tics de la prosa de entonces. En segundo lugar, son historias que oscilan entre lo meramente entretenido (“La Patrulla del Tiempo”, “El Único Juego entre los Hombres”) y lo brillante (“Valiente para ser Rey”, “Delenda Est”). Y, sobre todo y para los amantes de la Historia, ofrece una apasionante perspectiva de la misma, sobre por qué somos lo que somos y cómo podríamos haber sido. El de Anderson es un enfoque humanista en el sentido de que lo que le interesa es la dinámica social, política e histórica y no la tecnología, que interpreta como un mero subproducto de lo anterior. Como suele ser habitual en todas las historias de viajes en el tiempo, lo importante no es aquí el invento o la tecnología que permite tal desplazamiento. Nunca lo ha sido, ni siquiera en el relato más famoso del subgénero, “La Máquina del Tiempo” (1895). Lo relevante no es el mecanismo sino la visión a la que éste da acceso, ya sea el futuro o el pasado. Y precisamente esa independencia de la tecnología es otro factor para que este libro no haya perdido vigencia en absoluto.
“Guardianes del Tiempo” es, en fin, un clásico indiscutible de la ciencia ficción y una obra imprescindible para los aficionados a los textos sobre viajes en el tiempo.
Bastante bien tu blog, con buena cantidad y calidad de cultura pop. Me suscribí. Un saludo.
ResponderEliminarGracias Alexander. Nos leemos...
ResponderEliminar