domingo, 23 de junio de 2024

2021- DESPIDIENDO A YANG – Kogonada

 

A menudo, pensamos en las películas de ciencia ficción como lienzos grandiosos sobre los que desplegar naves espaciales, pistolas láser, robots y alienígenas pintorescos. Pues bien, “Despidiendo a Yang”, presentado en el Festival de Sundance de 2022, demuestra que se pueden integrar algunos de los tropos clásicos del género en una historia cuyo enfoque, tono, ritmo y estética nada tiene que ver con los blockbusters de Hollywood.

 

“Despidiendo a Yang” tiene todos los ingredientes del mejor cine de CF moderno: una cuidada fotografía, una premisa intrigante y una banda sonora sugerente pero austera (en este caso, compuesta por el legendario Ryuichi Sakamoto). Su ambientación es moderadamente futurista, pero la forma en que los personajes interactúan con la tecnología no es particularmente emocionante. Lo novedoso son las propuestas conceptuales que acompañan a esta historia emotiva y contenida sobre la familia y la pérdida que transcurre en un futuro en el que los androides conviven con nosotros con absoluta naturalidad e incluso desarrollan lazos afectivos bidireccionales con los humanos que les rodean.

 

En un futuro y lugar sin determinar, Jake (Colin Farrell) es propietario de una tienda tradicional de te que está en horas bajas. Él y su mujer Kyra (Jodie Turner-Smith) han adoptado a una niña, Mika (Malea Emma Tjandrawdjaja) y para criarla y enseñarle la cultura china de la que procede, compraron a Yang (Justin H.Min), un androide recubierto de carne humana auténtica que le hace compañía, cuida de ella, la educa y le transmite conocimientos de la tradición china. La familia protagonista, por cierto, refleja la globalización hacia la que parecemos dirigirnos: Jake es caucásico, Kyra negra y Mika oriental.  

 

Aparentemente, Yang forma parte de la familia a todos los efectos y se le trata como si fuera el hermano mayor de Mika. Aunque los padres comprenden que es un producto adquirido, la niña lo quiere como si fuera su auténtico hermano. Por otra parte, Jake y Kyra dependen excesivamente de Yang a la hora de guiarla y atenderla en el día día y, en este sentido, su papel se aproxima más al de un sirviente.

 

Un día, al término de una actividad familiar (un concurso de baile interactivo a través de la televisión en el que participa gente de todo el país), Yang se desconecta, “muere”, podríamos decir. Jake lo lleva a reparar al fabricante oficial pero le dicen que el núcleo se ha dañado y no pueden hacer nada más que reciclarlo. A continuación y apremiado por la circunstancia de que el recubrimiento de carne pronto empezará a descomponerse, acude a un técnico de dudosa reputación, Russ (Ritchie Coster), que, tras examinar al androide, descubre que el fabricante instaló una unidad de grabación ilegal en su interior.

 

En la soledad de su casa, Jake empieza a visionar aquellas grabaciones –muy cortas, puesto que así estaba especificado en el programa para que, de descubrirse, no pudiera ser interpretado como espionaje- que, a todos los efectos, son los recuerdos que Yang decidió conservar, breves instantáneas de momentos e imágenes que sólo tenían sentido para él. Descubre entonces que Yang tenía una relación secreta con una chica de la que no sabía nada hasta ese momento. Intrigado y fascinado ante el descubrimiento de esa vida interior secreta, Jake empieza a buscar a la joven.

 

En el proceso, Jake no sólo humanizará a Yang de una forma que no podía haber imaginado sino que se dará cuenta de que éste no es el único miembro de la familia que necesita desesperadamente una cura…

 

“Despidiendo a Yang” fue la segunda película del cineasta nacido en Corea del Sur, Kogonada, quien en 2008 realizó una serie de videoensayos analizando el estilo visual de diversos directores, películas y series. Este trabajo fue bien recibido y la revista “Sight and Sound” le contrató para que realizara más de ello. En 2017, hizo su debut como realizador con el drama “Columbus”, una mezcla de amor intelectual y oda a la arquitectura del Medio Oeste norteamericano. “Despidiendo a Yang” fue su segundo film, adaptando un cuento de 2016 escrito por Alexander Weinstein.

 

Desde mediados de la segunda década de este siglo, han ido apareciendo toda una serie de películas que abordan los progresos que se han realizado en los campos de la Inteligencia Artificial y la Robótica. Entre ellos destacan “Her” (2013), de Spike Jonze; y “Ex Machina” (2015), de Alex Garland. Pero hay muchos otros, como “The Machine” (2013), “Automata” (2015), “Chappie” (2015), “Morgan” (2016), la televisiva “Westworld” (2016-22), “A.I.Rising” (2018), “Tau” (2018), “Zoe” (2018), “Archive” (2020), “Finch” (2021), “A Descubierto” (2021), “La Chica Artificial” (2022), “M3gan” (2022) o “The Creator”, entre otros.

 

“Despidiendo a Yang” puede encuadrarse dentro de esa corriente de películas sobre Inteligencia Artificial y/o Androides, pero tiene sus propias peculiaridades. La mayor parte de esas otras cintas abordan la clásica cuestión de qué diferencia a una máquina inteligente de un ser humano; muestran a científicos tratando de activar una I.A; o a un sistema informático que alcanza la autoconsciencia y/o se rebela contra sus creadores. A Kogonada no le interesan ninguno de estos temas. Su película tiene más que ver con el anime “Time of Eve” (2010), una historia serena y contenida que transcurría en un café en el que interactúan humanos y androides manteniendo ocultas sus auténticas identidades y naturalezas. Kogonada no pone en cuestión si Yang tiene o no autoconsciencia y prefiere explorar otros caminos, en particular el misterio sobre la relación secreta del androide y por qué eligió conservar en su memoria determinados fragmentos de su existencia, no sólo con la familia de Jake, sino de otras con las que convivió anteriormente y de las que nada sabía éste.

 

Tras una secuencia de créditos iniciales memorable y hasta un poco fuera de lugar, “Despidiendo a Yang” despliega hasta su final una cualidad onírica. Incluso la fotografía parece tener una especie de ligera neblina que lo tiñe todo de cierta atmósfera de irrealidad. La ténue iluminación aporta en todo momento una sensación de intimidad, de calidez. Los personajes evolucionan en espacios minimalistas pero hogareños y conversan con un tono de voz suave y tranquilo que aporta significado y relevancia a cada palabra. En este sentido, Kogonada aporta una perspectiva y sensibilidad mucho más oriental que la de los otros films mencionados. Aparte del tono, hay otros detalles, como que la actividad de Jake sea la de vender té en una época en la que ya no es lo que se lleva; tiene incluso una escena en la que expone a Yang la filosofía de esa infusión y su relación personal con ella. Más tarde hay una conversación entre Yang y Kyra sobre la posibilidad de una vida más allá de la presente –algo, por cierto, que sólo cobra pleno sentido cuando se revela cierta información oculta en el núcleo de memoria de Yang-.

 

En la misma línea, Kogonada también da forma a una versión agradablemente sutil, contenida y relajante del futuro (además de económica desde el punto de vista presupuestario), en el que la tecnología se integra orgánicamente con los humanos, casi sin hacerse notar, en lugar de exhibirse como un llamativo catálogo de gadgets. Un ejemplo son las escenas en las que Jake se traslada en un coche autónomo en el que parece perfectamente natural llevar una fila de plantas como decoración en la bandeja trasera del vehículo.

 

El principal elemento futurista, naturalmente, es el propio Yang. En el largo periplo que tiene que realizar Jake con su cuerpo inane, vamos aprendiendo que estos seres no son androides tal y como los conocemos por la Ciencia Ficción más convencional. En ese futuro se les llama Tecnosapiens y fueron creados por una corporación que mantiene secretos los detalles de su fabricación. Aún más, tiene el monopolio de su fabricación, lo que genera todo tipo de problemas. Ni siquiera la comunidad científica los conoce bien y cuando Jake contacta con una profesora universitaria en busca de ayuda, le pide que les deje a Yang para estudiarlo en detalle dado que rara vez cae en sus manos un ejemplar.

 

Pero cuando la película toma auténtico cuerpo es cuando la investigación de Jake y el pasado de Yang (revelado a través de sus propios recuerdos y los de la joven con la que se relacionó), intersectan en temas y cuestiones universales: la importancia de tratar a los demás con amabilidad y dedicar tiempo a quienes nos rodean y aman; el poder de la memoria; el dolor que anida en el pasado; las posibilidades que alberga el futuro; los misterios de una ciencia sobre la que tenemos menos control de lo que deseamos creer; el proceso de duelo… Jake aprende más sobre Yang una vez ha muerto de lo que lo hizo en vida y ese arrepentimiento y tristeza le lleva a cambiar de actitud hacia su esposa, hija y su propia vida. 

 

Hay otro tema sobre el que la película plantea una pregunta intrigante: en un mundo en el que las familias pueden comprar androides programados para vincular a sus niños chinos adoptados con su herencia, ¿puede programarse la cultura? A veces, el asunto se expone con dolorosa obviedad. En un momento dado, uno de los personajes pregunta a Yang: “¿Qué convierte a alguién en asiático?” A Yang no le preocupa ser humano (un debate que, según él, es típicamente humano), pero tiene más problemas para verse a sí mismo como asiático y chino. Dado que fue fabricado para aparentar y sonar como alguien de esa etnia y cultura, ¿lo es realmente? ¿No nacen tambien los humanos, en cierto modo, programados? Por otra parte, si todos los demás lo perciben así, ¿acaso no es su experiencia igualmente válida? (Kogonada mencionó en entrevistas que esto era un reflejo de sus propios problemas con la migración y asimilación). Otro aspecto de la misma pregunta, por supuesto, es si Yang, habiendo sido comprado para desempeñar un rol muy concreto, era realmente visto como un miembro de la familia con la que vivía o tan sólo como una máquina muy sofisticada que Jake y Kyra desean arreglar para seguir esquivando sus responsabilidades parentales hacia Mika.

 

Sin embargo, a pesar de algunas metáforas conmovedoras y momentos lacrimógenos, la cuestión de la alienación cultural o la relación, si es que existe, entre pertenecer a una etnia y tener afinidad por la cultura mayoritaria de la misma, queda sin explorar.

 

¿Fracasa la película entonces por no estar a la altura de las cuestiones planteadas? En otras palabras, ¿muerde más de lo que puede masticar? ¿O quizá no fue ese nunca su objetivo? Desde mi punto de vista, “Despidiendo a Yang” es una película ambigua. Ciertamente, el espectador nunca llega a saber demasiado sobre ese mundo futurista, los tecnosapiens o incluso lo que va a ser la vida para Jake y su familia a partir del brusco final. Pero ello no es tanto consecuencia de un guion deficiente o un montaje mejorable como de una decisión consciente del director. La historia nos brinda una oportunidad para reflexionar, de una manera diferente a la habitual, sobre determinados aspectos de la vida, la memoria y las relaciones, pero sin ofrecer respuestas claras ni moralejas. Y ello por la sencilla razón de que, a menudo, no las hay.

 

El rechazo del director a forzar la inclusión de respuestas crea una cierta sensación de inacción coherente con unos personajes paralizados por una pena que no comprenden. Esta inacción, siendo un principio fundamental del taoísmo, es también el rasgo más representativo del estilo cinematográfico de Kogonada (a lo largo de la película, Yang hace varias referencias a Lao Tse y su propio nombre recoge el principio Yin-Yang, central en esa filosofía). Colaborando con el director de fotografía, Benjamin Loeb, Kogonada coloca la cámara de tal forma que la mayor parte de las escenas reflejan estatismo. Se nos brinda tan poca información que todo lo que podemos hacer es formular preguntas y reflexionar sobre las que hacen los personajes.

 

Esta quietud se refleja también en la actuación. Farrell, que en algunas de sus películas recientes como “Langosta” (2015) o “Almas en Pena de Inisherin” ha mostrado una faceta de discreta melancolía, ofrece aquí una interpretación contenida pero no hierática. Min logra transmitir una sensación mecánica de empatía, sin hablar nunca más alto de lo necesario para que su interlocutor escuche claramente lo que tiene que decir. Jodie Turner-Smith proyecta la imagen de una mujer cuya creciente frustración se articula a través de maneras suaves, dejando sus emociones más violentas y negativas hirviendo bajo la superficie.

 

Es frecuente describir las películas de autor como “exploraciones del sufrimiento”, una definición excesivamente reduccionista. “Despidiendo a Yang” es una película delicada y sutil que, efectivamente aborda la pérdida y el duelo, centrándose más específicamente en ese proceso de autoreevaluación personal que experimentamos al perder a alguien, dirigiendo nuestra mirada hacia atrás, al tiempo que pasamos juntos y viendo nuestras relaciones bajo una luz diferente, a veces más analítica, a veces más generosa, que cuando esa persona estaba viva.

 

 

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