Darren Aronofsky es un cineasta peculiar. Floreció en el cine independiente antes de pasar a producciones cada vez más ambiciosas que suelen gozar del favor de la crítica tan a menudo como dividen al público. Desde un punto de vista personal, me da la impresión de que, valorando los riesgos que asume, se le ha ensalzado en ocasiones más de lo que realmente tal o cual película merecía. En cualquier caso, la industria necesita de directores como él: ambiciosos, personales, valientes y, por qué no, a veces opacos. Aronofsky, como todos los cineastas-autores, no hace un cine cómodamente premasticado para el disfrute de un público mayoritario en busca de un simple rato de entretenimiento. Las suyas son propuestas exigentes a las que el espectador debe enfrentarse con una predisposición y estado mental adecuados. Ese fue ya el caso de su primera película, un extraño thriller con componentes de CF.