La década de los 80 del siglo pasado fue una buena época para el subgénero de Historia Alternativa o Ucronía. Se suele mencionar dentro de este tipo de historias a escritores pioneros como Murray Leinster, Ward Moore o Philip K.Dick, quienes, aunque no lo inventaron, sí aportaron obras consideradas hoy clásicas. Sin embargo, fue en aquella década cuando ese subgénero se perfeccionó gracias a una nueva cosecha de autores que entraron en la CF llevando consigo un bagaje o interés especial no en ciencia o ingeniería, sino en humanidades como la historia, el arte o la sociología. Escritores como Harry Turtledove, S.M.Stirling o Harry Harrison utilizaron su conocimiento del pasado para imaginar ficciones en las que la Historia discurría por senderos diferentes a los conocidos por nosotros.
Harrison en particular, contribuyó con varias obras al subgénero
ucrónico, especialmente en forma de trilogías, como, por ejemplo, la de “El
Martillo y la Cruz” (1993-97), ambientada en la Inglaterra de un siglo IX
alternativo en el que los vikingos invasores se resistieron a ser
cristianizados; o la más implausible de “Barras y Estrellas” (1998-2002), cuyo
punto “dunbar” (o momento de inflexión respecto a nuestra corriente temporal)
está relacionado con la participación inglesa en la Guerra Civil
norteamericana.
Pero la primera de esas trilogías apareció en los años 80 y su propuesta es mucho más radical que la de la mayoría de las ucronías. La novela que abre la serie, “Al Oeste del Edén”, se publicó en 1984, solo unos años después de “El Clan del Oso Cavernario” (1980), de Jean Auel, y, de hecho, pueden detectarse ciertas similitudes básicas en ambas obras: las dos proponen al lector mundos hipotéticos habitados por humanos primitivos enfrentados a una especie antagonista. En el caso de la segunda, Cromañones contra Neanderthal; en la primera, humanos contra dinosaurios.
Y es que el mundo que nos presenta Harrison es uno en el que el
meteorito que hace 65 millones de años provocó la extinción de los dinosaurios
y el lento ascenso de los mamíferos, nunca llegó a impactar en la Tierra. La
ausencia de esta catástrofe cambió por completo la historia evolutiva de la
vida en el planeta, desembocando en un mundo en el que una especie inteligente
de reptiles anfibios que caminan erguidos compiten con los humanoides Tanu por
un espacio vital muy concreto.
“Al Oeste del Edén” narra la historia de Kerrick, un joven cazador Tanu
cuya tribu es exterminada por los Yilanè (los mencionados reptiles
inteligentes) y él es tomado cautivo y llevado a su ciudad, Alpèasak, la
primera colonia en territorio norteamericano de esas criaturas, cuya metrópoli
e imperio se encuentra localizado en la zona ecuatorial africana. Al principio,
Kerrick, que tiene solo seis años, sueña con escapar, pero pronto se da cuenta
de que es imposible y decide, en cambio, adaptarse para sobrevivir: aprende la
lengua de los Yilanè y su cultura al mismo tiempo que olvida sus raíces
humanas, hasta el punto de que piensa en sí mismo como uno y es adoptado como
ayudante-mascota por la ambiciosa líder de esa comunidad, Vaintè, la cual
incluso lo utiliza como juguete sexual (un aspecto este bastante escabroso que
Harrison maneja no con un enfoque erótico sino de claro abuso).
La razón por la que los Yilanè han conservado vivo a Kerrick es porque desean aprender más de los Tanu, a los que quieren exterminar para disponer así de más espacio hacia el que extender la colonia, dado que un cambio en el clima (la acción se desarrolla en los primeros estadios de una edad glacial) ha alargado temporalmente y expandido geográficamente los inviernos en su continente de origen, condenando a muerte los árboles y seres modificados genéticamente sobre los que basan su civilización. ¿Resultado? Necesitan urgentemente nuevas tierras para acomodar al máximo de población en un no lejano movimiento migratorio masivo.
No sólo eso. Los Yilanè consideran a los Tanu unas alimañas. Dado que
no han coincidido antes con ellos y no saben que pueden comunicarse entre sí,
no les creen inteligentes. Y tal pensamiento es mutuo. Cuando el grupo de
cazadores Tanu al que pertenece Kerrick encuentra las playas de anidación donde
las hembras Yilanè concentran a los sumisos machos, los matan y devoran. Tal
acto lleva a una toma de conciencia de los Yilanè del peligro existencial que
para su especie constituyen esos seres bípedos y peludos.
Los Yilanè son sedentarios, por lo que, a excepción de misiones para atacar a los Tanu, no suelen salir de la seguridad que les brindan sus ciudades. Además, su sangre fría les lleva a sumirse en un aletargamiento nocturno –cuando la temperatura baja- y mantenerse alejados lo más posible de las montañas o regiones del norte, de clima más fresco. Por el contrario, los Tanu, al tener sangre caliente, pueden soportar mejor el frío y mantienen una forma de vida nómada, emigrando al sur durante los inviernos. El problema, claro, es que ahora ese sur está siendo tomado por los Yilanè.
En una de sus cacerías, los Yilanè cogen otro prisionero, también único
superviviente de un grupo, un cazador llamado Herilak. Llevado ante Kerrick
para que lo interrogue, este encuentro despierta los recuerdos que él mismo
había reprimido en aras de sobrevivir y le convence de que su auténtico lugar
está entre los Tanu. Apuñala a Vaintè y escapa con Herilak. Pero la líder
sobrevive y, consumida por el ansia de venganza reúne un ejército para
perseguir a todos los Tanu. Los fugitivos reúnen varias tribus, las avisan del
peligro y huyen más allá de las montañas confiando en que la nieve los
protegerá. Pero los reptiles los encuentran y acosan. Sabiendo que la violencia
no cesará hasta que uno de los bandos desaparezca, Kerrick aplica todo el
conocimiento adquirido durante sus años de cautiverio para adelantarse a los
movimientos de sus perseguidores, rechazar o esquivar sus ataques y preparar un
asalto definitivo contra Alpèasak para expulsarlos de una vez por todas del
continente.
Puede que hubiera resultado más “políticamente correcto” o moralizante
optar por un enfoque y conclusión más contemporizadores haciendo que el héroe,
habitante de dos mundos, encontrara la forma de que ambas especies coexistieran,
puede que incluso colaborando. Ahora bien, hasta donde sabemos, el Homo sapiens
no ha tenido que compartir el espacio, alimento y recursos con ninguna otra
especie inteligente e incluso hay expertos que apuntan a un exterminio
deliberado de los Neandertales por parte de los más avanzados Cromañones.
Yilané y Tanu son especies que se encuentran presionadas por los mismos
factores (la glaciación está reduciendo sus espacios vitales), tienen formas de
vida y biologías demasiado diferentes y se han causado mutuamente demasiado
dolor como para que una solución pacífica a la crisis que afrontan resulte
plausible. Y esto es algo que Harrison conoce y asume, por lo que prefiere no
albergar ilusiones al respecto y rechaza tal posibilidad, lanzando a ambas
especies a un conflicto total del que solo emerge un vencedor.
“Al Oeste del Edén” es una novela bastante extensa (unas 500 páginas)
y con un interesante trabajo de construcción de mundos. Pasan muchas cosas, hay
numerosos personajes y abundante información y descripciones de las culturas Yilanè
y Tanu por lo que no es fácil comentar este texto. Harrison nos ofrece con esta
novela una aventura muy absorbente cuyo punto fuerte no es tanto el conflicto
presentado y su resolución sino la descripción de las culturas enfrentadas.
Evidentemente, los Tanu nos resultan más familiares, no sólo por su físico y
biología, sino porque Harrison construye su cultura a partir de la de los
nativos americanos de nuestra línea temporal. Donde más esfuerzo vuelca el
autor es en crear la rica cultura y lengua Yilanè.
Sin el meteorito exterminador, los dinosaurios, como he apuntado, no
se extinguieron y, en cambio, continuaron evolucionando. Los Yilanè son un
producto de esa senda biológica. Sin perder su conexión con los océanos (las
crías maduran en el agua antes de salir a tierra firme) han edificado una
civilización avanzada pero no mediante la tecnología que nos resulta familiar.
No utilizan el fuego dado que sus cuerpos no soportan el calor de la llama, así
que tampoco han desarrollado la metalurgia. Durante millones de años, se han
servido de la ingeniería genética para modificar organismos que les han servido
de casas, medios de transporte, herramientas o armas. Por ejemplo, utilizan
calamares gigantes como botes, enormes ictiosaurios modificados como barcos o
pequeñas criaturas que sirven de microscopios o cámaras.
Resulta difícil de aceptar que estos dinosaurios inteligentes no estén
familiarizados con el fuego (un fenómeno que se produce espontáneamente en la
Naturaleza en múltiples ocasiones), cómo generarlo o cómo funciona, cuando, al
mismo tiempo, dominan la medicina y la bioingeniería a un nivel todavía no alcanzado
siquiera por nosotros en la actualidad –y eso que tienen un conocimiento muy
limitado del ADN-. Probablemente tal hazaña suene imposible sin haber
atravesado previamente una fase con tecnología inorgánica, pero este es uno de
esos conceptos para los que el lector debe ejercitar su suspensión de la
incredulidad.
El biólogo Jack Cohen (que también ayudaría a Larry Niven, Jerry Pournelle y Steven Barnes a desarrollar los alienígenas que aparecían en su serie de Heorot (1987-2020)) colaboró con Harrison para dar vida a los Yilanè. Su lengua, inventada por Thomas Shippey, profesor de literatura y crítico literario especializado en Fantasía y CF, es tan compleja que muchos Yilanè nunca llegan a hablarla. De hecho, se expresan no sólo a través del sonido, sino adoptando determinadas posturas corporales, gestos o cambios de color en la piel que complementan o matizan el significado de las palabras. Tan imbricada está su lengua con su fisiología, que son incapaces de mentir: si lo intentan, el cuerpo manda señales que lo delatan, por lo que lo máximo que pueden hacer en tal caso es mantenerse tan inmóviles como les sea posible.
Todos los individuos con una función en la sociedad son hembras,
quedando los machos confinados a un rol reproductor que, además, les priva de
libertad de movimiento y condena a una muerte prematura. Por otra parte, son
unas criaturas tan gregarias que la peor condena que puede infligirseles es el
exilio y, de hecho, supone una sentencia de muerte por shock psicosomático. La
mayoría de estos detalles biológicos y lingüísticos se compilan y explican en
un divertido apéndice escrito por sabios Yilanè con el tono de un científico
victoriano un tanto mojigato.
En lo que se refiere al otro bando, los Tanu no son en realidad
humanos. Se nos parecen físicamente, hablan, piensan y actúan como nosotros,
pero no son Homo sapiens. En nuestro mundo, los humanos, tal y como los
conocemos, evolucionaron en África a partir de simios, pero en “Al Oeste del
Edén” la presencia de los dinosaurios en ese continente bloqueó ese camino
evolutivo para los mamíferos locales. Esta barrera, sin embargo, no existía en
América del Norte, donde vivía una especie de simio nativo del que los Tanu evolucionaron
en un periodo relativamente breve durante el cual América Central quedó anegada
por el océano y todas las especies de dinosaurios de América del Norte se
extinguieron, dejando un nicho para que los Tanu pudieran desarrollarse. Cuando
los dinosaurios regresaron, aquéllos se replegaron hacia el norte, más frío y
hostil a los animales de sangre fría. Sí, resulta demasiado forzado creer que
la evolución, con unas circunstancias tan distintas, acabara en esa prehistoria
alternativa dando lugar a algo tan parecido –indistinguible, de hecho- como el
Homo sapiens.
Dado el esfuerzo que volcó en la creación de los Yilanè, es una
lástima que Harrison no dedicara más tiempo a imaginar el resto de su mundo
alternativo. En lugar de suponer que los dinosaurios pudieran haber
evolucionado de formas nuevas y extrañas tras 65 millones de años, se limita a
salpicar la narración de criaturas ya conocidas por nosotros a partir del
registro fósil, incluso si ya estaban extintas antes de impactar el asteroide.
Lo mismo ocurre con los mamíferos, que han evolucionado hasta sus estadios
propios de nuestra Edad de Hielo (mamuts, tigres dientes de sable) en lugar de
adoptar formas adecuadas para los nuevos entornos en los que se han
desarrollado. Los dinosaurios del mundo de Harrison también se describen como
lentos y de sangre fría aun cuando otros escritores de CF ya habían adoptado
teorías más modernas al respecto. Por todo esto, no debe abordarse la lectura
de la trilogía de Edén esperando fidelidad al conocimiento paleontológico
actual.
Pero la plausibilidad científica es menos importante que la capacidad
de fascinación que suscite el mundo creado a partir de las premisas
establecidas por el autor y la historia que desarrolle sobre ese decorado. Y en
esto, a Harrison pueden ponérsele pocas pegas. “Al Oeste del Edén” sigue
funcionando hoy como una historia de aventuras a la antigua usanza que, aunque
no original, sí es entretenida, dinámica, narrada en un estilo clásico que enfatiza
la narración por encima de la descripción y con un buen reparto de personajes,
todos ellos bien diferenciados, que habitan sus propias subtramas. Los Yilané
son presentados en términos generales como malvados, pero su sociedad alberga
individuos muy dispares en sus actitudes políticas, creando dinámicas
desestabilizadoras (en concreto, el surgimiento de un movimiento religioso
pacifista que ve la guerra como inmoral). Por otro lado, es fácil simpatizar
con esos humanos alternativos que luchan desesperadamente por evitar el
genocidio a manos de una especie tecnológicamente superior; el protagonista
completa satisfactoriamente su arco y el autor muestra hábilmente la dramática
lucha que se libra en su interior como individuo atrapado entre dos sociedades
en las cuales ve tanto virtudes como defectos.
En fin, puede que Harrison no siempre cuente una historia plausible, pero desde luego sabe hacerla entretenida. Es más, entrelazados con los tópicos esperables en una narración de este tipo (ataques, emboscadas, batallas, huidas, asaltos), incluye temas dignos de debate y reflexión, como el origen de la xenofobia, el papel de la disidencia política, los efectos que la tecnología o la religión tienen en una u otra sociedad, los choques culturales, la discriminación, los ciclos de violencia o el imperialismo.
Aunque, como veremos, Harrison escribió dos novelas más continuando esta historia, “Al Oeste del Edén” puede leerse como una obra autocontenida, algo que no puede decirse de las entregas siguientes.
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