Resulta trágicamente irónico que en la Era de la Información en la que supuestamente vivimos, existan tantos creyentes en las teorías conspirativas más absurdas que imaginarse pueda. Las razones para ello han sido abundantemente estudiadas por sociólogos, psicólogos y politólogos y van desde la sensación de poder que brinda el encontrarse en posesión de un supuesto conocimiento secreto sólo compartido por una élite de marginados pero “bien informados”, a la necesidad de dar sentido a un mundo complejo, a menudo caótico y sobre el que no tenemos ningún control.