Resulta trágicamente irónico que en la Era de la Información en la que supuestamente vivimos, existan tantos creyentes en las teorías conspirativas más absurdas que imaginarse pueda. Las razones para ello han sido abundantemente estudiadas por sociólogos, psicólogos y politólogos y van desde la sensación de poder que brinda el encontrarse en posesión de un supuesto conocimiento secreto sólo compartido por una élite de marginados pero “bien informados”, a la necesidad de dar sentido a un mundo complejo, a menudo caótico y sobre el que no tenemos ningún control.
Pero, más allá de eso, las conspiraciones constituyen una excelente premisa para las obras de ficción. La existencia de un secreto terrible, protegido por una red de siniestros intereses e individuos dispuestos a cualquier cosa para conseguir sus objetivos, ofrece todo tipo de posibilidades en términos de drama y suspense, ya sean complots políticos, financieros, criminales o incluso científicos. Y una conspiración, esta de calibre existencial, es precisamente lo que nos ofrece Alberto Moreno en “Flux Rabiata”; y una, además, envuelta en una sugerente ambientación.
Rojas es uno de los humanos que desde hace más tiempo del que nadie recuerda viven en una base subterránea -que, más adelante, se descubre que se llama Rabiata- en un planeta con una atmósfera corrosiva y un terreno infértil. Las mujeres se dedican básicamente a tener hijos y cuidarlos, aunque la tasa de natalidad esté cayendo debido a un número cada vez mayor de malformaciones y enfermedades. Como en otras distopías enclaustradas del género, esta sociedad aplica una eutanasia obligatoria y general con el fin de mantener la población en niveles sostenibles -los recursos, especialmente la comida, son escasos- y deshacerse de los individuos que ya no son productivos.
Una de las cosas que más llama la atención es la pérdida de la capacidad de comunicación eficaz. Esto se debe, por una parte, a la falta de educación: los niños son desde muy pronto adiestrados para ejercer un puesto muy específico dentro de la base y nada más que para ello. Por otra, buena parte de los registros se realizan a base de introducir y arrastrar por una pantalla iconos que es necesario seleccionar, combinar y ordenar para tratar de transmitir la información deseada. El resultado es tan ineficiente e inexacto como risible… y preocupante, dado que nos da una imagen de las consecuencias de un proceso de desalfabetización como el que ahora estamos viviendo propiciado por el uso de dispositivos móviles diseñados para realizar el mínimo esfuerzo mental posible.
Un día, durante una de sus rutinarias misiones al exterior (cuyo propósito han olvidado hace tiempo), Rojas es testigo de un extraño fenómeno luminoso en el cielo ambarino hasta entonces inmutable. Al volver a la base, deja constancia de ello en el registro de misión con el propósito de que los responsables del enclave lo investiguen. Sin embargo, pasan los días y nada se hace. Hasta que, deduciendo que puede tratarse de un fenómeno periódico, se las arregla para participar en otra de las misiones exteriores. Y, efectivamente, vuelve a suceder, más cerca de la base incluso. Pero esta vez, hay algo nuevo: tres humanoides descienden de los cielos, aparentemente en son de paz. Antes de que Rojas, espoleado por la curiosidad, pueda iniciar un contacto real, regresan por donde han venido… excepto uno, al que, desesperado, atrapa provocándole involuntariamente la muerte. Con gran esfuerzo e incluso riesgo de su vida, lo arrastra hasta la base. Es la prueba de que fuera, más allá, existe algo. Es más, está convencido de que tal descubrimiento será el catalizador de profundos cambios en la organización de la colonia que obrarán en beneficio de todos.
Sabemos, por tanto, que los personajes son humanos y que se encuentran en otro planeta sobreviviendo gracias a una tecnología muy avanzada, pero con severos problemas demográficos y de conservación del conocimiento. Lo que el lector desconoce -y en eso reside buena parte del interés de la novela- es por qué están allí y cómo han llegado a tal situación.
Ahora bien, este primer segmento no es más que un prólogo, porque el grueso de la acción y la clave del misterio se encuentra en otro lugar, con otro contexto muy diferente en apariencia, aunque también relacionado con una sociedad enclaustrada que ha desarrollado unas dinámicas de supervivencia física y psicológica. En la Tierra, los humanos han quedado reducidos a una comunidad relativamente pequeña que vive confinada en un enclave conocido como la propia sociedad que han creado: Autarquía. El resto de la superficie planetaria ha sido ocupada por los I-K, alienígenas no hostiles pero tampoco amistosos; más bien, demasiado extraños como para comprenderlos plenamente. No son agresivos con los hombres, pero tampoco les dejan expandirse, avanzar tecnológicamente o salir al espacio.
En la Autarquía, los hombres se han organizado en una suerte de clanes en los que rinden devoción a la Tradición, el Saber y el Orden (básicamente, sacerdotes, científicos o funcionarios). Esos tres pilares cuentan con sus propios ritos y escalafones, manteniendo una interacción mínima entre ellos. En concreto, los devotos de Eza, la Tradición, llegan a someterse a agresivas modificaciones corporales (utilizando tecnología biomédica adquirida de los alienígenas invasores) para iniciarse como en un ritual peligroso que implica zambullirse en una sustancia corrosiva conocida como Flux. Es el caso de uno de ellos, Advon, cuya ceremonia va a tener un final inesperado que le abrirá las puertas al conocimiento del terrible secreto que anida en el centro de la Autarquía. Y dado que se trata de una obra reciente y para no estropear la lectura a quien pudiera tener interés, no daré aquí más detalles del argumento.
Moreno nos presenta dos contextos de partida a priori tan extraños (aunque con ciertos puntos familiares para cualquier aficionado a la CF) como fascinantes. La base del capítulo inicial recuerda a “Metrópolis”: una distopía industrial compuesta por una jerarquía de oficiales a cuyas órdenes trabajan ejércitos de obreros agotados que se desplazan por corredores subterráneos en ordenadas filas, cruzándose de camino a su turno con compañeros que terminan exhaustos el suyo; también a “La Fuga de Logan” en tanto sociedad recluida que ha implementado una eutanasia obligatoria. Por el contrario, la Autarquía es una involución a sociedades preindustriales, con veneración a determinados conceptos abstractos; aparatosas y vacías ceremonias de reafirmación grupal de la tradición y la fe; rigidez intelectual; nula interacción entre individuos pertenecientes a diferentes grupos; arquitectura colosalista que empequeñece al individuo; desprecio y temor hacia todo lo que les es ajeno y sensación de vivir en un perpetuo asedio. El autor nos ofrece, por tanto, una construcción de mundos muy intrigante que impele a seguir leyendo para averiguar sus orígenes y de qué manera están relacionados entre sí y con los alienígenas que invadieron tiempo atrás la Tierra.
“Flux Rabiata” es una novela de trama más que de personajes. De hecho, solo hay dos de ellos con un peso suficiente como para ser acreditados como protagonistas: Rojas y Advon. El resto son meros comparsas sin apenas personalidad que sirven para transmitir información o hacer avanzar la trama. Y el caso es que tampoco llegamos a saber demasiado de estos dos protagonistas. Buena parte de la caracterización de un personaje se consigue contextualizándolo en una trayectoria vital o a través de la relación que establece con quienes le rodean. Pero, en este caso, poco o nada sabemos de sus pasados y tampoco interaccionan demasiado con otros individuos. Así que la forma que el autor utiliza para perfilarlos es a través de las decisiones que toman a lo largo de la historia. Y lo que éstas nos dicen de ellos es que ambos son, a su manera, parias en sus respectivas sociedades. Rojas es un individuo inquisitivo que, a diferencia de sus “compañeros”, no sólo desea saber el origen y objeto de los misteriosos seres que aparecen en su mundo caídos de los cielos sino buscar una salvación para la Rabiata. Advon, por su parte, es, de partida y debido a la estricta división social en la que vive, alguien aislado de buena parte de sus congéneres. Y no sólo por la pertenencia a su grupo religioso sino por las modificaciones corporales a las que se ha sometido. Un doble aislamiento que se acentúa todavía más cuando se le hace partícipe del gran secreto sobre el que se ha levantado todo el sistema de la Autarquía y que no puede compartir con nadie.
Difícilmente pueden ser ambos más diferentes. Sin embargo, acaban unidos por un propósito común: salvar de una lenta agonía y eventual extinción a lo que queda de la especie humana. Esa misión -en un caso autoimpuesta, en el otro sobrevenida- es lo que crea un vínculo entre ellos aun cuando no puedan comunicarse entre sí. Esa unión espiritual es también lo que lo que marca el final del libro, coherente y emotivo para dos marginados como ellos. Un final, por otra parte, agridulce porque, sin entrar en spoilers y habida cuenta de lo que ocurrió con la primera Rabiata así como el comportamiento de las élites (que no tienen escrúpulos a la hora de dejar atrás o directamente sacrificar a buena parte de la población), en absoluto queda claro que la solución encontrada sea la óptima o siquiera deseable.
El propio Moreno se declara gran aficionado a la obra de tres gigantes del género: Clarke, Lem y Dick. Casualidad o no, podemos encontrar trazas de la influencia de todos ellos en “Flux Rabiata”. De Clarke tenemos la aplicación de su famosa ley sobre la apariencia de magia que puede tener una tecnología muy avanzada. Es el caso, por ejemplo, de los trajes de material pseudorgánico que se forman y adaptan a cada cuerpo al salir de la Rabiata y se deshacen al entrar en ella; pero también del Flux y las puertas dimensionales que la Autarquía ha revestido de misticismo para proteger su secreto. Por otra parte, los alienígenas invasores no disgustarían a Lem: seres tan diferentes de los humanos que resulta imposible no ya negociar con ellos sino simplemente comprenderlos. Y de Dick, esa revelación final que trastoca la naturaleza de la realidad que se creía conocer y que resulta ser sólo una apariencia.
“Flux Rabiata” tiene una extensión muy asumible de 247 páginas que, como obras anteriores del escritor, ofrece un estilo directo, sin florituras prosísticas pero sin caer tampoco en esa frialdad y distanciamiento que caracteriza a los autores de CF dura. Encontramos aquí una lectura agradable, rápida e intrigante con el nivel justo de pasajes descriptivos como para que el lector deba poner de su parte para completar los entornos y no perjudicar lo que, por otra parte, es un ritmo narrativo ágil.
Es esta también una novela que el lector puede disfrutar gracias al tesón del escritor y su fe en la misma. Su origen fue un cuento, “Profundo”, publicado por El Transbordador, que era también la editorial interesada en acoger la presente ampliación a novela hasta que un cambio de propiedad de aquélla dejó el proyecto en dique seco. Tras pasearla por otras editoriales sin éxito, Alberto Moreno no se resigna a que el texto llegue a su final como archivo informático olvidado por todos y decide autopublicarlo (con la colaboración, eso sí, de una correctora profesional). Un empeño digno de alabanza y, al tiempo, triste recordatorio de la raquítica industria editorial patria -al menos en lo que a CF de nuevos autores se refiere-.
Una obra, en fin, que nos ofrece una lectura muy entretenida, que presenta y desarrolla sus ideas en una longitud razonable y que consigue mantener la atención del lector de principio a fin apoyándose no en unos personajes carismáticos sino en la construcción de mundos alrededor de un enigma central y la sucesión de revelaciones conducentes a su revelación.
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