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En el octavo capítulo, “Amanecer en Lartorez” (“Epic Illustrated” nº 5, abril 81), mientras Aknatón se halla ausente atendiendo asuntos que debe solucionar en solitario, el resto del grupo (de forma quizá no demasiado coherente con sus personalidades tal y como se nos habían presentado) empieza a cuestionar con poca delicadeza la capacidad de Vanth para brindarles protección, dudas que el bifrexiano zanja derribando a Za de un solo puñetazo. Éste empieza luego a compartir con Juliet sus sospechas de que están embarcados en una misión suicida; y Whis´par le explica a Vanth que el objetivo final de Aknatón es destruir todo lo que existe para que así los zigoteanos no puedan causar más dolor y sufrimiento.
Za parecía ya saberlo o sospecharlo mientras que Juliet está tan en Babia como de costumbre. Sea como sea, esa información es impactante y espantosa. Aknatón había dejado claro desde el principio que no se veía a sí mismo como una fuerza benévola, y eso se hace evidente ahora. Este grupo no son los “buenos” en el sentido tradicional del término. No tienen ningún plan osado y sorprendente para derrotar a los villanos y salvar a la galaxia. La pregunta es si aceptamos como válida la solución de Aknatón.
Whis'par se esfuerza por convencer a Vanth –y al lector- de que el orsirosiano tiene razón aun cuando califique de locura su proyecto. El pueblo de Aknatón pasó siglos elaborando planes para detener a los zigoteanos y, después de examinar místicamente todos los futuros posibles, determinaron que destruirlo todo era el mejor resultado posible. También explica que la razón por la que Aknatón esperó hasta la caída de Orsiros para poner en marcha el plan fue que ese planeta era el último obstáculo a la expansión zigoteana y, sin él, la situación en la galaxia empeoró rápidamente. Concluye diciendo que "Ha llegado el momento de utilizar el último regalo misericordioso de Orsiros a una galaxia moribunda"; un eco de la reflexión que Za hacía unas páginas antes: “(Aknatón) me salvó de mí mismo (…) quizá me salvó para tener una muerte mejor”.
Es este, un segmento de transición enteramente compuesto de diálogos, lo que hace que el ritmo sea en exceso parsimonioso y la revelación final del auténtico plan de Aknatón no tenga quizá el impacto deseado. Por otra parte, aunque el dibujo –con un coloreado progresivamente más luminoso- transmite la sensación del amanecer en un desierto, no es particularmente bonito, por no hablar del excesivo uso de primeros planos de cabezas parlantes.
En “Absolución” (“Epic Illustrated” nº 6, junio 81), vemos el asunto del que tenía que ocuparse Aknatón en solitario: convocar a Dios (aunque él le llama Ra, se trata de una divinidad cósmica: “Ra es uno de los muchos nombres a los que respondo. Algunos sólo me llaman Dios; otros, Buda, Velrem, Fantasía, Lointan, Poder, Rawner, Vida, Selepic o Muerte. Respondo a cada uno de esos nombres o a todos cuando yo lo decido. Pero en realidad, no soy más que Fe y Oportunidad”) para preguntarle sobre su opinión sobre la justicia del acto de destrucción galáctica que va a cometer. Pero aunque Dios no le da respuestas claras, si le sugiere que reformule la cuestión sugiriendo que no se trata de si Aknatón tiene “derecho” a destruir la galaxia sino más bien si tiene la responsabilidad de hacerlo. Ambos deciden que la respuesta es afirmativa y Aknatón, fortalecido por la convicción de su deber, se reúne con el grupo. Vanth se le encara enfurecido tras haberse enterado de sus auténticos planes y el orsirosiano le pide que le mire a los ojos para que tome conciencia del verdadero horror de las conquistas zigoteanas… que se describen en el siguiente capítulo.
Es curioso lo similar que en este episodio parecen Aknatón y el Doctor Extraño. Y no sólo en lo referente a la vestimenta sino a su invocación de un ser cósmico infinitamente más poderoso que sí mismo. De hecho, no costaría demasiado reformular “La Odisea de la Metamorfosis” como una gran saga Marvel con el Doctor Extraño en su centro, trazando planes para destruir todo el plano dimensional con el fin de cortar de raíz la expansión de alguna horrible amenaza a otros universos.
Por otra parte, es interesante la limitada aproximación visual que Starlin realiza de ese Dios. Aunque en su manifiestación inicial impresiona y asombra, sus dimensiones van reduciéndose rápidamente e incluso su postura de brazos cruzados en la página tres sugiere cierta vulnerabilidad. No olvidemos que Starlin fue uno de los que creó buena parte de la cosmogonía marvelita, entre la que se contaba el ser más poderoso de todos, Eternidad; y, sin embargo, aquí escoge representar a este Dios –que se declara a sí mismo moribundo y que bien podría no ser más que un delirio del subconsciente de Aknatón- como algo muy limitado en grandeza, exhibición de poder e incluso estatura.
En cuanto a la historia, Starlin abandona la sutileza por una aproximación más directa, sobre todo en el debate sobre la ética de la destrucción de la galaxia. Es una idea atrevida (invocar a Dios por vez primera y descubrir que no tiene respuestas), pero la desarrolla de una forma muy obvia, haciendo además que Aknatón sofoque sus dudas con excesiva facilidad.
Esta falta de sutileza sigue presente en “Requiem” (“Epic Illustrated” nº 7, agosto 81), que nos muestra, desde el punto de vista de Aknatón, el origen de los zigoteanos, antaño una especie avanzada e idealista pero cuya sociedad acabó dominada por una élite de ricos y poderosos que impusieron una cultura consumista que exigía una constante expansión económica y territorial aun cuando ello no satisficiera ninguna necesidad emocional o intelectual.
La génesis de los zigoteanos, aunque gráficamente muy bellamente plasmado, supone un desvío quizá injustificado de la acción principal y el dilema ético central de la serie. Además, Starlin ofrece una analogía ni particularmente original ni, como decía, sutil: los ricos y los desposeídos, los ataques contra el medio ambiente en nombre del consumismo, el entumecimiento del cuerpo y la mente, la búsqueda de la felicidad a través de una existencia materialista, el atropello y expolio de otros pueblos... En resumen, que los zigoteanos son como nosotros, los humanos.
¿Va este capítulo a alguna parte? El primero de la saga se utilizó para describir la historia de fondo; los seis siguientes los pasó Aknatón reuniendo su equipo e ir progresando en su plan; dos capítulos más meditando sobre el plano filosófico y ahora llega la espera en el umbral de la ejecución del plan. Parece un desperdicio de espacio. ¿Necesitábamos realmente este interludio para saber por qué los zigoteanos hacen lo que hacen? ¿O el cliché de utilizarlos como espejo de nosotros mismos con el fin de revelar al monstruo que se esconde en nuestro interior?
Da la impresión de que, después de haber ido acumulando la tensión y a pocos capítulos del final, a Starlin ya no le queda nada bajo la manga, pero tampoco se siente seguro para abordar el clímax. Pero también puede haber otra razón. Hay ciertas pistas que apuntan a que, tras el entusiasmo inicial que acompañó al lanzamiento de “Epic Illustrated” y el reclutamiento de grandes nombres que proveyeran de contenido a sus páginas, la revista empezaba a secar sus fuentes. Desde que comenzara a serializar “La Odisea de la Metamorfósis”, no había incluido dos capítulos en un solo número y nunca antes seguidos y emplazados en la sección central. Dejando a un lado una entrevista con Barry Windsor-Smith acompañada de maravillosas ilustraciones y una mediocre historia de Neal Adams, este número 7 no tiene mucho material del que presumir. Por eso cabe especular que la saga de Starlin se alargó más allá de lo inicialmente previsto a instancias de un editor necesitado de contenido.
El noveno capítulo, “Fuego Nocturno” (“Epic Illustrated” nº 7, agosto 81), comienza cuando el grupo es detectado y atacado por dos naves zigoteanas. Vanth prohíbe a Aknatón que use su magia ante la posibilidad de que sea ésta la que haya atraído a los agresores en primer lugar y consigue maniobrar y destruirlos. Sin embargo, cree –correctamente- que no eran sino la avanzadilla enviada por una nave mayor que pronto aportará más refuerzos. Así que sale a su encuentro, vuela hasta un puerto de atraque en su interior y lo destruye todo. Aknatón elogia su habilidad guerrera y asegura que todo podría haber sido diferente si los orsirosianos hubieran contado entre sus filas con alguien como Vanth, a lo que éste responde señalando lo peligroso que sería alguien con su experiencia y con tanto poder a su disposición.
En este punto, con el final ya a la vista, la acción toma la delantera, acompañada de algunos momentos menos relevantes de charla filosófica y tensión entre Vanth y Aknatón. Eso sí, Starlin no es capaz de imaginar una batalla espacial verdaderamente interesante, original o incluso verosímil por mucho que Aknatón diga sentirse impresionado por las “brillantes” tácticas de Vanth. ¿Acaso puede calificarse así el realizar un giro de 360 grados para disparar a los perseguidores? ¿o pretender destruir una nave enorme metiéndose en su interior? Lo primero es un cliché de la ciencia ficción espacial, y lo segundo un acto o muy torpe o directamente suicida.
“Enviado del Sueño” (“Epic Illustrated” nº 8, octubre 81) encara la saga hacia su final cuando los protagonistas llegan al templo en el que se encuentra el Cuerno del Infinito, un edificio construido mucho tiempo atrás por una raza extinta antes incluso de que aparecieran los orsirosianos. Después de abrirse paso entre las tropas zigoteanas que vigilaban el lugar y esperando la llegada de más enemigos, Juliet expresa sus dudas respecto a morir por esta causa. Aknatón la tranquiliza asegurándole que ella, Za y Whis´par vivirán bajo otra forma y crearán nueva vida. Los tres penetran en la cámara donde se encuentra el Cuerno mientras Vanth y Aknatón se aprestan a contener a los zigoteanos.
Un episodio dinámico en el que, sin embargo, se echa de menos algo más de sustancia. Llegado este punto, resulta que Za y Juliet, dejando aparte sus capítulos, apenas han jugado papel alguno en toda la historia (Whis´par sí había intervenido en mayor medida, aunque tampoco mucho más) limitándose a ser las herramientas que Starlin necesita para el clímax. Aunque concede a Juliet una línea de diálogo para que resalte un poco en este segmento, no es suficiente para aportarle personalidad propia ni convencernos de que su papel es verdaderamente importante. Sigue siendo una joven humana corriente, sin atributos destacables o rasgos de carácter que la doten de un mínimo de carisma. ¿Era esa la intención de Starlin? ¿Decirnos que todos somos Juliet, poseedores de grandes dones que ignoramos? ¿No nos había comparado dos capítulos antes con los zigoteanos, un pueblo proclive al egoísmo y las atrocidades? ¿Cómo se concilia esta contradicción?
Más interesante es cómo Starlin deconstruye a los sucesivos dioses que va presentando en esta serie. En primer lugar, Aknatón aparece representado como un ser cuasi divino, una condición que luego resulta compartir con toda su especie. Después fue Ra, el dios de los orsirosianos, que resultó ser una criatura con más limitaciones de las esperables. Y en estos dos episodios decimoprimero y decimosegundo, el autor da un paso más en esa dirección degradando a los orsirosianos, primero mostrando la superioridad militar de Vanth, que con tan sólo una escaramuza deja en ridículo los siglos de esfuerzo bélico de aquéllos contra los zigoteanos; y luego desvelando que los orsirosianos no fueron nunca la fuente de vida en la galaxia (como se había afirmado en un momento determinado) y que hubo otras especies anteriores… que tampoco fueron nada especial dado que también huyeron de los zigoteanos. Starlin deja a la historia huérfana de dioses e incluso empaña la certeza de que el plan de Aknatón sea la mejor solución cuando Vanth expresa sus dudas al respecto.
Y, por fin, en “Apocalipsis” (“Epic Illustrated” nº 9, diciembre 81), Za, Juliet y Whis´par soplan el cuerno y destruyen la Vía Láctea (no todo el Universo, como inicialmente se nos había hecho creer). Los tres se transforman en una especie de seres de pura energía que marchan hacia algún otro lugar del cosmos; y Vanth y Aknatón, protegidos por una esfera mística creada por el primero, viajan durante un millón de años por el vacío hasta llegar a Caldor, en otra galaxia.
Incluso sabiendo que el momento iba a llegar, Starlin consigue que la muerte de la galaxia sea un momento verdaderamente espectacular, alcanzando su arte nuevos niveles de maravilla a la hora de representarlo, culminando la que hasta el momento fue su obra maestra (para muchos, la de toda su carrera) con una secuencia audaz y dramática jamás vista antes en el mundo del comic.
Se atreve incluso a ir un paso más allá en su deconstrucción teológica, describiendo los diferentes niveles de existencia: ”El primer nivel es la existencia tal y como la conocemos. Esto incluye las estrellas, los planetas y toda la vida vegetal y animal, incluidos los humanos. Estamos tan cerca del segundo nivel de poder que no tenemos problemas en aprovechar las fuerzas atómicas, eléctricas, magnéticas, fotónicas y de otro tipo que existen allí.
Pero las dimensiones tres a nueve son planos místicos, y sólo los adeptos de mayor nivel y altamente capacitados, como magos y sacerdotes, pueden hacer uso de las fuerzas que allí existen. Los niveles décimo, undécimo y duodécimo son el hábitat natural de criaturas de gran poder, como demonios, espíritus, elementales, ángeles y temibles hechiceros. Son pocos los adeptos de primer nivel que alguna vez se aventuran allí. Los planos decimotercero y decimocuarto son las regiones de los dioses.
El decimoquinto nivel es el dominio exclusivo de un ser de fuerza omnipotente y muchos nombres. Su plano de poder no tiene fin. La suya es la realidad del Infinito. Traspasar la barrera del Infinito es cortejar el desastre cósmico, porque el Infinito no reconoce más barreras que las suyas propias y nada puede resistir su abrazo devorador. Porque el Infinito destruye y absorbe dentro de sí todo lo que toca. Todos debemos rendirnos a ese destino. Nada en el cosmos es lo suficientemente fuerte como para resistir el proceso. Ni planetas. Ni estrellas. Ni sistemas estelares. Ni siquiera las galaxias. Así muere la Vía Láctea”. Starlin, por tanto, caracteriza a esa fuerza suprema no como un intelecto sino como una fuerza que se extiende y destruye con el único freno del equilibrio natural de la propia existencia.
“La Odisea de la Metamorfosis” llega a su punto final con el epílogo “Consecuencias”, publicado, como el segmento anterior, en “Epic Illustrated” nº 9 (diciembre 81). Tras despertar en Caldor, Aknatón explica a Vanth lo que ha ocurrido y le provoca para que, enfurecido, le dispare. Antes de morir, confiesa que no podía vivir con la culpa, le encarga a Vanth que proteja a los habitantes de esa galaxia mejor de lo que los Orsirosianos hicieron con la Vía Láctea y los guíe hacia un futuro próspero que impida el surgimiento de unos nuevos zigoteanos. Si fracasara, le dice, deberá buscar otra vez el Cuerno del Infinito y empezar de nuevo.
Una vez más, el arte de Starlin luce magnífico en lo que es su último paso en la deconstrucción divina, desenmascarando la inseguridad de Aknatón respecto a todo lo que ha hecho (lo cual no resulta muy coherente con la afirmación inicial de que los orsirosianos habían escudriñado todos los futuros y concluido que la aniquilación era la única solución). Su confesión final y su suicidio son indudablemente intensos, al igual que la frialdad de Vanth y su renuencia a mostrar la mínima empatía en esos sus momentos postreros. Después de todo, ambos son más similares de lo que están dispuestos a admitir: poderosos, inteligentes y capaces de sembrar la muerte y la destrucción, aunque esperando no tener que hacerlo. Vanth, transportado contra su voluntad a un nuevo mundo y cargado con una nueva responsabilidad, tiene la seguridad de que encontrará compañeros con los que compartirla, pero también que, en su interior, siempre se sentirá solo.
Lo más notable de este epílogo es que la importancia y las consecuencias de lo que acaba de ocurrir, afloran sin estridencias en lo que no es sino una conversación corta entre dos personas, un millón de años después de la destrucción de la galaxia que ellos mismos propiciaron. No hay desfiles, fanfarrias, alharacas, explicaciones ni justificaciones. Por no haber, no hay siquiera una resolución para el arco de quien había ido erigiéndose como el protagonista carismático: Vanth Dreadstar. Al contrario, la saga termina en un lugar pequeño, anónimo y solitario, sin siquiera la certeza de que lo que se hizo fue lo correcto. Lo único que hay es una sensación de fin de ciclo. Para Starlin y Vanth había llegado el momento de seguir adelante.
(Continúa en la siguiente entrada)
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