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martes, 12 de febrero de 2019
1978- LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS - Philip Kaufman
La mayoría de los remakes, por definición, carecen de sentido: si la película original funcionó bien, ¿para qué tratar de replicarla?; y si ocurrió lo contrario, ¿por qué volver a hacer un film que a nadie le interesó? La mayoría de los remakes se justifican tratando de narrar la misma historia de forma que el público contemporáneo pueda comprenderla mejor o identificarse más fácilmente con las situaciones o personajes. Para ello se recurre a actores más conocidos en el momento, una producción más cuidada y mensajes y referencias a tono con la época, pero esto no deja de ser filisteísmo cultural. En el fondo, la única razón válida para hacer un remake es volver a explorar y redefinir el subtexto del original. Y en este sentido, el remake de “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” (1956) es todo un éxito.
“La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” es probablemente una de las mejores películas de Ciencia Ficción de los años cincuenta, opinión compartida por muchos críticos y especialistas del género. Por tanto, no era una obra fácil de emular ni cómoda para cotejarse con ella. Sin embargo, “La Invasión de los Ultracuerpos” es uno de esos escasos ejemplos de remake que puede resistir la comparación con el original y, probablemente y de no haber existido éste, muchos la habrían considerado casi como una obra seminal. De hecho y como afirmó una de las actrices intervinientes, Verónica Cartwright, no se trató tanto de un remake como de una continuación de la antigua película.
Unas esporas procedentes del espacio exterior caen en San Francisco, echando flores tan bonitas que la gente se las lleva a sus casas. Elizabeth Driscoll (Brooke Adams), analista de laboratorio del Departamento de Salud del ayuntamiento, siente que su novio, Geoffrey (Art Hindle), no es él mismo: se comporta y habla de forma extraña. Elizabeth confiesa su inquietud a un colega del trabajo, Matthew Bennell (Donald Sutherland). Éste, pensando que ella sufre algún tipo de desarreglo mental, la presenta a un psiquiatra y escritor amigo suyo, el doctor David Kibner (Leonard Nimoy), quien insiste en que se trata de una dolencia moderna propia de los cambios en las relaciones de pareja.
Sin embargo, Matthew encuentra más casos como el de Elizabeth y cuando dos amigos suyos, Nancy (Verónica Cartwright) y Jack (Jeff Goldblum) encuentran en la sauna que regentan un extraño cuerpo humanoide pero sin rasgos definidos, se da cuenta de que algo extraño está pasando. No tarda mucho en averiguar que unas vainas alienígenas están duplicando los cuerpos de humanos mientras éstos duermen, destruyendo luego el original. Los nuevos seres conservan los recuerdos de su modelo pero ninguna de sus emociones y su intención es reemplazar por completo a la especie humana. Matthew, Elizabeth, Nancy y Jack tratan de rebelarse ante la invasión y escapar de la asimilación.
En los años por venir W.D.Richter firmaría guiones tan famosos como los de “Brubaker” (1980) o “Golpe en la Pequeña China” (1986), pero a mediados de los setenta tan sólo contaba con un puñado de comedias ligeras en su haber. A requerimiento de Warner Brothers, escribió el primer borrador de “La Invasión de los Ultracuerpos” ya que el estudio quería hacer un remake de bajo presupuesto de la antigua película y no pedía nada más que una reescritura de aquélla. Pero el enfoque de Richter no les debió convencer porque finalmente decidieron abandonar y el proyecto pasó entonces a United Artists, que asignó al joven Philip Kaufman como director.
Kaufman y Richter evitaron caer en la fidelidad absoluta al film original o siquiera el libro de Jack Finney y en cambio optaron por analizar el mensaje que subyacía bajo la superficie de esas obras y actualizarlo a la época contemporánea.
En la década de los cincuenta, la imagen que Estados Unidos tenía de sí misma era la de un lugar relativamente provinciano, acogedor y no muy grande, estructurado a base de pequeñas comunidades en las que lo peor que podía suceder era que la sensación de seguridad reinante fuera quebrada por la intrusión de algo ajeno. A menudo se ha interpretado la película original como una alegoría del miedo de la sociedad a todo aquello que queda fuera de sus rígidos y conservadores límites (El propio director, Don Siegel, declaró que lo que se atacaba era el creciente conformismo social y político que se detectaba en el pueblo americano). Pero en la década de los setenta esa misma sociedad había cambiado de forma radical, urbanizándose y transgrediendo los valores tradicionales (irónicamente, lo mismo que tanto temía la película original). Mucha gente se sentía insegura y confusa ante esas transformaciones.
Así, al trasladar la acción desde Santa Mira, una pequeña comunidad ficticia de California, al gran y muy real San Francisco, “La Invasión de los Ultracuerpos” se convierte no sólo en una historia de mayor alcance (la amenaza es mucho más peligrosa) sino en una metáfora de la alienación urbana y el anonimato en los que viven sus habitantes. Las inquietantes imágenes que nos ofrece no son aquellas que muestran lo familiar y acogedor transformado en algo frío e irreconocible sino la de gente tan atribulada y absorta en sí misma que no detecta que los extraterrestres están apoderándose de la ciudad, que sus conciudadanos se han convertido en seres carentes de emoción.
Cuando uno de los personajes dice “Mi marido no es él mismo”, significa algo distinto a la película original. El psiquiatra David Kibner explica pacientemente que esa sensación proviene de una sociedad en la que las relaciones interpersonales se consideran desechables, que en realidad lo que ocurre es que ya no quieres estar con esa otra persona y tu mente procesa ese deseo culpable haciéndola parecer extraña, ajena. Aún peor, la alienación urbana ha pasado a ser la norma hasta tal punto que en un momento determinado Elizabeth exclama: “Veo a esa gente, todos reconociéndose los unos a los otros. Se transmiten algo, algún secreto. Es una conspiración”. Esto es, el contacto cercano de la gente, la reunión de varias personas, se ve como algo extraño y peligroso y las autoridades hacen oídos sordos a lo que ocurre, por incompetencia o maldad; todo lo cual, en cierta forma, constituye una inversión del mensaje de la película de los cincuenta.
En resumen, mientras que la película original exploraba la pérdida de identidad individual y lo terrible que era renunciar a las emociones, esta nueva versión se centra en la idea de que los alienígenas no están infligiéndonos nada que no estemos haciéndonos ya a nosotros mismos, que el cambio que están ejerciendo sobre las anónimas y vacías existencias de la mayoría de la gente ya lleva tiempo produciéndose y que todo lo que esos seres hacen es acelerarlo y completarlo. De hecho y al final de la película, con la invasión finalizada, no parece que la vida cotidiana de San Francisco haya experimentando demasiados cambios.
La película original, rodada en blanco y negro, tenía ese aspecto visual frío y próximo al documental tan característico de muchas películas de ciencia ficción de los cincuenta. El director, Donald Siegel, optó por esa aproximación para emular la intensidad visual del cine negro e ir aumentando la tensión hasta llegar a la paranoia extrema. Philip Kaufman prefirió otro estilo: el de la cámara en continuo movimiento, siempre ocupada en captar algo de importancia. También va incrementando el suspense y la sensación de paranoia casi surrealista, pero de forma más sutil e indirecta. En una escena, Geoffrey, que de la noche a la mañana se transforma en un individuo estirado de aspecto impecable, impasible y de extraño proceder, recoge y lleva hasta el camión de la basura una pelusa grisácea que resultan ser los restos humanos del auténtico Geoffrey tras haber sido copiado por la vaina alienígena, algo de lo que sólo nos enteramos más avanzada la película. También utiliza la cámara y el montaje para inquietar al espectador, por ejemplo, con planos que encuadran pasillos a distancias y ángulos extraños; gente observando desde la esquina del plano o personas devolviéndose las miradas, como si poco a poco la cámara fuera adoptando un punto de vista más insólito, más alienígena. Como la secuencia en la que Matthew va pasando de un teléfono a otro durante todo el día, cada vez más desesperado por obtener ayuda en una ciudad que le ignora.
Una vez la película se instala en el terror y la paranoia, Kaufman sigue los pasos de Siegel y adopta la iluminación y ritmo propios del género negro clásico, pero sin abandonar nunca el tono realista. Toda la película se desarrolla en un entorno cotidiano pero rodado con una fotografía de colores deliberadamente apagados: edificios gubernamentales, casas de los suburbios, las avenidas y parques del centro, el puerto…
(ATENCIÓN: SPOILER) A finales de los setenta, ya no era necesario contentar al público con finales felices, ni siquiera meramente optimistas. En las más de dos décadas transcurridas desde el estreno del film original, los americanos habían visto el asesinato de uno de sus presidentes y la dimisión de otro; pasado por una guerra impopular y sangrienta que dividió al país; visto y padecido revueltas raciales; asistido al asesinato de personalidades políticas y jóvenes activistas... Claro que a la gente le seguían gustando los finales felices, pero si no se encontraban con ellos al final de una película podían asumirlo y entenderlo. “El Planeta de los Simios” (1968), “El Último Hombre…Vivo” (1971), “Cuando el Destino nos Alcance” (1973) o “Carrie” (1976), por nombrar sólo algunos ejemplos dentro del género fantacientífico, se atrevieron a violar la fórmula tradicional de Hollywood cautivando así al público.
Así, para cuando la gente acudió a ver “La Invasión de los Ultracuerpos” y Matthew y Elizabeth huyen para salvar sus vidas en el último tercio, ya no se podía tener la seguridad de que fueran a conseguirlo. Quien conociera la película original, sabía que ella estaba destinada a morir, pero los últimos momentos del film sí dejaron descolocado a todo el mundo: mientras finge ser uno de los extraterrestres Nancy ve a Matthew en la calle. ¡No está sola! Se acerca a él y le habla, y entonces, Matthew la mira con una expresión terrorífica y abre la boca para lanzar el aullido característico de las vainas indicando que ha encontrado a otro humano sin convertir. Es un final aún más pavoroso que el de la película original y mucho más impactante. Aquí no había rescate en el último minuto; el gobierno o el ejército no aparecerían para solucionar el problema y ninguna inesperada enfermedad aniquilaría al invasor. La seguridad en nosotros mismos había desaparecido. Los extraterrestres somos nosotros, nuestros alter-ego. No hay esperanza. (FIN SPOILER).
Aprovechando la nueva sensibilidad del público, Kaufman puede rodar una película nada complaciente, recreando algunas escenas del viejo film y añadiendo otras, muy efectivas, de cosecha propia. Una de las que funcionan mejor aquí que en la clásica es aquella en la que Matthew y Jack van dándose cuenta de que el cuerpo deforme tendido sobre la losa de masajes de la sauna es idéntico al segundo: sangra cuando lo hace Jack y, para sobresalto general, abre los ojos cuando Nancy se le acerca, cerrándolos segundos después cuando Jack despierta de su antinatural sueño. El momento más espeluznante llega cuando Matthew dormita por la noche en su jardín y las cuatro vainas que le rodean empiezan a replicar su cuerpo y el de sus amigos, escupiendo las deformes masas de carne con sonidos inquietantes y rodeando a Matthew con sus zarcillos (los muy notables efectos especiales y de maquillaje corrieron a cargo de Tom Burman y Eduoard Henriques). La madurez de la sociedad y el cine de CF puede verse también en otros detalles. La desnudez del cuerpo se muestra abiertamente y escenas tan violentas como cuando Matthew destroza con una azada el rostro de un ser-vaina hubieran sido inimaginables en los años cincuenta.
W.D.Richter escribe un guión abundante en desasosegantes diálogos, como cuando el jefe de Elizabeth le dice “No entiendo por qué estás tan sensible con esa pequeña flor”, sugiriendo que ya es uno de los seres alienígenas. Algunas de las frases de la escena en la que el psiquiatra extraterrestre se encara con Matthew y Elizabeth en la oficina, son asimismo muy turbadoras. Todo ello se mezcla con abundantes referencias más o menos paródicas a la cultura popular y la actualidad de la época. Así, el matrimonio de Nancy y Jack Belicec reúnen muchas de las chifladuras de moda entonces: baños de barro, ponerle música a las plantas, la angustia existencial del poeta comprometido… Hay alusiones al libro “Mundos en Colisión” de Velikovsky y las teorías de Erich Von Daniken. La secuencia de apertura plantea la ya desacreditada teoría del origen de la vida en la Tierra a partir de formas de vida que flotan por el espacio. El psiquiatra que interpreta Leonard Nimoy era en la película de los cincuenta una figura resolutiva y de autoridad. En los setenta se ha actualizado como escritor famoso especializado en autoayuda y con un punto hippy que convence a la gente de que está imaginando sus paranoias mediante el uso de clichés buenistas y psicología de baratillo. Es muy significativo que nunca se sepa en qué momento el psiquiatra ha sido convertido: sus palabras y mensaje bien podrían pertenecer tanto al profesional humano como al invasor extraterrestre. Otros guiños más directos son los cameos de Kevin McCarthy y Don Siegel, protagonista y director respectivamente de la película original, que dan así tácitamente su visto bueno al remake.
Posteriormente a esta película se han hecho otros dos remakes, ninguno de los cuales ha igualado a los dos films precedentes. “Secuestradores de Cuerpos” (1993), de Abel Ferrara, trasladaba la acción a una base militar, lo cual no es un acierto: si ambientas la historia en un entorno en el que todo el mundo se espera que acepte y obedezca órdenes, ¿cómo pueden distinguirse los extraterrestres?. Más decepcionante aún fue “Invasión” (2007), dirigida por Oliver Hirschbiegel, el realizador alemán responsable de las muy notables “El Experimento” (2001) o “El Hundimiento” (2004). A pesar de la participación en los papeles principales de estrellas como Nicole Kidman o Daniel Craig, los ejecutivos del estudio (a su manera tan tóxicos para la individualidad creativa como las vainas extraterrestres de la película que nos ocupa) insistieron en darle a lo que era básicamente una película lenta de suspense el ritmo de una de acción y encima con final feliz. El estudio (Warner Bros) estaba menos interesado en la historia que se narraba que en dar al público lo que quería y como resultado, el respetable no quiso ni acercarse. El fracaso financiero fue brutal.
Por mucho escepticismo con el que los fans de la película original recibieran inicialmente este remake, “La Invasión de los Ultracuerpos”, fue uno de esos raros casos en los que sus autores supieron igualar en calidad a su referente. Al mismo tiempo que reconoce su deuda con aquélla, también sabe beber de su propio tiempo y establecer una identidad diferenciada explorando la paranoia y la alienación reinantes en la vida moderna. Una película que mezcla el suspense, el terror y la ciencia ficción en un guión bien escrito y llevado a la pantalla con inteligencia, demostrando así que no son necesarios grandes presupuestos ni efectos especiales llamativos para mantener al espectador pegado a la butaca y recuperar con creces la inversión (sobre un presupuesto de 3.5 millones se recaudaron 25 millones sólo en Estados Unidos).
Esta peli es buena. La he visto varias veces y sigue funcionando, consigue angustiarte.
ResponderEliminarDesde luego la original es una maravilla, pero como bien dices esta nueva versión es otra joya. Que sigue muy vigente hoy día.
ResponderEliminarUn saludo