jueves, 22 de diciembre de 2022

1977- Y MAÑANA SERÁN CLONES – John Varley

 

Vivimos en un planeta que tiene fecha de caducidad. Un día, la Tierra morirá, o explotará, o se tornará incompatible con la vida humana…  Y si tenemos suerte, nosotros ya no estaremos aquí para verlo. Por supuesto, la ciencia ficción ofrece un abundante surtido de historias en las que nuestra especie abandona una Tierra muerta o inhabitable. No voy a extenderme aquí en las razones por las que podría llegarse a esa situación –de hecho, cada una constituye un sub-subgénero del apocalíptico-, pero de entre todas ellas, una de las menos plausibles pero más atractiva desde el punto de vista dramático, es la invasión alienígena.

 

Los extraterrestres atesoran una larga tradición –hasta donde sabemos, sólo en la CF- de invasores de la Tierra. En algunas de esas ficciones, los humanos no podemos hacerles frente y no nos queda otra opción que retirarnos. En la película de animación “Titan A.E.” (2000), por ejemplo, algunos humanos consiguen escapar de los invasores Drej haciendo explotar el planeta y convirtiéndose en marginados para el resto de las civilizaciones galácticas. En “La Forja de Dios” (1987), de Greg Bear, la Tierra acaba destruida por una facción de los alienígenas, aunque otra más benevolente ayuda en la evacuación de parte de los humanos. Otro insigne ejemplo de un escenario tal es la novela que ahora traigo aquí y cuyo título original es “The Ophiuchi Hotline”.

 

John Varley, una de las grandes esperanzas de la ciencia ficción norteamericana durante los años 70 (se le llegó a calificar como “el nuevo Heinlein”), empezó a dejar su marca en el género con una serie de cuentos originales y bien escritos publicados en diversas cabeceras. “Y Mañana Serán Clones” fue su primera novela y hoy un clásico menor de su época además de ser la más importante narración de una Historia del Futuro creada por él y conocida como “Los Ocho Mundos”.

 

En el año 2050, invasores de otra galaxia entran en el Sistema Solar y se apoderan de Júpiter y la Tierra. Su propósito es establecer contacto con otras especies inteligentes a su altura… lo que desgraciadamente para nosotros no incluye a la especie humana. Lo único que les interesa en la Tierra son las ballenas y los delfines, mientras que los humanos son vistos como meras alimañas. Aunque no persiguen la extinción específica del ser humano, arrasan cualquier estructura moderna producto de nuestra civilización, revertiendo la superficie a un estadio pre-humano y provocando una pavorosa hambruna que acaba con diez mil millones de personas. Para entonces, los humanos ya se habían establecido en la Luna y otros planetas y satélites. Estas colonias, al perder el apoyo de la Tierra, han tenido que aprender rápidamente a sobrevivir con sus propios recursos. Por el momento, los humanos son para los alienígenas como las ardillas para nosotros: una parte del paisaje que se puede dejar en paz mientras no se convierta en una molestia que requiera una limpieza más definitiva.

 

La supervivencia y progreso en los Ocho Mundos durante los siguientes cuatrocientos años fue posible gracias a las transmisiones que durante todo ese tiempo realizó un segundo grupo de alienígenas misteriosos, aparentemente localizados en la constelación 70 Ofiuco, a diecisiete años luz, enviando en ellas una inmensa cantidad de avanzados datos científicos. La mayor parte de la información ha sido indescifrable, pero lo que sí se ha podido comprender se ha convertido en la base de la mayoría de los avances tecnológicos de ese periodo y el bienestar en el que ahora viven los descendientes de los exiliados terrestres.

 

Los humanos han podido, por ejemplo, construir hábitats espaciales en diversos puntos del Sistema Solar, inaccesibles con una tecnología inferior, dar pasos de gigante en los viajes espaciales y hacer de la manipulación genética y las modificaciones biológicas algo tan cotidiano y sencillo como cambiarse de ropa. Aún más, ahora se puede descargar digitalmente la consciencia en un cuerpo clónico; o puede cambiarse de sexo tan fácilmente como de apariencia. El color de la piel, la altura o el peso son preferencias estéticas y no imposiciones de la genética. Todos los niños se educan con un profesor particular y exclusivo, lo que hace de esa profesión una actividad muy demandada.

 

“Y Mañana Todos Clones”, junto al resto de los trece cuentos que conforman el ciclo de los Ocho Mundos (centrados en personajes de la novela pero ambientados antes de los acontecimientos que narra ésta) componen el mosaico de una sociedad que, en algunos aspectos, lleva una existencia segura y cómoda; pero que en otros, baila al borde de la decadencia y el abismo. La mayoría de quienes habitan las colonias son gente poco ilustrada, sin educación ni aspiraciones, promiscua y conformista. Existe la tecnología que permitiría emprender misiones interestelares, pero nadie se plantea viajar más allá de medio año luz. Pero es que, además, la vida en el espacio, en hábitats localizados en planetas, lunas y asteroides donde no hay atmósfera respirable ni presión suficiente para nuestra subsistencia, es peligrosa; por no hablar de los Invasores, de los que nada se sabe y que pueden decidir en cualquier momento exterminar definitivamente a los humanos dispersos por el sistema.  

 

Sobre ese marco de fondo, que se va describiendo conforme avanza la acción principal, la trama arranca cuando la doctora Lilo Alexandr-Calypso, una brillante genetista condenada a muerte por llevar a cabo experimentos ilegales con ADN humano, es salvada en secreto por el Jefe Tweed, expresidente de los Ocho Mundos y ahora uno de sus ciudadanos más ricos. Tweed, astuto, maquiavélico, egocéntrico, manipulador y sin escrúpulos, es quien financia en la sombra el movimiento de Tierra Libre, que pretende expulsar a los Invasores y retomar el planeta para los humanos. Se dedica a salvar clandestinamente a sentenciados a muerte definitiva (esto es, sin derecho a traspasar su consciencia a un cuerpo clónico) con cualificaciones especiales para obligarles a cambio a trabajar para su causa.

 

Pero Lilo es inteligente, valerosa y rebelde. No quiere servir a nadie, pero Tweed utiliza un chantaje muy eficaz para someterla: descarga en un clon de ella su última actualización de consciencia y le ofrece a la Lilo original la alternativa de ser ella o el clon quien muera. Lilo elige esto último –lo cual, de por sí, es traumático: condenar a muerte a un duplicado de uno mismo- pero en los meses sucesivos sigue intentando escapar de las garras de Tweed. Cada vez, es atrapada, ejecutada y “reinstalada” a continuación en un nuevo clon de sí misma.  

 

Esperando mejor oportunidad, Lilo finge resignarse y es enviada a Poseidón, una de las muchas lunas de Júpiter, ahuecada y habitada por una colonia de reclusos de la que nadie excepto Tweed sabe nada. Éste se las ha arreglado para que la colonia dependa de los suministros que él envía clandestinamente. Si el gobierno de los Ocho Mundos tuviera noticias de ese lugar, habitado solo por “aberraciones genéticas”, los aniquilaría, ya que todos habían sido condenados a muerte. A Lilo no le gusta el trabajo que allí le asignan y que consiste básicamente en realizar experimentos que conduzcan al descubrimiento de alguna forma de matar a los Invasores.

 

Mientras tanto, se ha recibido una nueva transmisión de Ofiuco que, alarmantemente, parece ser una factura por los siglos de información científica suministrada. Lo que estos alienígenas estén dispuestos a hacer para cobrarse ese servicio -que los humanos siempre prefirieron creer que era un donativo-, asusta a cualquiera y uno de los clones-Lilo decide, acompañada por un excéntrico grupo que ha ido reuniendo en torno a sí a lo largo de la historia, averiguar quién se esconde tras esa transmisión y qué quiere como pago. Por otra parte, entra en juego un clon de Lilo que, en previsión de que fuera arrestada por las autoridades –como así ocurrió- ésta ocultó tiempo atrás en una base secreta en órbita de Saturno, debiendo ser despertado y “cargado” con una copia de seguridad de sus recuerdos en la eventualidad de su muerte por un peculiar “amigo” suyo que vaga libre por el espacio.

 

No revelaré mucho más porque merece descubrirse esta trama llena de aventuras, giros y revelaciones en la que llegan a convivir hasta tres clones de Lilo dispersos por el Sistema Solar, con recuerdos, iniciativas y experiencias diferentes.

 

“Y Mañana Serán Clones” fue nominada en su momento a un premio Locus. Y no le faltaron motivos para tal honor porque es una obra entretenida, original, extraña y repleta de ideas interesantes, incluso vanguardistas. Aunque el libro fue escrito en 1977, su lectura no chirría hoy en día. No sólo su protagonista es una mujer brillante, inteligente y arrojada (por no hablar de su bisexualidad y la flexibilidad que en ese futuro existe respecto al género y el sexo), sino que algunos de los conceptos se adelantaron al ciberpunk que llegaría siete años después, como el almacenamiento digital de las consciencias y su descarga en cuerpos clónicos.

 

Como ya he dicho, la tecnología genética y de clonación permite modificar el propio cuerpo de formas extrañas y grotescas, desde cambiar de sexo a añadirse extremidades pasando por diseñar trajes espaciales que incluyen la sustitución de los pulmones naturales por otros artificiales que permiten sobrevivir a cambios de presión en el espacio o entornos hostiles en otros planetas; los árboles y plantas dan frutos con sabor a carne; los humanos pueden combinarse simbióticamente con otras especies, como el amigo de Lilo, Parámetro-Solsticio, un humano fundido en una vaina alienígena que flota libre y autonómamente por el espacio cercano a Saturno aprovechando las débiles corrientes solares… Los entornos, ya sean las cavernas y túneles de Poseidón, las nuevas tierras vírgenes de la Tierra habitada por hombres primitivos o los constructos virtuales propios de Disneylandia de los que se rodea Tweed para engañarse con la ilusión de que aún vive en la Tierra, son coherentes con la propia lógica de los acontecimientos y le dotan a cada capítulo de su propia atmósfera.

 

Los aspectos sociológicos y psicológicos de la aventura, aunque no muy profundamente, se describen lo suficiente como para que el lector se haga una idea clara de sus dinámicas. Por ejemplo, en una sociedad en la que los recuerdos se descargan en un ordenador y luego se implantan en un nuevo cuerpo clónico, los asesinatos tienen la consideración de faltas contra la propiedad (idea que, por ejemplo, retomaría Richard Morgan en “Carbono Alterado”, 2002). En cambio, en una sociedad reducida a una mínima fracción de su tamaño en la Tierra, obligada a vivir confinada en entornos artificiales y con una esperanza de vida en principio indefinida, experimentar con el ADN humano o hacer clones múltiples de un mismo individuo está considerado un crimen capital por la amenaza que supone al acervo genético.

 

Los cambios de género no sólo están permitidos sino que son frecuentes, por lo que la identidad no está conectada con que alguien sea biológicamente hombre o mujer, aunque el género sí continúa conectado con el sexo biológico. Varley no utiliza el cambio de sexo y la ausencia de tabúes sexuales como anzuelo para los lectores más proclives a las fantasías de este tipo. En esa sociedad, son algo corriente y coherente con vidas inmortales. Si vivieras indefinidamente cambiando de un cuerpo clónico al siguiente y conservando tus recuerdos en el proceso, sería perfectamente posible que la gente, en algún momento, optara por probar temporalmente cómo vive “la otra mitad” y cambiara su género. Tampoco a nadie le sorprenden las modificaciones corporales más extrañas y caprichosas. De hecho, en algunos casos no se trata solamente de veleidades estéticas, sino que son incluso convenientes y deseables para desempeñar ciertas profesiones, como astronautas que pasan años enteros en el espacio y que, en ausencia de gravedad, no necesitan todas sus extremidades.

 

No son estas las únicas formas en que la CF de Varley desafió las convenciones de su época, tanto en esta novela como en el resto de narrativas del ciclo de los Ocho Mundos. No sólo rebajó a la especie humana de su pedestal como especie privilegiada del universo, destinada a grandes gestas por la galaxia (en el libro, es barrida de la Tierra con una insultante facilidad por seres mucho más avanzados), sino que también realizó el mismo ejercicio con el género masculino. No se trata de que su protagonista sea una mujer independiente, capaz y valiente (lo que tampoco era a esas alturas una novedad en la CF); ni tampoco que su historia pueda ser calificada de feminista dado que no contempla la existencia de una lucha de géneros. Lo que hace Varley es imaginar un mundo donde esa lucha ya no tiene sentido, en el que discutir sobre el sexo y el género es fútil dado que ambos son fluidos y que la gente puede pasar de uno a otro sin mayores complicaciones físicas o psicológicas. 

 

Además de lo convincentemente que describe la mecánica orbital y las dinámicas del movimiento en el espacio, otro aspecto a destacar de la novela sería su final. “Y Mañana Todos Clones” hila las hebras de su historia para presentar una conclusión que despierta el sentido de lo maravilloso.

 

(ATENCIÓN: SPOILER) En la última parte del libro, se descubre que la emisión de datos no proviene de Ofiuco sino de una especie de nómadas espaciales conocidos como Traficantes, que establecieron una base permanente a sólo medio año luz del sistema solar con la intención de intercambiar su enorme volumen de conocimiento científico por nuestra cultura humana, que pretenden asimilar al haber perdido la suya tras milenios de vagabundeos galácticos y mestizajes con otras especies. También revelan a los humanos dispersos por el Sistema Solar que los intentos de algunos grupos, como el de Tweed, de reconquistar la Tierra desarrollando armas de enorme poder destructivo, son fútiles. Los Invasores son demasiado poderosos y sofisticados como para ser vencidos. La única esperanza de la Humanidad es la de viajar hacia el centro de la galaxia buscando una nueva vida en otro sistema estelar, un proyecto que comienza justo cuando el libro termina (FIN SPOILER)

 

Ningún libro puede terminar de forma que satisfaga a todo el mundo y la elección de Varley puede que no sea para todos los gustos, pero quienes valoren las ficciones que se escapen de lo formulaico, probablemente sabrán apreciarlo. 

 

Hay otros aspectos en la novela que son mejorables. Por ejemplo, la caracterización. Lilo es un buen personaje pero no muy bien definido. De vez en cuando, el autor nos permite entrar en sus pensamientos, pero el lector nunca llega a acercársele lo suficiente como para que le importa de verdad lo que le suceda. No ayuda, además, que a no mucho tardar ya no exista una Lilo “verdadera”, sino tres clones diferentes con otras tantas actitudes respecto a las situaciones que deben afrontar.

 

Por otra parte, el ritmo no siempre fluye como sería deseable, algunas transiciones son un tanto bruscas y de vez en cuando la trama se torna un poco confusa a causa de los saltos temporales y los diferentes clones de Lilo. Pero estas debilidades, primero, son disculpables en una obra larga de debut; y, segundo, no empañan sus virtudes, a saber, una lectura emocionante, inmersiva y suficientemente rica en ideas originales como para satisfacer al aficionado a la CF. Que el camino que seguía Varley era el correcto lo demuestra que sólo un año después, ganó los premios Hugo y Nebula por “La Persistencia de la Visión”.

 

“Y Mañana Todos Clones” no es una novela frecuentemente citada ni tiene la consideración de clásico imprescindible. Como he dicho, Varley mejoraría pronto como autor y daría al género obras más importantes, pero este debut merece ser recuperado y disfrutado, especialmente por los muchos aficionados que arrastra el ciberpunk, quienes encontrarán aquí muchos de los tropos de ese subgénero mezclados con otros propios de la space opera y las ficciones de invasiones alienígenas. De hecho, es una mezcla de novela de viajes (las descripciones de los diferentes lugares del Sistema Solar al que llegan los clones de Lilo y donde se han establecido sociedades humanas bastante diversas), thriller de conspiración (los tejemanejes del Jefe Tweed y su organización clandestina para eludir la vigilancia de las autoridades y llevar a cabo su misión de recuperar la Tierra) y misterio (todo lo relacionado con los enigmáticos alienígenas de Ofiuco y sus intenciones), adornado con toques bien pensados de transhumanismo ciberpunk.

 

Por todo ello, aunque escrita a mediados de los 70 del pasado siglo, en un momento en el que tras el alunizaje de 1969 parecía que la siguiente frontera iba a ser la colonización del Sistema Solar, “Y Mañana Todos Clones” fue una obra adelantada a su tiempo en su retrato de una sociedad humana del futuro no anclada ni a la Tierra ni a nuestras nociones actuales de género o psique unida indisolublemente a la biología de los cuerpos con los que nacemos. Aunque trascendió su época, también es cierto que no sintoniza exactamente con las sensibilidades modernas y el conocimiento que hoy tenemos de la naturaleza de nuestro Sistema Solar (mucho menos habitable de lo que soñaba la CF clásica), pero sus fallos en este sentido son tan interesantes como sus aciertos y solo por ello ya merece la pena su lectura. En sus escasas doscientas páginas hay ideas suficientes como para que un autor moderno construya una saga entera de novelas y el ritmo es tan rápido que el lector no tiene tiempo para darse cuenta de lo forzados que son ciertas situaciones.

 


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