(Viene de la entrada anterior)
Curiosamente, a pesar de la inflexibilidad que mostró 20th Century Fox en lo que respecta a la apariencia de Taylor en las viñetas, su sensibilidad respecto a las extravagancias que fue introduciendo Doug Moench en el nuevo material que se publicó a lo largo de los 29 números que duró la revista fue mucho mayor. Las historias con material original que complementaban las adaptaciones de las películas eran de lo más extrañas no sólo en los desvíos e incluso incoherencias que suponían respecto a las versiones fílmicas, sino que abordaban temas polémicos probablemente alejados de las expectativas del estudio.
Ya fuera por capricho o por exigencias de las fechas de entrega, Moench de vez en cuando sustituía este serial de apoyo, “Terror en el Planeta de los Simios” (números 1-4, 8, 11, 13-14, 19-20, 23, 26-28) por otras narrativas autónomas, como “La Pesadilla de la Evolución” (nº 5), “El Reino de la Isla de los Simios” (9-10, 21), “Crónicas de la Historia del Futuro” (12, 15, 17, 24, 29) y “La Búsqueda del Planeta de los Simios” (en dos partes en el nº 22). La mayoría de esas historias fueron dibujadas o bien por Mike Ploog o bien por Tom Sutton. Ploog, con su estilo modelado por su paso por el taller de Will Eisner, dotó a las viñetas de barrocos decorados y un sólido trabajo de línea que dio a sus páginas una atmósfera evocadora, casi de pesadilla.
Sutton, por su parte, debutó en la revista en el número 12 con una entrega de “Crónicas de la Historia del Futuro” y luego sustituyó a Ploog en “Terror”. Como su predecesor, aprovechó el tono de las historias, el blanco y negro y el formato de página superior al del comic book, para saturar sus ilustraciones de detalles.
Pero fue sin duda Ploog quien mejor recuerdo dejó entre los aficionados a la saga. Como otros grandes del comic (Corben, Eisner, Wrightson), tenía un estilo a mitad de camino entre el realismo y la caricatura con el que sabía transmitir desasosiego. Pero es que, además, era un gran narrador que le ahorraba a Moench el utilizar más palabras de las necesarias, algo que se nota, por ejemplo, en la menor cantidad de cartuchos de texto de apoyo que tenían estos comics en relación a otros de la misma época escritos, por ejemplo, por Don McGregor, Roy Thomas o Steve Gerber.
Tan buena fue la química entre Moench y Ploog, que el primero creó un personaje secundario –pero importante- para “Terror en el PS” basado en su colega. Según él mismo recordaba: “Michael J. Ploog, el hombre, puede no ser particularmente alto pero es un personaje más grande que la vida misma, con ojos centellantes, una gran barba y una aún más grande y escandalosa risa. Es nativo de Wyoming. Fue marine. Montaba caballos salvajes. Con solo mirarlo, podías imaginarte que había sido otras 50 cosas, desde ladrón de cajas fuertes a chef, antes de convertirse en artista”. Así que, inspirándose en Ploog y en la serie de televisión “Davy Crockett”, Moench creó a dos pintorescos personajes que navegaban en un bote por el río, uno humano y otro simio, siempre enzarzados en cariñosos intercambios de pullas; gente dura pero auténtica, que saboreaba la vida y arrollaban a los demás con su personalidad; amantes de la paz pero dispuestos a pelear hasta el final cuando fuera necesario: “Pólvora” Julius (el trasunto de Ploog) y Steely Dan (en clara alusión al grupo de jazz-rock de los 70, entonces aún lejos de la fama que amasarían).
En estos seriales, emancipado de las cadenas de continuidad de las películas y sin tener que compartir las tareas de escritura con otros profesionales ni haber heredado el trabajo previo de un colega, Moench se sintió completamente libre para hacer y deshacer a su antojo en la mitología de la saga. Era una gran responsabilidad para un hombre que, como veremos, ni siquiera había tenido el interés suficiente por estas películas como para ir a verlas todas al cine. Y, sin embargo, resultó ser una opción eficaz, quizá la mejor posible.
Uno de los momentos más memorables de Moench en la serie llegó, dentro del serial “Terror en PS”, en el número 19 (abril 76), con una escena de la historia “Demonios del Psicodromo” en la que aparecían una humana y un simio besándose abrazados. En aquel momento de la cultura americana, apenas se había asentado el polvo levantado por la lucha por los derechos civiles de los 60 y las relaciones interraciales seguían sin estar aceptadas en muchos círculos sociales. Moench había tenido varias novias de color así que, personalmente, no daba importancia a esa diferencia, pero al convertir sus guiones para PS en una alegoría racial, sabía perfectamente lo que estaba haciendo y la polémica que podía suscitar. Para él, una escena semejante –dibujada por Ploog con tintas de Sutton para que resultara particularmente impactante- no era más que un dedo señalando la dirección hacia donde estaba dirigiéndose la sociedad americana: “Aunque el zeitgeist aún no había alcanzado una completa iluminación y tolerancia, estaba al menos apuntando hacia el único estado mental que tenía sentido, uno cada vez más libre de odio superfluo (…). Resultó que mi optimismo estaba claramente teñido de una más que generosa dosis de bendita ignorancia. Sabía que aún estaban en juego fuerzas oscuras, pero las había subestimado. Mirando hacia atrás, me avergüenza lo ingenuo que era”.
Dejando aparte sus nada sutiles alegorías raciales (que incluían simios encapuchados a caballo que portaban antorchas y amedrentaban y asesinaban a humanos), hay que admitir que buena parte de las historias que escribió Moench para “Terror” exigían del lector un esfuerzo de suspensión de la incredulidad superior a lo habitual. Siglos después de lo narrado en la última película –donde simios y humanos parecían haber alcanzado cierta coexistencia pacífica- la Tierra se ha vuelto a convertir en un lugar repleto de extraños seres y maravillas aún por descubrir por unos humanos y simios que ocupan sólo una parte muy pequeña de ese mundo. Así, Moench recupera el espíritu pulp del subgénero de mundos perdidos mezclando alocadamente todo tipo de tropos de las aventuras fantacientíficas: enormes cerebros parlantes con aspiraciones a conquistadores del mundo que se sirven de ejércitos de drones genéticos; simios voladores, “neandertales” y anfibios; alucinaciones provocadas por las drogas; híbridos de simios y humanos; criaturas mutadas por la radiación; alienígenas; simios-vikingos….
Sorprendentemente, su heterodoxia no encontró resistencia por parte del editor, Archie Goodwin, quien sólo le hizo cambiar el título de una historia por lo demás muy estimable, publicada en el nº 14 (noviembre 75). Lightsmith era un chamarilero charlatán que recorría el mundo en su carro de vapor proclamando las maravillas del progreso y diciéndose conocedor de los misterios de la cultura y la tecnología de los ancestros. Su refugio secreto estaba en el interior del Monte Rushmore, dentro de la cabeza de uno de los presidentes que conforman el monumento. Allí guardaba los objetos recolectados durante sus vagabundeos, desde latas de sopa a señales de tráfico o linternas, artefactos cotidianos para nosotros pero tratados e interpretados como tesoros por la imaginación de su nuevo dueño. Pues bien, la entrada a este lugar, que, digamos, era el cerebro del Abraham Lincoln de piedra- se realizaba subiendo por el interior de la nariz de la estatua. Y Moench, con mucha sorna, lo tituló “Up the Nose-Tube to Monkey Junk”, que podría traducirse como “Hacia arriba por el Tubo-Nariz hasta el Basurero de Monos”.
Moench se creyó muy listo, pero Goodwin se dio cuenta de sus intenciones subversivas al proponer un título con doble sentido. Y es que el editor sabía perfectamente que “junk” era una palabra en argot para “droga”, mientras que esnifar cocaína se estaba convirtiendo ya en algo muy extendido. En cualquier caso, el título definitivo no se alteró tanto respecto al inicial: “Up the Nose-Tube to Monkey-Trash” (que, de hecho, en español se traduce exactamente igual que el anterior).
Por otra parte y como ya ha apuntado, Moench también adaptó para la revista las cinco películas de la saga. En aquella época en la que no existía ningún tipo de formato doméstico en el que proyectar a la carta el cine que uno deseara, sólo había dos opciones de volver a rememorar y experimentar las mismas sensaciones que se tuvieron viendo una película que ya había abandonado los cines: una, cruzar los dedos y esperar a que alguna cadena de televisión la emitiera; la otra, comprar las habituales novelizaciones. Marvel ofrecía con “El Planeta de los Simios” una tercera alternativa porque en sus páginas podían recorrerse las historias narradas en las películas. No eran exactamente trasposiciones literales de escena a escena o plano o plano, pero en cualquier caso sí lo suficientemente fieles como para que la mayoría de los lectores quedaran satisfechos.
Así, “El Planeta de los Simios” se serializó entre los números 1 al 6; “Regreso al Planeta de los Simios”, del 7 al 11; “Huida del Planeta de los simios” del 12 al 16; “La Rebelión de los Simios” del 17 al 21; y “Batalla por el Planeta de los Simios” del 22 al 28. Las dos primeras adaptaciones fueron remontadas, coloreadas e impresas para su distribución en la colección para quioscos “Adventures on the Planet of the Apes”, que duró once números a partir de octubre de 1975.
Aunque resulte chocante, Moench tuvo que escribir la mayoría de esas adaptaciones sin la ventaja de haber visto las películas, al menos recientemente. Las dos primeras las vio en el cine cuando aún vivía en Chicago, mucho antes de mudarse a Nueva York y, desde luego, sin poder imaginar que alguna vez trabajaría para Marvel ni mucho menos llevar esas cintas al lenguaje de las viñetas. Aunque le encantó la primera película y se lo pasó bien con la segunda, las tres últimas no acudió a verlas por haber leído críticas tibias sobre ellas. Y claro, cuando en 1973 le invitan en Marvel a adaptar las cinco películas, se encuentra en una situación comprometida. No tenía forma de revisitar las que ya conocía ni ver por primera vez las que no. Su única esperanza es que mientras se serializaban las dos primeras en la revista, se le presentara la oportunidad de ver las tres últimas o bien en la televisión o bien en algún cine de Manhattan especializado en proyectar películas “antiguas”. Si alguna de estas circunstancias efectivamente se produjo, él no se enteró y al final se vio obligado a trabajar exclusivamente a partir de los guiones, confiando en su memoria visual para las dos primeras y trabajando en el resto completamente a ciegas. Todas las páginas debían ser aprobadas previamente por el productor cinematográfico, Arthur P. Jacobs, sobre todo para que comprobara que, como ya comenté, ninguno de los personajes se pareciera demasiado a los actores.
Aunque esto va a gustos, personalmente no me interesan demasiado las adaptaciones al comic de películas a menos que aporten un factor gráfico muy personal (caso de, por ejemplo, “Atmósfera Cero”, de Steranko; o “Flash Gordon”, de Al Williamson). En este caso concreto, el interés puede residir precisamente en esa dependencia forzosa de Moench de su propia memoria primero y de los guiones después, en lugar de un visionado reciente de los films. Esto dio como resultado, especialmente en el caso de las dos últimas películas, a historias que se distanciaban visualmente de lo que había podido verse en pantalla, incluyendo incluso escenas que nunca llegaron a formar parte del montaje final.
Otra ventaja de estas adaptaciones es que los artistas podían ir un paso más allá de lo que visualmente se había conseguido en el cine, siempre limitado por consideraciones presupuestarias, el estado de la técnica de efectos especiales del momento y la censura. Así, en estas páginas encontrábamos más sangre, los simios son más expresivos y aparecen naves espaciales y planetas explotando en planos que las películas no habían podido permitirse. Los mutantes de “Regreso al PIaneta de los Simios”, por ejemplo, en pantalla se representaban como unos individuos grises y calvos que parecían haber sufrido tiempo atrás graves quemaduras; en los comics, en cambio, eran auténticamente monstruosos, con carne chorreante, ojos saltones y huesos expuestos al aire. Parecían zombis extraídos de un viejo comic de terror de la EC.
Aunque se consideraba a los seriales reunidos bajo el título colectivo de “Terror en el Planeta de los Simios” como el auténtico corazón de la revista, ésta también incluía ocasionalmente historias autoconclusivas de tres páginas (por ejemplo, un humano que no puede caminar y un simio con los brazos paralizados que deben cooperar para sobrevivir); y horribles fotomontajes sin diálogos en los que modelos con maquillaje simio escenificaban pequeñas historias de ocho imágenes. A esto se añadían artículos, entrevistas y reportajes fotográficos centrados en la vertiente audiovisual de la saga. En el primer número, por ejemplo, se incluyó un largo texto sobre el desarrollo y la aplicación del maquillaje y las prótesis; en el segundo, otro sobre la construcción de la ciudad de los simios… Como la publicación de la revista y la emisión de la serie televisiva corrieron paralelas, la mayoría de los artículos versaban sobre ésta: informes desde el set de rodaje, entrevistas con el reparto y el equipo técnico… El conjunto se completaba con una avalancha de anuncios, hoy auténtico tesoro kitsch, desde cursos de kung fu o culturismo a kits de detective pasando por anuncios de otros títulos Marvel o merchandising de los simios.
Por último, es obligada la mención de las espectaculares portadas que sin duda impelieron a muchos lectores a comprar esos comics. Profesionales como Bob Larkin, Earl Norem, Ken Barr y Malcolm McNeill adornaban ese escaparate que es la ilustración de portada con impresionantes ilustraciones que iban desde lo hiperrealista a lo hiperestilizado pasando por lo chocante.
Más allá de esta incursión de Marvel en la saga de El Planeta de los Simios, hubo por entonces otras tres editoriales que tomaron prestados algunos de sus elementos para adornar nuevas colecciones. Además de la mencionada “Kamandi” (que duró unos nada desdeñables 59 números), Atlas/Seaboard publicó “Planet of Vampires” (sólo tres números); y Charlton lanzó “Doomsday+1”, con dibujo de un recién llegado John Byrne (que tuvo una vida de seis episodios, aunque estos fueron luego reeditados a tenor de la fama que acumuló su artista). Gerry Conway, después de su abortada inclusión en la revista de Marvel, sí acabaría escribiendo historias con simios parlantes (junto a otros animales inteligentes) en el cuarto número (abril-mayo 76) de un título futurista de DC: “Hercules Unbound”.
Pero donde se produjo una auténtica fiebre por los simios que dio lugar a una versión en comic bastante extraña fue en Inglaterra.
Poco después de aparecer el número 1 de “El Planeta de los Simios”, en septiembre de 1974 se estrenó en la cadena CBS la serie de acción real del mismo título, un programa que podría haberse prolongado más allá de sus 14 episodios de no haber sido tan elevados sus costes de producción. En Inglaterra, la ITV incluyó en su programación esta serie para los británicos de todo el país –excepto, curiosamente, Escocia, donde no tenía cobertura-. Y cayó como una auténtica bomba. En octubre de 1974, se empezó a editar allí la revista…¡con cadencia semanal! Los fans eran insaciables y Marvel quería satisfacer su demanda lo más rápidamente posible, aunque nadie pareció caer en la cuenta de que no existía todavía suficiente material americano como para sostener esa periodicidad en Inglaterra. La inevitable consecuencia fue que, en cinco meses, las dos revistas habían alcanzado el mismo punto. Ni siquiera las veloces manos de Moench podían mecanografiar guiones a esa velocidad. Se necesitaba más material nuevo, y de forma urgente. Y aquí es donde entra “Apeslayer” (algo así como “Asesino de Simios”.
Killraven, un personaje del que ya hablé en este blog, había nacido en las páginas del serial “La Guerra de los Mundos”, en el título antológico de Marvel “Amazing Adventures”. Se trataba de un híbrido de CF y Espada y Brujería que se ambientaba en un mundo invadido –esta vez con éxito- por los marcianos de H.G.Wells. El protagonista, Killraven, era un luchador rebelde al frente de un reducido grupo de revolucionarios que corrían todo tipo de aventuras mientras trataban de sobrevivir y encontrar la forma de derrotar a los conquistadores. Pues bien, lo que hicieron en Inglaterra a partir del número 23 de su edición de “El Planeta de los Simios” (marzo 75), fue reconvertir a Killraven en Apeslayer. A toda velocidad, cambiaron los diálogos y superpusieron fotocopias a las caras de los personajes, transformando al reparto original en nuevos personajes y a los adversarios en simios de diferentes tipos. Suena a violación, sí, pero tampoco era la primera vez que un editor cometía semejante atropello: unos años antes y para satisfacer la demanda de comics para adolescentes al estilo de los de “Archie”, DC recuperó de sus archivos un título de comienzos de los 60 derivado de una serie de TV, “The Many Loves of Dobie Gillis” y, utilizando el mismo sistema, lo reconvirtió en “Windy and Willy”, que se presentó en “Showcase” 81 (marzo 69) antes de obtener su propia serie.
Al menos, DC utilizó al artista original, Bob Oksner, para realizar la operación “cosmética”. Pero claro, aquellos primeros números de “Killraven” tenían dibujos de Neal Adams, Howard Chaykin y Herb Trimpe y la “reconversión” no era sencilla. Cualquiera que conociera el material original, no podría sino sentirse indignado por semejante profanación. Pero la táctica dio resultado y la inserción de las historias de Apeslayer permitió a la edición inglesa volver a ganar tiempo para que la americana acumulara material.
A estas alturas, Moench estaba llegando al límite de su capacidad de producción. Cada mes tenía que entregar un episodio de “Master of Kung Fu”, cinco o diez páginas de “El Hombre Lobo”; o 17 páginas para un número de “Los Inhumanos”; o una historia de diez páginas para “Vampire Tales” o “Monsters Unleashed”; o incluso 25 páginas de diálogo para “Doc Savage”. Joven, creativo y entusiasta, Moench dio la talla y, según él mismo recuerda, “cuanto más trabajaba, más fácilmente fluían las ideas”.
Aunque Marvel no adaptó al comic material de la serie de acción real de CBS, sí lo hizo la editorial Brown Watson, lanzando tres Anuales en tapa dura a mediados de los 70. Pero ya para entonces, a la altura de 1976, la moda había empezado a perder empuje. La teleserie sólo duró una temporada y los dibujos animados del sábado por la mañana, que habían empezado a emitirse en 1975, no llegaron mucho más lejos. Las ideas para artículos y entrevistas se agotaban. Ya no quedaba nada nuevo que decir ni nadie a quien entrevistar que pudiera aportar algo relevante. La revista empezó a adelgazar, el precio a abaratarse de un dólar a 75 centavos y, al final, se eliminaron todos los artículos y lo único que se dejó fue la adaptación de “Batalla en el Planeta de los Simios”, que finalizó en el número 28. Después de eso, ya no quedaban más que las historias de “Terror en el PS”, cada vez más repetitivas, y los anuncios de kung fu.
Otro problema fueron los precios de la licencia que Marvel tenía que desembolsar, demasiado caros para una revista en decadencia y una franquicia que ya no ofrecía nada nuevo. El tiro de gracia, sin embargo, tuvo un nombre muy concreto: “Star Wars”. En 1977, los fans que le quedaban al Planeta de los Simios –al menos la mayoría- cambiaron su lealtad al nuevo universo espacial de Lucas.
Ni siquiera los otrora apasionados fans británicos se mantuvieron fieles. La revista inglesa se fusionó en el nº 88 (junio 76) con otra serie ya en decadencia, “Dracula Lives!”, un paso que sólo sirvió para demorar algo la cancelación definitiva en el número 123 (febrero 77), momento en el que las historias de los simios fueron trasladadas a la antología “The Mighty World of Marvel” antes de desaparecer definitivamente 16 semanas más tarde, en junio de 1977. Un poco más tarde, por tanto, del similar destino que corrió su hermana mayor americana, que cerró en el número 29 (febrero 1977). Con el lanzamiento en el verano de ese año del último anual de Brown Watson, los comics de PS desaparecieron de los catálogos editoriales para mudarse a las cajas de saldo y mercadillos.
Recordando años después aquella experiencia editorial, Roy Thomas comentaba que, al reflexionar sobre las exitosas emisiones televisivas de las películas de los simios que llevaron a Marvel a adquirir la licencia, “comprendí más tarde que, aparentemente, el mal tiempo que se abatió sobre gran parte del país tuvo mucho que ver con las altas cifras de audiencia, ya que un número inusual de gente se quedó en casa aquella noche…. Nunca llegó a producirse el tipo de boom por los simios que todos esperábamos. Aún así, los comics funcionaron bien durante un tiempo”.
La saga de El Planeta de los Simios en los comics debería esperar a los años 90 para que Malibu la retomara. Desde entonces, ha ido pasando de editorial en editorial (Dark Horse, Mr.Comics, BLAM Ventures, BOOM Studios…) y aunque la franquicia ha demostrado una robustez y capacidad de pervivencia verdaderamente extraordinarias, ninguno de los comics que vinieron después de los de Marvel parece que vaya a dejar un recuerdo tan caluroso en quienes los hayan leído. Marvel anunció en junio de 2022 que recuperaba los derechos de la licencia y que a partir de 2023 empezaría a publicar nuevas historias. Es posible que este movimiento apele a la nostalgia de los lectores más veteranos, pero es difícil imaginar que jamás vayan a alcanzar el estatus de culto de sus predecesores setenteros.
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