En la actualidad, sólo los negacionistas más obstinados rechazan la alarmante evidencia del calentamiento global, el agujero en la capa de ozono o el deshielo de los casquetes polares con el peligro de que aumente el nivel de los mares en todo el planeta. Pues bien, hace casi setenta años, John Wyndham describió en uno de sus libros un panorama igualmente aterrador y aunque los causantes del mismo eran alienígenas, los responsables últimos ya eran los humanos y su propensión a la violencia y la insensatez.
El autor que llegaría a ser conocido como John Wyndham nació en Inglaterra en 1903 como John Wyndham Parkes Lucas Beynon Harris. Utilizando diversos seudónimos, en 1925 empezó a vender cuentos a las revistas pulp americanas, sobre todo de ciencia ficción y detectives. Durante los años 30, escribió, principalmente y bajo el nombre de John Beynon, historias sobre anomalías temporales, exploración interplanetaria, futuros distantes e incluso seres que surgían bajo la superficie terrestre. Entre sus primeras obras, con un considerable grado de fantasía, hubo títulos como “Vagabundos del Tiempo”, “El Pueblo Secreto”, “Exiliados en Asperus”, “Los Durmientes de Marte” o “Polizonte a Marte”.
En 1951, su carrera llegó a un punto de inflexión con un libro ambientado no solamente en el presente sino en la Inglaterra cotidiana con la que estaban familiarizados sus compatriotas. Y con el cambio de registro, vino también la adopción de otro seudónimo: “John Beynon” se convirtió en John Wyndham. La obra que marcó esa transición se tituló “El Día de los Trífidos” y sentó las bases para un nuevo tipo de ciencia ficción. Sobre ella ya hablé extensamente en otra entrada, a la que me remito. En la misma línea, dos años después aparece su segundo gran libro, “El Kraken Acecha”, que confirmó no sólo su talento como escritor sino su sintonía con la sensibilidad y temores del lector contemporáneo.
A pesar de lo que el título de la novela pueda hacer pensar (y muchas ilustraciones engañosas de las portadas en multitud de ediciones), no hay aquí ningún monstruo tentacular al estilo del mito escandinavo, ni tampoco pulpos, calamares o cefalópodos gigantes de clase alguna. No, el título es una referencia a un verso de un poema que Alfred Tennyson escribió en 1830 y con el que ilustraba la propensión del océano a parecer calmo sin dejar por ello de ser letal:
Bajo los truenos de las superficie,
en las grietas del mar abismal,
el Kraken duerme su antiguo sueño sin sueños.
Y es que de lo que se trata aquí es de una invasión alienígena… que nunca debió serlo. Porque lo que desata el conflicto es la estupidez humana, que en esta ocasión a punto está de acabar con la propia especie después de derrumbar la civilización que llevó siglos construir.
La historia adopta la forma de un extenso ensayo periodístico narrado en primera persona por Mike Watson (un apellido que es un guiño al del compañero de Sherlock Holmes, que también solía ser el narrador de las aventuras de éste), reportero radiofónico de la EBC (English Broadcasting Corp, no la BBC con la que continuamente es confundida requiriendo la correspondiente aclaración), que desde el principio sigue los acontecimientos junto a su esposa, Phyllis. Y ello es así porque ambos se encontraban disfrutando de su luna de miel a bordo de un crucero cuando se manifestaron por primera vez esos seres en forma de bolas de fuego cayendo desde el espacio y sumergiéndose en el océano. Este fenómeno, que constituyó el inicio de lo que a posteriori se conocería como Primera Fase, se repitió en los cielos y mares de todo el mundo.
Poco a poco, el matrimonio y el resto del mundo empiezan a entender que esos meteoros podrían ser naves procedentes del espacio exterior en las que viajan criaturas provenientes quizá de un planeta gaseoso con una elevada densidad atmosférica, como Júpiter o Neptuno. Su hábitat natural, por tanto, serían las profundidades marinas, cuya presión es letal para nosotros pero natural para ellos.
El profesor Alastair Bocker, que entiende la situación con mayor claridad que la mayoría, propone buscar una manera de convivir con la otra especie recién llegada, nosotros en tierra y ellos en el mar. Pero siendo esta una historia de los años cincuenta e hija de la Guerra Fría, semejante idea no sólo no va a ser aceptada sino sometida a escarnio público. Cuando desaparece un batiscafo tripulado enviado a las profundidades para investigar en el mismo lugar en el que se sumergió una de esas bolas brillantes, el gobierno británico responde detonando allí un ingenio nuclear. Tal medida hace que cualquier esperanza de convivencia salte por los aires y los aliens, que a priori parecían en inferioridad de condiciones, demuestran no sólo inteligencia sino una inesperada versatilidad tecnológica.
La Fase 2 comienza con misteriosas y cada vez más numerosas desapariciones de barcos en zonas de todos los océanos cuyos fondos corresponden a fosas abisales y a donde las armas humanas no pueden llegar. El miedo cunde entre armadores, navieros, compañías de seguros y tripulaciones y el comercio marítimo se resiente. Con él, la economía mundial. Poco después, los alienígenas inician una nueva estrategia, atacando zonas costeras aisladas de todo el mundo con unos vehículos acorazados que surgen del mar y se llevan consigo a los habitantes a los que pueden atrapar con unos tentáculos gelatinosos que surgen de ellos, como si fueran cosechadoras. Mike y Phyllis se unen a un equipo encabezado por el profesor Bocker y son testigos de primera mano de una de estas incursiones. El científico denomina a los alienígenas “xenobáticos”.
Pasa el tiempo y los humanos aprenden a estar preparados y defenderse, momento en que los ataques cesan durante algunos meses. Pero sólo ha sido el silencio que precedía a la Fase Tres. De la misma forma que en “El Día de los Trífidos” la amenaza que suponían las plantas del título aumentaba exponencialmente cuando la población se quedaba ciega, en “El Kraken Acecha”, el peligro de esas criaturas marinas se multiplica por un millón cuando empiezan a detonar artefactos nucleares en los casquetes polares, fundiendo el hielo y haciendo que aumente el nivel del agua en todos los países del mundo, cambiando de paso el clima.
Lo que ocurre en los años siguientes es inevitable: el colapso de la civilización. Ciudades inundadas, emigraciones en masa, desaparición del comercio marítimo internacional, carestía y ruina económica, conflictos civiles por el territorio y la comida, enfermedades… Los Watson, muy en la línea de lo que Wyndham ya había planteado en “El Día de los Trífidos”, se marchan del inundado Londres para vivir aislados en una casa de campo que poseen en Cornualles y que ahora ha quedado emplazada en una isla ante la crecida de las aguas. Aquí pasan los meses, viviendo con las provisiones que Phyllis había sido acumulando en previsión de lo que finalmente ha sucedido.
Pero las condiciones climáticas también han cambiado y los inviernos son cada vez más duros. Cuando ambos están preparándose para arriesgar la vida viajando en bote hacia el sur en busca de climas más benignos, aparece el profesor Bocker y les anuncia que los japoneses han descubierto un arma ultrasónica que mata a los alienígenas. El mundo está salvado y Mike y Phyllis son escogidos por el científico para formar parte del equipo que deberá recomponer los pedazos de Inglaterra y reconstruir un nuevo país.
Ignoro si Wyndham era consciente de lo ambiguo que resultaba ese final y lo escasamente optimista del futuro que se abría ante los personajes. Sí, siguiendo los clichés del subgénero de “catástrofes confortables” que él mismo ayudó a crear, la amenaza alienígena es vencida por algo o alguien ajeno a la acción principal y se comienzan a poner las bases de una nueva civilización regida por criterios científicos y sin todos esos incómodos obreros que lamentablemente han muerto en el proceso. Pero la realidad que se ha venido retratando es mucho más siniestra: la población mundial ha sido reducida a una fracción de su tamaño, grandes masas de tierra han sido engullidas por los océanos y el clima del planeta se ha transformado por completo, a peor. Aún así, Phyllis, como para darse ánimos, subraya en las páginas finales:
“Estaba pensando que, en realidad, nada es nuevo, ¿verdad? En cierta ocasión, hace muchísimos siglos, hubo aquí una gran extensión de terreno cubierta de bosques y repleta de fieras. Estoy segura de que algunos de nuestros antepasados acostumbraban a vivir en tal extensión, a cazar y a hacer el amor aquí. Luego, un día, el agua subió el nivel y lo anegó todo… formándose el mar del Norte… Creo que estuvimos aquí antes, que vivimos en esa época…”.
Así que, como en “El Día de los Trífidos”, la especie humana sobrevive, si bien habrá que reconstruir el mundo sobre bases muy diferentes. En ese final pueden verse ciertos paralelismos con el sentimiento que muchos británicos tenían al término de la Segunda Guerra Mundial: el mundo se había visto arrojado al caos y la violencia, pero el valor, la perseverancia y las mejores virtudes británicas habían prevalecido. La ficción de Wyndham reflejaba el deseo de una nación exhausta por restaurar el orden y la cordura tras la experiencia traumática que había supuesto la guerra.
El trabajo de Wyndham y la ficción de desastres de los años cincuenta en general, fueron también una caja de resonancia de la ansiedad que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Eran libros con tramas repetitivas que presentaban un evento traumático con efectos devastadores a los que unos protagonistas, con la civilización derrumbándose a su alrededor, debían hacer frente. El contexto inglés en el que se desarrollaban las historias hacía más difícil de interpretar la naturaleza de ese trauma que en las ficciones norteamericanas. Las amenazas comunista y nuclear dejaron una profunda huella en la cultura británica, no sólo debido a su posición geográfica y política, al tiempo tangencial y central, en el conflicto entre las dos superpotencias de la Guerra Fría, sino a que sus experiencias con los bombardeos de saturación y las bombas V2 durante la Guerra aún estaban frescas en la memoria.
En muchos sentidos, “El Kraken Acecha” es una novela política escrita en una época en la que Gran Bretaña estaba sumida de lleno en la Guerra Fría que, tras la Segunda Guerra Mundial, libraba el mundo capitalista contra el comunista. Conforme los extraterrestres endurecen sus ataques, los humanos, de acuerdo a la ideología del momento, se niegan a hacer un frente unido y pierden tiempo y energía culpando de los naufragios y desapariciones a la potencia oponente aun cuando las evidencias no sustenten tales acusaciones. Wyndham satiriza la amenaza comunista tanto como la esperanza de que los “primos” americanos pudieran rescatar a los ingleses de un desastre global. Igualmente, el libro rezuma desconfianza hacia la obsesión moderna por los gobiernos tecnócratas y el sistema burocrático.
La acción se desarrolla a lo largo de un extenso periodo de tiempo, unos diez años, lo que es poco usual para una narrativa de catástrofes y obliga a hacer un ejercicio extra de suspensión de la incredulidad, porque en todo ese intervalo, nada parece cambiar en el mundo humano, ni la sociedad, ni la política ni la tecnología, máxime cuando se ha producido un evento, el contacto con una inteligencia extraterrestre, que sin duda habría supuesto un auténtico terremoto en todos los órdenes. Hay otros detalles que anclan la obra a su época, como la despreocupación con la que americanos, británicos y rusos detonan bombas nucleares en el fondo marino sin temor a la radiación o el perjuicio medioambiental. Phyllis, que se supone es una mujer inteligente, afirma en un pasaje: “…Han estado culpando a las bombas por alterar la ecología, sea lo que sea eso“.
También encontramos esta ficticia EBC, la English Broadcasting Company, para la que trabajan los protagonistas como reporteros. La sola idea de que existiera una competidora de la muy real y poderosa BBC ya era ciencia ficción en 1953, porque no existió otra cadena comercial independiente en Gran Bretaña hasta 1973 (lo que sí se autorizó antes fue una cadena de televisión, la ITV, en 1955). Las ideas de Wyndham acerca de cómo podría funcionar semejante empresa son un tanto pintorescas, con los periodistas escribiendo guiones para los noticieros en lugar de transmitir en directo desde el lugar de los hechos; y empleando días o semanas tras tal o cual evento para escribir sesudos artículos antes de enviarlos al departamento de noticias. Este tipo de predicciones erróneas envejecen la novela, pero también nos ofrecen una lectura interesante en el sentido de que ofrecen una visión sobre qué expectativas se tenían entonces y cómo se vislumbraba el futuro. Es además muy de destacar la atención que se le presta a la reacción de los medios de comunicación y su poder para filtrar y retorcer la información, manipulando la opinión pública.
Los hechos que se narran en “El Kraken Acecha” tienen lugar por todo el mundo. Los protagonistas incluso viajan a otras partes del planeta para informar. Este enfoque es un rara avis en el subgénero inglés de “catástrofes confortables” puesto que éstas suelen transcurrir en unas islas británicas aisladas del continente, de donde incluso las transmisiones de radio han dejado de llegar. En este caso concreto, la historia sólo se podía contar incluyendo al resto del mundo ya que la amenaza mora en los océanos y no se puede obviar el hecho de que éstos suponen el 71% de la superficie del planeta. Es una lástima que Wyndham, aunque lo intente, no sepa retratar al resto de países y sus respectivos habitantes, con algo más sofisticado que un puñado de clichés.
Wyndham siempre exhibió en sus obras una actitud bastante extraña hacia las mujeres, quizá producto de su experiencia personal en ese terreno. Por una parte, con Phyllis nos ofrece un tipo de mujer que no era demasiado habitual en la literatura de CF de la época: igual a su marido en inteligencia y competencia profesional, más serena, con más recursos y más previsora que él, tal y como demuestra en varios puntos de la narración. Pero al mismo tiempo hay otros detalles que pueden chirriar a la sensibilidad del lector moderno y que, de no haber leído otros libros de Wyndham, quizá podrían excusarse achacándoselos a la misoginina del narrador en primera persona. Me refiero no solamente a sus ocasionales ataques de histeria sino a la forma en que consigue sus entrevistas: adulando, flirteando y utilizando sutilmente su condición femenina ante el interlocutor.
La caracterización de los personajes es problemática, porque Mike y Phyllis tienen un matrimonio poco verosímil. Se hablan entre sí con un tono frío e insípido que socava los intentos de Wyndham por presentarlos como una pareja unida por el amor. Es quizá un reflejo de la relación que el propio escritor mantuvo con Grace Isobel Wilson, con la que se casó a una edad tardía, a los 60 años, tras conocerla desde hacía dos décadas, viviendo ambos en habitaciones separadas en el londinense Penn Club durante varios años tras contraer matrimonio.
En la primera parte de la novela se menciona un hecho que podría haberse explorado como motivo para ese cierto robotismo que preside su relación: la pérdida de su hijo recién nacido. Pero tal tragedia, que sin duda tuvo que marcar la vida de ambos, sólo se menciona una vez y el autor prefiere concentrarse en su desempeño profesional. Por tanto, Mike y Phyllis carecen de profundidad y sirven exclusivamente como vehículos para contar la historia. Quizá hubiera sido mejor presentarlos como colegas de profesión en lugar de amantes. Su poca sustancia como protagonistas tiene el efecto de hacer que los pocos secundarios del reparto brillen aún más. Es el caso del excéntrico científico Bocker.
De haber sido mejor retratada, la relación entre Mike y Phyllis podría haber aportado un poco de calor humano a lo que por lo demás es un libro bastante frío y distante. Aunque ambos se ven envueltos directamente en la acción de vez en cuando, su papel es principalmente el de observadores y narradores. Y este enfoque, siendo más realista que pintarlos como aguerridos héroes de la prensa, es también una de las debilidades de la novela. Y es que la mayor parte del tiempo, se limitan a recopilar información y testimonios de terceros, por lo que el lector se entera de las cosas a través de informes y no de la narración directa de uno de los participantes en esos eventos. Eso constituye, además, un problema para el ritmo de la novela porque, con frecuencia, pasan cincuenta páginas sin que suceda nada: tan solo los protagonistas viajando de un lugar a otro de Inglaterra preguntando aquí y allá si alguien sabe algo de lo que está pasando.
Y cuando llega el final y ambos han abandonado cualquier pretensión perodística para concentrarse en sobrevivir, ni siquiera saben ya lo que está sucediendo en el resto del mundo. La conclusión, ya lo he mencionado, les llega dada: alguien, en alguna parte, ha inventado algo que solucionará el problema. Y ya está. Ese súbito deux ex machina supone una decepción habida cuenta del potente punto de partida y el tono general que había seguido la historia.
El viaje hasta ahí, no obstante y tratándose de Wyndham, es suficientemente disfrutable y entretenido, con varios momentos muy conseguidos, ya sea por su atmósfera de terror (el ya citado ataque de los tanques anfibios en el archipiélago de las Cayman; el pasaje en el que un destructor americano se hunde en el Caribe con una bomba atómica a bordo con un detonador sensible a la presión) o como descripción de las ruinas de un mundo que damos por sentado, como el melancólico pasaje en el que los protagonistas deambulan por un Londres cada vez más sumergido y llegan hasta la inundada Trafalgar Square, de la que sólo sobresale la columna de Nelson.
También es destacable el importante desvío de la fórmula de este subgénero que supone plantear una invasión extraterrestre que, como dije al principio, nunca pretendió ser tal. O que en ningún momento se vea a los alienígenas. En este sentido, Wyndham sigue más los parámetros del relato de terror lovecraftiano que de la ciencia ficción convencional. Esto puede suponer algún problema para lectores que esperan que el autor revele completamente no sólo el aspecto de las criaturas sino su origen y propósito. Por el contrario, al término del libro y más allá de los resultados que han tenido sus actos, todo lo que se “sabe” de ellos son hipótesis difícilmente confirmables (por ejemplo, que más que una venganza o una lucha por su supervivencia, lo que están haciendo es modificar a su conveniencia la morfología del planeta Tierra; y que es imposible que se ajusten al estereotipo antropomórfico tan habitual en los alienígenas de la CF de entonces). Personalmente, esta decisión no me molesta. A menudo y en novelas de este tipo, la revelación completa de los misterios nunca está a la altura de los mismos y es mejor optar por dejar que prevalezca lo misterioso, siempre más aterrador que lo conocido.
“El Kraken Acecha” es una novela que, como he ido apuntando, tiene ciertos defectos, pero a pesar de ciertas caídas de ritmo y sensación de distanciamiento emocional, mantiene el interés y, para el lector moderno e interesado por el pasado, ofrece una luz interesante sobre cómo era la mentalidad de una época y un lugar. Aunque no está a la altura de “El Día de los Trífidos” y “Los Cuclillos de Midwich”, quienes gustaron de las letales plantas ambulantes de la primera y los niños de ojos dorados de la segunda, probablemente encontrarán un buen rato de lectura en esta nueva amenaza para toda la Humanidad.
“El Kraken Acecha” es, además, una novela que hoy podría adaptarse sin demasiados problemas técnicos al medio audiovisual. Tanto “El Día de los Trífidos” como “Los Cuclillos de Midwich” y “Chocky” (1968), fueron en su momento llevadas al cine o la televisión. Dada la escala de la amenaza, sus consecuencias y los efectos especiales que deberían emplearse, es comprensible que ningún productor se arriesgara en el pasado a embarcarse –nunca mejor dicho- en semejante proyecto. Hoy, habida cuenta de la sofisticada tecnología digital que se aplica a las películas de ciencia ficción y los presupuestos millonarios que parecen manejarse con normalidad, resultaría mucho más fácil y daría lugar a un film ciertamente espectacular (en el que, por desgracia y casi con total seguridad, no se resistirían a exhibir los alienígenas).
El Kraken de Tennyson debió inspirar a Lovecraft... Qué necesidad hay de una adaptación cinematográfica de esto?
ResponderEliminarExcelente y exhaustiva reseña. Como siempre, un verdadero placer leerte. Saludos desde Argentina!
ResponderEliminarGracias amigo! Un saludo para el hemisferio sur
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