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domingo, 15 de marzo de 2020
STAR TREK: LAS PELÍCULAS NUNCA HECHAS –O CASI-(1)
“La ciencia ficción no tiene futuro”. Así de contundente –y, a posteriori irrisoria- fue la respuesta que recibió el director Philip Kaufman cuando Paramount Pictures canceló la producción de “Star Trek: Planet of the Titans”, la primera propuesta que se hizo para llevar el popular universo televisivo de los sesenta a la gran pantalla.
Aunque la serie original de “Star Trek” se había cancelado en 1969 a tenor de sus mediocres ratings de audiencia, el éxito que registró cuando alcanzó el circuito de sindicación fue tal que Paramount se vio obligada a reconsiderar su postura respecto a la misma y en mayo de 1975 tomó la decisión de comenzar la producción de una película. Pasaron otros dieciocho meses antes de que los ejecutivos del estudio, Barrry Diller y Michael Eisner, encontraran una historia que consideraran lo suficientemente sólida como para realizar con cierta seguridad la transición de la pequeña a la gran pantalla. La primera propuesta que rechazaron fue “The God Thing”, un guión del propio Gene Roddenberry en el que, de acuerdo con su ayudante, Jon Povill, “Dios era una nave estelar defectuosa”. Otra historia, escrita por Roddenberry y Povill sobre un viaje en el tiempo, tuvo el mismo destino. Siguieron propuestas y borradores firmados por autores de CF tan prestigiosos como Ray Bradbury, Robert Silverberg, Theodore Sturgeon (que ya había escrito un par de episodios de la serie original) o Harlan Ellison (autor de “La Ciudad al Fin de la Eternidad”, también para la serie original).
El guión de este último no arrancaba con la tripulación de la Enterprise sino en la Tierra, donde estaban sucediendo unos inexplicables fenómenos. En la India, un edificio en el que cenaba una familia se convierte en polvo sembrando el caos; en una plaza, una mujer grita repentinamente y se desploma, transformándose en una especie de criatura reptiliana. La Federación averigua que alguien o algo está modificando el Tiempo y cambiando las cosas en la Tierra desde el lejano pasado, concretamente, una especie alienígena en un planeta distante de la galaxia. Hace eones, la Tierra y ese otro mundo desarrollaron simultáneamente dos especies inteligentes: humanos y reptiles humanoides. En la Tierra, los primeros destruyeron a los segundos y prosperaron. Pero ahora parece que en el segundo planeta, donde las cosas discurrieron al contrario, han tenido conocimiento del destino de sus congéneres y han decidido cambiar la Historia, modificando la Tierra para que se parezca a su propio mundo. Por alguna razón, la Federación decide que sólo la Enterprise y su tripulación está cualificada para esta misión. Una misteriosa figura encapuchada secuestra a los personajes principales antes de revelarse que aquél es Kirk. Ya todos reunidos, se preparan para viajar al lejano pasado y salvar la Tierra, enfrentándose al dilema moral de si aniquilar a toda una especie para asegurar la permanencia de su propia época. Y todo eso se hubiera contado solo en la primera media hora de película.
De acuerdo con el propio Ellison, cuando expuso su proyecto a los ejecutivos del estudio, éstos –incluyendo a Roddenberrry- escucharon atentamente antes de que uno de ellos, Barry Trabulus, mencionara que había estado leyendo “Carros de los Dioses”, de Erich von Daniken, y se preguntaba si podría incluir la civilización maya. Ellison recordó que no había mayas en el alba de los tiempos, a lo que el ejecutivo le respondió que nadie se daría cuenta de ese anacronismo. El escritor estalló: “¡Yo lo haría!”, así que Trabulus se puso a la defensiva y dijo que le gustaban mucho los mayas y que por qué no los incluía si quería guionizar la película. Ellison se levantó y se marchó. Hasta ahí llegó su relación con el film de Star Trek.
Durante esta y las siguientes reuniones para evaluar otras propuestas, Paramount siguió empeñada en lo mismo: ninguna de las ideas era lo suficientemente grande, ni siquiera la de “End of the Universe”, de John D.F.Black, en la que la Enterprise se topa con un agujero negro que amenaza con consumir toda la realidad. Leonard Nimoy comentó al respecto: “Estaban preocupados con esta idea de que debía tener tamaño y estatura. Pero aunque todos parecían tener una idea de lo que No debía ser una película de “Star Trek” –un episodio televisivo aumentado-, nadie se ponía de acuerdo en lo que Sí debía ser”.
Por fin, en octubre de 1976, los británicos Chris Bryant y Allan G.Scott presentaron “Planet of the Titans”, un tratamiento de guión de veinte páginas que, esta vez sí, Diller y Eisner pensaron era el adecuado. El propio Roddenberry, tras entrevistarse con los guionistas, dio el visto bueno. En esa historia, Kirk y sus compañeros se encontraban con una especie alienígena que parecían ser el origen de los míticos Titanes de las antiguas civilizaciones puesto que, después de viajar millones de años al pasado de la Tierra, habían entregado el secreto del fuego al hombre primitivo. Se incluía también algo relacionado con el Tercer Ojo y su conexión con las capacidades telepáticas. En fin, una historia muy influida por el espíritu de su época pero que parecía ofrecer la sustancia, grandeza y épica de la serie original. Bryant y Scott recibieron el visto bueno y se pusieron manos a la obra para escribir el guión propiamente dicho mientras Philip Kaufman (que más tarde dirigiría las excelentes “La Invasión de los Ultracuerpos” y “Elegidos para la Gloria”), fue contratado como realizador.
Sin embargo, la tarea de escribir un guión completo que pudiera satisfacer a todas las partes involucradas acabó siendo un trabajo mucho más difícil del que habían imaginado Bryant y Scott. Paramount no sabía qué quería en realidad; Roddenberry deseaba un episodio de televisión multplicado por cien; y Kauffman quería prescindir de los actores de la serie –y, por lo tanto, de los personajes-. No había forma de llegar a un punto de acuerdo entre todos y los guionistas se dieron cuenta de que estaban intentando lo imposible: escribir para un comité.
Incapaces de entregar un guión que contentara a todo el mundo, Bryan y Scott abandonaron el proyecto por mutuo acuerdo con Paramount en abril de 1977. Les hicieron una fiesta y les regalaron camisetas con los personajes de Star Trek estampados en el frontal y la leyenda “Que le jodan a Star Trek” en la espalda. Su marcha dejó a Kaufman en solitario para seguir trabajando en el guión. Su versión giraba alrededor del personaje de Spock y una némesis klingon interpretada por Toshiro Mifune (posteriormente, Kaufman elegiría a Leonard Nimoy para intervenir en “La Invasión de los Ultracuerpos”, lo que demuestra su interés por el actor). Su idea era sacar a Star Trek del ghetto de las películas de CF de culto y convertirla en una historia más adulta que tocara temas como la sexualidad y la naturaleza dual de Spock, explorando lo que significa ser humano a través de su relación con el klingon. Era consciente de que muchos fans iban a sentirse ofendidos, pero estaba dispuesto a correr el riesgo con tal de explorar nuevos caminos.
Durante los ocho meses que duró su trabajo en el guión, se fue reuniendo al equipo de producción. Gene Roddenberry, aunque no muy de acuerdo con el planteamiento, subió a bordo como consultor, recibiendo medio millón de dólares con el fin de apaciguar a los fans, asegurando con su presencia que la película era un auténtico producto Star Trek y no un intento bastardo de aprovecharse del éxito de la serie en el circuito sindicado de televisión. Se contrató también a Ralph McQuarrie, el diseñador conceptual de George Lucas para “Star Wars”; al diseñador de producción Ken Adam, que había trabajando para la saga Bond… Y entonces, el 8 de mayo de 1977, Kaufman, tras pasarse la noche revisando el guión, recibe la llamada telefónica del productor ejecutivo Jeffrey Katzenberg, comunicándole que el estudio se lo había pensado mejor y decidido que Star Trek –y en general toda la ciencia ficción- solo podía tener cabida en televisión. Tres semanas después, se estrenó “Star Wars”.
Y aun con el éxito sin precedentes que cosechó la película de George Lucas, el estudio siguió empeñado en que era inviable producir una película de Star Trek. De hecho, se empezó a estudiar un revival para televisión que serviría para apoyar el lanzamiento que quería hacer Diller de un cuarto canal de televisión. De no haber sido por el abandono de esta iniciativa –que se ha venido en llamar “Star Trek Fase II”-, la película que nos llegó en 1979 jamás habría existido, al menos tal y como la conocemos, dado que su guión provenía del episodio piloto de duración extra para esa serie que nunca llegó a producirse.
La trama de ese piloto se originó con el título de “Robot´s Return”, un resumen de dos páginas escrito por Gene Roddenberry en el que una sonda de la NASA regresaba siglos después a la Tierra buscando a su creador y habiendo desarrollado autoconciencia en su larguísimo viaje por el espacio. Esta premisa –que no dejaba de ser un derivado del episodio de la serie original “El Suplantador”- se le pasó, a propuesta de Gene Roddenberry, al escritor Alan Dean Foster –que ya se había encargado de las novelizaciones de episodios de la serie original publicadas dentro de la colección “Star Trek Log”, de 1974 a 1978- para que propusiera un guión para dicho episodio piloto de una hora de duración.
Y Foster así lo hizo, entregando un borrador de treinta y dos páginas que se consideró válido como punto de partida. Eso sí, de acuerdo con el coproductor de la serie, Harold Livingston, Foster jamás fue una opción para escribir el guión definitivo porque aquél tuvo acceso a un par de libretos firmados por el escritor y le parecieron muy malos. Se llegó a un acuerdo con su agente en virtud del cual aceptaban la historia, pero no se le encomendaría el guión.
Incapaz de encontrar a un profesional que llevara a cabo la labor en las sólo cinco semanas que restaban para empezar la producción propiamente dicha de la película, Livingston decidió escribir el guión él mismo. Una vez terminado, ese libreto junto al borrador de Roddenberry, fueron presentados a Michael Eisner, que declaró ganador al primero, calificando al del segundo como “sólo” televisión.
“Los fans nos han apoyado y escrito continuamente para que nos decidiéramos”, declaró Eisner el 28 de marzo de 1978 en una conferencia de prensa convocada para anunciar la inminente producción de la largamente esperada película de Star Trek, a la que entonces se asignó un presupuesto de 15 millones de dólares. El que a tal acontecimiento asistiera al completo el reparto original fue una especie de milagro dado que para entonces ya era bien sabido que Leonard Nimoy había tenido una disputa legal con Paramount por royalties no pagados y que había afirmado que no tenía intención de repetir su papel de Spock para la proyectada y luego cancelada segunda serie televisiva. De hecho, a Nimoy se le había excluido de los muchos tratamientos de guión y tal era el hueco que dejaba que para llenarlo los guionistas se habían visto impelidos a crear nada menos que otros tres personajes: la teniente calva pero hermosa, Ilia; el comandante Will Decker; y el oficial científico vulcano, teniente Xon. Se dice que a Spock sólo se le incluyó después de que al director Robert Wise (que, con el peso de sus cuatro Oscars había reemplazado al frente de la película a Robert Collins) le informaran su hija y su yerno que la película “no sería Star Trek” sin Spock.
En el último momento, el ejecutivo de Paramount Jeffrey Katzenberg (entonces en alza y que luego marcharía a DreamWorks, donde en 1999 autorizaría la parodia de Star Trek, “Héroes Fuera de Órbita”) fue enviado a Nueva York, donde Nimoy actuaba en una producción de Broadway. Su misión era la de convencerlo para que se uniera al resto de los actores en la película. Pero aunque a Nimoy le satisficiera el abultado cheque que le entregaron por los royalties que venía exigiendo, lo estaba menos con el guión que se le presentó. No sólo pensaba que su personaje era superfluo sino que también lo eran el resto. Con todo, accedió a participar siempre y cuando pudiera reservarse la aprobación final del guión. Y así, estuvo presente en aquella rueda de prensa, bromeando mientras culpaba de su retraso al correo entre la Tierra y Vulcano. Su inclusión fue una buena noticia para todo el mundo excepto, claro, para el actor David Gautreaux, que iba a interpretar a su sustituto, el teniente Xon. Los otros dos personajes nacidos para “Fase II”, Decker (Stephen Collins) e Ilia (Persis Khambatta), se mantuvieron.
Haciendo gala de un optimismo poco fundado, se anunció el estreno para junio de 1979 y se contrató al guionista Dennis Clark para que insertara en el libreto ya existente al personaje de Spock, libreto, por cierto, que se había arrogado en solitario Roddenberry. La relación entre éste y Clark no tardó en deteriorarse y el estudio hubo de obligar a Roddenberry a aceptar a Livingston como parte del equipo de guionistas. Éste, por su parte, accedió siempre y cuando le aseguraran total autonomía. Como es de suponer, todo este embrollo de egos, promesas y compromisos dio lugar a una auténtica guerra entre Livingston y Roddenberry. El primero se quejaba de que “Gene era un gran hombre de ideas e historias, pero no sabía ejecutarlas” y abandonó la producción tres veces solo para regresar persuadido por Robert Wise o Jeffrey Katzenberg.
No puede extrañar que con semejante situación, el guión estuviera lejos de hallarse cerrado cuando se inició el rodaje el 9 de agosto de 1978. En los meses siguientes, hubo tantas reescrituras por parte de Roddenberry, Livingston o Leonard Nimoy –que, a decir de Livingston, mejoró el conjunto notablemente-, que ni el director ni los actores tenían ya muy claro qué estaban filmando ni qué venía a continuación.
Pero es que aquel no fue ni el único ni quizá el peor problema de los que aquejaron a la producción. Cuando el supervisor de efectos visuales, Robert Abel, tras gastarse cinco millones de dólares e invertir casi un año de trabajo, entregó las secuencias que se le habían encargado, no había prácticamente nada utilizable. Así que lo reemplazaron por un equipo de individuos asimismo muy conflictivos aunque indudablemente de talento: Douglas Trumbull, John Dykstra y Richard Yuricich. El presupuesto se disparó bastante por encima de los 30 millones de dólares.
Pero aún así, ya fuera por algún milagro, conjunción de astros o la fortaleza que siempre ha caracterizado Star Trek, la película llegó a los cines el 7 de diciembre de 1979, cincuenta y cinco meses y casi el mismo número de guiones después de que a Roddenberry se le hubiera encargado el proyecto. Katzenberg declararía más tarde: “En una escala de uno a diez, el nivel de ansiedad en este film fluctuó entre once y trece. Nunca en la historia del cine había existido otra película tan cerca de no estrenarse en su fecha prevista”. Eisner fue más conciso pero igualmente claro: “Fue una pesadilla”.
Por todo lo dicho, no fue una sorpresa que los críticos maltrataran a la película. Muchos fans la defendieron al principio –al fin al y cabo y desde su punto de vista, era mejor cualquier película de Star Trek que ninguna en absoluto- pero al final admitieron que no había sido de su gusto, llegando incluso a rebautizarla como “Star Trek: The Slow Motion Picture” burlándose de su lentísimo ritmo y excesivo metraje. A pesar de todo, el entusiasmo de los fans junto al apetito general por la ciencia ficción tras el impacto de “Star Wars” y “Encuentros en la Tercera Fase” (1975) fue suficiente como para recaudar 175 millones, haciendo que Paramount riera la última e insuflando aire a la franquicia durante bastantes años.
(Continúa en la siguiente entrada)
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