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lunes, 8 de julio de 2019
2008-DOOMSDAY – Neil Marshall
El británico Neil Marshall fue uno de los realizadores más prometedores dentro del género de terror en los años dos mil. Llamó la atención por primera vez con una serie B sobre licántropos, “Dog Soldiers” (2002) y a continuación tuvo un merecido éxito gracias al boca-oído con “The Descent” (2005). Antes de abandonar el fantástico para internarse en el género histórico con “Centurión” (2010), rodó su tercera y –en mi opinión- decepcionante película, “Doomsday”.
En 2008, el letal virus conocido como Reaper asola Glasgow. El gobierno británico reacciona creando una gran muralla que aísla Escocia del resto de la isla, abandonando a todos los que quedan al otro lado, enfermos o no. Cualquiera que trate de escapar de esa zona de cuarentena recibe un disparo de los centinelas. Con el paso del tiempo, los infectados son olvidados y pronto deja de llegar cualquier noticia o rastro de vida del otro lado.
En 2035, el pánico se apodera de nuevo del gobierno cuando reaparece el virus, esta vez en Londres. La comandante Eden Sinclair (Rhona Mitra), una huérfana extraída de Escocia siendo niña y justo antes de que se cerrara la muralla, recibe la misión de liderar una unidad de comandos más allá del límite de cuarentena. Resulta que desde hace tres años se sabe que en algunas ciudades hay signos de vida y, si hubo supervivientes, es posible que exista una cura para la enfermedad. A Sinclair se la advierte de que no regrese si no encuentra el remedio antes de cuarenta y ocho horas. Ella y su equipo se dirigen a Glasgow, buscando la posible documentación elaborada por el doctor Marcus Kane (Malcolm McDowell), un científico que se quedó atrás y que estaba investigando la vacuna. No tardan los soldados en sufrir el ataque de bandas de violentos caníbales. Con la mayor parte de sus hombres muertos y sus vehículos y armas destruidos, Sinclair y el puñado de supervivientes de su equipo tratan de sobrevivir en el páramo ruinoso mientras, con todo en contra, procuran completar su misión.
“Doomsday” comienza como una interesante aunque no particularmente original mezcla de acción y terror con toques distópicos y postapocalípticos, pero conforme avanza la trama y hasta el final, cae en el más absoluto sinsentido. En esta película, Neil Marshall, que es su guionista además de director, parece intentar remedar lo que su compatriota Danny Boyle hizo con “28 Días Después” (2002). En esta última, Boyle construyó una película a base de unir elementos extraídos de otras cintas, sobre todo “El Día de los Trífidos” (1962) y “El Día de los Muertos” (1985). De la misma forma, en “Doomsday” parece que Marshall decidió divertirse rindiendo homenaje a los films con los que había crecido. Gran parte de la trama bebe de “1999: Rescate en Nueva York” (1981), de John Carpenter, y “Mad Max 2” (1981) de George Miller. De la primera, toma la idea de una zona del país aislada por una muralla a la que debe acceder un duro soldado/mercenario para recorrer las ruinas de una ciudad, luchar contra sus lunáticos habitantes abandonados allí y regresar a la civilización con algo de suma importancia, todo ello en un plazo de tiempo muy limitado.
De “Mad Max 2” encontramos el páramo por el que rondan chiflados con aspecto temible y la persecución salvaje por la carretera que forma el clímax (Marshall bautiza incluso a un par de personajes como Carpenter y Miller). En algunos puntos también parece haber obedecido a las consignas de los productores para hacer una copia de éxitos aún recientes en aquel momento, como “28 Días Después” –las escenas de apertura con el estallido de la plaga- o “Hijos de los Hombres” (2006) –una Gran Bretaña distópica, gris y violenta. Al menos, eliminó a los monstruos/zombis tan comunes en el género postapocalíptico-vírico de los últimos tiempos y se ciñó a la supervivencia de los humanos en el escenario de una pandemia.
La película es un pastiche de estilos y subgéneros (ciencia ficción y terror, postapocalíptico y thriller médico, acción, medieval y ciberpunk –el ojo biónico de Sinclair es casi el único toque futurista-) Para cuando la heroína y los supervivientes que la acompañan escapan de la ciudad –a bordo de una locomotora a vapor, nada menos- y llegan a un castillo donde todo el mundo se comporta como en un espectáculo de recreación medieval, incluyendo un caballero montado con armadura completa- y nos topamos con una escena que parece sacada de un programa televisivo de lucha libre, uno se pregunta en qué está pensando el director y hacia dónde quiere ir. En la segunda mitad de la película ya es más que evidente que Marshall se ha limitado a encajar todo lo que le apetecía, imágenes y géneros por los que sentía cariño y afinidad -trenes a vapor, justas medievales, mujeres de armas tomar, persecuciones estilo Mad Max, videos musicales de Frankie Goes to Hollywood- a costa de sacrificar cualquier pretensión de coherencia en el argumento.
Este va dando tumbos, experimenta cambios abruptos de tono y, al final, pierde el control sobre todos los elementos mencionados. Dentro de Escocia, por ejemplo, no se nos explica por qué ni cómo, hay dos grupos de supervivientes. El primero, en Glasgow, ha regresado al canibalismo y sus miembros gastan un look gothpunk pasado de rosca; el segundo, más al norte, tiene como líder a Marcus Kane, que de algún modo se ha convertido en el rey de un castillo –literalmente- lleno de gente, como he dicha, vestida al gusto medieval. Kane reproduce los hábitos del Santo Oficio torturando y acusando a Sinclair de haber pecado llevando “el mundo exterior” a su fortaleza. Pero es que, al mismo tiempo, engaña a sus seguidores diciéndoles que el resto del mundo ha muerto sin que parezca preocuparle mostrar públicamente a Sinclair y sus soldados, prueba viviente de que miente. Y, por si esto no fuera poco, el cabecilla de los caníbales es nada menos que su hijo, que tiene en la espalda tatuado el símbolo de biopeligro y lleva sujeto de una cadena a un esclavo con atuendo fetichista.
Este caos, de vez en cuando, deja espacio para disfrutar de algunos momentos estéticamente bonitos, como esos planos de gran angular que recorren las Highlands escocesas; el caballero montado y en armadura que permanece de guardia en una playa mientras el sol se pone tras el castillo al otro lado de la bahía. Eso sí, cuando ya en el tercio final, Sinclair encuentra en un bunker un Bentley Continental negro con el depósito lleno y la carrocería perfectamente pulida como si acabara de salir del concesionario, el espectador ya debe entender que lo que está ofreciendo Marshall no puede uno tomárselo seriamente. Así lo entiende el propio director, que debió pensar que si el público había aguantado con él hasta ese punto de la historia ya no había que “esforzarse” por tratar de explicar nada, como la forma en que se supone funciona, el por qué Sinclair no se la ha inoculado antes o cómo el personaje que hace de su mentor, Bill Nelson (Bo Hoskins) desarrolla algo así como el poder de teleportación y telepatía.
El ritmo de la película, eso sí, es rápido y todo rebosa violencia sin sentido y salpicones de sangre producto de los continuos desmembramientos que practica la comandante Sinclair exhibiendo su escasamente cubierto torso. La parte en la que los soldados atraviesan por la noche las ruinas de Glasgow destila sensación de amenaza e inquietud. Salvando las distancias, hay algo aquí de aquel pasaje de “Aliens” (1986), de James Cameron, en el que un equipo de confiados y fuertemente armados militares son rápidamente puestos en su sitio y diezmados al poco de entrar en la guarida de los aliens. En pocos minutos, los comandos son atacados y masacrados por un grupo de figuras de aspecto y comportamiento terroríficos. No ha transcurrido aún un cuarto del metraje y la mayoría de lo que parecían personajes secundarios han sido eliminados y el resto privados de sus armas (la siguiente película de Marshall, “Centurión”, se apoyaba en la misma premisa, aunque trasplantada a la antigua Escocia y protagonizada por un grupo de duros legionarios romanos). En general, la acción y especialmente la secuencia automovilística final, es emocionante y está bien rodada.
La protagonista está encarnada por Rhona Mitra, una actriz de talento limitado pero de culto para muchos fans, quizá por su adusta belleza o quizá por su participación más o menos destacada en películas de género minoritarias pero muy apreciadas en ciertos círculos, como “Beowulf” (1999), “El Hombre sin Sombra” (2000), “Sin Aliento” (2003), “El Poder de la Sangre” (2006) o “Underworld: La Rebelión de los Licántropos” (2009) (Aquí, por cierto, guarda cierto parecido, en aspecto y actitud, con la Selene de esa saga vampírica). Independientemente de que tenga presencia en pantalla como heroína de acción y felicitarla por haberse entrenado para las escenas de lucha cuerpo a cuerpo (las cuales resuelve muy bien), poco bueno se puede decir de ella.
No toda la culpa es suya. Los guionistas no parecen saber qué hacer con su personaje aparte de, como en un cruce entre Kurt Russell (“1999: Rescate en Nueva York) y Milla Jovovich (“Resident Evil”) mantener permanentemente una actitud malhumorada, pasota y/o cínica. Actúa como si nada le importara, como si su vida no tuviera valor para ella y sólo la vemos transmitir algo de emotividad al final. Del resto del reparto tampoco merece la pena decir nada aun cuando incluya actores como los mencionados Malcolm McDowell o Bo Hoskins.
Tanto “The Descent” como “Doomsday” están protagonizadas por mujeres valientes que se lanzan a situaciones peligrosas. Ahora bien, la caracterización de los personajes femeninos de la primera es muy superior a la de los de la segunda, lo cual no puede sino decepcionar al tratarse de un paso atrás. Hay que tener en cuenta, no obstante, de que aunque “Doomsday” se estrenó después, Marshall había escrito su guión varios años antes de dirigir “The Descent” y esa falta de madurez se hace dolorosamente evidente.
“Doomsday” es una película que no gustará a todo el mundo, algo que quedó claro desde el momento en que la productora decidió no hacer pases para la crítica y que se confirmó con una decepcionante recaudación de 21 millones de dólares sobre un presupuesto de 33. Su argumento lleno de préstamos de otras películas mejores, despropósitos a porrillo y unos personajes caricaturescos o carentes de carisma repelerán a quienes no sean muy afines a, por ejemplo, la línea de acción violenta de “Resident Evil”. Otros, en cambio, perdonarán esos defectos al disfrutar de los continuos homenajes y referencias y la ecléctica fusión de subgéneros siempre y cuando no se tomen en serio nada de lo que ven. Es, por tanto, cuestión de entrar o no en el juego que propone el director, no hacer preguntas incómodas ni tratar de buscar lógica alguna, y limitarse a disfrutar de lo que no es sino una continua huida hacia delante punteada de violencia gratuita, explosiones, sangre y decapitaciones.
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