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domingo, 5 de febrero de 2017
1980 – EL MAESTRO CANTOR -Orson Scott Card
A priori, la música no es algo que uno relacione inmediatamente con la ciencia ficción. Cuando pensamos en los elementos y temas centrales del género vienen a la mente los viajes por el espacio y el tiempo, los alienígenas, los imperios galácticos o la tecnología futurista. Sin embargo, a menudo olvidamos que la buena ciencia ficción utiliza todas esas piezas sólo como decorado o excusa para narrar lo que verdaderamente importa, esto es, los devenires del ser humano y cómo éste se enfrenta a problemas y desafíos, ya sean estos viejos o nuevos.
¿Y acaso hay algo más humano que la música? Desde el principio de los tiempos, hemos encontrado en ella entretenimiento y espiritualidad, técnica y arte; la hemos utilizado para expresar las emociones y también para relacionarnos con los demás. La música forma parte de nuestra vida, privada y pública. Puede disfrutarse en la intimidad del hogar o en multitudinarios conciertos. Todos tarareamos, silbamos, canturreamos o tocamos algún instrumento. Somos conscientes del poder de la música para alterar nuestro estado de ánimo, transmitir mensajes, crear himnos inspiradores…y, sin embargo, no sabemos de qué recóndita parte de nuestro cerebro procede esa necesidad de crear y disfrutar de esas combinaciones de acordes, ritmos y armonías que acompañan nuestros días. “El Maestro Cantor”, de Orson Scott Card, hace de la música y el canto su núcleo central.
La novela se desarrolla en el marco de un extenso imperio galáctico humano regido por Mikal, un antiguo y endurecido militar que se ha autoproclamado emperador y que, al empezar la historia, se halla en pleno proceso de conquista, pacificación y consolidación de todos los mundos bajo su nueva autoridad. Sin embargo, hay un planeta que no se somete a sus caprichos: Tew, hogar de la Casa del Canto, la institución más antigua y respetada del imperio. Se trata de una especie de orden monástica cuyas filas se nutren de niños huérfanos a los que adiestran en el arte del canto. Éste implica no sólo la técnica de ejecución vocal sino una auténtica y completa forma de comunicación en la que mediante sutiles matices puede afectarse el subconsciente de los no iniciados y manipular sus sentimientos, emociones, actitudes e incluso acciones de los oyentes.
Mikal pide a la Casa que le envíe un Pájaro Cantor, un niño de extraordinarias aptitudes cuyo canto le ayudará a serenar su mente. Desde que en una ocasión escuchó a uno, está obsesionado con poseer el suyo propio. En una violación de las costumbres ancestrales–ya que la Casa envía siempre por su propia iniciativa los Pájaros Cantores a quien estima merecedor de ese regalo y no acepta peticiones ni exigencias- y como calculado movimiento político, le promete que buscará alguien a la altura del puesto.
Tal búsqueda lleva ochenta años y el elegido resulta ser Ansset, un niño de aspecto angelical con un talento extraordinario para captar las emociones ajenas y darles forma de canción. Su adiestramiento es largo y para cuando es enviado a su destino–durante un periodo limitado de tiempo, puesto que cuando crecen los Pájaros Cantores regresan a la Casa para ejercer como profesores hasta su muerte- Mikal es un anciano. En el palacio Imperial, situado en la Tierra, Ansset se encontrará en el núcleo de la política y las intrigas que gobiernan todo el imperio. Cambiará la vida de quienes le rodean tanto como éstos cambiarán la suya y, tras muchas vicisitudes y desengaños, acabará viéndose él mismo investido del mayor poder de toda la galaxia.
“El Maestro Cantor” (que tuvo su origen en una novela corta serializada en la revista “Analog” en 1978 bajo el título “El Pájaro Cantor de Mikal”) incorpora y sintetiza varios de los temas que Card ya había tocado en la novela “Capitol” (1979) y la historia corta “Sonata sin acompañamiento” (1979) y que volverían a aparecer en “El Juego de Ender” (1985): el joven con un talento extraordinario y un gran autocontrol, el carácter necesario de cierta destrucción y violencia, los tiranos benevolentes o la pureza de la música.
La música en este libro tiene una cualidad casi mágica, algo que parece más acorde con una novela de fantasía que con una space opera sobre imperios galácticos. Es una magia que puede inspirar revueltas y provocar suicidios, pero también unir a las comunidades; cambiar, en definitiva, el curso de la Historia. Y ello lo consiguen los Maestros Cantores reconociendo las emociones que les rodean, amplificándolas y redirigiéndolas en el sentido deseado. La buena música, en realidad, sí tiene el poder de afectar emocionalmente a quien la escucha, un poder que reside muchas veces no tanto en la letra de las canciones como en la forma en que sus matices –la melodía, el ritmo y la armonía- consiguen sintonizar, de alguna forma aún no conocida, con nuestras emociones.
En este sentido, Card acierta al no hacer de las palabras la clave del poder de los Maestros Cantores. Cualquiera sabe que la música es muy difícil de describir con palabras. Así que Card, en lugar de limitarse a transcribir la letra de las canciones, opta por ofrecer un resumen de las mismas y poner el énfasis en describir los sentimientos que aquéllas, junto con la melodía, inspiran en quien la escucha; una solución que se ajusta mejor al verdadero e inexplicable poder de la música. Aunque el musical es un lenguaje en último término abierto a la interpretación del oyente, sí proporciona señales más o menos sutiles que apuntan a la forma en que debe escucharse y sentirse. Valga como ejemplo este bello pasaje de entre los muchos que pueden encontrarse en la novela:
“Y Esste dio por terminada la conversación. O mejor dicho, cambió de lenguaje, porque empezó a cantar, y el canto alegraba un poco. Era un tono bajo, no alto, perohablaba, sin palabras, de alegría; de encuentro tras una larga búsqueda, de haber entregado un regalo esperado demasiado tiempo, de haber comido por fin cuando pensaba que nunca volvería a comer. Me moría de hambre por ti, decía la canción, y tú estás aquí. Y Ansset comprendió todas las notas de su canción, y todo lo que había tras ellas, y también él cantó. (…) Ansset cantó en armonía; aunque mal, sólo era un contrapunto disonante con la canción de Esste, pero sin embargo aumentó la alegría de ella, y donde cualquier maestra, con menos Control, podría haber sido superada por el eco que Ansset hacía de las partes más profundas de su canción, Esste tenía el suficiente para canalizar el éxtasis hacia su propio canto. La canción adquirió tanta potencia, y Ansset era tan receptivo ante ella, que se vio superado y se echó a llorar, agarrándose a ella e intentando cantar a pesar de sus lágrimas. Esste se arrodilló a su lado, le abrazó y le susurró, y pronto el niño se quedó dormido. Le habló mientras dormía, le contó cosas que estaban más allá de su comprensión, abriendo senderos en su mente: Construía lugares secretos en su pensamiento, y en uno de ellos cantó la canción del amor, de forma que en momentos de gran necesidad resonara en él y la recordara, sintiéndose completo”.
También en relación con la música podría mencionarse la influencia que sobre esta obra –y muchas otras de su bibliografía- tiene la religión de Orson Scott Card. Él pertenece a la confesión mormona y, de hecho, es un miembro destacado de esa Iglesia. Uno de sus tatarabuelos fue nada menos que Brigham Young, el “Moisés” mormón que lideró a sus correligionarios hasta el Oeste, fundando Salt Lake City y el estado de Utah. Nacido y educado en una religión fuertemente conservadora, orientada a la familia e impregnada de un fuerte sentido de su destino histórico, Card ejerció de misionero, es miembro activo de su iglesia y escribe regularmente artículos religiosos para diversos foros. Sus creencias han influido en toda su obra y “El Maestro Cantor” no es una excepción.
La música juega un importante papel en los ritos dominicales mormones. Durante todo el servicio se cantan himnos acompañados por piano y órgano y, de hecho, el Coro del Tabernáculo Mormón, con una historia centenaria, es toda una institución nacional ganadora de múltiples premios. No es de extrañar, por tanto, que Card haya encontrado aquí su inspiración para la novela, donde la música de los Maestros Cantores ejerce un influjo casi religioso en quienes los escuchan; e incluso la propia Casa del Canto está estructurada como una comunidad monástica jerarquizada: según su grado de aprendizaje, los alumnos se clasifican en Gemidos, Eructos, Campanas y Brisas. Los Sordos son aquellos que no resultan tener la capacidad o el talento necesarios para convertirse algún día Maestro Cantor y acaban relegados a las funciones de mantenimiento de la Casa. El personaje de Kyaren, uno de los principales en la novela, es uno de ellos.
La influencia de la religión se halla presente también en otros aspectos, ya sean menores (por ejemplo, la relación entre Ansset y Mikal, un emperador anciano y un joven inteligente, se asemeja a la de Saul y David en el Antiguo Testamento) o tocantes a las grandes líneas que articulan la novela. La tradición mormona, apoyada en su texto sagrado, el Libro de Mormón, está dominada por los mitos y las absurdas teorías históricas, como que los nativos americanos son en realidad la Tribu Perdida de Israel. También la figura mesiánica es central en sus creencias: líderes carismáticos que –desde Moisés hasta el propio antepasado de Card, Brigham Young- lideran a su pueblo en el exilio hasta alcanzar la Tierra Prometida. Así, los libros de Card, desde “El Juego de Ender” hasta los que componen la saga de fantasía histórica protagonizada Alvin Maker, cuentan con protagonistas infantiles que se ajustan a ese papel: redentores solitarios, dotados de algún poder o talento especial y que sacrifican su felicidad o su propia vida por el bien común. Todo lo cual, por cierto y a pesar de su innegable connotación religiosa, no resulta totalmente ajeno a la Ciencia Ficción, género pródigo en héroes, salvadores y libertadores de todo tipo y condición.
En “El Maestro Cantor”, Ansset también puede ser considerado un mesías: un niño extraordinariamente dotado, sin familia, que, aunque pase toda su vida rodeado de gente, siempre está solo. Porque aun cuando puede percibir y entender perfectamente los sentimientos de los demás, su adiestramiento le ha obligado a ocultar los propios. En último término, sacrifica su inocencia y su felicidad personal por un bien mayor: salvar al imperio de la guerra civil, hazaña que consigue, además, siendo amado por un pueblo agradecido que conservará su recuerdo en forma de leyendas sobre su historia y logros.
Si en “El Juego de Ender”, además del poder y la responsabilidad que conlleva, uno de los temas principales era el de la tolerancia, el esforzarse por entender al “otro”, aquí el texto está dominado por el amor. Amor de todo tipo. Cuando el pequeño y asustado Ansset llega a la Casa del Canto, otra huérfana, Rruk, le conforta con una canción: “Nunca te lastimaré/ Siempre te ayudaré/ Si tienes hambre/ te daré mi comida / Si estás asustado/ yo soy tu amiga / Te quiero ahora / y el amor no tiene fin”. Ese tema volverá a aparecer en momentos futuros de la historia de Ansset y, especialmente en su vejez, cuando tiene lugar el emotivo reencuentro con aquella niña, entonces una anciana convertida en Maestra Cantora al frente de la milenaria institución en la que se educó Ansset.
Tenemos el amor de un niño por otro, entre un maestro y su pupilo (Esste y Ansset), entre dos hermanos espirituales (Ansset y Kyaren), entre un padre y un hijo (Mikal y Ansset), entre un hombre y una mujer (Kyaren y Josif) y entre dos hombres (Ansset y Josif). Hay amores platónicos y también posesivos y enfermizos, como el que siente Riktor por Ansset.
He mencionado el amor entre dos hombres y este es un aspecto que parece levantar bastante polémica entre muchos lectores, dividiéndolos entre aquellos que alaban la valentía del autor a la hora de tocar el tema en una fecha relativamente tan temprana como finales de los setenta, y aquellos que cargan contra él acusándolo de homófobo. La verdad es que Card se ha ganado a pulso la hostilidad del colectivo gay con sus vehementes declaraciones en contra de la homosexualidad, pero también creo que leer este libro -y en concreto el pasaje de la relación homosexual que se establece entre Ansset y Josif- exclusivamente a la luz de las ideas del autor, es un error. De hecho, el propio escritor, bastantes años después de la publicación de la novela, afirmó que su intención era la de retratar una relación prohibida en el seno de la sociedad, relación que nace, por un lado, del ansia de afecto y, por el otro, de la compasión, pero también del amor y la amistad genuinos. Cierto es que no perdía la ocasión de calificar las relaciones homosexuales como antinaturales e involucionarias, pero también afirmaba que, en el fondo, lo que verdaderamente sostenía esa relación era la amistad entre los dos personajes.
La relación homosexual entre el todavía adolescente Ansset y Josif no es ni mucho menos el núcleo del libro sino una desviación de la trama a la que se le ha dado quizá una importancia desproporcionada en muchos análisis. No han sido pocos los que han acusado a Card de describir esa relación de forma malsana y amenazadora, prácticamente como si la homosexualidad fuera una adicción: Josif es un individuo alienado y atormentado que se resiste a sus inclinaciones –seduciendo incluso a una mujer y teniendo un hijo con ella- hasta que ya no puede resistirlo más. Y las consecuencias para él (ATENCIÓN: SPOILER) de abandonarse a esos impulsos son nefastas, puesto que le causa a Ansset un gran dolor físico y él mismo termina castrado y, más adelante, muerto por su propia mano (FIN SPOILER). En efecto, puede ser que ese pasaje haya sido producto, consciente o no, de las creencias de Card. Los mormones prohíben las relaciones sexuales distintas a las que tengan lugar entre un hombre y su esposa; y aquellos miembros de la Iglesia que sientan atracción por individuos del mismo sexo, son admitidos en su seno sólo en tanto en cuanto se abstengan de tener relaciones íntimas y practiquen la castidad.
De todas formas, más importante que la relación homosexual en sí, interpreto ese episodio como un eslabón más en la cadena de conquistas y pérdidas que es la vida de Ansset (ATENCIÓN: SPOILER): tenía una familia y la perdió; fue recogido en la Casa de Canto y allí descubrió su precioso don y disfrutó de la protección de pertenecer a una comunidad; pero acabó perdiendo su talento cantor y fue rechazado por sus maestros cuando llegó el momento de volver a casa tras haber ejercido de Pájaro Cantor para el emperador Mikal. En este último y en su maestra de la Casa del Canto, Esste, encuentra lo más cercano que ha tenido a unos padres, pero ambos mueren dejándolo solo. Su inocencia y pureza es arrebatada cuando los enemigos de Mikal lo secuestran y convierten en una máquina asesina. Conoce el amor y el sexo en Josif sólo para perderlos casi de inmediato. Ansset se convierte en emperador y gobierna durante sesenta años, pero lo abandona todo para regresar como un anciano mendigo al que considera su hogar, la Casa del Canto. Allí, ni siquiera se le permite enseñar para que no transmita a los niños la pena y sufrimiento que han acompañado toda su existencia. (FIN SPOILER).
Así pues, el pasaje de Josif es sólo una experiencia más dentro de una vida larga y en modo alguno un tema central en la obra. No es algo que debiera pesar en la decisión acerca de si leerla o no; y, desde luego, tampoco debería ser un factor determinante en la valoración global de la novela. Es cierto que resulta chocante que un escritor conocido por sus tendencias ultraconservadoras y a veces incendiarias declaraciones pueda escribir pasajes tan emotivos, humanos y bellos como los de este libro, pero así es. Y probablemente ello se deba a que Card no cae en la trampa de dejar que sus ideas le lleven al terreno del cliché o la burda caricaturización de sus personajes. En lugar de ello, prevalece su profunda humanidad, algo que cualquier lector con una mínima sensibilidad puede reconocer.
Algunos de los personajes son bastante complejos y Card evita encasillarlos bajo las etiquetas de “bueno o malo”. Mikal, por ejemplo, es un conquistador que no duda en recurrir a la violencia, pero siempre con el convencimiento de que ello ayudará en último término a conseguir la paz para los ciudadanos que gobierna. Puede ser cruel en sus castigos, pero profesa un auténtico amor por Ansett.
El propio protagonista es un personaje con el que inicialmente resulta difícil empatizar. El libro sigue cronológicamente el permanente y forzado reinventarse de Ansett, desde su entrada en la Casa del Canto hasta su muerte, una vida en la que, como apuntaba antes, continuamente va ganando cosas para luego perderlas: el talento y goce de cantar, la amistad, la protección, la inocencia, el amor, el poder, la paz… Empieza siendo un muchachito vanidoso, traumatizado y distante para terminar como un anciano humilde por el que no puede sino sentirse simpatía y admiración. Su vida acaba siendo un carrusel emocional que afecta a su carácter y actitud y, por tanto, a la impresión que de él se forma el lector. Inicia la novela como un huérfano rescatado del esclavismo y criado entre algodones en la Casa del Canto. Su profesora, Esste, lo ama pero también, intentando llegar al fondo de su alma y sacarlo del autismo emocional en el que vive, lo somete a duros castigos. En los años que siguen a su abandono de la Casa del Canto, es ensalzado y vilipendiado, envidiado y amado, exiliado y coronado. Poco a poco, con cada nueva experiencia, va creando la personalidad de la que al principio carecía y encontrando su lugar en el mundo. Pero es sólo al final, tras haber dejado atrás todo lo que soñarse pueda, cuando consigue alcanzar su verdadera plenitud. A pesar de la melancolía que domina toda la novela, Card decide terminar con una nota de esperanza e incluso felicidad: nada perdura para siempre, pero tampoco llega a desaparecer por completo. El legado de un solo individuo puede sobrevivir en la mente y alma colectivas de Humanidad.
Por otra parte, resulta muy interesante la percepción que Ansset y Kyara, ambos antiguos estudiantes de la Casa del Canto, tienen de quienes les rodean. Su adiestramiento les permite detectar a través de sutiles cambios de la voz o la entonación las emociones y sinceridad –o ausencia de ella- de otras personas. Ellos mismos –sobre todo Ansset- pueden ajustar todos los matices de sus voces (el tono, la resonancia, el timbre, el volumen) para afectar la disposición de ánimo de los demás. Esa capacidad les otorga una perspectiva totalmente diferente de las interacciones sociales, algo equivalente a la telepatía, una idea en sí tan fascinante como desasosegante, tan iluminadora para los personajes como alienante.
La narración va deteniéndose en los pasajes más significativos y luego avanzando a saltos décadas enteras sin entrar en demasiados detalles. Prosa y sentimiento se equilibran y conjugan de forma precisa, creando un crescendo emocional que se resuelve satisfactoriamente. Eso sí, entendido esto último desde un punto de vista narrativo. Las emociones que se describen respiran verosimilitud: a veces, la historia se torna descorazonadora, otras es el amor el que domina, pero rara vez las situaciones se resuelven felizmente. No hay finales totalmente felices como tampoco acción a raudales ni batallas espaciales. Es, como decía más arriba, una novela que se apoya en la caracterización y desarrollo de los personajes, en sus diálogos y la descripción de emociones. Esta estructura fragmentada y su ritmo relativamente lento pueden no gustar a algunos lectores, pero en sí no pueden calificarse como defecto. Es, simplemente, un libro cuya apreciación dependerá en gran medida de la capacidad del lector para empatizar y simpatizar con sus personajes.
Aunque estamos ante una novela muy disfrutable, tampoco está exenta de defectos. Hay subargumentos que parecen metidos con calzador, de forma casi aleatoria y sin llegar a encajar bien con el resto de la estructura, como el secuestro y condicionamiento mental de Ansset, la conspiración contra Mikal o los estadísticos cometiendo fraudes en el sistema de pensiones. Empieza como una historia colegial sobre la búsqueda del “yo” para luego saltar al thriller político. Una vez resuelta esa parte, empieza un tercer bloque que parece tener poco que ver con el desarrollo y tono de todo lo anterior y rescatando además a Kyaren, un personaje meramente secundario en las dos primeras partes. Y, para terminar, un largo y crepuscular epílogo. A veces puede dar la sensación de que Card no termina de decidirse del todo por una novela de amor, una intriga política, el misterio detectivesco, el drama juvenil o el terror.
Tampoco el marco general sobre el que se desarrolla la trama es particularmente interesante y, de hecho, recuerda demasiado a la trilogía original de la Fundación, de Isaac Asimov (las precuelas de ésta fueron escritas con posterioridad a “El Maestro Cantor”): un imperio en decadencia, un emperador carismático, lavados de cerebro, un mundo-trono dividido en comunidades con aspiraciones nacionalistas, una prestigiosa institución ajena a la interferencia imperial… La verdad es que a Card le preocupa poco aquello que para tantos lectores de ciencia ficción es muy importante. La descripción de la tecnología, del funcionamiento del vuelo estelar o los detalles políticos del imperio galáctico no son para él más que adornos en una historia cuyo verdadero núcleo es el mundo emocional de sus personajes.
Cada lector, de acuerdo a sus gustos y sensibilidades, le otorgará a las virtudes y defectos del libro un peso diferente. Hay quien considera “El Maestro Cantor” una obra sobresaliente al nivel de “El Juego de Ender”. Otros, en cambio, se ven muy ofendidos por el enfoque del pasaje homosexual o bien les desagrada su narración episódica, las elipsis que separan los bloques argumentales y su relativa dispersión.
Mi opinión particular es que se trata de un libro inteligente y conmovedor que ha aguantado mejor que bien el paso del tiempo y que puede recomendarse sin reservas no sólo a los fans de Card (muchos de los cuales, probablemente, conocen al autor exclusivamente por la saga de Ender), sino también a aquellos que no hayan leído nunca nada suyo. “El Maestro del Canto” es una obra primeriza dentro de su bibliografía, pero ello debe entenderse sólo cronológicamente, porque por lo demás es plenamente madura. Tiene una prosa bella, unos personajes fascinantes, una escala ambiciosa, intensidad emocional y algunos de los temas y preocupaciones recurrentes del autor. Card no llega a su público gracias a ideas impactantes o giros narrativos sorprendentes, sino a través de su prosa, sincera y emotiva. No brilla tanto como Jack Vance ni tiene la poesía de Roger Zelazny, pero ofrece personajes más redondos y mayor humanismo que aquéllos.
Muy interesante tu reseña. Admito no haberlo leido, disfrute el Juego de Ender pero luego me cansaron sus continuaciones, y no volvi a leer a Card, en parte por sus declaraciones. En todo caso, me has animado a buscarlo, gracias.
ResponderEliminarYo tampoco soy amigo de largas sagas, Ender, Dune o como se llamen. Me parecen en la mayoría de los casos unos sacacuartos que diluyen la energía y el encanto de la primera entrega. La ventaja con "El Maestro Cantor" es que empieza y termina. No es necesario más. Y eso, en estos tiempos de sagas multivolumen de miles de páginas, ya es un valor añadido.
ResponderEliminarMuy buen análisis felicidades. Este es uno de mis libros dolientes, uno de esos que llevo en el corazón a pesar de que no me gustó el desarrollo de la historia. Los personajes son fascinantes, bellos y profundos. Ansset es igual al amor, a toda la vida. El ambiente es inquietante, poetico, perfecto, sin embargo la historia no convence y eso lleva años doliendome. evanasoul@gmail.com
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